Alejandro Olmo

En las últimas décadas estuvimos viviendo una serie de revueltas que están directamente relacionadas con una profundización de la crisis del capital.
La crisis del capital es una crisis de reproducción de valor e implica una crisis del trabajo asalariado como ordenador social, así como de la forma Estado y de la representación política a través de los partidos políticos. Algunas de esas experiencias rebeldes desbordaron las formas capitalistas (el Estado, el trabajo abstracto, el valor) abriendo así perspectivas que anteriormente estaban ocultas, obturadas por la visión positivista y progresista de la izquierda tradicional.
Al mismo tiempo, la crisis también genera una intensificación de la violencia del capital hacia las personas y la vida en general.
Estas revueltas, sin embargo, parecen haberse aplacado a partir de la pandemia del COVID, al menos en Sudamérica.

El estallido de 2001 en Argentina se produjo luego de años de desgaste del Estado como garante del trabajo asalariado y del control social, y de una progresiva autoorganización de grupos sociales que fueron abandonando sus expectativas hacia los partidos populares.
Lo más interesante que generaron los movimientos de piqueteros y asambleas populares fue la configuración de espacios de autoorganización, con cierta autonomía frente al Estado y los partidos, espacios de discusión y deliberación sobre las propias condiciones de vida.
Luego, como sabemos, estos espacios fueron perdiendo fuerza a la vez que el Estado iba reinstitucionalizando las energías rebeldes.

Hoy, más de 20 años después, un hartazgo social similar está derivando en una esperanza enajenada e individualista. La rabia, en lugar de abrirse en una búsqueda colectiva, se canaliza en el voto al ultraderechista Milei cuyo discurso de “libertad” apela directamente a esa rabia.
La idea de libertad utilizada por la ultraderecha no es diferente a la que utilizan los demás partidos políticos, y no es sino el concepto fetichizado de libertad que las relaciones sociales mercantilizadas imponen permanentemente. Es la libertad pensada desde su identificación con el dinero y el consumo.

Pareciera haberse producido una inversión de la “digna rabia” del 2001 en una rabia enajenada.
Pero la inversión no se produjo de repente, sino a través de la delegación y canalización de las rabias rebeldes en el Estado durante los años transcurridos desde aquel estallido.
Este artículo no tiene ninguna intención de debatir con “los Mileis o Bolsonaros” que surgen en América o Europa. Pero sí pensamos que es importante generar rupturas con el mundo fetichizado de la mercancía, incluyendo estas ideas de libertad que, por otra parte, también son sostenidas por las izquierdas estatalistas.

Las ideas libertarias de la Comuna de París

A partir de la Comuna de París, se produce una convergencia en el pensamiento de revolucionarios de esa época, tanto comunistas como anarquistas (Marx, Kropotkin, Élisée Reclus, Louise Michel, William Morris, Elisabeth Dmitrieff, Errico Malatesta, entre otr@s).
Lo realizado durante la Comuna y los debates que se produjeron en la década siguiente, giraban
alrededor de la autoorganización en la lucha contra el capitalismo a través de la creación de una
federación en red de comunas descentralizadas y autodeterminadas, la construcción de una sociedad a partir de la asociación libre de las personas, y sin un Estado que las gobierne.
La mayoría de las y los revolucionarios coincidían en que no hay emancipación del capitalismo sin eliminar el valor de cambio y el trabajo asalariado. (Ver Lujo comunal. El imaginario político de la Comuna de París de Kristin Ross)

La experiencia emancipatoria de la Comuna de París y las ideas libertarias, que sobrevivieron a la masacre del poder versallés, fueron luego invisibilizadas no sólo por la contraofensiva de la burguesía capitalista sino también con el establecimiento del Estado de la URSS, que impuso una “verdad revolucionaria” opuesta a las ideas planteadas a partir de la Comuna.
Mientras la Comuna y los revolucionarios de la época plantearon la disolución del Estado, el partido bolchevique terminó construyendo su poder en y desde el Estado. La necesidad de un Estado que centralice el poder estaba relacionada al mantenimiento del trabajo asalariado y el control social que este requiere. Las ideas de libre asociación del trabajo planteada por el comunismo libertario o la abolición del trabajo abstracto planteado por Marx fueron sepultadas en el “socialismo real”.
El poder central del Estado y del Partido fue la respuesta contraria a la asociación libre de comunas autónomas independientes. Para Lenin, la comuna de París había “fracasado” entre otras cosas porque no tenía “un partido obrero” que la conduzca, tal como lo escribe en “En memoria de la Comuna” en 1911.
La imposición del Estado sobre las ideas de la Comuna de París se sella a fuego con la represión sobre la comuna de Kronstadt llevada a cabo por Lenin y Trotsky justo en el 50 aniversario de la revolución parisina.

Si bien podemos decir que tales ideas están siendo de distintas formas re-creadas por el zapatismo y por la Revolución de Rojava, en general pareciera que están invisibilizadas en el pensamiento anticapitalista.
Obviamente no se trata de retomar un proceso revolucionario del pasado como si se pudiera continuarse en la actualidad. Sin embargo, pensamos que cualquier proceso emancipatorio debe abrir espacios desde donde desarrollar experiencias de autodeterminación, y para eso es importante poner en juego no solo las experiencias revolucionarias recientes como las de Chiapas o Rojava, sino también las ideas surgidas desde la Comuna.

Proponemos entonces rebelarnos contra aquella invisibilización que hoy subsiste.


Una política de creación de espacios de autodeterminación

Las revueltas que mencionamos al principio marcan cambios en las luchas anticapitalistas. Ya no se trata de tomar el poder del Estado, ya sabemos que desde el Estado sólo se pueden reproducir las relaciones de poder del capitalismo. Estas nuevas luchas, por el contrario, buscan crear otras relaciones humanas, no desde el poder hacia abajo sino desde abajo y a la izquierda como dicen los zapatistas.
En los casos de los caracoles zapatistas o de los cantones del Confederalismo Democrático en Rojava, se pudieron construir espacios colectivos de autodeterminación, donde las personas se relacionan en-contra-y más allá (John Holloway) de las relaciones que imponen el valor y el dinero. Pese a todas las adversidades, esos procesos se mantienen en un estado de rebelión y en la búsqueda de un otro mundo.
En otros casos como en Argentina en 2001 o en Atenas en 2008, pareciera que esas revueltas fueron absorbidas, institucionalizadas por el sistema.

No obstante nos parece que los desbordes producidos en estos procesos generaron algunos cambios en las luchas, que han quedado latentes en la memoria colectiva.
Son desbordes que provocan fisuras a la forma Estado, a la mercantilización y cosificación de las relaciones entre las personas, al trabajo abstracto.
Esas fisuras, que permanentemente se generan en muchas resistencias cotidianas, aparecen con mayor visibilidad en las revueltas y estallidos creando espacios que prefiguran la potencialidad de una otra vida.

Con respecto a estos espacios Stavros Stavrides dice lo siguiente:

La experiencia fragmentada de una vida distinta, durante la propia lucha, adquiere forma en las espacialidades y tiempos con características de umbral. Cuando las personas advierten colectivamente que sus acciones empiezan a diferir de lo que hasta entonces habían sido sus hábitos colectivos, la comparación adquiere una dimensión liberadora.
(Stavros Stavrides – Hacia la ciudad de umbrales)


Las grietas generadas por estos desbordes nos están mostrando cambios en el contenido y en el sentido de las luchas, luchas que desbordan la forma identitaria y estado-céntrica de la lucha anticapitalista anterior. Y es en estas aperturas, generadas por las nuevas luchas anti-identitarias, donde aparecen rasgos de autodeterminación, es decir prefiguraciones de libertad.
Entonces, sigue siendo necesario crear espacios diferentes, otras temporalidades (Sergio Tischler). Espacios donde se puedan desarrollar experiencias de autodeterminación, donde se generen grietas en el tiempo del dinero.

En las asambleas barriales en Argentina, se llegó a experimentar otro tiempo, donde se podía pensar más libremente. Ese “tiempo de la asamblea” iba más allá del tiempo del trabajo y de la mercancía. En esos momentos se podría decir que había por lo menos una sensación de que era posible liberarse de la enajenación del trabajo y del dinero.
Pero ese tiempo es parte de lo que luego se fue perdiendo, y el tiempo del trabajo volvió a bloquear las aperturas que en ese sentido se lograron generar.
Por lo que ya hemos vivido entonces, sabemos que esos espacios-tiempo, aunque imprescindibles, no son suficientes. Proponemos entonces pensar cómo, desde esa apertura, ir expandiendo, ensanchando esos espacios de autodeterminación como parte de la lucha contra el capitalismo.

Ante la situación actual, donde en apariencia todas estas búsquedas están opacadas, sigue siendo necesario, más que nunca, romper con el aislamiento y volver a articular vínculos colectivos, volver a imaginar cómo salir de esta trampa mortal que es el capitalismo.
No se trata solamente de participar de las protestas callejeras (obviamente necesarias) sino, y sobre todo, de crear espacios de autodeterminación, relacionados en red.
Espacios que permitan, en principio, mantener un estado de reflexión y de deliberación más allá (o como parte) de la resistencia urgente.

En eso estamos y por eso vamos.