Tercera asamblea de asambleas: los chalecos amarillos buscan alternativas
Seiscientos cincuenta chalecos amarillos se reunieron en Montceau-les-Mines, en Borgoña, tantos como en Sain-Nazaire, hace dos meses. Enredados en sus tentativas de unión, debilitados numéricamente, el movimiento ofrece, sin embargo, la fuerza de sus movilizaciones locales, digna de verse, y su lento caminar hacia el municipalismo.
En las calles residenciales de Montceau-les-Mines, decenas de coches con placas exóticas, estacionados pegados los unos a los otros sobre las aceras y taludes, anuncian el color: los chalecos amarillos han venido de toda Francia a Saône-et-Loire para asistir a su tercera asamblea de asambleas, el 29 y 20 de junio, después de Commercy, en enero, y Saint-Nazaire en abril. Son las diez de la mañana del sábado, la policía municipal también da vueltas por el barrio, pero se mantiene a distancia del complejo deportivo de Poloux, lugar del evento. En la víspera, el prefecto se desplazó personalmente para verificar las instalaciones y no encontró nada que decir.
Un gran cono de cemento, algunas pancartas sobre el RIC (referendum de iniciativa ciudadana) y dos banderas amarillas que flotan al final de la calle acaban de guiar al extranjero. Sobre todo, desde las ventanas del gimnasio, donde se lleva a cabo la primera sesión plenaria del día: se escapa un canto familiar, entonado a la mínima ocasión en las manifestaciones desde hace siete meses, para desafiar a Emmanuel Macron. Son 650 participantes, delegados encargados de 250 rotondas o asambleas, participando en los debates. Algunos, como los dos delegados de las colinas de Diois, en la Drôme, han salido entre las 3 y las 4 de la mañana, en coche, para llegar a hora. “Luchamos por el clima y el poder adquisitivo, y quemamos gasolina a diestra y siniestra siendo chalecos amarillos”, bromea.
El aforo es idéntico al de Saint-Nazaire dos meses atrás. Este movimiento al que han declarado muerto veinte veces, no se ha apagado. En la calle, sábado tras sábado, en cantidades más reducidas, o en los momentos de acciones locales poco o no mediatizadas, los chalecos amarillos guardan el fuego que encendieron en noviembre pasado, y se calientan al sol de esta reunión nacional, antes del verano. Sin fanfarronear: “Llamamos a asambleas departamentales o regionales, ya que aquí sólo representamos a una minoría del movimiento, y es una lástima”, apunta uno de los participantes en la sesión plenaria, al micrófono.
Nadie cuestiona tampoco que las rotondas se hayan rarificado, al igual que los chalecos amarillos activos. “Hay que ver la presión policíaca que hemos soportado, las heridas, las multas, la cárcel para algunos, recuerda Thérèse Bénétreau, delegada por el el grupo de Eymoutiers, en el Limusín. Perdemos una energía loca esquivando las leyes represivas desde hace séis meses”. En Limoges, ciudad vecina, todavía quedaba, hasta hace poco, una rotonda. “Fue destruida. Los compañeros instalaron su roulotte en un parking, la policía llamó un bulldozer. Decidieron hacer un huertecito compartido en un espacio de tierra que no sirve para nada, y los policías aplastaron sus frijoles, sus tomates y sus lechugas…”
Otros, en Eymoutiers, están ocupados a tiempo completo en el heno, relata Thérèse, para explicar el menguar de los grupos. En el Diois, igualmente agrícola, cuenta Françoise, los temporarios han vuelto al trabajo. “La semana pasada, en la manifestación, éramos 50 donde antes teníamos la costumbre de ser 200. He vuelto a casa desesperada. Ver que aún estamos aquí, numerosos, en Montceau-les-Mines, nos alienta nuevamente”.
Le “Magny”, grupo organizador de esta tercera asamblea, es uno de los que mejor ha resistido. Todavía son varias decenas de chalecos amarillos, reuniéndose en Asamblea General cada semana, relativamente exentos de la furia de las autoridades locales. “El alcalde compra la paz social, nos deja más o menos tranquilos”, bromea Pierre-Gaël Laveder, uno de los pilares del grupo. La organización es, por lo tanto, minuciosa. Nadie entra al lugar si no está inscrito como delegado, observador o medios de comunicación.
Cantinas solidarias, bibliobuses, carpas para acoger las discusiones en talleres forman una especie de mini universidad de verano, rodeada de campos. Un sol abrasador abruma al conjunto, llevando a los chalecos amarillos a aglutinarse bajo los árboles, en busca de algo de sombra. Al fondo, algunas tiendas han sido colocadas en la hierba, pero numerosos participantes son acogidos en las casas de los chalecos amarillos locales, que han abierto camas y jardines, y tendido hamacas entre los árboles para la noche. “En casa de Rosa, es genial”, asegura Thérèse, pasando fotos de la casa de su hospedante en su teléfono.
Y pese al “árbol de los deseos”, traído desde Commercy, y al escenario instalado para el concierto de la tarde, el ambiente no está para fiestas y el debate no cesa, hasta tarde en la noche; en su transcurso algunos grupos retrabajan su proposición, hacen contactos, construyen redes regionales, cambiando mails o números de teléfonos. Los chalecos amarillos tienen que reflexionar sobre cinco ejes en dos días, primero en talleres, previo a la votación en la plenaria. “Nosotros, en Lyon, hemos debatido por el clima, nos hemos encontrado con macronistas”, cuenta Marik, durante la discusión sobre posibles convergencias. Corrió muy mal. Los urgentistas eran cien, nosotros, en cambio, éramos mil, eso dio potencia al movimiento. “No debemos abandonar nuestra etiqueta, vamos como somos, con nuestras reivindicaciones”. Otra, tomando conocimiento del paso al vacío, revela: “Hemos nacido en la precariedad, tenemos la nariz dentro, moriremos dentro, el decrecimiento recomendado por algunos, lo padecemos, y hasta podemos encontrarle cierta belleza…” Pero vamos a conseguirlo, el colapso, más o menos rápido, y será más o menos doloroso según lo que tenemos que perder. Son esas personas a las que hay que intentar encontrar y tocar. No será ya necesariamente en la calle sino en red, según su método, sus deseos. No queremos obligar a nadie.
El municipalismo libertario como horizonte
Alain, del Norte, explica desde la otra punta del círculo que la convergencia se pone en práctica en su territorio desde hace meses, la hipótesis de ahora en adelante es la desobediencia civil. “Estamos en todas las acciones sobre el clima, y creo que los chalecos amarillos contribuimos a la radicalización de los activistas sobre esta cuestión” . Lo que no impide a esta chaleco amarillo de Pau protestar: “Vamos a la manifestación de los jóvenes sobre el clima el viernes, pero nadie devuelve el acto el sábado. Así que ya está bien”. Bruno hace una constatación similar: “Nuestro problema es que nos sentimos aislados”. En Coutras, a algunos kilómetros de Burdeos, los chalecos amarillos buscan los “buenos medios” para mezclarse en las luchas vecinas sin diluirse.
La relación ambivalente con los medios de comunicación presentes, va por el mismo cauce: aunque invitados, no son necesariamente bienvenidos, hasta los “automedios amarillos”, que cubren el evento e incluso tomaron el micrófono, en la sala plenaria, para quejarse de no poder filmar o grabar los debates. “La regla del juego en los chalecos amarillos es que cada asamblea es soberana, y no es porque los organizadores les han dicho que sí, que los chalecos amarillos presentes aceptan que estén aquí”, explica un participante de París, tras una enésima reunión sobre nuestra presencia en un taller. Miedo de las informaciones generales, del fichaje, enorme enojo contra los medios dominantes, la desconfianza también está a la altura de lo que el movimiento ha soportado este invierno y esta primavera, bombardeados por buena parte del espacio mediático.
El mismo cuestionamiento acerca del referéndum de iniciativa compartida (RIP por sus siglas en francés) sobre la privatización de Aeropuertos de París, llevado a discusión en Montceau-les-Mines. “Se vuelve una comedura de coco este movimiento, estamos frente a Macron, un cabeza hueca que no quiere escucharnos”, se lamenta uno de los participantes del taller. “Podemos tomar el poder con las bayonetas, pero no nos da la gana. El RIP es propuesto por políticos, hay un riesgo real de manipulación, pero en el punto en que estamos, es una puerta de entrada”. Y también un último recurso del RIC, aún defendido firmemente por numerosos chalecos amarillos; la hipótesis de luchar contra las privatizaciones por un embrión de democracia directa es seductora. En la plenaria, la idea de que los chalecos amarillos den su “apoyo” para la colecta de firmas y de promocionar un referéndum, al final será adoptada, sin dificultades.
Otros temas son claramente más turbulentos, como el de la lucha contra el capitalismo, que hace subir la tensión, forzando la paciencia de los animadores y “facilitadores” que se agotan entonces al micrófono para hacer respetar las reglas de toma de palabra o para volver al silencio. La síntesis elaborada en taller no es aceptada, juzgada muy blanda por una parte de la sala. Mientras una ínfima minoría aún se agarra a la idea de un posible “capitalismo virtuoso”, Fabien, del Var, se enoja: ¡El tiempo para la planificación, ya no lo tenemos, hay una urgencia! ¡Estamos frente a la sexta extinción masiva de especies! ¡Los chalecos amarillos, no somos un movimiento de gnomos, sino un pinche movimiento revolucionario! Ovación.
Pero a falta de acuerdo sobre un texto detallado, los 650 delegados se limitan a un voto, con amplia mayoría, para simplemente responder por la afirmativa a la pregunta: “¿Debemos salir del capitalismo?” Igual para la pregunta sobre “las figuras del movimiento”, que la asamblea decide invitar a la próxima reunión, a condición de que un grupo se encargue de ellas. Hasta aquí la confluencia entre Priscilla Ludosky, Maxime Nicolle, o aún François Boulo, más bien compatible, no se ha dado, estos últimos despreciando ostensiblemente el proceso asambleareo.
Las mismas disputas tuvieron lugar en Saint-Nazaire y Comecy, donde los observadores notaron la presencia bastante masiva de activistas aguerridos de la izquierda radical, como para desconcertar una asamblea a fin de cuentas políticamente bastante variada. En Montceau-les-Mines, está menos claro, y los “rotondistas” superan a los “asambleístas” de circunstancia.
Sobre todo, todo el movimiento se ha movido al disminuir. “hubo una maduración rápida, asegura Luc Gwiazdzinski, que coescribió con Bernard Floris y los chalecos amarillos de la rotonda de Crolles, cerca de Grenoble, un libro colectivo muy emocionante, Sur la vague jaune. “¡En seis meses, hemos visto elevarse los debates a un nivel inimaginable, que provienen a pesar de todo de un impuesto sobre la gasolina! Las caras de las rotondas y los activistas han tejido relaciones, por la base. La ecología, el clima, la defensa de los servicios públicos, todo eso, se ha adquirido”.
Si hay una verdadera madurez en la toma de palabra, así como en el ejercicio de democracia directa, incluso entre 650, numerosos delegados se inquietan dando vueltas, cuando ya dos llamadas han sido emitidas, después de Commercy luego de Saint Nazaire, y un tercer texto va a aparecer tras el fin de semana junto a los grupos locales para validación. Habíamos avisado en las anteriores asambleas de asambleas del riesgo de “burocratización”, interpela un chaleco amarillo desde la tarima montada en el centro del gimnasio, recordando la esencia del movimiento, fundado por grupos locales y autónomos. Por el contrario, Pierre- Gaël Laveder, que nunca ocultó su filiación a France insoumise, casi se desanimaba: “Si al final de la tercera asamblea, lo que proponemos no se presenta a alguien de arriba del todo, no estoy seguro de seguir”.
Una de las salidas podría ser el “municipalismo”, abordado en Montceau-les-Mines por la reflexión sobre las “asambleas ciudadanas locales”, tema que podría estar en el centro de la cuarta asamblea de asambleas, en septiembre. Son numerosos los chalecos amarillos que piensan en ello, incluso a costa de “abandonar el chaleco”, como lo explica Élisabeth, venida de Commercy donde los chalecos amarillos fueron precursores en la materia.
La linea defendida en el seno de los chalecos amarillos es la propuesta por ejemplo en Saillans, en la Drôme, pero igualmente a tientas hacia el municipalismo libertario de Murray Bookchin y el anarquismo. “El hiperpresidencialismo, es la prehistoria”, subraya Daniel, joven delegado de Montpellier, que ha participado en el movimiento de los Indignados en Barcelona, antes de ir a Grecia y a México a estudiar comunalismo. Lo que queremos intentar defender, es sobre todo la idea de luchar en casa, lo más cerca que se pueda, de las maneras más variadas posibles. Y eso es muy chaleco amarillo”.
En el valle de Grésivaudan, donde una serie de rotondas resisten aún valientemente, recuerda Luc Gwiazdzinski, los chalecos amarillos de Crolles experimentan día tras día “un lugar metropolitano” que absorbe a la población en los alrededores de Grenoble. “Conservamos una escala manejable, es todo el desafío a nivel local. Pero no es suficiente. A mí, por ejemplo, el Estado me gusta…”
Así que, los chalecos amarillos hacen vaivenes. En Crolles, luchan al lado de los sindicatos y hasta del alcalde de Grenoble contra la privatización de las presas. En otros lugares, invaden un supermercado, o un fast-food, bajo la mirada de clientes boquiabiertos. Otros “se van al monte” y suben a tocar las campanas de la capilla en ruinas del monte Gargan, en el Limusín. Algunos retoman peajes, como en Toulouse, Avignon, el 22 de junio, contemplando seriamente perturbar el próximo G7, en Biarritz, converger hacia Beaumont-sur-Oise en la Isla de Francia, en apoyo a los barrios populares, el 20 de julio, o aún perturbar el Tour de Francia este verano. Los chalecos amarillos parisinos sostienen a los chalecos negros sin papeles, a las camisas blancas en huelga, o a los bolis rojos, movimiento de profesores. Dispersos, a menudo invisibles, pero por todos los lados.
Autor: Mathilde Goanec Traducción al castellano para Comunizar: Sagrario da Saude Fuente: Mediapart