Espejos y Espejismos en Slumil K’Ajkemk’op

Lluvia Benjamin y taller ahuehuete *

 

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Las Cabezas de la Hidra Sostienen el Espejo

Un aura de misticismo envuelve la apariencia del movimiento insurgente Zapatista.
El exotismo alrededor de la lucha del pueblo autónomo se hace palpable, casi visible, ante las características imágenes que surgen de los caracoles, generalmente diseminadas y absorbidas por el público sin la mediación textual de los artículos que las acompañan. Se absorben de la manera en la que el espectáculo nos enseñó a percibir la televisión: estática y bidimensional, y raramente como imágenes dialécticas.
El análisis pictórico de la espectadora promedio, sin contexto histórico, toma entonces esa «peculiar» aparición, como un cuadro nature morte. Desde un enfoque estético, el contraste entre el pasamontañas, de un matiz oscuro, yuxtapuesto con los vívidos tonos primarios y secundarios de las vestimentas del pueblo Tsotsil, Tseltal, entre otros, genera una curiosidad casi morbosa en la mente de la espectadora, si se asume que ésta forma parte de sociedades cuya vestimenta es dictada por la industria consumista del sistema capitalista occidental.

 

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El nítido verde (con matices de amarillo-marcatextos) de la Selva Lacandona opuesto a las sensuales fotografías de paliacates rojos y artefactos bélicos han hechizado al observador promedio, independientemente de su alineamiento político.
Cautivar la atención de una audiencia en una sociedad saturada de información resulta entonces un fenómeno significativo. Después de todo –y suponiendo nuestra experiencia común la de una cibernauta en geografías occidentales– entendemos que la cantidad promedio de exposición a imágenes con contenido mercantil en los años 70 era de un promedio entre 500 y 1.600, dependiendo de la densidad poblacional. Se figura que en el 2021 la cantidad de imágenes a las que estamos expuestas figura entre 6.000 y 10.000 por día.
La posición que ocupa el precariado en la lucha de clases, cuya representación se limita a los márgenes sociales, no es digna de consideración en el panorama cultural actual.
Como mencionó el escritor y poeta John Berger:

La pobreza de nuestro siglo no se parece a la de ningún otro.
No es, como lo era antes, el resultado de la escasez natural, sino de un conjunto de prioridades impuestas al resto del mundo por los ricos.
En consecuencia, los pobres modernos no son compadecidos… sino tachados de basura.
La economía de consumo del siglo XX ha producido la primera cultura para la que el mendigo es un recordatorio de nada.»

La presencia del zapatismo, con sus contrastes visuales y el exotismo del que es objeto, como respuesta del público, es una contradicción flagrante pues el lenguaje revolucionario no tenía prevista una lucha insurgente con estas características – desprovista de partido, sin afiliación ideológica declarada como estandarte, anti-identitaria pero multifacética, pero sobre todo no producto de una sociedad altamente educada (educada, según la perspectiva del aparato académico hegemónico, es decir, para los estándares occidentales).
Y como ocurre con los acontecimientos de carácter fantasmagórico, el efecto aurático exhibido da luz a una mitología diversa, cuyo discurso refleja cómo el ser humano filtra ideológicamente el mundo material. El escritor alemán T. W. Adorno mencionó que «sin duda, la mercancía es el arquetipo [Urform] de la ideología; sin embargo, la mercancía en sí no es simplemente una falsa conciencia, sino que es el resultado de la estructura de la economía política». Chiapas es categorizada, cosificada, conceptualizada, y pronto un espejo de la posición tendencial del espectador. Pero sobre todo, Chiapas es percibida en relación a la clase y la comprensión empírica del sujeto con respecto a las realidades materiales de la experiencia frente la pobreza, escasez y del modo de acumulación primitiva en Abya Yala.

 

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Desde Chiapas: El Capital Se Vislumbra Con Lucidez

La perplejidad que acompaña al territorio que se dice llamar México, desde sus inicios recientes como estado-nación ante la fallida revolución agraria (1910 – 1920) no debe asombrarnos, pues podemos encontrar en esta “república” características no presentes en la casi-homogénea sociedad europea a la que Marx fue expuesto.
El modelo de latifundio y hacienda, que rigió a lo que conocemos ahora como el estado libre y soberano de Chiapas, no podría simplemente reducirse a propiedad privada, encomiendas, tributos al cacique y esclavitud-laboral. En este sistema económico, en esta particular lucha de clases, otros factores no presentes en la crítica de la política económica deben contemplarse – y están siendo examinados en el presente, fuera del entorno académico occidental. Incluso, y parece tomar por sorpresa a muchas personas, este análisis puede encontrarse claramente dentro del margen teórico de los comunicados y el acumulado cuerpo literario generado por el zapatismo.
Años de teoría crítica ampliamente disponibles en la red, y con traducciones a múltiples idiomas esperan a cualquiera con una gota de curiosidad. Puede impresionar a algunas personas, especialmente las muchas fellow travelers, desconcertadas pero-bien-intencionadas aunque inconscientes de su prepotencia y condescendencia, que con frecuencia piden entrevistar a una zapatista en exclusiva para su podcast o grupo de lectura. Su deseo de acceder a las formas «extrañamente herméticas» de los insurgentes refleja una reticencia a escuchar sus voces colectivas.
Los comunicados no rehúyen de elocuentes alusiones a la dominante forma del valor y la preponderante preferencia del modo de producción hacia la mercancía, despreciando a estorbos (desde la perspectiva del capital) como lo son la vida humana y la naturaleza.

 

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Esta terminología concurrente en la comunicación zapatista confundiría al europeo de nuestro paradigma anterior –si llegara a enterarse– pues encontraría la voz zapatista contaminada por la «ideología» eurocéntrica «marxista«. ¿Cuándo se percatará de que este «exótico experimento revolucionario» está conformado por seres inteligentes? Dotadas de razón, han reiterado una y otra vez y vuelto a insistir en junio de 2021:

Resulta que, también estudiando y analizando, hemos descubierto algo que puede ser importante, o no; depende.
Dando por hecho que este planeta será aniquilado, al menos en la forma en que lo percibimos actualmente, hemos estado investigando las posibles opciones.
Es decir, creemos haber establecido la identidad del criminal, su modus operandi y el crimen en sí. Esas tres características se combinan para formar un sistema, o una forma de relacionarse con la humanidad y con la naturaleza: el capitalismo».

O como se ha documentado en 2018, durante «300, Parte I: Una finca, un mundo, una guerra, escasas posibilidades” en la exposición del Subcomandante Insurgente Moisés y SupGaleano:

El sistema funciona con esta contradicción (entre otras): quiere deshacerse de la fuerza de trabajo porque su «uso» trae consigo varios problemas (por ejemplo: tiende a organizarse, a protestar, a hacer huelga, a sabotear la producción, a aliarse con otros trabajadores); pero al mismo tiempo el sistema necesita esa mercancía «especial» para consumir otras mercancías.
Por mucho que el sistema intente «automatizarse», la explotación laboral es fundamental para el sistema.
No importa hasta qué punto el consumo se genere en la periferia del proceso de producción, o hasta qué punto el alargamiento de la cadena de producción simule su desvinculación del trabajo humano: sin su mercancía más esencial (la fuerza de trabajo), el capitalismo es imposible.
Un mundo capitalista en el que prevalece el consumo y no existe la explotación es bueno para la ciencia ficción, las cavilaciones en las redes sociales y los sueños perezosos de los admiradores de la izquierda aristocrática suicida.
No es la existencia del trabajo lo que define al capitalismo, sino la caracterización de la capacidad de trabajo como una mercancía que se compra y se vende en el mercado laboral. Eso significa que hay quienes compran y quienes venden y, sobre todo, quienes sólo tienen la opción de venderse.
La posibilidad de comprar fuerza de trabajo la proporciona la propiedad privada de los medios de producción, circulación y consumo. La propiedad privada de los medios de producción constituye el núcleo del sistema.

 

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Sobre esta división de clases (el dueño de la propiedad privada y los desposeídos), y ocultándola como tal, se construye toda una serie de simulaciones jurídicas y mediáticas, así como otras formas probatorias dominantes: la ciudadanía y la igualdad jurídica; el sistema penal y policial; la democracia electoral y el espectáculo (cada vez más difícil de diferenciar); las neorreligiones y la supuesta neutralidad de la tecnología; las ciencias sociales y las artes; el libre acceso al mercado y al consumo; y todo un espectro de tonterías (con algunas versiones más desarrolladas que otras) de cosas como «el cambio empieza en uno mismo», «tú eres el arquitecto de tu propio destino», «cuando la vida te dé limones, haz limonada», «no des pescado a los hambrientos, enséñales a pescar» («y véndeles cañas de pescar»), y, muy de moda hoy en día, esfuerzos por «humanizar» el capitalismo haciéndolo bueno, racional y objetivo, es decir, «capitalismo light».
Pero la máquina quiere beneficios y es insaciable. Su gula no tiene límites y su afán de lucro no tiene ni ética ni racionalidad. Si necesita matar, mata. Si necesita destruir, destruye. Incluso si tiene que matar y destruir el mundo entero.
El sistema avanza en su reconquista del mundo sin preocuparse por lo que se destruye, se conserva o se hace superfluo; cualquier cosa es desechable con tal de obtener el máximo beneficio a la máxima velocidad.»

Y con su característica tendencia al chascarrillo, añade el Subcomandante Insurgente Galeano, para que no quede duda de la fuente referencial:

La máquina está volviendo a los métodos que le dieron origen -por eso nosotros les recomendamos leer la Acumulación Originaria del Capital-, que es mediante la violencia y mediante la guerra que se conquistan nuevos territorios.»

 

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Las Cabezas de la Hidra Sostienen el Espejo

En Slumil K´Ajkemk´op la participación directa en Chiapas –es decir, el haber visitado la zona previamente– era un detalle que se escapaba de la boca de los interlocutores como si de una entrevista de trabajo se tratara y una, de manera aleatoria, mencionara haberse graduado de una institución prestigiosa.
Chiapas, durante las conversaciones entabladas por quienes buscan una sociedad nueva y horizontal a menudo era transformada en un símbolo sacrosanto, en una medalla social, un trofeo para distinguir rápidamente al activista internacional de entre la jerarquía del insurgente. Chiapas era un emblema, un distintivo para las filas del activista promedio: es decir, distinto al provincial, regionalista, o torpemente teórico cuya presencia radica en la parte inferior de la «inexistente» pirámide de la tendencia.
El EZLN, que en México es criticado como passé por el cuerpo demográfico que pretende ser conglomerado como “mestizo” (a menudo un sinónimo erróneo de “ciudadana mexicana”), en Europa posee características distintas. “Una foto dice más que mil palabras” se sugiere. El énfasis en las apariencias no debe extrañar a la lectora. Pero, ¿qué se conoce en concreto del zapatismo fuera de la esfera política? ¿Qué se medita externamente si no se absorbe el aparato discursivo mexicano, que es vocero del estado y del capital, y que pretende la irrelevancia del movimiento a pesar de que la Travesía por la Vida ha demostrado lo contrario?
El EZLN, su orientación hacia la acción directa y su posición antagónica al sanguinario Estado confunde al europeo promedio. La atomización rige las sociedades del núcleo capitalista. El modo de producción capitalista ha llegado tan lejos que la reproducción de este sistema no se limita sólo a nuestra fuerza de trabajo, a nuestra nula posesión sobre los medios de producción, sino a nuestra percepción de la realidad holística, pues ésta también es fetichizada.
Es la insaciable ser por la acumulación del capital, es decir, la única necesidad que se contempla como real: la única prioridad en nuestras sociedades. Consciente del valioso trabajo realizado por la ciencia económica burguesa y la ideología liberal para sostener su reinado, el capital descubrió que promoviendo la individualidad determinaría así su triunfo absoluto.
¡El sujeto, el individuo libre, el ciudadano igualitario! O, más bien, las mejores coartadas utilizadas por el capitalista para ocultar la irrebatible lucha de clases. La producción hoy en día y como en tiempos de Marx, está determinada por las condiciones sociales en las que se encuentran los consumidores, y estas mismas condiciones se basan en el antagonismo de clase.
Estamos desmembradas hasta la médula: es decir, no somos más que entes meramente capaces de vender nuestra fuerza de trabajo de una manera definida en beneficio al capitalista, que a su vez convierte nuestra participación en plusvalía. Esta particularidad existencial, esta vergonzosa realidad –o mejor dicho, identidad– es nuestra estandarización comunal: compartimos esta característica, es decir, somos hermanas en la carencia. Y a su vez, esta misma homogeneización de la clase obrera nos obliga a no identificarnos con la razón de nuestro sometimiento: el trabajo asalariado.
Las palabras de Karl Marx en sus Manuscritos económicos y filosóficos de 1844 resuenan como un eco aún pertinente a nuestra era:

La economía política puede, por lo tanto, avanzar la propuesta de que el proletario, igual que cualquier caballo, debe obtener sólo lo que necesite para poder trabajar.
No lo considera cuando no trabaja, como un ser humano.»

Sin embargo, contrario a lo que se preveía en la teoría marxista ortodoxa y el optimismo de los diversos movimientos obreros, la posición de la trabajadora en relación a su explotación no ha sido la ruta emancipatoria, ni la ecuación necesaria para la fuga social de la prisión a la que la forma del valor nos ha encadenado. Pero como le recuerda Marx a Kugelmann:

La historia del mundo sería, en efecto, muy fácil de hacer, si la lucha se llevara a cabo sólo a condición de que las oportunidades fueran infaliblemente favorables.»

El ser humano oprimido prefiere prescindir de la característica que lo vincula al resto, prefiriendo en cambio definirse a sí mismo -o, como el espectáculo lo describiría más acertadamente-, prefiere expresar su identidad de otras formas.
Como mercancía, la trabajadora ha sido así categorizada de la manera más deshumanizada. Siguen surgiendo múltiples categorías de atomización que nos convierten en infinitos sufijos y prefijos. Si antes el humano se definía y transformaba por su interacción con la naturaleza (es decir, por el fruto del quehacer social: la fuerza vital, el trabajo y la interacción con su milieu), hoy en día las categorías que van surgiendo a diario como hongos en el bosque después de lluvias nos definen por esa estratificación que sufrimos, que es tangible y real y que, sin embargo, sólo responden a los múltiples mordiscos de las cabezas de la hidra y no a su corazón.
Esta misma reducción de nuestra identidad ha producido categorías que parecen más reales que la dominación existente del capital sobre nuestras vidas. Nuestra percepción ignora lo material, que a su vez ignora que es esta misma estructura la que permite nuestro avasallamiento diario, constante y asfixiante.

El capital sólo puede aumentar cambiándose por fuerza de trabajo, engendrando el trabajo asalariado. Y la fuerza de trabajo del obrero asalariado sólo puede cambiarse por capital acrecentándolo, fortaleciendo la potencia de que es esclava. El aumento del capital es, por tanto, aumento del proletariado, es decir, de la clase obrera.»
Karl Marx, Trabajo asalariado y capital (1849)

El proceso de autoidentificación existe también en los movimientos de izquierda, que ven a Chiapas desde la distancia como un espejismo. La constante narrativa de esta mitología impide un análisis materialista -y no idealista- de la realidad que moviliza al zapatismo. La tiranía y el despotismo que sometió a los pueblos originarios durante siglos fue precisamente el «¡ya basta!» de su lucha. El subcomandante Moisés describe con una erudición difícil de encontrar entre las filas de los académicos los entresijos del modo de acumulación primitiva.
Las zapatistas sospechaban que era cierto, que aunque no habían atestiguado esta condición incesantemente obstaculizada, su lucha estaba simplemente enraizada en el deseo de una vida digna, característica que perpetuamente se les negaba (y se les niega). Su intuición les decía que «vivir no es sólo no morir, no es sobrevivir. Vivir como seres humanos es vivir con libertad. Vivir es arte, es ciencia, es alegría, es danza, es lucha».
El Escuadrón Marítimo Zapatista 421 lo expresó de manera más concreta durante su poderoso discurso del 13 de agosto de este año en Madrid:

Entonces hay alguien o algo que nos impide vivir, que nos arrebata la libertad, que nos engaña, que nos estafa, que nos acorrala, que nos quita el mundo a cada uno con mordiscos, con cuchilladas, con heridas.»

El «¡ya basta!» de los pueblos originarios se transmite por medio de la teoría y la práctica, la contemplación y la lucha. «Marx nunca renunció a la praxis», admitió Theodor Adorno, «y mucho menos dejó un manual con instrucciones claras». Entendía que las condiciones del pueblo y del individuo en busca de la emancipación serían diferentes en cada terreno y, sin embargo, generales, pues el sometimiento era materialmente infligido. En palabras del escritor Jasper Bernes: No se puede desaprender el hambre. Adorno lo expresó así:

La praxis es una fuente de poder para la teoría, pero no puede ser prescrita por ella. En la teoría, aparece simplemente, y de hecho necesariamente, como un punto ciego, como una obsesión por lo que se critica.»

 

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Con los Ojos en el Corazón (de la Hidra)

Su crítica, el «¡ya basta!» de las comunidades zapatistas, ha suscitado un violento precio, como sucede con todos los movimientos revolucionarios en busca de autonomía comunal: se convierten, desde el principio, en una bomba de tiempo. Sangre, cadáveres, pérdidas, dolor, lágrimas, violencia.
El capital y el Estado se han declarado propietarios de todo y de todas. Nuestra fuerza de trabajo es lo único que poseemos, y tiene un precio. Nuestra identidad es esto, a lo que el modo de producción nos ha reducido. Como le recordó a Kugelmann el barbón:

Una vez comprendida la interconexión, toda creencia teórica en la necesidad permanente de las condiciones existentes se derrumba antes de su colapso en la práctica.
Por lo tanto, a las clases dominantes les interesa absolutamente perpetuar una confusión sin sentido.»

El movimiento identitario, incorporado al lenguaje de la hidra, se nutre del ofuscamiento en nuestra lógica. En palabras del SupGaleano (SupGaleano, Junio del 2021. La Travesía por la Vida: ¿A QUÉ VAMOS?):

Ahora bien, según las grandes producciones fílmicas de Hollywood, la salida frente a la catástrofe mundial (siempre algo externo –alienígenas, meteoros, pandemias inexplicables, zombis parecidos a candidatos a algún puesto público-), es producto de una unión de todos los gobiernos del mundo (encabezados por los gringos)… o, peor, del gobierno estadounidense sintetizado en un individuo, o individua (porque la máquina ya aprendió que la farsa debe ser incluyente), que puede tener las características raciales y de género políticamente correctas, pero lleva en su pecho la marca de la Hidra.»

Y como nuestra existencia se resume –de acuerdo al presente modo de producción– sólo a nuestra mano de obra en venta para sobrevivir, y ésta tiene un monto numérico, todo se puede comprar ante los ojos del capitalista. «Todo y todas tienen un precio», se burla el capitalista, sin comprender que no se trata de un defecto deontológico, ni de una tragedia intrínseca a la naturaleza humana, sino el resultado de la disposición total a la que nos somete el sistema.
Tal y como afirma el Subcomandante Insurgente Moisés en su esclarecedora exposición de la trayectoria realizada desde el periodo de acumulación primitiva del capital hasta nuestros días, «El mundo capitalista es una plantación amurallada» (12 de abril de 2017):

En el capitalismo no hay países, así lo vemos. El capitalismo va a convertir el mundo entero en una plantación. Va a disgregar todo, como ya es, lo que llamamos el país de México, el país de Guatemala, pero todo estará bajo un grupo de patrones gobernantes. […]
Porque el que manda ya no es el que manda. El patrón capitalista es el que manda. […] Los gobernadores son los capataces. Los presidentes municipales son los capataces. Todos ellos actúan al servicio del capitalismo.
Esto significa que el patrón gobernante, el capitalismo, va a convertir al mundo entero en su plantación, eso si lo permitimos. Nuestra pregunta ahí como zapatistas es: ¿por qué ellos -los capitalistas- cambian su modo de explotación? ¿Y por qué no cambiamos nosotros nuestra forma de lucha para salvarnos de eso?».

 

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El soñador y filósofo alemán Walter Benjamin declaró que «la tradición de los oprimidos nos enseña que el ‘estado de emergencia’ en el que vivimos no es la excepción sino la regla».
La violencia infligida diariamente a las comunidades zapatistas no llega a los oídos de quienes glorifican el movimiento hasta que un comunicado expresa explícitamente la importancia de la solidaridad global (Chiapas al Borde de la Guerra Civil, Enlace Zapatista, 2021), pues consideran al zapatismo como un concepto concluido, acabado y victorioso.
Lo perciben, al fin y al cabo, de la misma forma que las múltiples identidades contrarias al statu quo que se adjudican, una narración sucinta de sus existencias fetichizadas, una apariencia. El zapatismo en Slumil K’Ajkemk’op a menudo se reduce a esto: una excepción a la regla, un experimento hipnótico y victorioso. Un espejismo de insurrección a la distancia.

 

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Hay reticencias en la Slumil K’Ajkemk’op. Las imágenes sensuales del movimiento insurgente («¡anarquista! ¡antiestatal! ¡anticapitalista! ¡comunista!», como intentan definirlo bajo categorías familiares) son somníferas para el insumiso europeo. El sueño de la razón crítica, que produce monstruos frente a la valoración adecuada de nuestras condiciones materiales, se apodera de estas figuras antisistémicas. La dicotomía revolucionaria sólo permite una dualidad: barricada o trinchera, ocupación o liberación, revolución o reforma, victoria o derrota.
Ante las múltiples intervenciones paramilitares en el Municipio Autónomo de Lucio Cabañas y el acoso del grupo paramilitar «Los 40«, los oídos del insumiso en Slumil K’Ajkemk’op son sordos. El asesinato de Simón Pedro a plena luz del día, es decir, el disparo en la cabeza que recibió este defensor de los derechos humanos y miembro de la organización civil pacifista «Las Abejas de Acteal» –frente a su hijo– no llegó a los oídos del insumiso, fue una estadística más.
Ante las constantes amenazas y desapariciones que reporta la organización FRAYBA, o ante aquellas enfrentadas sin castigo por las que las redes de resistencia y rebeldía describen en sus convocatorias para demostraciones solidarias, el oído en Slumil K’Ajkemk’op parece perturbado, incapaz de procesar esta información hasta que se le enfatiza de la manera más directa; se demuestra perturbado porque el zapatismo le parece un proyecto concluido, extraño, pero concluido. Extraño, pero triunfante. Una excepción histórica.

Una excepción histórica que sólo puede manifestarse en la selva, lejos, y no en la sociedad.
El zapatismo no puede reproducirse aquí, en la sociedad normal».

En la sociedad normal. Este adjetivo –una cita ad verbum escuchada en Slumil K´Ajkemk´op– describe más a quien lo expresa que a la entidad que se propone describir.
Ante esto, en su intercambio epistolar sobre estética (y política, diría antes, pero sería redundante porque toda estética es política, incluso la que se autodenomina «apolítica», que es reaccionaria), el difunto Subcomandante Insurgente Marcos desde las montañas del sureste mexicano le comentaba a John Berger:

Esto no pasa aquí», dice la visión del lector de la foto, «eso es Chiapas, México, un accidente histórico remediable, superable y… lejano». Hay, además, otras lecturas que lo confirman: anuncios, cifras económicas, estabilidad, paz. Para eso sirve la guerra indígena de fin de siglo, para revalorizar la «paz». Igual que una mancha resalta el blanco que la sufre. «Yo estoy aquí y esta foto tiene lugar en otro lugar, lejano, pequeño», dice la «lectura» que se distancia.»

 

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La Travesía por la Vida tiene como propósito el diálogo y el tejido de luchas al margen de las múltiples identidades y padecimientos que nos oprimen. Entienden la multiplicidad de dolores en la tierra que hacemos como nuestros. Entienden, como lo afirman claramente, que:

Nos diferencian y distancian las tierras, los cielos, las montañas, los valles, las estepas, las selvas, los desiertos, los océanos, los lagos, los ríos, los arroyos, las lagunas, las razas, las culturas, las lenguas, las historias, las edades, las geografías, las identidades sexuales y no sexuales, las raíces, las fronteras, etcétera.»

Las comunidades zapatistas acuden a Slumil K’Ajkemk’op para escuchar, para dialogar, pero sobre todo para escuchar. No de forma antropológica a la inversa, con el objeto de estudio (el noble salvaje deshumanizado que deleitó y sigue deleitando a los antropólogos) ahora entrevistando al entrevistado, pues el proyecto carece de esa cualidad vengativa. Pero, ¿por qué? No se trata de movilizar con base en lo que nos separa: verdugo y víctima, o proletariado explotado versus capitalista, como intentó y fracasó la retórica de los movimientos obreros del siglo pasado.
Esta retórica sigue siendo parte de la narrativa capitalista, subyugada a la forma del valor, aún funcionando dentro de ella. El zapatismo propone algo diferente, pero no impugnando el axioma de que la historia la escribe la lucha de clases. No, mantiene ese principio por encima de todo: el corazón de la hidra capitalista es el objetivo. Simplemente reitera la cuestión de forma diferente. El incentivo más cautivador, sostienen, no es el de nuestra subyugación palpable, la lucha de clases que vivimos a diario o la explotación como norma. A través de un modelo de constelaciones, nos incita a preguntarnos –porque entiende que la pregunta no se dirige a un público homogéneo– «¿cómo sería la vida si otro mundo fuera posible? ¿Y por qué no lo es?».
Las palabras del Subcomandante Moisés resuenan como la forma de la constelación de Benjamin:

Cada persona debe luchar, y debemos apoyarnos mutuamente, pero ese apoyo no puede sustituir la lucha de cada uno. Quien lucha tiene derecho a decidir la dirección de su camino y con quién lo recorre. Si los demás se insertan, entonces ya no están apoyando esa lucha, sino suplantándola. Apoyar es respetar, no tratar de dirigir o mandar […] Nadie nos va a liberar sino nosotros mismos». (El arte que no se ve ni se oye. 29 de julio de 2016).

Movilizarnos, pues, por la potencialidad de los muchos mundos que podríamos crear. Una visión mucho más tierna y lógica que la sed de producción de plusvalía. Frente a la sed de capital, la vida. Frente a la explotación, la búsqueda de caminos hacia la dignidad. Frente a la injusticia, la digna rabia, es decir, la acción de movilización, la praxis basada, como acaba de mencionar Adorno hace unos párrafos, en la rabia que nace naturalmente, a través de la observación crítica, como resultado o «como obsesión de lo que se critica«.

 

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El Eco de Benjamin: La Tradición de las Oprimidas

El siglo pasado nos ha demostrado que es imposible movilizarse sobre la base de nuestra posición en el modo de producción, es decir, como miembros de la clase obrera sin voluntad propia.
Según el análisis de los pensadores contemporáneos Aaron Benanav y John Clegg:

La dominación del capital sobre el trabajo se reforzó en la organización y disposición de la producción fabril. De hecho, los capitalistas fueron capaces de tomar las divisiones que corrían por el mercado laboral e importarlas.
Los trabajadores siguieron divididos en términos de género, lengua, religión y costumbres regionales. A estas diferencias se añadieron otras nuevas: la raza y la nacionalidad, así como las jerarquías emergentes y en constante cambio de las habilidades y la educación.
En este sentido, la unidad obrera seguía siendo, en su mayor parte, una unidad en la separación: era una unidad mediada por el capital; por lo tanto, no estaba disponible como arma preparada en la lucha por la emancipación del capital».

Los pueblos originarios afiliados al EZLN admiten que la solidaridad espacio-territorial es posible, de hecho necesaria, a pesar de nuestras diferencias, porque es «la comprensión de que es un sistema el responsable de estos dolores» lo que nos une. «El verdugo es un sistema explotador, patriarcal, piramidal, racista, ladrón y criminal: el capitalismo. La conciencia de que no es posible reformar este sistema, educarlo, atenuarlo, limarlo, domesticarlo, humanizarlo».
Las palabras de Benjamin están presentes como un eco. No se equivoca, la tradición de los oprimidos nos enseña que el «estado de excepción» en el que vivimos no es sino la regla.
Las zapatistas reconocen que, a pesar de haber expropiado las tierras de los caciques, de los hacendados y del Estado («la tierra es de quien la trabaja»), esta expropiación está condicionada y sujeta a la amenaza de la violencia continua.
Su existencia y su funcionamiento social autónomo representa un desafío al modo de producción y, por tanto, debe ser exterminado. La amenaza no termina con el éxito del territorio emancipado de las garras del capital. El terror y la violencia siguen presentes incluso después del triunfo autónomo con respecto al Estado, y de las diferentes economías participativas en un entorno comunal.
La victoria sobre la hidra no es la emancipación de la tríada obrero-máquina-fábrica, ni el cese del estado de explotación. La comunización sobre la propiedad privada, la solidaridad sobre el individualismo, la dignidad sobre la explotación, la hermandad frente a la indiferencia, la vida sobre el capital deben expandirse de forma radical, es decir, nuestra misión es extirpar verdaderamente la hierba venenosa desde la raíz. Abolir la forma-de-valor, entendiendo su escurridiza tendencia a reaparecer bajo diferentes nombres, y comprendiendo que su apariencia no es sino la constante metamorfosis.
La tierra que se niega a claudicar debe abolir sus límites miopicos en la teoría y en la práctica. O todas las bolsas espaciales que antropólogos y postulantes académicos utilizan como excepción a la regla en su material como ejemplos de territorios en resistencia serán reclamadas tarde o temprano.
El llamado de Slumil K’Ajkemk’op a elegir vida y dignidad para todas y todos («¡Frente al gran capital, una milpa en común!») debe ser escuchado en toda la superficie terrestre.

 

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El tejido de solidaridad global es la única soga que nos aproximará al salvavidas. De lo contrario, la horca será tejida en su lugar, atada sobre el cuello de la Madre Naturaleza. Y con esta sentencia, finalmente nuestra extinción.
No nos queda mucho tiempo.

La supervivencia de la humanidad depende de la destrucción del capitalismo».

 


* Texto enviado para su publicación en Comunizar, noviembre de 2021.

Enlace a la página web de taller ahuehuete.


 

 

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