Elecciones en la Argentina: ¡Que se vayan todos!

Las elecciones capitalistas son la convocatoria a las pesadillas de un pasado muerto que no cesan de erosionar, aquí y ahora, los sueños de vida de un futuro mejor que todavía-no-es, pero que puede llegar a ser.

Como escribió un viejo maestro, la historia se repite como tragedia y como farsa. En la Argentina, hace veinte años, muchas personas votaron a la Alianza del Chacho Álvarez y De la Rúa, para “castigar” al neoliberalismo salvaje de Carlos Menem. Ahora, muchos confían en votar por otra Alianza para  “salir” del neoliberalismo de Mauricio Macri. Pero no hay salida en el laberinto electoral, y si alguien percibe con las elecciones una pequeña luz en el fondo del túnel capitalista no se trata de un destello de la esperanza o del resplandor de la salida, sino del reflector de una locomotora que viene hacia nosotros, a toda velocidad, para atropellarnos: la locomotora enloquecida y feroz del capitalismo desbocado.

Las elecciones son una vía muerta que va y viene, una y otra vez, sin sentido ni destino, por una repetida senda de dolor y de tragedia. Permiten, en el mejor de los casos, el desfile del espanto al abrigo de lo menos peor. Son el camino de la desesperanza, empedrado de silencio y sombras tenebrosas.

Por eso en el cuarto oscuro de votación se está solo y desamparado frente al sistema de dominación y de explotación. Se representa allí una farsa, como si se participara en la decisión de algo, cuando en realidad nada se decide en ese espacio, salvo la complicidad con un juego de máscaras de papel que cambian en cada ocasión, pero que son siempre las mismas. Votar, encerrado y en soledad, atado a la oferta mercantil de los partidos políticos dentro de un cuartito escolar, es todo lo contrario al encuentro colectivo de las palabras, los cuerpos y la creatividad en común que se despliega en las plazas o en las avenidas, en los trabajos colectivos y los sueños del soñar despiertos una vida mejor.

Votar nos hace víctimas y partícipes depresivos de la cultura política de las víctimas y de la barbarie. Pero no somos víctimas sino sujetos responsables que podemos optar entre el reino de la libertad o el de la brutalidad capitalista. Como los pueblos zapatistas de Chiapas, que aún en las peores condiciones y en medio del peligro, optan por la libertad y no por la representación, porque el reto de la esperanza se mide aún en la peor adversidad.

La desesperanza electoral nos quita las fuerzas y la rebeldía, nos encadena para empujar la noria del capitalismo y fortalece las ambiciones de la barbarie.

Y sin embargo la esperanza está tan viva como siempre, adentro y afuera de todos nosotros. Hay otro mundo posible que no es el mundo del capitalismo desbocado y el de la sumisión a las formas no verdaderas de lo existente. Sólo hay que afinar el oído para escuchar la respiración de ese otro mundo posible, que alienta la esperanza en medio del desolador y presuntuoso barullo electoral. En medio de toda la desmesura capitalista y sus pesadillas de muerte, nuestras bocas no han clausurado la esperanza y no han cesado de gritar: ¡Que se vayan todos!

 L.M. Bardamu, 11 de agosto / 27 de octubre de 2019

En el año 2003, aún latiendo en nuestras palabras las emociones rebeldes de 2001 en la Argentina, escribimos un artículo que titulamos “La insumisión de la utopía”, aquí algunos párrafos de ese texto:

¡Que se vayan todos! es un grito que tiene los labios puestos junto al ¡Ya basta! zapatista, la insumisión chiapaneca que irrumpió el primer día de enero de 1994. Cómo éste, es un sueño anticipatorio que se anuncia como rechazo, dignidad y tanteo, emergencia de lo que no ha sido todavía. Como éste, es una puerta improvisada a la esperanza. «Lo único que nos hemos propuesto es cambiar el mundo, lo demás lo hemos ido improvisando», dicen los zapatistas. El ¡Que se vayan todos! es parte implicada en esa improvisación por cambiar el mundo sin encadenarse a las formas institucionales del sistema del capital.

Y, además, acompaña a las múltiples manifestaciones que lo rechazan. Los cientos de miles de ¡No! que enfrentan las vergüenzas a que el capital pretende someter a los seres humanos con sus bombas expansivas, su homogeneidad, sus mentiras tentadoras.

Desde la insumisión espontánea, la protesta autónoma y la utopía rebelde, el ¡Que se vayan todos! pone en cuestión el concebir la política considerada como arte de lo posible. Supera los estrechos y delimitados contornos de una consigna instrumental. Como la vida, de la que es carne íntima, desborda las formas que pretenden contenerla. Su avasallante fuerza radica en su obcecada negación, en su esperanzado requerimiento de lo imposible.

Desde la Patagonia, también llega hasta nosotros el eco de los vientos insumisos:

Compas: el ¡Que se vayan todos!  es, fue, y será, una apuesta horizontalizadora y antirepresentativa; una fuga de la lógica de la delegación, de la despotenciación, de los jefxs buenos y de la religión civil de partido salvador electoralista; una sensibilidad de la política que está en otra parte: en el encuentro, en la cooperación y en el hacer en común, aprendiendo a soñar-prefigurar otros mundos entre y para todes, senti-pensando, practicando e implementando lo proyectado aqui y ahora, co-evaluando y haciendo balances colectivos  para seguir enlazando, aprendiendo. La fidelidad al acontecimiento 2001 no es un dogmático encolumnamiento acrítico y se entristece cuando votás porque estás como ausente.

Abrazos libertarios con sueños que no caben en las urnas.

 

 

 

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