Una lectura desde el pensamiento de Rodolfo Kusch *

 

Nos acercamos a la cosmovisión indígena porque reconocemos la insuficiencia de la concepción del mundo de la cultura occidental. Vemos en la cultura de los pueblos originarios de América no una carencia, como se ha considerado durante mucho tiempo, sino un valor. Reconocemos, como dice Kusch, la continuidad de las culturas ancestrales de Abya Yala en el presente, en nuestro caso en la población de la Patagonia, donde predomina la cultura mapuche-tehuelche.

Estudios en la zona del río Negro permiten estimar, en la cuenca del valle medio, la presencia humana desde hace entre mil y mil quinientos años. Esta última población es la que conecta directamente con las expresiones culturales que han llegado hasta nuestros días. Se trata de la población descendiente de los pueblos originarios y criolla asentada en la zona rural y en la periferia de las ciudades de Río Negro, en la localidad de Carmen de Patagones (Buenos Aires) y en la zona rural aledaña. El ejercicio de una permanente violencia simbólica que ha impedido su natural expresión en modos de pensar y vivir genuinos y populares, ha empobrecido la vida colectiva y es fuente de conflictos permanentes que llegan hasta el presente.

Y esa situación implica, como lo señala Kusch “un problema de integridad mental y la solución consiste en retomar el antiguo mundo para ganar la salud. Si no se lo hace así, el antiguo mundo continuará siendo autónomo, por lo tanto, será una fuente de traumas para nuestra vida psíquica y social” (América profunda: 20).

“La intuición que bosquejo”, continúa diciendo Kusch, ”oscila entre dos extremos .Uno es el que llamo el ser, o ser alguien, y que descubro en la actividad burguesa de la Europa del siglo XVI y, el otro, el estar, o estar aquí, que considero como una modalidad profunda de la cultura precolombina y que trato de sonsacar a la crónica del indio Santa Cruz Pachacuti Ambos son dos raíces profundas de nuestra mente mestiza –de la que participamos blancos y pardos- y que se da en la cultura, en la política, en la sociedad y en la psique de nuestro ámbito”(ob.ci.: 20) “Esto deriva finalmente en una sabiduría , como saber de vida, que alienta en el subsuelo social en el inconsciente nuestro que se opone a todo nuestro quehacer intelectual y político”(ob.ci.: 21). Es el hedor de América, que se refiere al prejuicio de nuestras minorías y nuestra clase media que promueven una versión mutilada de lo humano, fuente de la profunda crisis que vivimos.

Las culturas indígenas, se desplazan sobre la oposición desgarrada entre divinidades innombrables, que resumen los aspectos fastos y nefastos del mundo. Son reflexivas, dan cuenta de la condición contingente de la existencia humana y se expresan como una estrategia para hacer posible la vida.
Esa función de la cultura ofrece formas de intermediación entre las diferentes dimensiones de la realidad. El indígena, dice Kusch, no reprime su inconsciente como hace la clase media urbana, lo procesa a través del ritual. Responde a una concepción orgánica del mundo, una totalidad viviente que crece, madura y caduca, en un ciclo de permanente renovación que lo humano debe respetar y acompañar con sus formas de habitarlo.

La mapuche es una cultura que, dentro de un fondo común a las culturas originarias, tiene sus particularidades. Como todas ellas combina pensamiento, religiosidad y cultura, buscando el lazo, el muto reconocimiento, con el ambiente, una especie de ecología que responde a una lógica natural, un sentido intuitivo que recoge la comprensión de su hábitat o suelo, originada en un observar muy profundo para ver muchas cosas, fruto de una preocupación permanente por cada paso que se da y cada acto que se realiza, para estar atentos a aquello que está más allá de lo inmediatamente perceptible.

Como señala Kusch, la lengua indígena registra acontecimientos antes que cosas, se trata de un mundo afectado y, en ese sentido, importa el modo en que se actúa ya que predomina lo emocional y, por lo tanto, la búsqueda de una armonía entre lo que se da afuera y lo que se logra en la intimidad del sujeto. Una subjetividad que se extiende al mundo que nos rodea, a animales, plantas y piedras, al aire, la tierra, el agua y el fuego.

Todo es sagrado y, por lo tanto, toda acción participa de la lógica del ritual, y el ritual compromete. La falla o el problema no está en la naturaleza sino en nuestro comportamiento frente a ella, por eso el indígena no irrumpe en la realidad sino que la sondea para no violentarla.

El sentido reflexivo de la lengua, junto a una concepción ontológica de la tierra (mapu) y de los elementos que la acompañan (aire, agua y fuego) se refleja en las instituciones sociales, religiosas y políticas que se definen y explicitan desde el habla.

El kimun es el saber que se genera por esta posición frente al mundo y que se transmite a partir del yam, el educar en el respeto porque todo es sagrado, todo es newen, energía. No es una teoría del conocimiento sino una concepción global de la vida Se enseña al niño, pichikeche, que hay mensajes, señales en la naturaleza., así dice Kusch: el ser define mientras que el estar señala o busca señales. El viento, en particular, trae mensajes, también las aves. Y esos mensajes transmiten un orden, una ley que es la que hay que respetar. Se puede decir que hay ley antes que religión o, en todo caso, que la religión interpreta la ley de la naturaleza.

Un saber de señales y de cosas duraderas culmina en una concepción cualitativa del tiempo y el espacio, sometidos a ciclos de renovación, todo crece, madura y muere dando lugar a un nuevo renacer. El mundo como una totalidad orgánica cuyo centro está en un lugar ignoto (no en el yo individual) que hay que promover a través del ritual y la comunidad para lograr la integración.
Los ancianos son los depositarios del saber y promotores del ritual, un saber determinado, revelado: así es y así se hace para que la vida sea posible. De esa manera se alcanza el chegen, ser gente, una ética abierta y respetuoso referida al simple hecho de vivir, a que el ciclo vital se cumpla. Por eso se conoce para vivir y no por el simple hecho de conocer, afirma Kusch (La negación en el pensamiento popular: 85).

La cultura mapuche es pansiquista, concibe al mundo como un todo orgánico y vivo, animales, plantas y piedras son seres vivos, todo está subjetivado.

Por lo tanto, el saber indígena trasciende al objeto, va al trasfondo religioso que yace tras el objeto. De ahí que haya una realidad comprometida con lo que se va a hacer. Un tiempo y espacio cualificados.

Ello provoca nuestro interés por internarnos en un saber que alcanza dimensiones ausentes en la idea vigente de “conocimiento”, no por mera curiosidad, como hemos dicho, sino porque sospechamos que contribuye a la integración mental que Kusch reclama y que, seguramente, contribuirá a extenderla al plano social y político.

Por lo tanto, interesa comprender la cosmovisión mapuche, su modalidad de dar sentido al mundo a partir de una observación del entorno, en sus diferentes planos, el wenu-mapu o cielo , el nag-mapu o suelo de aquí y el minche -mapu o suelo de abajo.

Astros y posiciones en el espacio, seres y ciclos vitales, conforman una dinámica integradora.
También es conveniente resaltar el valor de lo común para el pueblo mapuche, no una mera comunidad de individuos sino la manera en que se vive o, mejor, “les vive” la totalidad cósmica que se refleja en un modo de convivir, en instituciones sociales y políticas. Instituciones modificadas por la presencia del huinca (extranjero) y las contingencias de la invasión, las tensiones que de ella se derivaron, y las novedades que hicieron desarrollar la capacidad de adaptación, por un lado, y de resistencia, por el otro.

Finalmente, la presencia de lo demoníaco, su necesaria complementariedad con el polo benéfico. Dualidad presente en todas las culturas que alcanza se especificidad en la mapuche y que reclama ser reconocida, para “ganar la salud”.

Es el camino para “recuperar toda nuestra humanidad”, ni el indígena se acultura totalmente ni el occidental es realmente dueño de la situación, dice Kusch. En ese trayecto andamos, tratando de no quedar aislados por el afán de pulcritud, dando cuenta que “América hiede” y, en la Patagonia, se corre el riesgo que ese hedor convoque al odio y a la muerte, trastocando la posibilidad de conjurar los opuestos, la fagocitación del ser por el estar, como única posibilidad de que predomine la vida sobre la muerte.

* Introducción, Osvaldo Alonso

Enviado a Comunizar por el autor, agosto de 2022

Lectura del texto completo en PDF

 

 

Categorías: Artículos