El renacimiento de la anarquía global actual podría superar al de la década de 1960

 

Los manifestantes de hoy, que son abrumadoramente jóvenes, se comparan con los manifestantes estudiantiles franceses en París en 1968. Estos últimos ocupaban lugares de trabajo y estudio, calles y plazas. También se enfrentaron a la represión policial con barricadas improvisadas y cócteles molotov.

 

El renacimiento de la anarquía

 

India ha estallado en protestas contra una ley de ciudadanía que discrimina explícitamente a su población musulmana de doscientos millones de habitantes. El gobierno nacionalista hindú de Narendra Modi reprimió con disparos policiales contra manifestantes y con asaltos a los campus universitarios.

El incendio mundial de las protestas callejeras, desde Sudán a Chile, desde Líbano a Hong Kong, finalmente ha llegado al país cuya población de mil trescientos millones de personas es mayoritariamente menor de 25 años. Las implicaciones sociales, políticas y económicas podrían ser muy importantes.

En el mes de noviembre los estudiantes en el campus de la Universidad Politécnica de Honk Kong  arrojaron bombas de gasolina a la policía los que, a su vez, los reprimieron con gases lacrimógenos, balas de goma y cañones de agua.

Esta resistencia violenta a un estado autoritario es nueva para Hong Kong. El Movimiento de los Paraguas que en 2014 expresó por primera vez un sentimiento masivo por una mayor autonomía de Beijing fue sorprendentemente pacífico. Los activistas por la democracia en Hong Kong de hoy también se diferencian mucho de los estudiantes chinos que ocuparon la Plaza Tiananmen en 1989, y con quienes fueron comparados erróneamente.

Aquellos estudiantes en 1989 eran profundamente respetuosos de su Estado: las fotografías de los peticionarios estudiantiles arrodillados en los escalones del Gran Salón del Pueblo no son menos elocuentes que la imagen icónica de un manifestante frente a un tanque.

Es ese reconocimiento de la autoridad del Estado como árbitro final el que está desapareciendo rápidamente, no solo en Hong Kong, sino también en la India y en muchos otros países. Ha sido reemplazado por la convicción de que el Estado ha perdido su legitimidad y responde con acciones crueles e injustas.

Los manifestantes de hoy, que son abrumadoramente jóvenes, se comparan con los manifestantes estudiantiles franceses en París en 1968. Estos últimos ocupaban lugares de trabajo y estudio, calles y plazas. También se enfrentaron a la represión policial con barricadas improvisadas y cócteles molotov.

Al igual que los manifestantes de estos días, aquellos estudiantes franceses estallaron con violencia en medio de una escalada global de combates callejeros; afirmaron rechazar los valores y la perspectiva de la generación anterior. Y ellos tampoco podían ser clasificados simplemente como izquierdistas, derechistas o centristas.

De hecho, los radicales franceses de los años sesenta confundieron a muchos analistas en ese momento porque detestaban al partido comunista francés casi tanto como a los partidos de la derecha. Los comunistas franceses, a su vez, desestimaron a los estudiantes que protestaban denominándolos “anarquistas”.

Este peyorativo común confunde el anarquismo con la desorganización. Debe recordarse que la política anarquista es una de las tradiciones políticas e intelectuales más antiguas, aunque poco recordadas, del mundo moderno. Y en nuestros días, describe muy bien el nuevo giro radical hacia las protestas en todo el mundo.

La política anarquista comenzó a surgir desde mediados del siglo XIX en adelante, originalmente en sociedades donde los autócratas despiadados estaban en el poder (Francia, Rusia, Italia, España, incluso China) y donde las esperanzas de cambio a través de las urnas parecían completamente poco realistas.

Los anarquistas, uno de los cuales asesinó al presidente estadounidense McKinley en 1901, buscaron liberarse de lo que veían como modos de producción económica cada vez más explotadores. Pero, a diferencia de los críticos socialistas del capitalismo industrial, apuntaron la mayor parte de sus energías a la liberación de lo que vieron como formas tiránicas de organización colectiva, a saber, el Estado y su burocracia, que en su opinión podría ser tanto comunista como capitalista.

 

Como escribió Pierre-Joseph Proudhon, el pensador pionero del anarquismo (y crítico de Marx), “ser gobernado es mantenerse a la vista, inspeccionado, espiado, dirigido, impulsado por la ley, numerado, inscrito, adoctrinado, predicado, controlado, estimado, valorado, censurado, ordenado, por criaturas que no tienen ni el derecho, ni la sabiduría, ni la virtud para hacerlo “.

 

Para muchos anarquistas, el Estado, la burocracia y las fuerzas de seguridad fueron la afrenta más profunda a la dignidad y libertad humanas. Buscaron lograr libertades democráticas mediante una reducción drástica en el poder del Estado y la intensificación simultánea del poder de los individuos desde abajo a través de acciones coordinadas.

La democracia para los anarquistas no era un objetivo distante, que se alcanzaría a través de partidos políticos integrados verticalmente, instituciones impersonales y largos procesos electorales. Fue una experiencia existencial, disponible instantáneamente para los individuos al desafiar conjuntamente la autoridad y la jerarquía opresivas.

Vieron la democracia como un estado permanente de revuelta contra el Estado excesivamente centralizado y sus representantes y ejecutores, incluidos los burócratas y la policía. El éxito en este esfuerzo se midió por la escala y la intensidad de la revuelta, y la fuerza de solidaridad lograda, más que por cualquier concesión (siempre improbable) de las autoridades despreciadas.

Así es también como los manifestantes de hoy parecen percibir la democracia mientras luchan, sin mucha esperanza de una victoria convencional, contra gobiernos que son muy despiadados.

No hay duda: los conflictos abiertos e irresolubles entre ciudadanos comunes y autoridades probablemente se conviertan en la norma global en lugar de la excepción. Ciertamente, el descontento militante de hoy no solo es más extenso que a fines de la década de 1960, también connota un colapso político más profundo.

Las negociaciones y el compromiso entre diferentes grupos de presión e intereses que han definido a la sociedad política durante siglos de repente parecen pintorescos. Los partidos y movimientos políticos a la antigua usanza están en desorden; las sociedades están más polarizadas que nunca antes; y los jóvenes nunca se han enfrentado a un futuro más incierto como en la actualidad. Mientras los sujetos enojados y sin líderes se rebelan contra Estados y sus burocracias cada vez más autoritarios desde Santiago hasta Nueva Delhi, la política anarquista parece una ser una idea cuyo momento está llegando.

Pankaj Mishra

19 de diciembre de 2019

Traducción al castellano: Catrina Jaramillo para Comunizar

 

Pankaj Mishra es columnista de Bloomberg Opinion. Sus libros incluyen "Age of Anger: A History of the Present", "From the Ruins of Empire: The Intellectuals Who Remade Asia" y "Temptations of the West: How to be Modern in India, Pakistan, Tibet and Beyond".