Octubre de 2019, desde Ecuador, Chile, Francia, Haití, Hong Kong, Líbano, Cataluña (…)

Insurrectos. ¿Pero qué es eso que está resonando ahora en algunas partes del mundo, aquí y allá, encendiendo hogueras, armando barricadas, atemorizando a los gobernantes y derribando muros? ¿Son los espectros de la Comuna de París y de todas las generaciones pasadas, en viva rebeldía, que vienen a liberarnos de las pesadillas de muerte que oprimen nuestros cerebros? ¿O se trata de una invasión de alienígenas, como afirmó Cecilia Morel, esposa del presidente chileno Sebastián Piñera, frente a la cual los gobernantes parecen no tener las suficientes herramientas jurídicas y armas de guerra de última generación para hacerles frente? ¿De dónde han salido estos insurrectos que traen consigo la gracia del fuego y parecen no tener miedo a las leyes, ni a las policías, ni a los ejércitos? ¿Llegan del extranjero, de los confines del imperio, como aquellos bárbaros con ropas extravagantes que tanto preocupaban a la Roma de los antiguos césares? ¿O vienen de un remoto futuro para trastocar los hábitos y desquiciar el tiempo, como han anticipado algunas películas de ciencia ficción? Y por sobre todo: ¿De qué va este ruidoso jolgorio de rebeliones y de hogueras, de entusiasmos insurrectos, que estalla en un país y luego en otro, de repente, sin control, sin recato, sin partido, ni línea correcta?

Alienígenas. En un punto la metáfora filtrada de Cecilia Morel intuye cierta  verdad: los insurrectos parecen extraterrestres que provienen del espacio profundo o de un futuro distante que, en realidad, no se nos figura tan lejano. Claro que no se trata del futuro dorado y esplendoroso prometido por la burguesía y sus aduladores en los siglos pasados -y que todavía repiten algunos de sus discípulos, aunque sin mucha convicción-, sino del futuro probable de terror y desolación que el capitalismo desbocado propone e Chile alienígenasimpone a la humanidad y a nuestro planeta. Los insurrectos son -somos- alienígenas y escribimos en las paredes que hemos perdido todo, también el miedo. Alienígenas que regresamos de un futuro de espanto para transformar el presente, para enfrentar, aquí y ahora, la persistente posibilidad de ese futuro capitalista, que no es futuro ni nada, sino mero polvo, espanto y terror. Pero no es cierto. No venimos de ningún futuro imaginado: vivimos en el presente de la locura capitalista, negados, contenidos, desvalorizados como escoria. Y somos puro magma en ebullición.

Volcanes y remansos. Las insurrecciones no son espontáneas, sino volcánicas. Existen, antes de estallar, como dignidad negada, energía y potencia volcánica encerrada dentro de las formas sociales capitalistas, rabiosa y forcejeante.  Rabia que late, cruje, se mueve y acaece, furtiva, subterránea, por debajo del caldo cuajado y espeso de la vida cotidiana. Por eso, durante la mayor parte del tiempo, a primera vista, sólo se puede vislumbrar una imagen-tiempo sedentaria, repetitiva, fastidiosa. La desanimada imagen-tiempo del “no pasa nada” y del “más de lo mismo”, un fenómeno insulso y apagado, sin rebeldía. Sin embargo, a poco que la atravesemos, esa imagen-tiempo resulta mera apariencia y oculta un sinfín de movimientos, de arrebatos y de insubordinaciones. Por fuera, o por arriba, se parece a la imagen-tiempo que fue relatada por Samuel Beckett en La última cinta de Krapp: un par de personas recostadas en un bote casi inmóvil que apenas se desliza sobre un tranquilo remanso de agua. Y de repente el personaje escucha en la grabación: “estábamos allí, tendidos, sin movernos, pero debajo de nosotros todo se movía y nos movía, suavemente, de arriba abajo y de un lado a otro”. La imagen-tiempo de la superficie aparece detenida o casi detenida, pero por debajo el movimiento y la actividad son incesantes. En lo profundo y no apreciado a primera vista está el dinamismo de lo diferente, la inquietud y el desasosiego, el ajetreo y el motín. Por lo mismo, Chile alienígenasnada parece más sereno y seguro que una montaña. Pero si la montaña es un volcán, sus entrañas rugientes ansían desbordar las formas en cualquier momento. Entonces, de improviso, el volcán insurrecto erupciona, el magma de la insumisión emerge y retumba a través de la tierra. Así, la imagen-tiempo estática se disloca y disloca a las ciencias sociales y al conocimiento erudito. Una epistemología volcánica.

Privilegios. El volcán revienta y fluye como vendaval insurrecto cuando lo habitual se convierte en privilegio por la dinámica de la acumulación del capitalismo. Un privilegio, entendido así, es algo que se tiene o se utiliza corrientemente y que, por causa de la acometida glotona –e insaciable- de la acumulación del capital, se transforma en una necesidad o en un quehacer diferenciado, en algo especial o de acceso restringido. Entonces nuestra pretensión de continuar disfrutando o utilizando lo que ha devenido privilegio se convierte en un obstáculo para la reproducción del capital. Lo que hace la agresión capitalista es transformar lo normal en privilegio. El gobierno Chile alienígenasaumenta las tarifas y viajar en subterráneo para asistir a clase en el liceo se transforma en un privilegio para las jóvenes estudiantes de Santiago. Entonces se resuelve evadir el molinete y no pagar. Los gobiernos de Francia y Ecuador incrementan el precio de los combustibles y decenas de miles de personas se ponen un chaleco amarillo y cortan las carreteras con barricadas en las rotondas. O los indígenas andinos bajan de las montañas y caminan desde los campos lejanos hasta la capital del país, y el gobierno, temeroso, escapa hacia otra ciudad. Las más elementales acciones cotidianas, necesarias para reproducir la vida normal, originan la crisis del capital.

Nosotros, la crisis. Yo, tú, él, ella, es decir, la crisis del capital. La insurrección es una manifestación de la crisis del capitalismo. Pero no una crisis propia del  capitalismo que nos sea ajena, sino la crisis que nosotros generamos en el capitalismo. Un grupo de  adolescentes que evaden el molinete del subterráneo en Santiago. El pequeño indígena que danza en una calle del centro de Quito. La mujer joven que alimenta una fogata en la medianoche de Barcelona. Un anciano que se pone el chaleco amarillo en Chile alienígenasParís o en la frontera con Cataluña. Ellos son la crisis del capital. Pero no sólo, y no solos. Las insurrecciones en las calles de las grandes ciudades son la expresión más visible, la revelación más impresionante de la lucha contra la lógica voraz de la mercancía. Son lo que más nos impacta, conmueve y hace presente, como un fogonazo de luz, la presencia de nuestro hacer y la resistencia que genera la crisis del capital. Pero en todas las geografías y durante todo el tiempo somos la crisis del capital, casi siempre en silencio, o como murmullo, o como ronroneo furtivo. Incendiar una estación del subterráneo o saquear un supermercado de una empresa multinacional son manifestaciones enormes de la rebeldía, pero ausentarse del trabajo para quedarse leyendo un libro de poemas también lo es. Somos la crisis del capital por la sencilla razón de no permitirle explotarnos de la manera que necesita hacerlo para evitar su desequilibrio inherente. Pensar la crisis de esta manera nos hace posible imaginar la posibilidad de la esperanza.

La guerra. El capital es guerra y nos ataca con su guerra y, cuando puede, con la expansión del crédito, que es otra manera de hacer la guerra y de posponer su crisis para más adelante. Sin embargo, la crisis de 2008 y la nueva crisis pre-anunciada por muchos economistas hoy en día, denotan los límites de la expansión del crédito y el capital deviene cada vez más autoritario. La voracidad de la mercancía desatada pone al mundo al borde del abismo, de la destrucción del planeta. El presidente chileno, en un instante de ataque de pánico y sinceridad, lo expresó con absoluta claridad: “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso”. ¿Quién es ese enemigo tan poderoso al que Piñera teme y que también asusta a todos los funcionarios de Estado del mundo, aunque no lo digan públicamente? Los enemigos más poderosos del capitalismo somos nosotros, los explotados del mundo; nosotros, la naturaleza primordial; nosotros, el planeta vivo. Estamos viviendo una guerra que el capitalismo le ha declarado a la humanidad, a los animales no humanos y a la naturaleza. La lleva adelante con los Estados, con los gobiernos, con los ejércitos y los policías, con los bancos, con el trabajo y con el dinero, con la ciencia dominante y, a menudo, con nuestra propia complicidad. Es también la guerra de los ejércitos de las tinieblas y los dispositivos estatales contra las flores comunitarias de Rojava y la del Estado mexicano contra las comunidades zapatistas de Chiapas. La guerra contra las mujeres que se rebelan, contra los jóvenes que gritan, contra los viejos que sobran, contra el futuro que urge y contra la esperanza que sueña. Pero ni haciendo la guerra más feroz el capital consigue someternos tal y como necesitaría someternos para escapar de su crisis o, al menos, neutralizarla. Somos su crisis intrínseca. Nuestra mera existencia como humanos deviene su crisis y si lograra exterminarnos (o transformarnos en zombis absolutos, es una posibilidad) también el capitalismo desaparecería. Un capital suicidario. También es posible, pero no inevitable.

Autoantagonismo. También es una guerra autoantagónica, porque no somos víctimas. Somos la negación del capital y también, y al mismo tiempo, sus cómplices necesarios. Esta también es una guerra entre nuestro empeño capitalista (o nuestro costado que hace, sostiene y reproduce el capitalismo) y nuestro afán insumiso (o nuestro hacer que no se somete al dominio del trabajo abstracto del capitalismo). Es una guerra esquizofrénica porque en el capitalismo somos sujetos creativos, pero esquizofrénicos. Exige pequeñas batallas todos los días, la mayoría de las veces sin desenlaces concluyentes. Somos autocontradictorios. Estamos alienados, desequilibrados, enloquecidos. Pero no somos zombis (no todavía), ni robots. Es una guerra individual y colectiva al mismo tiempo para dejar de ser lo que somos y Chile alienígenasanticipar lo que todavía no llegamos a ser. “Evadir, no pagar, otra forma de luchar”, cantan las adolescentes en Chile. Dejar de hacer el capitalismo, es una oración que casi siempre da paso a la incredulidad o a la sonrisa despectiva. En un mundo colmado de mentiras y fantasmagorías, cualquier atisbo de esperanza provoca carcajadas.

Jolgorio. Para el capital, nuestro jolgorio anuncia su pesadilla de terror. Los medios masivos de comunicación se empeñan en mostrar, una y otra vez, la misma y repetida imagen: destrozos, saqueos, incendios, violencia, represión, disparos, gases, discursos de ministros y presidentes, amenazas, propuestas de negociación para “volver a la normalidad”. Para el capital la revuelta contiene una estética de horror, que no es otra cosa que el reflejo más fiel y más íntimo de su propio miedo. Arroja miles de bombas sobre Rojava para destruir la utopía de un otro mundo posible. Cerca y ataca a los zapatistas de Chiapas con la Guardia Nacional y los sicarios narcoparapoliciales. Destruye los huertos comunitarios con glifosato. Renueva la barbarie con sus aparatos jurídicos y el terror represivo. Alienta la sumisión con sus fantasmagorías ideológicas. Para los insurrectos, en cambio, las múltiples coloraciones del fuego iluminan la danza y la alegría del encuentro de los cuerpos y las palabras y la reapropiación del espacio, las calles, las plazas, las esquinas, las rotondas. Detrás de las barricadas, o adelante, según se mire, se canta, se salta, se ríe, se conversa, se hace música y se baila. Todas esas acciones y actividades son improductivas para el capital, que no las reconoce y las niega, al mismo tiempo que nos niega y no nos reconoce sino como alienígenas. Somos alienígenas que regresamos de un futuro capitalista que rechazamos. Somos la crisis del capital, y  también el esbozo y la prefiguración de otro mundo posible, no capitalista.

Chile alienígenas

 

Nota: (Este texto se ha elaborado teniendo en cuenta los escritos de John Holloway, quien ha desarrollado en diversas obras las ideas centrales aquí expresadas y citadas. Las malas interpretaciones, omisiones o exageraciones son responsabilidad exclusiva de quien esto escribe). 

L. M. Bardamu, 22 de octubre de 2019