De la política de “cero de camas vacías” de los hospitales franceses a los prisioneros que fabrican máscaras en Hong-Kong por cien euros al mes, de la política de cuarentena carcelaria en Bélgica a los proyectos delirantes de Google para “predecir y prevenir los riesgos ligados a las enfermedades infecciosas y el clima” este artículo da un punto de vista que, por momentos causa temor y otros momentos son cómicos, es el mundo en la hora del coronavirus.

Hoy día la ciudad está gris y el aire claro, el diálogo entre los semáforos atraviesa la lluvia que cae; hoy día la sola presencia de los mensajeros vestidos en verde, en gris y en naranja manifiesta que el mundo todavía no desapareció, que el mundo está en algún lado confinado en interiores más o menos espaciosos. Las avenidas están iluminadas y la vida se confina detrás de los muros; los autos, como varados en la calle, parecen solamente los receptáculos vacíos que fueron siempre: la prolongación de un espacio privado que de ahora en más es el único espacio vivible. ¿Qué es verdaderamente tal espacio cuando no marca más el tiempo de trabajo, cuando no es más la recompensa y la interrupción efímera de éste? ¿Qué queda de este espacio cuando se transforma en lugar de trabajo y no su contrario?

Los que nos hacen quedar en casa, transforman nuestros espacios privados en lugares de arresto y son actualmente los únicos que todavía permanecen en las calles, mientras que los drones con megáfonos, repiten a gritos la necesidad de no mantener contacto. “Quédense en sus casas” – dicen los carteles publicitarios que mantienen su función informativa, el hashtag que se agita en las conciencias es: “stay safe on”. Los drones sobrevuelan los barrios que tienen, desde hace poco, los árboles que fueron cortados para construir una nueva línea de metro, inútil e inservible ahora, último de los sacrificados proyectos urbanísticos que serviría, o fue pensado, para contener una circulación muy densa. Los automóviles ruedan en la superficie mientras que los individuos se entierran en las profundidades del metro. Al presente, la circulación continúa bajo el imperativo de la vigilancia y el confinamiento. “Quédense en sus casas” grita el drone con su voz distópica. Una camioneta de policía estaciona sobre el boulevard vacío y un vigilante juega a la Playstation al aire libre. Los carteles publicitarios publicitan y, aún en el vacío de la noche, sus luces nos iluminan, lo mismo que la voz del drone que no se dirige a alguien sino a todo el mundo. Bruselas embotellada se ha vaciado. Que yo recuerde en ningún verano se ha vaciado la ciudad, y la población que está amurallada, siente que es su manera de ser solidaria. La única proposición de solidaridad es: acatar las normas sanitarias. El virus circula sin rumbo fijo de transmisión en transmisión; su lógica, la de la cadena de traspaso no dice nada. Pero, ¿cuáles son nuestras cadenas de transmisión? ¿Por dónde se transmite lo que nos pasa? ¿Qué es lo que nos liga, cuando el virus rompe nuestras cadenas de relaciones? Mientras que los repartidores andan por las calles la población se encierra. La única proposición que existe tiene dos términos: protección y solidaridad. El desastre es rechazado con los aplausos nocturnos. Las ventanas se abren en reconocimiento de aquellos y aquellas que continúan su labor esencial al límite de todo. Sin embargo, nada cambia. El hospital público transformado en héroe todavía no logra su cometido. Agnez Busán, que se vanagloria de nuevas lógicas operativas en los hospitales, habla de camas de gestión y el enfermo se transforma en una partícula en el flujo de movimiento. El simple manejo del flujo se ha transformado en modelo social. Hoy en día debemos confinarnos, enterrarnos, en nuestra casa para clamar como héroes a los médicos y a los enfermeros.

La simplificación de la organización social responde al principio de la creación máxima de valor con un mínimo de recursos. Su lógica es el “cero stock”. El objetivo: todo debe permanecer continuamente en el flujo de la producción de valor (modelo arquetípico de sociedades de plataformas o de reparto que no poseen nada pero que hacen circular todo continuamente, día y noche). El flujo cotidiano del modelo social condiciona al hospital en la cotidianeidad de su desastre siempre por venir, siempre a flujo permanente que, en la actualidad es incapaz de absorber el shock de una descomposición. El flujo permanente es continuo por la reacción que la urgencia moviliza: la del confinamiento. Hoy no hay cantidad de médicos suficientes y mañana no habrá camas vacías.

 

Hong-Kong

 

En Hong-Kong, cuando la crisis no era, para Europa, más que una gripe asiática lejana, el Estado tenía falta de máscaras y de gel hidroalcohólico (necesarios para frenar la contaminación de nuestro anárquico coronavirus). Los prisioneros fueron movilizados. Las cadenas de producción, (talleres de mano de obra disponibles en el corazón del poder judicial), son redirigidos hacia la confección de máscaras destinadas a la población. Son, sobre todo, las mujeres encarceladas las que fueron movilizadas. Hong-Kong es uno de los Estados con la tasa de mujeres encarceladas más alta de la región, la mayor parte del tiempo por infracciones por la obtención de visa turística, en otras palabras, las mujeres detenidas por el Estado de Hong-Kong lo son porque han trabajado durante una estadía turística.

Hong-Kong representa la prosperidad económica de la mundialización financiera en la región. Centro de valores bursátiles y centro aéreo, centro del tránsito de cifras y de distribución de las masas turísticas occidentales por fletes aéreos. Para ir al puerto de Hong-Kong las mujeres y hombres dejan sus hábitat con la esperanza de un porvenir más próspero. Las condiciones de visa de trabajo, aún para la mano de obra, son muy estrictas, en cambio, la visa turística es una manera de poder entrar. A menudo las mujeres detenidas en Hong-Kong lo son por prostitución en redes. En la actualidad, en prisión, las autoridades penitenciarias hacen marchar las cadenas de producción para combatir el coronavirus. Los talleres están abiertos de día y de noche. Las trabajadoras son remuneradas con cien euros al mes por seis días de trabajo a la semana, a veces de noche, a diez horas por día (hay que imaginarse la cadena de producción continua en el encierro de las máquinas de coser con su ruido metálico). Las autoridades penitenciarias lo ponen en claro: las mujeres pueden rechazar ese trabajo, pero ¿cómo rechazar eso de poder salir de su celda? ¿Cómo rechazar una entrada de dinero aunque sea ínfima? Estas mujeres que entraron con una visa turística para encontrar trabajo fueron encarceladas por ese motivo para ser, a continuación, puestas a trabajar en la cárcel. La tasa de desocupación oficial es una de las más bajas de la región, los aviones circulan llenos, y las ramas del metro están llenas de la mañana a la tarde por una población ocupada. El flujo es permanente.

 

Italia

 

En las prisiones de Italia se anuncia la suspensión de las visitas, se corta la información que viene desde fuera y los motines estallan. Los detenidos suben a los techos. Llaman a que se respete su existencia y que se apliquen las recomendaciones sanitarias: tomar aire y sol antes de ahogarse. En la prisión uno se ahoga. El coronavirus es un “SARS” que quiere decir “afección severa con síndrome respiratorio”. Las familias de los detenidos se sacan los pulmones gritando su solidaridad desde afuera de la prisión desde un mundo que los otros no verán más. La policía restablece el orden de los dos mundos: vuelta a las celdas, y quienes están afuera, vuelta a sus casas. Los lugares exiguos de la prisión son tormentos de precariedad. Soledad por soledad, los cuerpos permanecen confinados en una promiscuidad asfixiante. “¡Ahogarse!” – gritan contra la violencia policial, “¡no puedo respirar!” es el síntoma del virus. No hay aparatos respiratorios en la prisión, las personas mayores no son tenidas en cuenta, ellas mueren por esta clasificación. Faltan camas. El personal de cuidados no existe, casi nadie. Ayer, en Bélgica, al hospital público se le amputaron mil millones de euros. La ortodoxia del dinero obliga. El FMI desbloquea millones de euros para salvar la economía. Los flujos de cambio bursátiles no sirven porque la gente cae enferma y se confina. Estos recortes “sin consecuencia sobre los pacientes” puede tenerlas sobre el cuerpo médico. Ayer Bélgica hacía construir una nueva mega prisión por un consorcio privado que introducía videoconferencia para los abogados y las instituciones judiciales y nadie se mueve más que por pasillos. Esta es la nueva prisión cerrada: nueva plataforma informática de gestiones de las donaciones y los pedidos de cada detenido. El costo es 1,3 mil millones de euros y 1.190 lugares disponibles. En la calle nadie se acerca al otro. La tasa de desocupación explota: un millón de nuevos inscritos desocupados en Bélgica. Actualmente, hace algunas horas, no sé cuántas, el tiempo de la urgencia tiene el peligro de medidas oficiales: urgencia, números de semana en confinamiento (y cantidad por venir), número de muertos, curvas, picos, umbrales a esperar. La prensa nacional titula “Solidaridad con nuestros prisioneros: los detenidos belgas se ponen a fabricar mascaras para los hospitales”. La tasa de desocupación es correlativa a la tasa de encierro, las prisiones crujen, los muros no; los guardianes continúan la práctica de registro de los cuerpos a la salida de los pasillos cuerpo a cuerpo; “distanciamiento social” repite el drone oficial. Los detenidos trabajan, la producción de máscaras está demandada por la dirección penitenciaria del trabajo. Las máscaras serán para el exterior. ¿El hospital pena por el material hecho en la prisión? Vamos a ver. Irán libera 89.000 detenidos, Bélgica dictamina una cuarentena carcelaria y sólo circulan entre el afuera y el adentro los lúmpenes proletarios de la prisión, aquellos que las hacen marchar: los guardianes. Las prisiones son cada vez más excéntricas, los motines estallan, los sindicatos de guardiacárceles deploran las condiciones de trabajo, “uno está expuesto, no tiene guantes” dicen. Una directora se queja de claustrofobia, mucha espera entre cada compuerta. No se libra nadie (o casi), y la prisión será el nuevo epicentro pandémico en el corazón del sistema de regulación social de la violencia. Los guardianes reprimen las revueltas y la policía interviene (la última vez que la policía intervino en prisión rompió la huelga de los guardianes, es así que hoy en día los guardianes no pueden hacer más huelgas). La policía entra en las prisiones y las puertas permanecerán cerradas. El virus no quiere decir nada, en tanto que “fenómeno natural que se transforma en catástrofe cuando encuentra un terreno mórbido, en un modelo económico que organiza el mundo en modo de flujo”.

Los mercados al aire libre ahora están prohibidos. En la caja de un supermercado local un cliente, colocado a un metro de mí, me interpela: “yo jamás cagué tanto, no sé qué hacer de todo este tiempo libre”. Los repartidores continúan entregando en la puerta y está garantizada la ausencia de contacto. Los bancos de las plazas públicas están prohibidos por la policía, sólo permanecen en los parques los joggers solitarios. Las librerías están cerradas. Amazon agarra todo. Los cajeros de refuerzo son contratados bajo el status de emprendedores. Yo camino entre los estantes cada vez más vacíos de los supermercados y hago la fila afuera.

 

Estrategia de shock

 

El neoliberalismo no quiere la crisis, está contra todo complotismo y, contra todo complotismo, no la espera. Sin embargo, no deja de producir. El modelo de organización social a flujo continuo es el modelo de gestión de nuestro medio. Habrá otro de crisis y habrá otro en momentos de movilización. Como dijo Lordon: la crisis presente es la crisis porvenir y la temporalidad del neoliberalismo no es el tiempo de una suspensión de la normalidad en estado de urgencia, sino el tiempo de un desastre que viene. La crisis está siempre después de un momento continuo de reorganización neoliberal. Su violencia constitutiva deviene en violencia constituyente, siempre en virtud de su organización. La impericia de los Estados fagocitados es la imagen. No hay plan, ni intención, de ponerse en Estado de urgencia o de emergencia. Los Estados producen las condiciones de actualización de la crisis, siempre presente, a cada momento, en cada tiempo.

El coronavirus es una zoonosis: una enfermedad que se transmite del animal al hombre y es, ciertamente, uno de los factores principales de las últimas y las próximas pandemias mundiales. Esta transmisión hombre-animal (más allá de las categorías de especies) tiene el riesgo de repetirse. Los átomos de Fukushima contaminan los ecosistemas, las enfermedades pasan del hombre al animal. Hay contaminación. Nosotros estamos cada vez más en contacto con las ecozonas. El comercio mundial y la cría de animales intensiva acercaron (en el sentido físico) a las especies que hasta ahora no se conocían; la destrucción de los medios provoca migraciones forzadas interespecíficas hacia zonas densamente pobladas por el ser humano. Hoy Bruselas está vacía, la ficción es la del fin de la película de Suleiman. La policía naranja flúo anda por la ciudad en patines eléctricos, las baterías que usan son de litio (mineral extraído de las minas de África del oeste). Ellos rastrean los bancos ocupados de los parques y los desalojan. Todavía hace frío en Bruselas y está vacía.

Debo interrumpir un instante la escritura porque escucho que la policía, armada y con perros, echa de los últimos lugares de solidaridad a los refugiados. Los centros de asilo cierran. Un amigo desocupado está aislado desde hace mucho tiempo y vive muy mal su confinamiento. La población se confina, los hospitales están saturados y la circulación financiera de los mercados de Londres, Hong-Kong, París y Nueva York se derrumba. En junio del 2019 los médicos y los urgentistas se manifestaron contra los golpes bancarios en Francia. La policía tira gases y dispersa, y la gente es obligada a entrar a su casa. En el presente, los médicos de urgencia se exponen a la contaminación, la policía rastrea para que los hospitales no eclosionen. El occidente se ahoga en una penuria de material médico, un fenómeno natural se transforma en catástrofe. Y más aún cuando encuentra un terreno móribido de cero stock y de cero cama vacía. La velocidad de la contaminación del virus a un nivel global (lo que llaman la “globalización viral”) no tiene comparación en su rápida territorialización sobre nuevos hábitats. En apenas unas semanas, los lugares mundiales se vaciaron, el teletrabajo es, finalmente, una nueva norma. Como escribía Bernard Kappen, economista, “hay un movimiento de los hábitos de los consumidores hacia una nueva economía. Los individuos, hasta ahora reticentes a utilizar nuevos servicios tecnológicos, van a ser forzados para experimentarlos.”

Como escribe la revista Forbes “el coronavirus terminará por desaparecer, pero no Samsung. Existe de ahora en más un índice búrsatil que se llama ‘stay at home index’, o sea, el índice de quedarse en casa”. Los vehículos no andan, el teletrabajo continúa, los pequeños comerciantes han cerrado, los repartidores entregan y los que tienen casa deben permanecer dentro, la policía vigila las calles, los parques cierran, los centros de alojamiento de urgencia también; el hospital está a pleno; las prisiones revientan, los cuerpos de frontera de Europa también; se cierran las fronteras interiores, los camiones de producción circulan, los que hacen entregas a domicilios también; lo centros de asilos cierran, las compañías aéreas se detienen, los centros culturales y las librerías también; Amazon trabaja. No hay todavía una huelga general y, sin embargo, todo se detiene y, sin embargo, todo continúa,  como si separados por la crisis ésta ha tenido su lugar sin que nosotros pudiéramos hablar de situarla en el tiempo, ¿o será, quizás, justamente la crisis de no poder situar su tiempo?

Théophile Gürtin

Original; lundimatin.  Traducido del francés para Comunizar por Marita Yulita

 

Política de los confines: Bruselas, Hong-Kong, y Francia

 

 

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