Movilización total, Maurizio Ferraris

Maurizio FerrarisEs la noche del sábado, tradicionalmente consagrada al descanso. Me despierto. Me intereso por saber la hora y, obviamente, miro el teléfono, el cual me dice que son las tres. Pero, al mismo tiempo, observo que me ha llegado un correo. No resisto a la curiosidad, o mejor a la ansiedad (el correo tiene que ver con un asunto de trabajo), y ya no hay vuelta atrás: lo leo y respondo. Estoy trabajando —o quizás sea más exacto decir que estoy ejecutando una orden— en la noche del sábado, dondequiera que esté.

La llamada (vibración del móvil, molesto tintineo, o incluso, como en mi caso, tan solo la notificación de un correo) es una llamada a las armas en el corazón de la noche y en plena vida civil, igual que en la movilización total de la que hablaba Ernst Jünger en los años treinta. Pero, aparentemente, no hay guerras en curso, al menos en las latitudes desde las que combato mi solitaria batalla armado con el móvil. Y sospecho que no soy el único en estas condiciones. Llega un mensaje y nos moviliza. Nos moviliza sobre todo en la medida en que, al encontrarse en un soporte móvil, es un Diktat que nos alcanza en cualquier parte del mismo modo que puede movilizar a otros miles de millones de personas.

De hecho, actualmente, el número de abonados a los dispositivos móviles supera al de la población mundial. ¿Quién lo habría imaginado hace solo veinte años? A día de hoy, tres mil millones y medio de usuarios de la red, esto es la mitad de la población mundial, escribe (y, lo que es más grave, recibe) sesenta y cuatro mil millones de correos electrónicos, lanza veintidós millones de tweets y publica un millón de entradas. ¿Qué se preguntan? ¿Qué se dicen? Obviamente muchas cosas, en gran medida algo como «¡Soy yo, existo, estoy aquí!». Pero esta —por decirlo de modo burocrático— autocertificación de existencia en vida parece ser ya la respuesta a una pregunta fundamental: «¿Dónde estás? ¡Preséntate! ¡Actúa!». Esto es, a la llamada que me moviliza de noche y que proviene, antes que de un usuario humano cualquiera, de aquello que analizaré bajo el nombre, amenazante pero creo que apropiado, de «aparato» [apparato].

No es difícil percibir en las ARMI (propongo este acrónimo como nombre genérico de los terminales de la movilización: Aparatos [apparecchi] de Registro y Movilización de la Intencionalidad) el tono entre indiscreto y autoritario de la pregunta fundamental que dirigimos cada vez que llamamos a alguien al móvil. «¿Dónde estás?» es un apóstrofe que se arroga la autoridad de saber dónde estamos, como si preludiara una infracción del habeas corpus, y a la vez posee el tono que no admite réplica del «¿Dónde está tu hermano?» con el que Dios se dirige a Caín.

Es el tono de fondo, el bajo continuo que, más allá de cualquier contenido de la comunicación, confiere un estilo militar a la llamada. Al responder soy yo mismo (o al menos creo serlo, y con esto basta), sigo el mandamiento de una religión de la cual soy, al fin y al cabo, un creyente, en una situación que dista mucho de la que está vigente en una cadena de montaje. Como es obvio, alguien podría objetarme que la alienación es precisamente esto: creer perseguir algo nuestro mientras nos perdemos en intereses y acciones programados por otros. A lo que yo, de manera no menos obvia, podría rebatir que, por lo que ambos sabemos, él podría ser un zombi programado para publicar compulsivamente mensajes de crítica de la ideología en las redes sociales. Una retorsión inevitable y no demasiado aguda del argumento, pero verdadera: incluso el más implacable crítico del sistema, el bloguero más irritable y huraño, el intelectual más disidente, aceptaría, en su disidencia, el sistema que critica a través de petulantes entradas y tweets.

Lo más inquietante es el imperio militar que ejerce la llamada. El aparato [apparecchio] que funciona como terminal del aparato [apparato] parece ordenar algo, al contrario de lo que habría hecho un medio del siglo pasado, como una radio o un televisor, dedicados al entretenimiento, a la información y, claro está, a la persuasión. Actividades que antiguamente habrían sido censuradísimas por la crítica de la cultura, y a menudo con excelentes motivos, pero, en definitiva, bondadosas y, al fin y al cabo, pacíficas con respecto a la llamada. Habría podido limitarme, sin duda, a mirar la hora y beber un vaso de agua, dejando la respuesta para la mañana siguiente. En efecto, así sucede muchas veces. Pero el mismo hecho de que, en ocasiones, pueda llegar a darse una reacción compulsiva de este tipo, que transforma los dispositivos móviles en aparatos de movilización, nos lleva a cuestiones que nada tienen que ver con las peculiaridades propias de los viejos y los nuevos medios. Más bien, los nuevos medios revelan algo muy antiguo, que forma parte de la esencia misma de nuestra forma de ser humanos, así como de nuestra forma de ser sociales.

Leer o descargar, libro en PDF: Movilización total, de Maurizio Ferraris

 

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