Mark Fisher: ¡Viva el resentimiento!

Una cosa que me gustaría intentar es reapropiar la noción de «resentimiento» de lo que podría ser una acción miserabilista basada en el uno contra uno. La bizarra paz social de la Londres brasilificada, un lugar donde el crimen de pobres contra pobres ocurre a escasa distancia de los enclaves de los súper ricos, se basa en el declive de una particular forma de resentimiento: en lugar de despreciar, resistir o directamente odiar a los ricos que están entre ellos, se vuelven invisibles o se aspira a ser como ellos. El resentimiento es la fuerza que se rehúsa a dejar que las heridas sanen, que recuerda las viejas derrotas para algún día poder vengarse. En términos populares, es la delirante lucha de clases de la canción de Pulp «I Spy»; en términos políticos, se trata de la nueva revolución como un fantasmagórico regreso de la antigua.

Owen Hatherley

 

En un posteo reciente en su blog, el periodista Owen Hatherley argumentó a favor del resentimiento (1). Paralelamente, uno de los momentos más destacados de las conferencias de Zizek en el Birkbeck Institute for the Humanities de la Universidad de Londres fue su audaz intento por hacer eso mismo; uno de sus más valiosos esfuerzos por invertir los principios ortodoxos de izquierda (y tal vez del postestructuralismo).

Reivindicar un cierto tipo de resentimiento no tiene por qué ser una maniobra antinietzscheana. Nietzsche, después de todo, no denunciaba el resentimiento per se, sino más bien el resentimiento negado. La culpa del esclavo es su mala sublimación de ese resentimiento; en lugar de admitir que codicia el poder y la fuerza de su amo, el esclavo pretende (para sí mismo) que es mejor ser pacificado, condenado. Un resentimiento que indujera al esclavo a levantarse y superar al amo ya no pertenecería a la moral esclava.

El resentimiento es un afecto mucho más marxista que los celos o la envidia. La diferencia entre resentir la clase dominante y envidiarla, es que los celos implican un deseo por volverse la clase dominante, mientras que el resentimiento sugiere una furia hacia su posesión de recursos y privilegio. Un resentimiento que llevara solo a la inacción quejosa es ciertamente la definición misma de una pasión inútil. Pero el resentimiento no tiene por qué terminar en impotencia. Efectivamente, mi experiencia en los sindicatos de profesores sugiere que es mucho más fácil motivar a los trabajadores apelando a sus sentimientos de resentimiento que apelar directamente a cualquier sentido innato de valor propio. El resentimiento al privilegio y a la injusticia es en muchos casos el primer paso hacia la confrontación de los sentimientos de inferioridad introyectados y dados por sentado. «Sí… ¿Por qué deberían ellos llevarse más que nosotros?»

He citado en varias oportunidades las importantes observaciones de Jameson acerca de la clase y la experiencia de inferioridad. No me disculpo por repetir este fragmento: «La conciencia de clase», escribió, «gira antes que nada en torno a la subalternidad, es decir, en torno a la experiencia de inferioridad. Esto significa que las ‘clases bajas’ llevan en la cabeza convicciones inconscientes acerca de la superioridad de las expresiones y de los valores de las clases dirigentes o hegemónicas, que al mismo tiempo trasgreden y repudian de formas ritualistas (y social y políticamente ineficaces)» (2). A menos que el resentimiento sea confrontado, cualquier afirmación corre el peligro de volverse una afirmación inconsciente de la propia posición inferior y subordinada. La afirmación acabará precisamente como una «trasgresión ritual, social y políticamente ineficaz», como una puesta en escena, que deja intacta la estructura de clase. La voluntad de volverse más («No soy nada y debería serlo todo») se convierte en una defensa de lo que uno ya es. «My defences/ become fences…» [Mis defensas/ se convierten en barreras…].

El resentimiento no reconocido se mantiene como el motor libidinal dominante en la experiencia de inferioridad, y nada expresa mejor este fenómeno que el hip-hop: el realismo capitalista como lotería social y espectáculo caricaturesco, con los machos solitarios en sus penthouses, enfrascados en una especie de resentimiento del resentimiento. «¿Por qué no nos dejan disfrutar de nuestra riqueza en paz?» Es atinado que Owen invoque a Tricky al hablar de este tema. Su disco Pre-Millennium Tensión encaja en la larga tradición de desilusión de la clase trabajadora con la parafernalia del éxito pop. Las lineas de «Christiansands» que cita Owen -»I’ll master your language» [Dominaré tu lenguaje] (seguidas por: «and in the meantime I’ll create my own» [y mientras tanto crearé uno propio])- resonarán con cualquiera que se proyecte más allá de la clase subordinada o con cualquiera que desee escapar de esa subordinación.»Tricky Kid» cuenta lo que pasó cuando Tricky logró su objetivo; es al mismo tiempo su versión de hombre que alardea («I live the life they wish they did… Now they call me superstar» [Vivo la vida que ellos desearían vivir. .. ahora me llaman superestrella]) y el registro de su repulsión frente a lo que ve en la cima («coke in ya nose» [cocaína en tu nariz]). La repulsión por el regocijo de la clase dominante se desdobla como autorrepulsión, ambas deslizándose en una manía religiosa; la dislocación de clase nunca sonó tan psicótica. Desafortunadamente, Tricky no pudo resolver las contradicciones que su éxito produjo; ¿cómo iba a poder? ¿Cómo podría cualquier individuo?

Es precisamente en esta afirmatividad obligatoria con la que insiste la cultura contemporánea en la que podemos encontrar el costado nocivo del resentimiento. Tomemos por ejemplo el papismo. Hay una dimensión de clase muy definida en mi rechazo al popismo. El papismo pareciera implicar la reelaboración de un set de complejos de la clase dominante: una señora de alta sociedad que se permite disfrutar de placeres prohibidos. «Debería gustarnos la música clásica, ¡pero a nosotros nos encanta el pop!» Para aquellos que no fuimos criados en la alta cultura, el llamado del popismo a mostrarse siempre entusiastas frente a la cultura de masas es bastante similar a que te digan (tus superiores de clase, por supuesto) que te contentes con tu lote. A partir de esta reelaboración de sus propios resentimientos, lo que el popismo nos quita es nada más y nada menos que el derecho de las clases subordinadas a sentir resentimiento. Por contraste, la importancia de alguien como Dennis Potter(3) o algo como el postpunk, que estos dieron acceso a aspectos de la alta cultura en un espacio que deslegitimaba la exclusividad y el privilegio de la alta cultura. El espacio utópico que abrieron era uno en el cual la ambición no tenía por qué terminar en asimilación, donde la cultura de masas podía tener toda la sofisticación e inteligencia de la alta cultura: un espacio que apuntaba a acabar con la presente estructura de clase, no a invertirla.

Owen tiene razón. El resentimiento es una respuesta apropiada a la degradante y degradada versión de la cultura popular que hoy nos sirven las elites de Oxford y Cambridge. Resentimiento versus desprecio y condescendencia. Resentimiento y descontento: el comienzo de la resistencia contra la positividad obligatoria del realismo capitalista.

 

Notas:

  1. Owen Hatherley, «Reclairning Resentrnent», disponible en nastybrutalistandshort.blogspot.com.
  2. Fredric Jameson, «La carta robada de Marx», en Michael Sprinker (ed.), Demarcaciones espectrales: en torno a Espectros de Marx, de Jacques Derrida, Madrid, Akal, 2002.
  3. Dennis Potter (1935-1994) fue uno de los primeros escritores europeos que, a mediados de los sesenta, cuando la mayor parte de sus colegas consideraba la televisión corno «arte ínfimo» al servicio del escapismo, descubrió en el medio un instrumento poderosísimo para llegar a las grandes audiencias y un juguete tecnológico con el que lograr el viejo sueño del «arte total»: teatro, novela, cine y música como un todo compacto e inseparable. De extracción humildísima, hijo de un minero, Potter logró estudiar en Oxford gracias a una beca, trabajó como documentalista en la BBC y crítico en el Daily Herald y fue candidato laborista por la circunscripción de Hertfordshire East en las elecciones de 1964. (N. del T).

 

Mark Fisher: Viva el resentimientoMark Fisher también conocido como «k-punk», fue un escritor británico, crítico y téorico de la cultura. Trabajó como profesor en el Departamento de Culturas Visuales en el Goldsmiths College de la Universidad de Londres. Adquirió notoriedad por las entradas de su blog firmadas como k-punk a comienzos del siglo XXI y por sus escritos relativos a política radical, música y cultura popular. Murió el 13 de enero de 2017 a la edad de 48 años, poco antes de la publicación de su último libro The Weird and the Eerie (en español, Lo Raro y lo Espeluznante, Ed. Alpha Decay.) Su mujer confirmó que se había suicidado. Su lucha con la depresión fue narrada por el propio Fisher en varios artículos y en su libro Realismo Capitalista, donde argumentaba que «la pandemia de angustia mental que aflige nuestros tiempos no puede ser correctamente entendida, o curada, si es vista como un problema personal padecido por individuos dañados». El texto ¡Viva el resentimiento! está incluido en la colección de ensayos «Los fantasmas de mi vida», publicado en el año 2014.

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