En la contratapa del libro Un habitar más fuerte que la metrópoli (2018), Consejo Nocturno se presenta no como un autor, colectivo u organización. Su existencia -escriben- es solo “de ocasión”: sus miembros se limitan a reunirse en momentos de intervención, porque la intervención es un modo consecuente de escritura que conciben a la altura de esta época.
“Un iglú no es más que la continuación por otros medios del viento glacial, pero vuelto habitable”
Subrayados para una discusión
Conflictualidad global
La actual recomposición imperial del mando capitalista no solo impide seguir buscando un gran centro del «Poder», también anula todo intento de seguirnos «localizando» a nosotros mismos al margen de la catástrofe mundial, pues nos inscribimos en un campo de batalla sin línea del frente definida, un campo de batalla que coincide con todas las capas de la Tierra. La multiplicación y la proliferación de luchas como la de la ZAD en el bocage de Notre-Dame-des-Landes, la del NO-TAV en el Valle de Susa, o la del Frente de Pueblos Indígenas en Defensa de la Madre Tierra en el Bosque Otomí-Mexica, manifiestan, con sus grandes distancias, la naturaleza no exclusivamente local sino global de la conflictualidad política presente. Se trata siempre de constatar que el poder no puede seguir siendo asignado a este o aquel lugar privilegiado, identificado homogéneamente con una clase, una institución, un aparato o con el conjunto de todo eso. Desprovisto ya de todo centro que restrinja su compulsión a colonizar extensivamente cada rincón de la Tierra, el poder ha acabado por confundirse con el ambiente mismo.
Metrópoli global integrada
No podemos seguir entendiendo el colonialismo como un suceso que ocurrió de una vez por todas, como un «hecho» depositado en los anaqueles de la Historia, sino como una progresión continua de explotación y dominación que requiere un ordenamiento aún más permanente de los espacios-tiempos para seguir colonizándolo todo, desde las capas tectónicas más profundas hasta las regiones atmosféricas más distantes. La metrópoli global integrada es el proyecto y el resultado de la colonización histórica occidental de al menos un planeta a manos del capital.
Guerra civil mundial
De no analizar desde el punto de vista de una guerra civil mundial los procesos modernos de institucionalizadón de las sociedades o las formas posmodernas más estetizantes de «gentrificación», perdemos lo esencial del problema político que se juega en ambos: cómo en sus campañas de gestión, notablemente en las de pacificación, lo que está siempre en juego es la supervivencia y el crecimiento del sistema capitalista, a través del despojo, la explotación, la aniquilación y la discriminación. Asimismo, pasar por alto la dimensión de una guerra civil mundial trae consigo caer en el error más difundido y confundido por las críticas morales del colonialismo occidental: no captar que los procesos de colonización tuvieron y tienen lugar no solamente «en otros lugares», sino en el interior mismo de los territorios de los colonizadores, sobre sus propios pueblos, que a la larga son transformados en poblaciones, materia amorfa y descualificada arrojada a la administración absoluta.
La identidad como predicado contrainsurreccional
La metrópoli y los estilos de vida que excreta y fagocita pueden ser vistos como un lento deslizamiento de la especie hada una autorregulación sincronizada de sus cuerpos, hacia una atenuación de sus formas-de-vida hasta volverlas completamente compatibles con la eficacia y la productividad capitalistas, como una demostración de que la dominación puede obrar sin necesidad de dominadores y de que toda potencialidad de sabotaje de la máquina económica ha quedado disuelta: «médico», «filósofa», «hombre», «artista», «latinoamericano» o «instagramer» son unos de tantos predicados contrainsurreccionales que cada ciudadano metropolitano vehiculiza -o con los cuales sueña- para demostrar su fidelidad fulminante al estado de cosas presente, su voluntad desorbitada de que todo siga así.
Habitar
Más que arremeter «contra» las formas injustas, ilegítimas y autoritarias con las que se cubre en efecto el poder, lo que es crucial aquí y ahora para nuestras existencias es neutralizar inmediatamente el crecimiento histórico de ese vado que ha sido producido y llenado por la gestión gubernamental a través de policías, urbanistas e ingenieros sociales, interponiéndose entre cada uno de nosotros y nuestro hacer. Habitar plenamente constituye, desde esta perspectiva, un gesto revolucionario anti-biopolítico.
Proletariado antiidentitario
De hecho, si hubo una gran mistificación en el marxismo-leninismo esta fue la de creer que la identidad de clase obrera no fuera algo contingente, lo que en Marx era algo muy claro, en cuanto a la forma insuperable de la encarnación histórico-política del proletariado. Sin embargo, el proletariado, en su devenir comunismo, no posee ninguna identidad sustancial; al contrario, expresa en las luchas una negación continua de las identidades porque, en el interior de la sociedad capitalista, cada una de estas identidades no puede ser otra cosa que una figura de la explotación y de la “injusticia absoluta” (Tari, Un comunismo más fuerte que la metrópoli).
Dialéctica de doble vínculo
El éxito de esta gran oferta de servicios y la fantasmagoría de su ineludibilidad se explican con una sucia dialéctica de double bind que podemos llamar «círculo institucional»: existen instituciones porque las necesitamos, necesitamos instituciones porque estas existen. Servicios de medicina, servicios de electricidad, servicios de escolaridad, servicios de transporte, incluso servicios de amor, son algunas de las muchas instancias de separación de nuestra vida en esferas autónomas y santificadas más allá de nuestro control, garantes de la continuación al infinito de la productividad económica metropolitana. La doble pinza que entrelaza este dispositivo es afirmada y reforzada tanto por el izquierdista nostálgico del Estado benefactor que reivindica la «educación gratuita para todos», como por el derechista que defiende la existencia de una Administración fuerte porque, sin sus instituciones, «esta sociedad no podría —¡ay!— seguir funcionando».
Salir de la metrópoli
Cuando nosotros hablamos de «salir de la metrópoli», se equivocan quienes oyen automáticamente un llamado a «irse al campo», porque nunca bastará con alistarse en este u otro de los polos de un dispositivo para deshacerse de él, menos aún con invertirlos. Lo que se suele llamar «el campo» (para referirse a un espacio de actividades elementales que bastan para vivir bien) no conduce a ninguna salida mientras no se desactiven las funciones que le han sido asignadas históricamente por las economías del poder. (…) Hoy no es en las ciudades ni en los campos donde la humanidad puede librar el combate contra el capital, sino fuera de ambos; de ahí la necesidad de que aparezcan formas comunistas que serán las verdaderas antagonistas del capital, puntos de concentración de las fuerzas revolucionarias»
Comunidad sin identidad
El folclore multiculturalista o la sexualidad deconstruida no son desviaciones prohibidas por la norma, sino prácticas compatibles con la configuración imperial del poder en creciente fluidificación gestionaría, su ala progresista o alternativa: prácticas de negación de la metrópoli desde la metrópoli, que nacen ya siempre condenadas a muerte. Toda política de transgresión confluye hoy con la liberalizadón y la neutralización de las pasiones impulsadas por la producción mundial de subjetividades. La historia de las relaciones entre terrorismo y antiterrorismo, entre mafias y policías, entre integrismos y separatismos estatales atestiguan que el Imperio nunca ha tenido problema en reconocer las formas de identidad reivindicada; pero que unas singularidades hagan comunidad sin reivindicar una identidad, que unos humanos co-pertenezcan sin una condición representable de pertenencia, eso es lo que el Imperio no puede tolerar en ningún caso.
Conviavilidad
Vencer la soledad organizada por la metrópoli coincide así con la elaboración de unas densidades afectivas y unos modos de convivialidad más fuertes que toda las necesidades presupuestas-producidas por el paradigma de gobierno, que hacen de nosotros unos lisiados y nos separan de nuestra propia potencia. Se trata por tanto de procurarse una presencia íntegra a partir de la cual podamos organizamos para tomar de nuevo en nuestras manos cada uno de los detalles de nuestra existencia, por ínfimos que sean, porque lo ínfimo es también dominio del poder.
Devenir ingobernable
La política que viene se discierne, por tanto, por la recuperación del nexo fundamental entre habitantes y territorios. En cada sobresalto insurreccional aparece una nueva época histórica, desde el Kurdistán hasta Chiapas, pasando por la formación de una comuna en la plaza de una ciudad o por una tropa de nuevos comuneros en secesión con sus sociedades «avanzadas». En cada uno de estos momentos, el nihilismo metropolitano —especialista en devastar el camino de uno a otro, es decir, la amistad— se ve bruscamente desbordado, cuando se da la espalda a esas tecnologías que organizan insensiblemente nuestras vidas y se actualiza la facultad más elemental y política de todas: el hacer autónomo, un hacer sin ellos que coincide íntegramente con la constitución de una forma-de-vida. (…) Habitar es devenir ingobernable, es fuerza de vinculación y tejimiento de relaciones autónomas.
Detrás de la barricada
«La furia de la revuelta —dice el camarada Marcello Tari— no está separada de la inteligencia que construye la posibilidad de vivir de otra manera. La cooperación vivida en el sabotaje de la metrópoli es la misma que es capaz de construir una comuna. Saber levantar una barricada no quiere decir mucho si al mismo tiempo no se sabe cómo vivir detrás de ella».
Comunizar
La comuna es lo que viene en el momento en que una miríada de formas-de-vida se agregan material, espiritual y guerreramente en un «Nosotros» y comienzan así a hacer juntas. Diremos así que, cuando los pobladores de un barrio en lo inhóspito de una ciudad o de un pueblo abandonado por el Desarrollo deciden tomarlos de nuevo en sus manos y expulsar a «sus» gobernantes, lo que se manifiesta no es ni la autogestión de un mundo exactamente igual al que los poderes han dejado atrás por un descuido ni un regreso a una situación originaria y más auténtica, sino, más sencillamente, la agregación al fin de formas-de-vida íntegras que actúan en una autonomía absoluta, es decir, sin relaciones de gobierno. Se entiende así por qué hay que añadir una glosa táctica a la enunciación de los pro-zapatistas: «Cambiar el mundo sin tomar el poder», sí, pero constituyendo una potencia. (…) No basta con desmentir o denunciar las mentiras de este mundo, para todos obscenas y evidentes; es preciso construir otros mundos que lo excedan asimétrica y heterogéneamente hasta sepultarlo.
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