¿Qué es el miedo, en el cual hoy los seres humanos parecen haber caído hasta tal punto que los hace olvidarse de sus propias convicciones éticas, políticas y religiosas? Sin duda, algo familiar y, sin embargo, si intentamos definirlo, parece escapar obstinadamente a la comprensión.
En el § 30 de Ser y tiempo, Heidegger trató de modo ejemplar el miedo como tonalidad emotiva. El miedo sólo puede comprenderse si no se olvida que el ser-ahí (es este el término que designa la estructura existencial del ser humano) siempre está ya dispuesto en una tonalidad emotiva, que constituye su originaria apertura al mundo. Precisamente porque en la situación emotiva lo que se halla en cuestión es el descubrimiento originario del mundo, la conciencia siempre está ya anticipada por ella, y por tanto no puede disponer de ella ni creer que puede dominarla a su antojo. En efecto, la tonalidad emotiva en modo alguno ha de ser confundida con un estado psicológico, sino que tiene el significado ontológico de una apertura que siempre ya ha abierto al ser humano a su ser en el mundo y a partir de la cual sólo son posibles experiencias, afecciones y conocimientos. “La reflexión puede encontrar experiencias sólo porque la tonalidad emotiva ya ha abierto el ser-ahí”. La tonalidad emotiva nos asalta, pero “no proviene de afuera ni de adentro: surge en el ser-en-el-mundo mismo como una de sus modalidades”. Por otra parte, esta apertura no implica que eso a lo cual ella abre sea reconocido como tal. Al contrario, manifiesta una facticidad desnuda: “el puro ‘que es’ se manifiesta, el desde dónde y el en dónde permanecen ocultos” (§ 29). Por esto Heidegger puede decir que la situación emotiva abre al ser-ahí en su “ser-arrojado” y “entregado” a su mismo “ahí”. La apertura que se da en la tonalidad emotiva tiene, entonces, la forma de un ser remitido a algo que no puede ser asumido y de lo cual se busca –sin éxito– escapar.
Esto se vuelve evidente en el descontento, en el aburrimiento o en la depresión, que, como toda tonalidad emotiva, abren el ser-ahí “más originariamente que cualquier percepción de sí”, pero también lo cierran “más rotundamente que cualquier no-percepción”. Así, en la depresión “el ser-ahí se vuelve ciego respecto de sí mismo; el mundo ambiente del cual se cuida resulta velado, la previsión ambiental se ensombrece”; y, no obstante, también aquí el ser-ahí se entrega a una apertura de la cual no puede liberarse de ningún modo.
El tratamiento del miedo debe situarse en el marco de esta ontología de las tonalidades emotivas. Heidegger comienza examinando tres aspectos del fenómeno: el “ante qué” [Wovor] del miedo, el “tener miedo” [Fürchten] y el “por lo que” [Worum] del miedo.
El “ante qué”, el objeto del miedo, siempre es un ente intramundano. Lo que aterroriza siempre es –cualquiera que sea su naturaleza– algo que se da en el mundo y que, como tal, tiene el carácter de amenaza y el carácter de daño. Ese algo es más o menos conocido, “pero no por esto es tranquilizador”, y sin importar la distancia desde la cual proviene, se sitúa en una proximidad dada. “El ente dañoso y amenazante no se encuentra todavía a una distancia controlable, pero se acerca. A medida que se acerca, el carácter de daño se intensifica y produce así la amenaza […] en cuanto se acerca, lo dañoso se vuelve amenazante, podemos ser golpeados por él o no. Al volverse más próximo aumenta este ‘es posible pero tal vez no’ […] la aproximación de eso que es nocivo nos hace descubrir la posibilidad de ser perdonados, de su ir más allá, pero esto no suprime ni disminuye el miedo, más bien lo incrementa” (pp. 140-141). (Este aspecto, por así decirlo, de “cierta incertidumbre” que caracteriza al miedo también es evidente en la definición que de él da Spinoza: una “tristeza inconstante”, en la cual “se duda de que suceda algo odiado”).
En cuanto al segundo aspecto del miedo –el temer (el propio tener miedo)–, Heidegger precisa que un mal futuro no se prevé primero racionalmente y luego, en un segundo momento, se lo teme: desde el inicio, más bien, se descubre que la cosa que se aproxima es temible. “Sólo teniendo miedo, el miedo puede, al observar expresamente, darse cuenta de eso que da miedo. Constatar eso que da miedo, por ya hallarse en la situación emotiva del miedo. El temer, en cuanto posibilidad latente del ser-en-el-mundo emotivamente dispuesto, la temibilidad, ya ha descubierto el mundo de tal modo que desde este puede acercarse algo que da miedo” (p. 141). La temibilidad, como apertura originaria del ser-ahí, siempre precede a cualquier miedo determinable.
En cuanto, por último, al “por lo que”, al “por quién y por qué cosa”, el miedo tiene miedo, siempre se trata del ente mismo que tiene miedo, el ser-ahí, este ser humano determinado. “Sólo un ser para el cual en su existir le va su propio existir puede aterrorizarse. El miedo abre este ente a su ser en peligro, a su ser abandonado a sí mismo” (ibíd.). El hecho de que en ocasiones se sienta miedo por la propia casa, por los propios bienes o por los demás no constituye una objeción en contra de este diagnóstico: puede decirse “tener miedo” por otro, sin por esto de veras aterrorizarse y, si efectivamente se siente miedo, es por nosotros mismos, en cuanto tememos que el otro nos sea arrancado.
El miedo es, en este sentido, un modo fundamental de la disposición emotiva, que abre al ser humano en su ya ser siempre expuesto y amenazado. Naturalmente esta amenaza se da en diferentes grados y medidas: si algo amenazante, que se encuentra ante nosotros con su “todavía no, pero sin embargo en cualquier momento” se sume de improviso sobre este ser, el miedo se convierte en espanto [Erschrecken]; si lo amenazante no es ya conocido, pero posee la característica de la extrañeza más profunda, el miedo se vuelve horror [Grauen]. Si lo amenazante une en sí ambos aspectos, entonces el miedo se vuelve terror [Entsetzen]. En cualquier caso, todas las formas diferentes de esta tonalidad emotiva muestran que el ser humano, en su propia apertura al mundo, es constitutivamente “miedoso”.
La única otra tonalidad emotiva que Heidegger examina en Ser y tiempo es la angustia. A la angustia y no al miedo se le atribuye el rango de tonalidad emotiva fundamental. Y, no obstante, es precisamente en relación con el miedo que Heidegger define su naturaleza, diferenciando ante todo “eso ante lo cual la angustia es angustia de lo que ante lo cual el miedo es miedo” (p. 186). Mientras que el miedo siempre tiene que ver con algo, el “‘ante qué’ de la angustia nunca es un ente intramundano”. La amenaza que aquí se produce no sólo no tiene el carácter de un posible daño activo de una cosa amenazante, sino que “el ‘ante qué’ de la angustia está completamente indeterminado. Esta indeterminación no sólo deja del todo indecidido de qué ente intramundano proviene la amenaza, sino que en efecto significa que, en general, el ente intramundano es ‘irrelevante’” (ibíd.). El “ante qué” de la angustia no es un ente, sino el mundo como tal. La angustia es la apertura originaria del mundo en cuanto mundo (p. 187) y “sólo porque la angustia ya determina siempre de forma latente el ser-en-el-mundo del ser humano, este […] puede sentir miedo. El miedo es una angustia caída en el mundo, inauténtica y oculta a sí misma (p. 189).
Se ha observado, no sin razón, que la primacía de la angustia respecto del miedo que Heidegger afirma puede ser fácilmente revertida: en vez de definir el miedo como una angustia disminuida y decaída en un objeto, de la misma manera la angustia puede legítimamente definirse como un miedo privado de su objeto. Si al miedo se le quita su objeto, se transforma en angustia. En este sentido, el miedo sería la tonalidad emotiva fundamental, en que el ser humano ya corre siempre el riesgo de caer. De aquí su esencial significado político, que lo constituye como aquello en lo que el poder, al menos a partir de Hobbes, ha buscado su fundamento y su justificación.
Intentemos desarrollar y continuar el análisis de Heidegger. En el punto de vista que aquí nos interesa, es significativo que el miedo se refiera siempre a una “cosa”, a un ente intramundano (en el caso actual, al más pequeño de los entes, un virus). Intramundano significa que ese ente ha perdido toda relación con la apertura del mundo y existe fáctica e inexorablemente, sin ninguna trascendencia posible. Si la estructura del ser-en-el-mundo implica para Heidegger una trascendencia y una apertura, es justamente esta misma trascendencia lo que entrega al ser-ahí a la esfera de la coseidad. Ser-en-el-mundo significa, en efecto, ser cooriginariamente remitido a las cosas que la apertura del mundo revela y hace aparecer. Mientras que el animal, privado de mundo, no puede percibir un objeto como objeto, el ser humano, en cuanto se abre a un mundo, puede ser asignado sin escapatoria a una cosa en cuanto cosa.
Se desprende de aquí la posibilidad originaria del miedo: este es la tonalidad emotiva que se abre cuando el ser humano, al perder el nexo entre el mundo y las cosas, se halla irremisiblemente entregado a los entes intramundanos y no puede desentrañar su relación con una “cosa”, que ahora se vuelve amenazante. Una vez perdida su conexión con el mundo, la “cosa” es en sí misma aterradora. El miedo es la dimensión en la cual cae la humanidad cuando se encuentra entregada, como sucede en la modernidad, a una coseidad sin escapatoria. El ser aterrador, la “cosa” que en las películas de terror asalta y amenaza a las personas, no es en este sentido más que una encarnación de esta ineludible coseidad.
También de aquí se desprende la sensación de impotencia que define al miedo. Quien siente miedo busca protegerse de cualquier modo y con toda su perspicacia de la cosa que lo amenaza –por ejemplo, llevando una mascarilla o encerrándose en su casa–, pero esto no lo tranquiliza en absoluto, antes bien hace todavía más evidente y constante su impotencia para enfrentar la “cosa”. En este sentido, el miedo puede definirse como lo inverso a la voluntad de poder: el carácter esencial del miedo es una voluntad de impotencia, el querer-ser-impotente ante la cosa que da miedo. De igual forma, para tranquilizarse se puede confiar en alguien a quien se le reconoce alguna autoridad en la materia de que se trate –por ejemplo, a un médico o a los funcionarios de la protección civil–, pero esto de ningún modo borra la sensación de inseguridad que acompaña al miedo, que es constitutivamente una voluntad de inseguridad, un querer-ser-inseguro. Esto es tan cierto que los propios sujetos que deberían llevar tranquilidad a los demás mantienen en cambio la inseguridad y no se cansan de recordar, en beneficio de los miedosos, que lo que da miedo no puede vencerse y eliminarse de una vez y para siempre.
¿Cómo resolver esta tonalidad emotiva fundamental, en la cual el ser humano siempre parece estar constitutivamente en plena caída? Desde el momento en que el miedo precede y anticipa el conocimiento y la reflexión, es inútil tratar de convencer al miedoso con argumentos racionales: el miedo es ante todo la imposibilidad de acceder a un razonamiento que no esté sugerido por el miedo mismo. Como escribe Heidegger, el miedo “paraliza y hace perder la cabeza” (p. 141). Así, ante la epidemia se ha visto que la publicación de datos y opiniones ciertas provenientes de fuentes autorizadas ha sido sistemáticamente ignorada y dejada de lado en nombre de otros datos y opiniones que ni siquiera demuestran ser científicamente fiables.
Dado el carácter originario del miedo, la tonalidad emotiva fundamental podría resolverse sólo si fuese posible acceder a una dimensión igualmente originaria. Esa dimensión existe y es la propia apertura al mundo, la única en la cual las cosas pueden aparecer y amenazarnos. Las cosas se convierten en aterradoras porque olvidamos su pertenencia recíproca al mundo que las trasciende y, a la vez, las vuelve presentes. La única posibilidad de separar la “cosa” del miedo del cual parece ser inseparable es recordar la apertura en la cual el miedo ya está siempre expuesto y revelado. No el razonamiento sino la memoria –acordarse de sí y de nuestro ser en el mundo– puede restituirnos el acceso a una coseidad libre del miedo. La “cosa” que me aterra, porque es invisible a la mirada, es, como todos los demás entes intramundanos –como este árbol, este torrente, este hombre–, abierta en su pura existencia. Sólo porque soy en el mundo, las cosas pueden aparecérseme y, eventualmente, producirme miedo. Ellas forman parte de mi ser en el mundo, y esto –y no una coseidad abstractamente separada y erigida indebidamente en soberana– dicta las reglas éticas y políticas de mi comportamiento. Sin duda, el árbol puede partirse y caer a mi lado, el torrente desbordarse e inundar la aldea y este hombre puede golpearme de repente: si esta posibilidad se vuelve de improviso real, un justo temor sugiere las oportunas cautelas sin caer en el pánico y sin perder la cabeza, dejando que otro base su poder en mi miedo y, transformando la emergencia en una norma estable, decida a su arbitrio lo que puedo o no puedo hacer y borre las reglas que garantizaban mi libertad.

Argumentum et silentio. Habla tú ahora más fuerte, palabra silenciosa”

Giorgio Agamben, Capítulo 18 (¿Qué es el miedo?) de la recopilación de textos “La epidemia como política”


 

Lectura crítica de Fernando Castro de “La epidemia como política”


 

Archivo de textos de Giorgio Agamben

 

Agamben: ¿Qué es el miedo? La epidemia como política