De los pañuelos rojos a los chalecos amarillos: la tradición comunalista

Sixtine van Outryve

El legado de la Comuna de París y sus sueños de cambio social radical resuenan a través del tiempo, inspirando a pensadores y activistas revolucionarios hasta el día de hoy.»

Commercy, Francia – Febrero de 2019. Una multitud de activistas locales aplaude. Acaban de decidir por unanimidad luchar contra el gobierno local para mantener su casilla, organizando su propia cabina de votación para un referéndum ciudadano local. Un lugar de calidez humana, fraternidad, debate y toma de decisiones colectivas durante las asambleas diarias, la casilla fue la piedra angular del movimiento de democracia directa de Commercy. Para reprimir este amenazador experimento democrático, el alcalde decidió que la casilla debía ser destruida. Pero esto no sucedería sin una lucha, sin invitar a la población de todo la localidad a expresar su apoyo votando para mantener la casilla durante un referéndum de base.

Sobre el papel, esta escena de revolucionarios franceses organizando sus propias elecciones para gobernarse a sí mismos, desafiando al estado, podría haberse confundido con una asamblea de Comuneros Parisinos. Pero no, la multitud que vitoreaba en Commercy sucedió casi 150 años después. La gente no usaba bufandas rojas, sino chalecos amarillos; símbolo actual de un levantamiento popular moderno contra el gobierno francés.

Este 18 de marzo se cumple el 150 aniversario de la Comuna de París. A pesar de su breve existencia, la Comuna constituye un momento clave tanto en la historia de las ideas políticas como en las revoluciones. Durante 72 días, los Comuneros lucharon para construir una república social y democrática, organizando elecciones para su comuna popular, tomando medidas sociales radicales, discutiendo problemas políticos en clubes revolucionarios mientras organizaban la resistencia con la Guardia Nacional contra la contrarrevolución de Versalles. Esta experiencia revolucionaria terminó con la Semana Sangrienta, una brutal represión de los Comuneros por parte del gobierno Francés con sede en Versalles.

Aunque la Comuna de París tuvo lugar hace un siglo y medio, los ecos de esta efímera revolución resuenan a lo largo de la historia para animar los movimientos sociales que aspiran a la democracia radical y popular. Hoy, en 2021, los movimientos comunalistas están encarnando el espíritu revolucionario de 1871 con principios de democracia directa aplicados en toda Francia. El legado de la Comuna de París, una revolución social, democrática y obrera, sigue vivo.

Los orígenes del comunalismo

Los límites de la democracia directa en la Comuna

El 26 de marzo de 1871 se celebraron elecciones municipales por parte del Comité Central de la Guardia Nacional que estaba a cargo de la ciudad tras el levantamiento del 18 de marzo. Dos días después, se dieron a conocer los resultados de las elecciones y se proclamó la Comuna ante una multitud de 200.000 personas. París, anteriormente subordinada al gobierno central sin derecho a autogobernarse, sería gobernada por un consejo municipal de 90 funcionarios electos. Estarían a cargo de administrar la ciudad y manejar los asuntos públicos. Como tal, la concepción de la política que prevaleció durante la Comuna de París confirió la tarea de la toma de decisiones políticas a unos pocos elegidos, y no a la mayoría.

Durante las pocas semanas que duró la Comuna de París, el consejo municipal se reunió a diario, a veces incluso dos veces al día. Además, y con el ánimo de fusionar los poderes legislativo y ejecutivo, algunos de sus miembros también formaban parte del comité ejecutivo, o de las nueve comisiones temáticas de finanzas, trabajo, educación, etcétera. Los jefes de estas comisiones eran delegados revocables del consejo. Por último, pero no menos importante, cada funcionario electo también estaba a cargo de los asuntos de su propio distrito. Esta multitarea exigía sólidas habilidades de gestión del tiempo de los Comuneros electos.

Tradicionalmente, la Comuna de París se asocia con la idea de democracia directa. Sin embargo, uno podría preguntarse: ¿qué tiene de directamente democrático un consejo municipal compuesto por representantes electos mediante sufragio universal (masculino)? Claro, la evolución democrática lograda por la Comuna resultó en un consejo municipal electo, compuesto en parte por gente de la clase trabajadora, y en la ciudad ya no dependiendo del gobierno central para administrar sus asuntos. Pero, ¿las elecciones y el gobierno representativo no son lo opuesto a la democracia directa?

Sin embargo, lo que diferenciaba a la Comuna de un gobierno representativo tradicional era el hecho de que la gente se reunía constantemente en espacios públicos para discutir, debatir y tomar posición sobre los asuntos públicos. Estas asambleas populares informales pretendían ejercer control y ejercer presión sobre el gobierno oficial de la Comuna. Como tal, la democracia directa no era tanto la que se practicaba en el ayuntamiento como la que se encontraba floreciendo en múltiples asambleas en toda la ciudad y participando en asuntos públicos: los comités de distrito que se organizaban en una federación de toda la ciudad y administraban los asuntos locales a través de una vida de barrio muy activa; las asambleas de la Guardia Nacional; la milicia popular compuesta por la mayoría de los hombres de la clase trabajadora; las secciones locales de la Primera Internacional; la Asociación Internacional de Trabajadores que se creó en 1864 en Londres; las cámaras sindicales; y sobre todo, los clubes revolucionarios.

Los clubes revolucionarios: “teatros y los salones del pueblo.”

Creados por primera vez durante los períodos revolucionarios de 1789 y 1848, y resucitados con el colapso del Segundo Imperio en 1870, los clubes revolucionarios marcaron la historia de la Comuna por su abundancia, su intensa actividad política y su radicalismo. Ocupando las iglesias por las tardes (el clero era despedido a las 5 de la tarde), estos clubes reunieron a cientos o incluso miles de personas. Eran “los teatros y salones del pueblo”, donde se practicaba “la enseñanza del pueblo, por el pueblo”, según Edmond Lepelletier, periodista parisino contemporáneo. A excepción de los anti-Comuneros, todos fueron bienvenidos, con el pago de 1 a 5 centavos para financiar la iluminación.

Lugar de encuentro, debate y decisión, estas asambleas populares ejercieron un importante control sobre la acción de la Comuna, cuestionando las decisiones de los funcionarios electos considerados como “meros delegados”, exigiendo más radicalismo y adoptando resoluciones sobre importantes temas políticos y sociales. Con el fin de encauzar la vida democrática de los clubes hacia la Comuna, crearon una federación de clubes que se ubicaba justo al lado del Ayuntamiento, para recoger y trasladar propuestas de las asambleas al Ayuntamiento.

Los clubes también eran un lugar importante para la expresión política de las mujeres, que, recordemos, no tenían derecho al voto. Uno de los clubes en los que hubo una presencia importante de mujeres es el Club des Prolétaires que, durante una sesión de Mayo, acogió a 3.000 mujeres de los 4.000 participantes. En otros clubes, varias oradoras, como Paule Minck o André Léo, que eran tanto activistas feministas por la educación de las niñas y mujeres como miembros de la Primera Internacional, se pronunciaron para exigir más derechos para las mujeres. En el Club des Libres-penseurs se adoptó una resolución a favor de la emancipación total de la mujer y el derecho al divorcio.

Por último, varios clubes también tenían periódicos propios, como el mencionado Club des Prolétaires, que se reunía en la iglesia de Saint-Ambroise y publicó cuatro números de su periódico Le Prolétaire a lo largo del mes de mayo para concientizar a los trabajadores de sus intereses.

Obstáculos para la democracia directa

Sin embargo, algunas decisiones de la Comuna impidieron este ejercicio democrático por parte del pueblo. En efecto, además de que la Comuna, entendida como gobierno municipal, no encarna la democracia directa, estas decisiones incluso cuestionan su carácter fundamentalmente democrático. Por ejemplo, la Comuna decidió al principio hacer secretas sus deliberaciones. Si bien esto pudo estar justificado por la amenaza militar del gobierno de Versaillais, para no dar información al enemigo, la decisión parecía difícil de entender por una población que exigía democracia directa. De hecho, socavó el principio de intervención permanente del pueblo en los asuntos comunales que supuestamente defendía la Comuna. Sin embargo, el 9 de abril, luego de numerosos debates dentro del concejo y la presión popular de los clubes, la Comuna decidió levantar el secreto de las deliberaciones publicando informes en el Diario Oficial de la Comuna.

La división del poder dentro de la Comuna también cuestiona su carácter directamente democrático. De hecho, los poderes legislativo y ejecutivo se fusionaron en la Comuna, ya que los funcionarios electos eran miembros de la asamblea municipal (el poder legislativo) y miembros de una o varias comisiones, incluida la comisión ejecutiva, que en conjunto formaban el poder ejecutivo. Más adelante veremos cómo la división fundamental entre formulación de políticas y administración es primordial para la democracia directa comunalista.

Otra decisión cuestionable de la asamblea municipal fue prohibir los periódicos hostiles a la Comuna. Si bien se justificó nuevamente por la necesidad de silenciar al movimiento anti-comunalista ante la inminente represión de Versalles, esta decisión podría ser, y ha sido por algunos comuneros electos, considerada un obstáculo a la libertad de prensa, fundamental para una vida cívica democrática. Más en una época revolucionaria donde la prensa, multiplicándose desde el inicio de la insurrección, era un pilar del debate público. De hecho, las revistas más famosas y de mayor difusión, como Le Cri du Peuple del electo Comunero Jules Vallès, o Père Duchêne, una revista satírica que data de la Gran Revolución, se leyeron en voz alta en lugares públicos y se debatieron colectivamente.

Finalmente, la decisión que presenta el desafío más serio a la calificación de democracia directa para la Comuna es la tomada el 1ro. de Mayo. Esta decisión buscaba crear un Comité de Seguridad Pública (Comité de salut public) en reemplazo del comité ejecutivo. El Comité estaba compuesto por cinco miembros dotados de “los poderes más amplios sobre todas las comisiones” de la Comuna, aunque no se especificaron estos poderes. Esta decisión se tomó para proteger la revolución rectificando la situación militar y reprimiendo la oposición, lo que se hizo principalmente mediante la prohibición de medios de prensa hostiles y la caza de traidores.

Sin embargo, la decisión no se adoptó sin debate: mientras algunos miembros de la Comuna afirmaban que el comité era necesario para proteger la revolución contra Versalles, otros lo veían como el fin de cualquier funcionamiento democrático de la Comuna y el comienzo de una dictadura. El recuerdo de un Comité de Seguridad Pública anterior, creado en 1793 para proteger a la república recién creada de los peligros durante la Gran Revolución Francesa, hizo que algunos Comuneros temieran una repetición del período del Terror que el comité inculcó: un período en el que funcionó la guillotina incansablemente contra los considerados traidores a la revolución.

Adoptado por 45 votos contra 23, la creación del Comité provocó una fractura en la asamblea municipal, lo que llevó a la minoría socialista anti-autoritaria a abandonar la Comuna. Sin embargo, en una especie de paradoja democrática, los representantes electos del distrito 4 que habían renunciado a la Comuna en protesta se enfrentaron a sus votantes en una asamblea de distrito el 20 de Mayo. La asamblea, por un voto unánime menos uno, impuso a sus delegados el mandato imperativo de regresar a la Comuna. Este mandato fue respetado y los representantes electos regresaron a la Comuna al día siguiente. Desafortunadamente, este día también marcó el inicio del fin de la Comuna con la entrada del ejército de Versalles en París y el inicio de la Semana Sangrienta.

Este ejemplo ilustra uno de los elementos esenciales de la democracia directa generalmente asociado con la Comuna: el mandato imperativo. Consiste en un mandato preciso otorgado por la población a los funcionarios electos que estos últimos deben respetar, el principio del mandato imperativo parece haber sido implementado en ciertos momentos. Su corolario, la revocabilidad de los funcionarios electos, parece no haberse practicado en la Comuna, aunque se pidió en discursos y declaraciones, y en la convocatoria a elecciones realizada por el Comité Central de la Guardia Nacional. A pesar de que ningún funcionario electo fue revocado por sus votantes en su rol de funcionario (solo en su rol de delegado de una determinada comisión), el mandato revocable estuvo muy presente en otras instituciones durante la Comuna de París. De hecho, tanto la Guardia Nacional como las asociaciones de trabajadores practicaron la revocación de personas electas.

Comuna de comunas

Pero la democracia directa en la época de la Comuna de París no se limitaba al autogobierno local. Lo que también influyó en esta época fue la idea de asociación de comunas libres, en su mayoría teorizadas y promovidas por Pierre-Joseph Proudhon. De hecho, esta autonomía fue reclamada no solo para París, sino para todas las ciudades y pueblos de Francia. Así, en la “Declaración al pueblo francés” del 19 de Abril de 1871, la Comuna afirmó que “la autonomía absoluta de la Comuna se extendía a todas las localidades de Francia. La autonomía de la Comuna estará limitada únicamente por el derecho de igual autonomía para todas las demás comunas adheridas al contrato, cuya asociación debe garantizar la unidad francesa”. Como tal, en palabras del filósofo estadounidense Murray Bookchin: «la Comuna de París llamó a todas las comunas de Francia a formar un poder dual confederal en oposición a la Tercera República recién creada».

Inspirándose en la Comuna de París y en solidaridad con ella, Marsella, Toulouse, Lyon, Narbonne, Saint-Etienne y Le Creusot se comprometieron a crear sus propias comunas a finales de marzo. Estas comunas serían efímeras y durarían sólo diez días, en el mejor de los casos. Debido a su represión, la Comuna de París recibiría muy poco apoyo de otras ciudades de Francia. Esto tendría dos consecuencias: primero, dejó a París solo para enfrentarse al gobierno francés en Versalles, y segundo, dejó que la idea de una confederación, o Comuna de Comunas, fuera desatendida.

Comunalismo teorizado

Aunque el término comunalismo se originó durante la Comuna de París para denotar su actividad, también se conoce hoy como la teoría política desarrollada por Murray Bookchin. La afiliación a la Comuna de París es clara, como escribe Bookchin en La próxima revolución: “La palabra se originó en la Comuna de París de 1871, cuando el pueblo armado de la capital francesa levantó barricadas no solo para defender el ayuntamiento de París y su administrativas subestructuras, sino también para crear una confederación nacional de ciudades y pueblos para reemplazar al estado-nación republicano».

Según la filosofía política del comunalismo, la Comuna es la principal unidad política donde las comunidades gestionan directamente sus propios asuntos a través de asambleas populares que funcionan en el modo de democracia directa y cara a cara. Más precisamente, “busca reestructurar radicalmente las instituciones de gobierno de las ciudades en asambleas democráticas populares basadas en barrios, pueblos y aldeas. En estas asambleas populares, ciudadanos… lidian con los asuntos de la comunidad en persona, tomando decisiones políticas en una democracia directa”.

Para temas que exceden el ámbito del municipio, el comunalismo supone que los municipios deben organizarse siguiendo el modelo confederalista, que Bookchin describe como:

una red de consejos administrativos cuyos miembros o delegados son elegidos en asambleas democráticas populares presenciales, en los distintos pueblos, localidades e incluso barrios de las grandes ciudades. Los integrantes de estos consejos confederales son estrictamente mandatarios, revocables y responsables ante las asambleas que los elijan a los efectos de coordinar y administrar las políticas formuladas por las propias asambleas. Su función es, por lo tanto, puramente administrativa y práctica, no una política —haciéndola como la función de los representantes en los sistemas republicanos de gobierno.”

De hecho, Bookchin establece una distinción entre: la formulación de políticas, las decisiones políticas sobre el curso de acción que debe seguir un municipio, formuladas por la asamblea popular que reúne a los vecinos del municipio; y la administración de estas decisiones, la coordinación y ejecución de estas decisiones (tanto a nivel municipal como confederal), llevadas a cabo por delegados con mandatos revocables e imperativos, bajo la estrecha supervisión de la asamblea popular.

El comunalismo exige municipios autónomos, directamente democráticos que, organizados en confederaciones, competirían directamente por el reclamo de legitimidad política con los estados-nación, con el objetivo de abolirlos. Por tanto, Bookchin rechaza tanto la unidad política del estado-nación como el modelo de democracia representativa, que juntos constituyen el paradigma en torno al cual se estructura nuestra política moderna. De hecho, al modelo de política «en el que los individuos han disminuido su influencia en los asuntos políticos debido a los límites del gobierno representativo», con «el estado concebido como un sistema de gobierno altamente profesionalizado», él opone a la política entendida como “las instituciones mediante las cuales las personas gestionan democrática y directamente los asuntos de su comunidad».

Los principios fundamentales del comunalismo según la teoría de Bookchin son, por tanto: la comuna como unidad política principal; la democracia directa como modo de ejercicio del poder; la legitimidad política de la asamblea popular como lugar de encuentro, debate y decisión; la política como actividad diaria de todos y no profesión de unos pocos; la constante asamblea del pueblo; la negativa de representación a favor de la delegación del poder mediante mandatos imperativos y revocables; así como la distinción entre toma de decisiones, pertenencia al pueblo reunido, y administración, dejada a los delegados.

Curiosamente, a pesar de que la Comuna de París inspiró la teoría del comunalismo, la institución de la Comuna en sí no ejemplificó algunos principios comunalistas. Como hemos visto, el poder de decisión pertenece a los representantes electos durante la Comuna de París, y no al pueblo reunido que por lo tanto solo tenía poder de supervisión y debate, con poca capacidad para dar mandatos imperativos a los representantes, y menos aún para revocarlos. Además, en la Comuna se fusionaron los poderes legislativo y ejecutivo, sin ningún tipo de distinción entre toma de decisiones y administración.

Como señaló Paula Cossart en su próximo ensayo «De la Commune au Communalisme», esto fue muy criticado por Bookchin en La Ecología de la Libertad:

Esta distinción [entre la formulación de políticas y su implementación administrativa] ha sido lamentablemente confundida por teóricos sociales como Marx, que celebraron la fusión de la toma de decisiones con la administración de la Comuna de París dentro de los mismos cuerpos políticos y agencias. Quizás ningún error podría ser más grave desde un punto de vista libertario. El peligro de entregar las decisiones de formulación de políticas a un órgano administrativo, que normalmente es un órgano delegado y a menudo de carácter muy técnico, está impregnado de elitismo y usurpación del poder público. Una democracia directa es cara a cara y descaradamente participativa.

Además, el pueblo reunido no tenía ningún poder de decisión, lo que aleja aún más esta distinción de principios de la realidad. Como tal, la teoría del comunalismo tal como la formuló Bookchin no es tanto la teoría exacta del experimento de la Comuna de París. Es más bien una teoría ideal que creó para dar vida a sus principios de democracia directa y abordar las deficiencias de los acontecimientos revolucionarios para alcanzar la democracia directa, siendo la Comuna de París uno de los primeros experimentos de este tipo a gran escala.

La Comuna vive

La Comuna de París ha sido una referencia para la izquierda radical a lo largo del siglo XX. Si bien su legado se puede encontrar en muchos movimientos, me centraré aquí en el movimiento comunalista de los chalecos amarillos en Commercy, una pequeña ciudad rural del noreste de Francia. De hecho, desde los primeros días del movimiento, los Chalecos Amarillos de Commercy se organizaron en asambleas populares y siguiendo los principios de la democracia directa. En su casilla, sin líder ni representante, realizaban asambleas diarias para debatir y tomar decisiones colectivamente, votando de todo, desde bolígrafos y vasos hasta folletos y acciones, y esto con mayoría, buscando consensos.

La forma comunalista de organización política adoptada por el grupo se inspiró en parte en las ideas de Bookchin. De hecho, los principios del comunalismo fueron sugeridos progresivamente al grupo por algunos comunalistas entre ellos familiarizados con las ideas de Bookchin, cuyas proposiciones se ajustan a las aspiraciones democráticas del grupo. Estas asambleas populares eran muy parecidas a las asambleas distritales y clubes revolucionarios durante la Comuna de París: asamblea popular constante, apertura de la asamblea a todos, reunión de vecinos para debatir y decidir sobre temas políticos esenciales, vista de la política como actividad desprofesionalizada, críticas a la política representativa, organización solidaria y ayuda mutua. El ideal de la política como actividad diaria de todos se ejemplificó todos los días. Además, pronto llegarían los principios de mandatos imperativos y revocables, similares a los practicados y exigidos durante la Comuna de París.

De hecho, en reacción a la demanda del gobierno francés de nombrar a ocho representantes del movimiento de los Chalecos Amarillos para comenzar las negociaciones, los Chalecos Amarillos de Commercy lanzaron un “Primer Llamado a los Chalecos Amarillos de Francia” para rechazar la representación y la recuperación y organizar asambleas populares en todas partes: “Desde Commercy, pedimos, por tanto, la creación de comités populares en toda Francia, que funcionen en asambleas generales regulares. Lugares donde se libera el habla, donde uno se atreve a expresarse, a formarse, a ayudarse unos a otros”. Continuaron: “Si va a haber delegados, es a nivel de cada comité popular local de los Chalecos Amarillos, lo más cerca posible de la palabra del pueblo. Con mandatos imperativos, revocables y rotativos. Con transparencia. Con confianza».

Después de una segunda convocatoria a todos los Chalecos Amarillos para confederarse, los Chalecos Amarillos de Commercy organizaron una “Asamblea de Asambleas” a finales de enero de 2019. Este evento, que reunió a 75 delegados de grupos locales de Chalecos Amarillos, elaboró ​​su funcionamiento de acuerdo con los principios de democracia directa. La mayoría de los delegados fueron dotados de mandatos imperativos y revocables de sus asambleas locales, con la aspiración de crear una especie de federación, una aspiración compartida por los comuneros.

Dado que no todos los delegados tenían mandatos de sus propias asambleas para tomar decisiones sobre demandas oficiales basadas en la encuesta en la que participaron los grupos locales antes de la reunión, decidieron emitir una convocatoria común. Decidieron que solo los delegados con mandato firmarían conjuntamente la convocatoria; los que no tienen mandato lo presentarán a sus respectivos grupos locales para su ratificación. Además de pedir justicia social y económica y derechos sociales, condenar la represión, reafirmaron sus compromisos antirracistas, antisexistas y antihomofóbicos, también llamaron a la participación masiva en las huelgas generales del 5 de febrero de 2019 y a la creación de asambleas populares en todas partes.

La dinámica confederal de la Asamblea de Asambleas vivió más allá de las fronteras de Commercy, hasta la víspera de la crisis sanitaria, mostrando hasta qué punto este vehículo federativo de autoorganización democrática respondió a la necesidad de muchos grupos locales de los Chalecos Amarillos.

A nivel local, el movimiento de los Chalecos Amarillos de Commercy se agotó en marzo de 2019, especialmente debido a la destrucción de su casilla por orden del alcalde que quería reprimir este levantamiento local, contra el que lucharon organizando un referéndum de iniciativa ciudadana local, que obtuvo un apoyo masivo entre la población local. Obligado a reinventarse, el movimiento decidió institucionalizar el espacio de discusión que es la asamblea y abrirlo a otros residentes de Commercy creando la Asamblea de Ciudadanos de Commercy (CCA). Tras varias asambleas en mayo, junio y septiembre de ese año, así como varias reuniones temáticas durante el verano, los organizadores de la CCA decidieron dar un paso más: tomar el municipio y convertirlo en el locus del poder popular. Que la Comuna sea la unidad para el ejercicio del autogobierno a través de la democracia directa hace eco del propósito mismo de la Comuna de París.

Y efectivamente, la CCA dio un mandato a un grupo de personas dentro de ella para presentar una lista para las elecciones municipales de Marzo de 2020. Esta lista, “Vivamos y decidamos juntos”, tiene como programa sólo la democracia directa, es decir, dar poder a CCA vinculando el mandato de los funcionarios municipales electos con sus decisiones, un mandato imperativo. Después de una campaña activa, marcada por la organización de una reunión nacional de comunas libres llamada “La Comuna de las Comunas” en Enero de 2020 demostrando la búsqueda continua del ideal federativo de la Asamblea de Asambleas, la lista fracasó en la primera vuelta de las elecciones municipales del 15 de Marzo de 2020 con el 9,77 por ciento de los votos, faltando solo cuatro votos para calificar para la segunda vuelta.

Sin embargo, el proyecto comunalista de permitir la autoorganización de los habitantes a través de una asamblea ciudadana se mantuvo, ya que las elecciones siempre se han visto como un medio y no un fin para dar poder a los residentes de Commercy. En cualquier caso, lo que empezó en Commercy es mucho más que una dinámica local. Sembró la semilla del comunalismo en la mente de muchos Chalecos Amarillos, manifestantes y militantes, reviviendo ideales de hace 150 años. El comunero y conocido anarquista Elisée Reclus dijo: «Lo que los líderes no hicieron, lo hizo la multitud sin nombre». Si bien esto era cierto en la época de la Comuna de París, lo mismo podría decirse hoy de este movimiento comunalista contemporáneo. Y lo que hizo la multitud sin nombre fue nada menos que promulgar los ideales de la democracia directa comunalista.

Lecciones de la Comuna

Si bien la Comuna de París es una fuente de inspiración para los movimientos contemporáneos, el estudio de su historia, sus acciones, pero también sus deficiencias y fracasos, puede permitir que los organizadores comunalistas aprendan de ellos y eviten ciertos errores. De hecho, más allá de inspirar la imaginación de la izquierda radical, esta primera gran experiencia de autogobierno de los trabajadores también puede enseñarnos varias lecciones.

En primer lugar, el hecho de que los clubes pesaran sobre el gobierno municipal muestra hasta qué punto la democracia directa no es sólo una cuestión de procedimiento, sino de una ciudadanía activa y movilizada. Este estallido de compromiso político dentro de la sociedad civil estuvo muy presente durante la Comuna de París: todo el poder fue cuestionado por el pueblo reunido en asambleas populares, incluso el poder revolucionario de la Comuna. Sin embargo, esta democracia directa tenía sus propios límites: los clubes florecían en un medio favorable a la Comuna revolucionaria, que no era representativa de toda la población. Además, estas asambleas populares no representaban a toda la población, sino, en el mejor de los casos, a varias decenas de miles de personas. Desde una perspectiva comunalista, esto plantea la cuestión de cómo conseguir un apoyo masivo entre la población, así como asegurar su participación.

En segundo lugar, la fusión de los poderes legislativo (formulación de políticas) y ejecutivo (administración) dentro de la Comuna, así como el hecho de que los ciudadanos no eran el órgano legítimo de toma de decisiones, también cuestiona su carácter directamente democrático en una perspectiva comunalista, y su capacidad de dar poder al pueblo. Los comunalistas deben tener cuidado de dejar el lugar de la toma de decisiones en manos del pueblo reunido, en lugar de dejarles solo un derecho de intervención, y dar poderes ejecutivos a los delegados dotados de mandatos imperativos y revocables, mecanismos que los comuneros electos descuidaron, con algunas excepciones, en lo que respecta a sus propios mandatos.

La Comuna también nos muestra que, cuando se produzca la chispa revolucionaria, los trabajadores entrarán en la lucha y se autoorganizarán. Esta autoorganización, lamentablemente, enfrentará una brutal represión por parte de la clase dominante lista y preparada para cometer una masacre para mantener sus propios intereses. De hecho, no se debe ser ingenuo, como podrían haber sido algunos comuneros, acerca de la lucha que la clase dominante está dispuesta a librar contra cualquier cosa que amenace su posición. Para hacer frente a esta represión, el movimiento revolucionario debe estar preparado y organizado, y esta fue sin duda una de las principales deficiencias de la Comuna de París. La Comuna ha sido criticada por sus interminables discusiones y la consiguiente inacción, en un momento en el que debería haber hecho más esfuerzos para prepararse contra el gobierno estatal con sede en Versalles. La falta de apoyo que la Comuna de París recibió de otras ciudades durante la represión también muestra hasta qué punto la construcción de un movimiento confederal es primordial para desafiar efectivamente al estado desde una perspectiva comunalista.

Una de las principales preguntas que plantea la inevitabilidad de la represión estatal es cómo gestionar el delicado equilibrio entre luchar contra la represión para preservar la revolución, por un lado, y organizar la nueva sociedad revolucionaria de una manera directamente democrática, por el otro. La Comuna respondió a este dilema mediante la creación del Comité de Seguridad Pública. Este organismo centralizado que daba poder ejecutivo a una minoría al tiempo que reducía las libertades civiles, parecía muy lejos del ideal de poder para el pueblo que la Comuna de París pretendía encarnar, y quizás alienaba a la gente del movimiento revolucionario.

Más allá de todas estas lecciones que los movimientos podrían sacar de esta historia inspiradora pero trágica, lo que la Comuna nos ha mostrado, y lo que el movimiento de los Chalecos Amarillos ha confirmado una vez más, es que no hay mejor incentivo para volverse políticamente activo que la lucha política en sí. Los acontecimientos revolucionarios llevan a quienes no tenían conciencia de su ser político a descubrir en sí mismos convicciones sociales profundamente arraigadas y una competencia oculta para convertirse en líderes, oradores, organizadores, escritores, luchadores, etcétera. El sueño del cambio social puede inspirar este entusiasmo colectivo y una energía masiva para actuar. Y esta es la peor pesadilla de la clase dominante.

18 de Marzo, 2021


Original en inglés, RoarTraducción al castellano para Comunizar: Nina Contartese


 

De los pañuelos rojos a los chalecos amarillos: la tradición comunalista

 

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