Hegel y Haití

Susan Buck-Morss, Hegel y Haití. La dialéctica amo esclavo.

Después de leer este texto, ni la Fenomenología del espíritu de Hegel, ni la revolución francesa, podrán seguir siendo interpretadas tal como hasta ahora. Lo que Susan Buck-Morss se atreve a proponer es que la famosa teoría hegeliana de la «lucha a muerte» entre el amo y el esclavo surgió en Hegel a partir de un acontecimiento histórico concreto: la revolución de Haití de principios del siglo XIX. A través de una rigurosa investigación, Buck-Morss señala que la teoría del amo y el esclavo tiene como origen la lectura de los periódicos que llevaban a los lectores europeos noticias de la revolución que se estaba dando en la colonia más rica de su tiempo y en la que esclavos reales se rebelaban exitosamente contra amos reales. Los espectaculares acontecimientos de Santo Domingo, donde negros jacobinos inspirados en la revolución francesa tomaban en sus propias manos su liberación, superaban a la metrópoli en la realización activa de las metas revolucionarias. Hegel y Haití obliga de esta forma a modificar el mapa que ubica los acontecimientos coloniales en los márgenes de la historia europea. Quebrando los límites disciplinarios, Susan Buck-Morss recupera para nuestro propio tiempo un relato de libertad silenciado por la historia que contaron los vencedores.

 

Hegel y HaitíEn el siglo XVIII, la esclavitud se había convertido en la metáfora principal de la filosofía política de Occidente para connotar todo lo negativo de las relaciones de poder. La libertad, su antítesis conceptual, era para los pensadores del Iluminismo el más alto y universal de los valores políticos. Sin embargo, esta metáfora política comenzó a arraigarse en una época en que la práctica económica de la esclavitud -la sistemática y altamente sofisticada esclavitud capitalista de pueblos no europeos como fuerza de trabajo en las colonias- se iba incrementando cuantitativamente e intensificando cualitativamente, hasta el punto que a mediados de siglo todo el sistema económico de Occidente estaba basado en ella, facilitando paradójicamente la difusión global de los ideales iluministas con los que se hallaba en franca contradicción.

Esta flagrante discrepancia entre pensamiento y práctica marcó el período de transformación de la forma mercantil del capitalismo global en su forma protoindustrial. Podría pensarse que, seguramente, de manera no racional, los filósofos “iluminados” fueron incapaces de percibirlo. Pero no fue el caso. La explotación de millones de trabajadores esclavos en las colonias fue aceptada como parte de una realidad dada por los mismos pensadores que proclamaban que la libertad era el estado natural del hombre y su derecho inalienable. Aun cuando los reclamos teóricos de libertad se transformaron en acción revolucionaria sobre la escena política, la economía esclavista de las colonias que funcionaba entre bastidores permaneció en la oscuridad.
Si esta paradoja no pareció perturbar la conciencia lógica de los contemporáneos, resulta tal vez más sorprendente que los escritores de hoy, con pleno conocimiento de los hechos, sean todavía capaces de escribir historias de Occidente concebidas como relatos coherentes sobre la libertad humana. El motivo no es necesariamente intencional. Cuando las historias nacionales son concebidas como autosuficientes, o cuando diferentes aspectos de la historia son abordados por disciplinas aisladas, la contraevidencia se hace a un lado por irrelevante.

Cuanto más especializado sea el conocimiento, cuanto más avanzado sea el nivel de investigación, cuanto más extensa y venerable sea la tradición de estudios de un área, más fácil resulta ignorar los hechos discordantes. También vale la pena destacar que la especialización y el aislamiento también son peligrosos para nuevas disciplinas tales como los estudios afroamericanos, o para nuevos campos como los estudios de la diáspora, que fueron establecidos precisamente como un remedio para la situación. Los límites disciplinarios permiten que la contraevidencia pertenezca siempre a la historia de otro. Después de todo, un erudito no puede ser un experto en cualquier campo. Es razonable. Pero tales argumentos son un modo de evitar la incómoda verdad de que si ciertas constelaciones de hechos son capaces de penetrar en lo profundo de las conciencias de los eruditos, perturbarían no sólo las venerables narraciones, sino también las trincheras académicas que las (re)producen. Por ejemplo, no hay ningún lugar en la universidad en el que la constelación particular de estudio “Hegel y Haití” pueda tener su sede. Tal es la tarea que me ocupa, y voy a tomar una ruta tortuosa para cumplirla. Lo siento, pero este aparente desvío es el argumento mismo.

 

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Hegel y Haiti

Batalla de Vertiéres, en la que los haitianos vencieron al ejército de Napoleón.

 

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