Antes pensaba que si la revolución no era mañana nos dominaría un sino catastrófico (o por lo menos catatónico). Ya no creo en un «antes y después de la revolución» y pienso que de este modo nos hemos librado del fracaso y la desesperación. Creo realmente que lo que necesitamos absolutamente para continuar luchando (en contra de la opresión cotidiana) es ESPERANZA, con la imagen de un futuro hermoso y poderoso que nos impulse firmemente hacia una creación desde abajo de un mundo interno y externo habitable y auto realizado (por auto realizado comprendo no sólo necesidades primarias como el alimento, vestuario, cobijo, etcétera, sino también necesidades psicológicas, por ejemplo un ambiente no opresivo que acoja la libre elección de alternativas posibles, específicas y concretas).
Yo creo que la esperanza existe, así como está presente en la «imagen de mujer» de Laurel, en la «valentía existencial» de Mary Daly y en el anarco-feminismo. Voces distintas que describen el mismo sueño ya que «sólo el sueño puede romper las piedras que bloquean nuestras bocas» (Marge Piercy: «La provocación del sueño»). Mientras hablamos cambiamos y si cambiamos nos transformamos simultáneamente a nosotras mismas y al futuro. Es cierto que no hay solución, individual o de otro tipo, en nuestra sociedad. Pero si somos capaces de contrarrestar esta deprimente verdad con una conciencia de la radical transformación que hemos experimentado —en nuestra mente y en nuestras vidas— tal vez tengamos el valor de hacer posible el SUEÑO. Obviamente que no es fácil enfrentar la opresión cotidiana y mantener la esperanza; pero es nuestra única opción. Si dejamos la esperanza (la habilidad de hacer las conexiones y proyectar el futuro) habremos perdido. La esperanza es la herramienta revolucionaria más poderosa de la mujer; es lo que nos proporcionamos unas a otras cada vez que compartimos nuestras vidas, nuestro trabajo y nuestro amor. Nos impulsa a salirnos de la autoflagelación, la culpa y el fatalismo que nos mantiene cautivas en celdas separadas. Si nos rendimos ante la depresión y la desesperación ahora aceptaremos la inevitabilidad de las políticas autoritarias y la dominación patriarcal. No debemos permitir que nuestra pena y rabia se vuelva desesperanza o miopes «soluciones» a medias. Nada de lo que hagamos es suficiente, sin embargo esos «pequeños cambios» en nuestras mentes, nuestras vidas, las vidas de los otros, no son totalmente inútiles y fútiles. Toma mucho tiempo hacer la revolución: es algo que uno proyecta y a la vez vive desde ahora. La transformación del futuro no será instantánea, pero puede ser total una unidad de pensamiento y acción, individualidad y colectividad, espontaneidad y organización, experimentando desde lo que es a lo que puede llegar a ser.
Somos sonámbulas atormentadas por pesadillas,
encerramos nuestra imagen en cuartos sellados, renunciando,
sólo cuando quebremos el espejo y recuperemos nuestra imagen,
sólo cuando seamos el viento que fluye y canta,
sólo en nuestros sueños los huesos pueden ser lanzas,
porque somos reales
y estamos despiertas.
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Pintura de Eileen Agar, titulada Autobiografía de un embrión, 1933