Carta a quienes “no son nada”, desde la rebelde Chiapas

Se lo escucha por doquier en estos días: es la gota de agua que ha hecho desbordar el vaso. Y allí donde muchos se lamentaban al ver sólo el estancado pantano de la llamada mayoría silenciosa y pasiva, han surgido miles de torrentes impetuosos e impredecibles que desbordan su curso, abren caminos inimaginables hace apenas un mes, derriban todo a su paso y (a pesar de algunas lamentables derivas, por lo general contenidas) demuestran una impresionante madurez e inteligencia colectivas.

Es el poder del pueblo cuando se levanta y retoma su libertad. Se trata de una fuerza extraordinaria y no por nada surge tantas veces en estos días la referencia a 1789, o incluso a 1793 y los sans-culottes. Queridos amigos Chalecos Amarillos, ustedes ya han escrito una página gloriosa en la historia de nuestro país. Ya han desmentido todas las predicciones de una sociología ramplona sobre el conformismo y la enajenación de las mayorías.

Pero, ¿qué es este pueblo que de repente despierta y comienza a existir? Raramente como hoy esta palabra habrá parecido tan justa, incluso para aquellos de nosotros que podríamos considerarla obsoleta por haber sido utilizada durante tanto tiempo para capturar la soberanía en beneficio del poder de arriba, y porque hoy puede hacerle el juego a los populismos de derecha o de izquierda. Sea como sea, en el momento en que vivimos, es el mismo Macron quien le ha restituido al pueblo tanto su existencia como su definición más exacta. El pueblo que hoy se levanta y que está decidido a no permitir más que se lo engañe no es sino el conjunto de aquellas personas que, en la mente enferma de las élites que pretenden gobernarnos, “no son nada” (1). Esta arrogancia y este desprecio de clase, como ya se ha dicho mil veces, es una de las razones más fuertes por las que Macron, adorado ayer por muchos, hoy esté tan profundamente odiado.

Esto es lo que el levantamiento actual ya ha demostrado: aquellos que “no son nada” bien pueden reafirmar su dignidad y, al mismo tiempo, su libertad y su inteligencia colectiva. Y lo más importante es que ahora lo sabemos todos: preferimos no ser nada ante los ojos de alguien como Macron a tener éxito en su mundo cínico y sin sentido. Esto es lo más maravilloso que podría suceder: que ya nadie quiera tener éxito en ese mundo y, además, que ya nadie desee vivir en ese mundo. Ese mundo donde, para que unos pocos tengan éxito se necesita que millones sean considerados como nada, sino solamente como poblaciones para ser administradas, excedentes manipulados a merced de los índices económicos, desechos que se tiran después de haber sido exprimidos hasta la médula. Ese mundo donde la locura de la Economía todopoderosa y la exigencia de ganancias ilimitadas desemboca en un productivismo compulsivo y devastador, es el que nos lleva hacia un aumento de las temperaturas continentales de 4 a 6 grados con consecuencias absolutamente dramáticas de los cuales los efectos actuales del cambio climático, por muy graves que sean, no alcanzan todavía a darnos una idea exacta, y que nuestros hijos y nietos tendrán que sufrir. Si esto no es el reclamo que nos moviliza hoy, es el que se nos movilizará mañana, si el movimiento actual no logra cambiar las cosas a profundidad.

Entre los otros detonadores del levantamiento en curso está la injusticia, al comienzo fiscal y ahora social, en todas sus dimensiones, la cual se siente ahora como intolerable. Es cierto que el vertiginoso aumento de las desigualdades es el resultado de políticas neoliberales llevadas a cabo durante decenios, pero hasta el momento actual habían sido toleradas, aceptadas. Ya no. Demasiado es demasiado. Y cuando se empieza a no aceptar más lo inaceptable, no hay manera de deternerse a mitad de camino… Sin embargo, debe de agregarse lo siguiente: Macron, nuestro pequeño Júpiter destronado, no hace más que cumplir con su trabajo. Sólo quiere ser el mejor de la clase en un sistema en donde los estados están subordinados a los mercados financieros y donde la única manera para un gobierno de salir un poco mejor que sus vecinos es atraer más capitales que ellos. Para eso, hace falta seducir a los “clientes” más ricos, exhibiendo atractivos beneficios fiscales, desnudándose de cualquier protección social, ofreciendo una mano de obra docil y el mejor gozo posible a los inversionistas. Esto es lo que explica tantos regalos fiscales hechos a los más ricos y a las grandes empresas. La política de Macron, y que cualquier otro ejecutaría en su lugar, es el efecto de un sistema mundial dominado por la fuerza del dinero, la exigencia de ganancia y la lógica productivista que de ella deriva. Lo que debemos tumbar es algo que va más allá del pequeño Macron. Que se vaya tan sólo sería un (muy buen) comienzo.

La potencia del levantamiento actual se debe también a su rechazo de la representación, tal como hasta ahora lo ha demostrado. A su rechazo a ser representado. A su rechazo de cualquier recuperación por parte de la clase política (que obviamente no faltaron ni faltarán). A su conciencia de que la democracia representativa se ha convertido en una farsa, la cual consiste en el derecho de eligir a quienes nos van a engañar y despreciar, y también en ser despojados de una capacidad colectiva que ahora se descubre que es posible recuperarla. Mantener esta actitud con firmeza, desactivando todas las maniobras en curso y por venir, será todo un desafío. Pero por el momento, los llamamientos a una democracia real se multiplican: en claro, el poder del pueblo, para el pueblo, por el pueblo. Las iniciativas florecen para ir más allá de los bloqueos de carreteras y cruces viales que son la característica del movimiento desde sus inicios: convocatorias a construir comités populares con sus asambleas permanentes, a construir casas del pueblo en las plazas públicas en donde se pueda debatir, pero sobre todo organizarse de manera concreta. Se habla de destitución. Se habla de secesión. Se habla de comunas libres. Se destaca que, una vez que Macron se haya ido, no habrá de reemplazarlo con otro, ya que se trata de asumir, por nosotros mismos, la organización de nuestras vidas. Se habla de inspirarse en la ciudad de Atenas, la Comuna de París, Chiapas y Rojava.

Esto es el motivo por el que escribo esta carta desde Chiapas. Porque aquí, en el sur de México, la rebelión florece desde hace 25 años. Hace 25 años, el 1 de enero de 1994 los indígenas mayas zapatistas, aquellos que no son nada, los más pequeños, los invisibles de siempre, aquellos que se cubrieron el rostro para ser vistos, se sublevaron al grito de ¡Ya basta!. Basta a las políticas neoliberales y al Tratado de Libre Comercio de América del Norte que entraba en vigor ese mismo día. Basta al poder tiránico que imperaba desde hacía décadas. Basta a cinco siglos de racismo, desprecio y opresión coloniales. Durante unos años, los zapatistas aceptaron dialogar con el gobierno mexicano e incluso consiguieron la firma de los Acuerdos de San Andrés en 1996; pero los sucesivos gobiernos nunca los cumplieron. Entonces, los zapatistas implementaron por sí mismos su reivindicación de autonomía, que no implica en absoluto separarse de un país que es suyo, sino que representa una secesión respecto de cierta forma de organización política e institucional. Lo que han construido es precisamente un verdadero gobierno del pueblo, para el pueblo, por el pueblo. Un autogobierno de la gente común. Han formado sus propias instancias de gobierno y sus asambleas, a niveles de los municipios autónomos pero también a nivel de cinco grandes regiones. Sus propias instancias de justicia que resuelven los problemas mediante la mediación. Sus propias escuelas y sus propios centros de salud y clínicas, de los que han redefinido por completo la forma de funcionar.

Y no lo hacen para responder a las necesidades de un sistema nacional y mundial basado en la ganancia y el poder de unos pocos. No buscan ser más que otros. No intentan ser competitivos. No buscan tener éxito en un mundo de tecnócratas y de administradores de todo tipo. Sólo aspiran a que todos y todas puedan vivir con sencillez pero con dignidad. Que todos y todas puedan ser escuchados y escuchadas, y sobre todo que participen activamente en la organización de la vida colectiva. Sólo quieren que la lógica enloquecida de la Economía no deje a sus niños y a los nuestros un mundo devastado e invivible; y, por eso, se preparan para resistir la tormenta que se avecina.

Entonces, sí, en Chiapas y también en otros lugares y en muchas páginas de la historia de Francia queda demostrado que el pueblo que se levanta bien puede retomar su destino en sus propias manos. No son necesarios políticos ni instituciones representativas que no hacen otra cosa que despojarnos de nuestra potencia. El pueblo puede organizarse por sí mismo, formar comunas libres, volver a determinar de qué manera pretende vivir, pues está claro, tal como lo dicen muchos Chalecos Amarillos, que ya no es posible seguir viviendo, o sobreviviendo, como se lo ha hecho durante tanto tiempo. Ejercer esta libertad no es nada fácil, pero lo que puedo decirles es que les da a los rebeldes un formidable sentimiento de orgullo, hace sentir la fuerza de la dignidad recuperada y la alegría de descubrir lo que la potencia colectiva hace posible.

Justicia. Vida digna para todos y todas. Poder del pueblo. Lo que presupone no dejarse engañar por la farsa de la democracia representativa y no consentir más en la reproducción de un mundo dominado por las exigencias productivistas y consumistas de la Economía.

¡Viva la digna rabia de los que no son nada!
¡Fuera los macrones y cualesquiera otros aprendices de Júpiter!
¡Muerte al sistema inicuo, destructivo e inhumano al que sirven!
¡Viva el poder del pueblo que se subleva y se organiza para y por sí mismo!

San Cristóbal de Las Casas, diciembre de 2018
Año 25 de la rebelión zapatista
Año 1 de la rebelión de los Chalecos Amarillos
y las rabias de múltiples colores

Autor: Jérôme Baschet (historiador)

Nota (1):  Aquí se alude a una declaración de E. Macron quien, hace unos meses, afirmó que en Francia había dos categorías de gente: “los que son exitosos” y “los que no son nada”.  Hoy, los “nada” (o nadie), muchos de ellos que incluso votaron por él, se levantan para cobrarle la factura. La lista es larga de las frases que van en la misma cuenta (otra es de haber impulsado la idea de una “presidencia jupiteriana”).

 

 

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