Zeros and Ones, película escrita y dirigida por Abel Ferrara, es un thriller tan oscuro como aquella otra película de 1992, Bad Lieutenant. Pero, en este caso, es más bien un antithriller, que destroza todas las convenciones del género. Abel Ferrara da rienda suelta a su obsesión por lo apocalíptico de 4:44 Last Day on Earth (2011) y por lo onírico de Siberia (2020) dos películas sobresalientes del director. En Zeros and Ones no participa el actor Willem Dafoe, cómplice habitual del cine de Ferrara, que deja el papel protagónico, por partida doble, en manos de Ethan Hawke.

 

Zeros and Ones

 

Zeros and Ones es un viaje alucinado por la oscuridad nocturna de la ciudad de Roma a punto de estallar e interiores apenas algo más iluminados que la noche de afuera. Ethan Hawke interpreta a dos hermanos gemelos enfrentados a un enemigo desconocido. El primero de ellos es un un soldado estadounidense que solo se identifica por sus iniciales (JJ) y que se encuentra en una misión encubierta en Roma durante el bloqueo de Covid-19. La película, filmada en tiempos de pandemia, muestra un escenario de encierro donde la mayoría de las escenas se filman en interiores. Hawke deambula por las calles vacías de Roma, filmando los lugares mientras su personaje intenta localizar a su hermano gemelo, Justin, que se ha convertido en un revolucionario y es el presunto autor de atentados en el Vaticano. Los videos de vigilancia y las tomas autograbadas diseñadas por el director de fotografía Sean Price Williams presentan una situación de zona de guerra en Roma mientras JJ emprende la tarea de encontrar a su hermano desaparecido.

Grupos radicales, ejército, mafias asiáticas, espías rusos, devotos musulmanes y católicos, un misterioso compañero con quien JJ comparte material grabado en videollamadas y el aún más críptico personaje del mendigo con el que se cruza en un par de ocasiones desfilan por una noche interminable en una trama apenas comprensible. Ni pretende serlo, quizá, dado que parece prevalecer el interés del director por retratar una atmósfera malsana y opresiva en un ambiente conspiranoico surgido de la ansiedad pandémica.

Zeros and Ones es una propuesta cinematográfica que aborda lo más angustioso de los días de confinamiento, y muestra constantemente caras semiocultas por el barbijo, la continua desinfección, calles, colectivos y vagones vacíos, distancia social, cuarentena, toques de queda y aislamiento. Las imágenes, con una textura granulada que parece querer rasgar la pantalla, se suceden como en una pesadilla acompañadas de un diseño sonoro que apenas descansan para dejar entrar algo de silencio y que desbordan el sentido (o el sinsentido) de las escenas. Además del estado del mundo pandémico y lo incierto del futuro, hay otra reflexión esbozada, aunque no del todo desarrollada, sobre el sentido de las imágenes. En la secuencia del secuestro del protagonista la cámara de Ferrara gira en un momento dado para encuadrar la videocámara con la que están grabando a JJ, al que obligan a mantener relaciones sexuales con una mujer rusa a modo de tortura y extorsión. Dado que se trata de la misma videocámara con la que JJ ha estado registrando imágenes por la ciudad, el director parece plantear en ese movimiento las cuestiones más interesantes del film: qué se graba, para qué y quién mira las imágenes.

En medio de todo este paisaje enfermizo y apocalíptico sorprende el giro final en el que un amanecer esperanzador se abre paso a duras penas y se encarna en dos niñas que pasean de espaldas por un parque, ajenas, parece, al infierno nocturno por el que transitó el resto de la película. Zeros and Ones es la respuesta de Abel Ferrara a lo sucedido en el mundo bajo el Covid y aunque la mayor parte del metraje se desarrolle en la cara negativa de su particular visión dual de la actualidad, opta por, finalmente, dejar aflorar la cara más esperanzadora.

 

Ficha técnica: Zeros and Ones (Alemania-Reino Unido-Estados Unidos/2021). Guion y dirección: Abel Ferrara. Elenco: Ethan Hawke, Cristina Chiriac, Phil Neilson, Valerio Mastandrea, Dounia Sichov, Babak Karimi, Korlan Madi, Mahmut Sifa Erkaya y Anna Ferrara. Fotografía: Sean Price Williams. Edición: Leonardo Daniel Bianchi y Stephen Gurewitz. Música: Joe Delia. Duración: 85 minutos.

 

 


 

Dos críticas:

Prolífico aún cuando las condiciones no son las mejores –o son, como en este caso, prácticamente imposibles–, Abel Ferrara viene filmando casi una película por año desde hace un tiempo, muchas de las cuáles parecen ser proyecciones directas de su inconsciente, narrativas bastante confusas pero a la vez inquietantes que causan fastidio y fascinación en partes iguales. En el caso de Zeros and Ones, quizás a diferencia de las previas, lo mejor pasa por todo lo relacionado con la puesta en escena, mientras que lo que tiene que ver con el guión (la trama, la historia) bordea lo incomprensible. Por momentos da la sensación que de haber elegido filmar Roma de noche en pandemia sin ninguna historia para contar más que mostrar la ciudad en esas condiciones, el asunto podría haber sido mucho más interesante todavía.
Junto al director de fotografía Sean Price Williams –un experto en esto de filmar en las calles, con poca luz y en condiciones difíciles y una banda sonora de su habitual colaborador Joe Delia, Ferrara retrata una ciudad de Roma en plena cuarentena hasta darle un aire pesadillesco, que parece propio de un mundo post-apocalíptico. Filmando con la mínima luz necesaria (si hay una competencia por el film más oscuro de la historia podría pelear por algún premio) y en medio de calles completamente vacías, con una banda sonora que le agrega misterio a lo que vemos, Zeros and Ones bien podría ser un registro histórico y tétricamente bello de la etapa más dura de la pandemia.
De hecho, la idea de que existan militares norteamericanos, agentes rusos, quizás espías de todos tipo y color haciendo de las suyas mientras las autoridades mandan a todo el mundo a meterse adentro a partir de cierta hora de la noche es también una idea sugerente, al borde de la conspiranoia pero rica en términos dramáticos. El problema es que Ferrara no parece tener demasiado en claro qué hacer con todo eso. O si en algún momento lo tuvo, finalmente se perdió en el camino. A tal punto es evidente lo confuso del relato que tuvo que incorporar al breve film una introducción y un cierre en el que su protagonista, Ethan Hawke, habla a cámara, primero explicando lo que vamos a ver y luego analizando lo que vimos.
Hawke encarna a dos personajes. El que más tiempo en pantalla ocupa es JJ, que parece ser un militar estadounidense operando en Roma. El otro, su hermano, está encerrado por ¿revolucionario? en lo que parece ser alguna cárcel de alta seguridad en la que le dan drogas para que revele algún secreto que no está dispuesto a revelar. A lo largo de una noche (de vuelta, eso es lo que parece), JJ se irá topando con gente y metiéndose cada vez más adentro de un operativo de espionaje en el que participan vendedores de drogas chinos, mafiosos rusos, religiosos musulmanes y operativos secretos estadounidenses. Veremos qué es lo que hacen (la película se reserva dos minutos de cine catástrofe con explosiones de escenarios importantes y conocidos) pero nunca sabremos muy bien quién ni cómo aunque podemos suponer el porqué.
La aparición de Hawke en un universo usualmente habitado por Willem Dafoe (cuando encarna a JJ, el actor de Antes del amanecer parece estar canalizando el espíritu del actor de Pasolini) relaciona aún más que antes al cine de Ferrara con el de Paul Schrader, otro torturado/religioso que siempre ha trabajado con otros métodos –y paradigmas estéticos muy distintos– a la hora de lidiar con la religión y con la violencia catártica que usa para canalizar lo difícil de esa relación. Acá, la confusa trama de violencia política que involucra atentados, torturas y sexo (sí, como tortura en este caso un tanto rara) no tiene demasiada consistencia ni lógica y sirve, más que nada, para que el realizador lidie públicamente con sus más oscuros temores pandémicos.
Es una lástima que la película no pueda tener un hilo conductor un tanto más «manejable» porque todo lo que rodea a ese vacío en el medio es realmente cautivante. ¿Quién no se preguntó por lo que pasaba en las ciudades desiertas en las noches de cuarentena? ¿Quién no pensó qué secretos y peligros escondían las más pesadas noches pandémicas? Una guerra más oscura que fría entre fuerzas opuestas bien podría hacer hervir la mente del guionista más paranoico, pero Ferrara terminó dejando algo que no es ni una cosa ni la otra. El poema oscuro y angustiante de ver una ciudad como Roma desierta y amenazante con sus monumentos históricos convertidos casi en criaturas peligrosas es, de todos modos, cautivante. Y la mejor forma de atravesar Zeros and Ones es poner la atención en esa faceta de la película y ver cómo la cámara captó la realidad detrás de la ficción. Diego Lerer (Micropsia).

 

Zeros and Ones

 

Ethan Hawke asume el lugar de Willem Dafoe y Harvey Keitel en esta delirante, alucinatoria y desencantada película del creador de El rey de Nueva York, Juegos peligrosos, El funeral, Mary, Tommaso y Siberia que tuvo su estreno mundial en el Festival de Locarno, donde Ferrara ganó el premio a Mejor Dirección.
Antes y después del screener que nos enviaron desde la producción de la película para las críticas aparece Ethan Hawke hablando del proyecto, de su admiración por el trabajo de Abel Ferrara con Willem Dafoe durante la última década y, en el segundo video que se muestra después de los créditos finales, el actor -que interpreta a JJ y Justin, dos hermanos gemelos, uno militar y otro revolucionario (o algo así)- habla de sus sensaciones contradictorias luego de haber visto el trabajo finalizado. Hawke contra Hakwe en (y fuera) de la pantalla.
Cualquiera podría considerarlo un mero recurso de marketing o incluso una artimaña para provocar y desconcertar, pero a esta altura de su vida (setenta años) y de una carrera tan caótica como estimulante a Abel Ferrara -uno de los directores más extremos, personales, inclaudicables y contestatarios del planeta cine- no le hacen falta golpes de efecto. Su filmografía habla por sí sola. Y, en ese contexto, Zeros and Ones surge como uno de los films más oscuros, anárquicos (y anarquistas) de su obra. Lo cual, está claro, ya es mucho decir.
Prepárense para leer comentarios irritados e indignados sobre este film. Es que, analizado desde una perspectiva clásica, es una película plagada de “des”: desatada, descarriada, desenfrenada, desbordada, deshilachada, despiadada y, sobre todo, profundamente desencantada.
Si Hawke se basó en la admiración por la dupla Ferrara-Dafoe, hay que indicar que su JJ en Zeros and Ones remite más al LT de Harvey Keitel en Un maldito policía / Bad Lieutenant (1992). JJ no es un detective sino un soldado y no deambula por las calles de Nueva York sino por las de Roma y el Vaticano, pero su angustia, su desazón y su dolor son prácticamente los mismos. La iconografía ferrariana regresa en todo su sórdido esplendor: iglesias católicas y templos musulmanes, tugurios nocturnos, homeless, organizaciones siniestras, prostitutas asiáticas acribilladas, drogas varias… Y aquí sumémosles desde millonarios rusos y los apuntados militares estadounidenses.
Si muchos hicieron analogías entre estos tiempos pandémicos y cuestiones apocalípticas, Ferrara se las tomó al pie de la letra: nadie filmó la era Covid-19 como él, con esa Roma nocturna de calles desoladas, personajes con tapabocas (¡ese beso con barbijos!), manos que se lavan a cada rato y alcohol en gel en múltiples planos.
Pero hay algo mucho más triste y estremecedor que el coronavirus en Zeros and Ones y es la sensación de deterioro, degradación e implosión de la sociedad occidental. Por supuesto, hay una acumulación de simbolismos y una voz en off íntima, paranoica y desgarradora sobre las miserias existenciales y las injusticias de este mundo (no sería Ferrara sin ella), pero también un universo donde se cuestionan los excesos del poder económico y religioso.
Zeros and Ones es una película para los conversos, los que profesamos el culto cinéfilo de Abel Ferrara. Exige por momentos sacrificio y resignación, pero el resultado es la salvación. Para quienes lo encuentren un falso profeta, al menos este largometraje regala imágenes subyugantes: las calles y la arquitectura romanas filmadas desde drones, los juegos de filtros, pantallas pixeladas y efectos de “visión nocturna” cortesía de ese talentoso director de fotografía que es Sean Price Williams y la música ampulosa, magnética y alucinatoria de un viejo colaborador como Joe Delia. Sí, Abel Ferrara en estado puro. Diego Battle (Otros cines)

 

Zeros and Ones

 

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