Daniel Feierstein *
Relativización, falsas equivalencias, teorías conspirativas y sobresimplificación como formas de negación
La captación de la conexión de sentido de la acción es cabalmente el objeto de la sociología” – Max Weber
La pandemia del Covid-19 ha sacudido al siglo XXI con transformaciones inesperadas. La aparición de un nuevo virus, con alta capacidad de contagio, una letalidad bastante superior a la de la gripe, el ataque a distintos órganos a través de procesos inflamatorios y secuelas desconocidas llevó a la OMS a recomendar la implementación de estrategias de distanciamiento de la población.
La irrupción de la pandemia generó por lo tanto bruscas transformaciones de la vida cotidiana, desde la necesidad de utilizar barbijos, mantener distancia en los lugares públicos, minimizar los encuentros en lugares cerrados, suspender o limitar un conjunto de actividades económicas, establecer protocolos de seguridad, entre otras. A ello se sumó un alto grado de incertidumbre: si el virus se contagia o no a través de las superficies, si afecta únicamente a población mayor o con comorbilidades, qué tipo de secuelas puede dejar, si genera o no inmunidad, etc.
En algunos países, la velocidad de contagio y el alto requerimiento de atención en unidades de cuidados intensivos generó el colapso de los sistemas de salud con su consecuente cifra de “muertes NO COVID asociadas”, esto es, aquellos aquejados de otras patologías que no llegaron a ser atendidos por el sistema de salud. La alta contagiosidad tuvo efectos devastadores en el personal de salud, que se ha visto profundamente afectado.
Y todo ello se articuló con una profunda crisis económica, que se venía incubando desde hacía varios años pero que encontró en la pandemia su punto de ebullición. Weber, uno de los padres de la sociología, enseñaba que la acción social deriva del sentido subjetivo que un sujeto otorga a su conducta y que dicho sentido era construido tanto de modo racional como afectivo. Pero parece que no le hemos dado a estos elementos afectivos la importancia que tienen en un contexto de catástrofe y crisis como el actual.
El por qué del negacionismo
Freud analizó, en su mirada sobre el funcionamiento psíquico, distintos mecanismos de defensa, sistemas que buscan proteger a nuestra subjetividad de experiencias que superan nuestra capacidad de procesarlas. Es muy rico el catálogo de sistemas de defensa que el padre del psicoanálisis identifica y los efectos que producen en nuestra acción.
En el plano de las relaciones sociales, esos sistemas de defensa pueden potenciarse, dando lugar a formas de representación. Al enfrentar realidades catastróficas, una de estas formas de representación más comunes es el negacionismo, construcción propiamente ideológico-política, pero que aprovecha y utiliza los fenómenos psíquicos de negación, desmentida, naturalización y renegación.
Los sistemas de defensa psíquica buscan protegernos de una experiencia que no podemos asimilar en ese momento. Sin embargo, cuando se trata de representaciones colectivas que se articulan con la acción social pueden tener efectos devastadores. En distintos fenómenos catastróficos (guerras, genocidios, terremotos, tsunamis), el negacionismo constituye una respuesta común pero, a la vez, un desafío a desarmar para toda sociedad que se proponga actuar de modo efectivo ante sucesos nuevos. Esto es, transformar los modos de respuesta que tenía antes de la aparición del fenómeno disruptivo.
La población judía bajo el nazismo desarrolló muchas veces estrategias negacionistas, no prestando atención a los testimonios de los sobrevivientes que escapaban de los campos de concentración, minimizando las declaraciones de los líderes nazis o los indicios que surgían de sus propias prácticas, racionalizando explicaciones del tipo “si explotan nuestro trabajo no les resultará rentable aniquilarnos”, apelando al absurdo económico y político que significaría un proyecto de exterminio total, entre muchas otras. La resistencia judía organizada lo identificó con mucha precisión y tempranamente, al punto que definió como primera tarea política para todas sus organizaciones la de confrontar con estas estrategias negacionistas de modo abierto y explícito. Es más: consideraba inviable encarar acciones armadas de resistencia hasta tanto la mayoría de la población lograra quebrar esta propensión a ignorar la realidad y pudiera superar el momento negacionista. Resulta muy enriquecedor leer los testimonios de dirigentes como Jaika Grossman o Marek Edelman e incluso el análisis de los fracasos de las insurrecciones en Bialystok y Vilna, que adjudicaban a la imposibilidad de haber quebrado la fuerza del negacionismo. Derrotar el sesgo negacionista fue crucial para explicar el altísimo apoyo social a la rebelión de Varsovia, que se volvió la más conocida en la historia.
Algo parecido ocurrió en la dictadura argentina, cuando la sociedad intentaba autoconvencerse de que los desaparecidos estaban en Europa, que los militares no podían haber asesinado a tanta gente, que quizás los mandaban a “granjas de recuperación”, que las denuncias constituían parte de una “campaña antiargentina” o que los argentinos éramos “derechos y humanos”.
Sin embargo, a seis meses de iniciada esta pandemia, seguía ausente el análisis acerca del rol que podía jugar el negacionismo y el modo en que podía incidir en las prácticas sociales, alterando y dificultando las estrategias de abordaje sanitario. Resulta necesario remediar este vacío.
Las formas del negacionismo
El negacionismo asume distintas caras. Si bien son numerosas, vale la pena analizar cuatro de ellas, que son las más comunes y que vemos aparecer en la Argentina de hoy: la relativización o minimización, la construcción de falsas equivalencias, las teorías conspirativas y la sobresimplificación.
Las formas de relativización y minimización tienden siempre a plantear como exageradas y alarmistas las noticias sobre la catástrofe. No dejamos de escuchar estos meses que “los muertos no son tantos”, cálculos sobre la baja incidencia de muertos en la población total, la insistencia en que se trata de población mayor o con comorbilidades (como si estos elementos justificaran su abandono social y su muerte), entre otros ejemplos.
En el caso del Covid-19, se suman cuestiones específicas. Por una parte, los muertos en una pandemia son difíciles de contar. Eso se debe a la dificultad de registro en situaciones de colapso y a las muertes no-Covid asociadas. Solo la comparación de las tasas de muertos con las de otros años dará una imagen más acertada, pero eso lleva tiempo y en los casos en los que se comienza a hacer, es visible que resultan muchos más que los reportados por cada gobierno (sin contar el marcado descenso de las muertes por accidentes de tránsito u otras enfermedades respiratorias, producto benéfico de las medidas de aislamiento, que asigna todavía mayor peso a las muertes Covid).
A esto se suma el “efecto delay”: los muertos de hoy no expresan la gravedad de la situación de hoy sino que tienen 20 días de retraso (los días promedio que existen entre el contagio y la muerte). Otro elemento anti intuitivo es el sesgo exponencial, sobre el que nos alertan a los gritos los matemáticos: pasar de 4 a 8 en 25 días es una cosa, pasar de 10.000 a 20.000 en esos mismos 25 días es otra. Cuando se observa la gravedad, a veces es tarde para producir un giro de la situación, como resultado del sesgo exponencial y el efecto delay.
La segunda forma de negacionismo es la falsa equivalencia. Podemos observarla, por ejemplo, en la comparación de los muertos actuales con el número de decesos promedio por accidentes de tránsito o enfermedades respiratorias. El razonamiento que surge de dicha equivalencia es: ¿por qué debemos cambiar nuestros hábitos por estas muertes si no los cambiamos por las otras? Además de la muy difundida manipulación de las cifras (es claro que las muertes Covid han superado a las de accidentes de tránsito y superarán sin duda por mucho al promedio anual de enfermedades respiratorias) la propia equivalencia es errada. Es cierto que todos los años muere gente. Pero esa gente no muere como producto de un virus desconocido para el cual no existe vacuna ni tratamiento y cuyos efectos todavía se desconocen.
Las otras muertes son mensurables y se derivan de una realidad que conocemos. Cuando hablamos de un virus desconocido, toda equivalencia es falsa porque compara números conocidos contra números desconocidos y cambiantes. Aun no sabemos a qué niveles puede llegar esta pandemia, ningún país ha construido una inmunidad de rebaño ni conoce las secuelas ni los números definitivos con lo que ese número es y será por un tiempo indeterminado.
La tercera forma de negacionismo son las teorías conspirativas, que interpelan simultáneamente a una derecha fascista, otra derecha libertaria, una izquierda cultural denuncialista (cuyo ejemplo patético ha resultado Giorgio Agamben) y, más en general, a toda la antipolítica. El eje de estas teorías conspirativas se basa en la idea de que la pandemia es una gran mentira y una gran manipulación que busca “disciplinarnos”. Dado que apelan a elementos realmente existentes (los negocios de los laboratorios, la burocracia de los organismos internacionales, los enojos contra “la política”, el disciplinamiento estatal), logran interpelar a mucha gente que siente que sus libertades son amenazadas. Ello no quita que distintos gobiernos no hayan aprovechado la pandemia para maximizar la función represiva (algo que, por ejemplo, puede observarse estos días en Colombia con extrema dureza). Pero no resulta sensato homologar el cuidado con la represión. Llama la atención la irresponsabilidad de quienes confunden ambas situaciones y aportan su granito a estas lógicas conspirativas inventando términos como “infectadura”. Por muchas críticas que puedan hacerse al gobierno argentino, resulta delirante homologar medidas de cuidado con lógicas dictatoriales.
Por último tenemos la sobresimplificación. Buscar respuestas fáciles y rápidas para lidiar con algo desconocido y complejo. Sobran los ejemplos de estas formas de sobresimplificación, desde la confianza sin sustento en que la solución estaría en los testeos (que, aunque necesarios, solo permiten conocer la situación), formulaciones como “la cuarentena más larga del mundo” (que no se corresponden con las aperturas producidas), asignaciones de responsabilidad a ciertas conductas o profesiones (desde los runners a los peluqueros), búsqueda de importación de modelos de otros países con características económicas, sanitarias y sociales muy distintas (Corea, Alemania, Suecia, ahora Uruguay). Al igual que nos ocurre con el fútbol, la sobresimplificación nos transforma en epidemiólogos (DTs de la pandemia), que sabemos cómo resolverla y exigimos una táctica distinta cada día a los gobernantes desde el grito de la tribuna, sin comprender por qué no la implementan.
Efectos en la acción social
Una pandemia nos confronta con dos problemas vinculados a la negación. De una parte formas psíquicas disfuncionales que impiden las medidas de cuidado, incluso en infinidad de personas que comprenden la gravedad de la situación y la interpretan correctamente. Muchas de las actividades sociales que existen hoy y son causa fundamental de contagios las llevan a cabo sujetos que entienden lo que está ocurriendo pero que no logran manejar decenas de micro-negaciones diarias en muchos encuentros que podrían evitar o manejar con mayor cuidado. Baste observar lo que ocurre en los estudios de televisión pero podemos también encontrarlo en el mal uso del barbijo (con la nariz al aire) los picnics en las plazas, las reuniones familiares, los encuentros de amigos, entre decenas de ejemplos.
Por otra parte, tenemos grupos de la población que se encuentran directamente atravesados por interpretaciones negacionistas y cuyas acciones ya no solo pueden ser explicadas desde el descuido sino que asumen una defensa consciente de sus acciones (asignan sentido racional a su acción), sea desde lógicas minimizadoras, conspirativas, sobresimplificadoras o apelando a las falsas equivalencias.
Tanto en los diseños de políticas públicas, en las campañas de promoción, en el desempeño de los medios de comunicación, en el trabajo de las organizaciones intermedias y del personal de salud y en nuestras interacciones cotidianas, debemos conocer y comprender estos modos de funcionamiento de la negación y del negacionismo, como requisito indispensable para plantear acciones más efectivas que nos permitan lidiar con esta catástrofe en mejores condiciones. La lucha contra la pandemia también es política, pero en su capacidad de dar la disputa por el sentido común en la búsqueda de transformar el carácter de las acciones sociales.
* Publicado en El cohete a la luna, 13 de setiembre de 2020
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¿Por qué fracasan todas las estrategias para frenar los contagios?
Hilo en cuenta de Twitter de Daniel Feierstein, 02 de setiembre de 2020
1) ¿Por qué fracasan las estrategias para frenar los contagios en Argentina? La respuesta tiene muchas variables pero la fundamental no es médica sino sociológica. Sale hilo al respecto. Un poco largo pero no queda otra…
2) Vale escuchar a los ministros Quiroz y Ginés para tratar de comprender el razonamiento detrás de las medidas más allá de la grieta. Al hacerlo se encuentra una lógica común a ambos, que constituye una presunción errada sobre el comportamiento social. Veámoslo.
3) El razonamiento es el siguiente: la gente no se banca más la cuarentena y la incumple igual. Por lo tanto, lo que debemos hacer para contener la ola de contagios es autorizar lo que de hecho ya se hace pero solicitando que se cuide y apelando a la “responsabilidad ciudadana”.
4) La premisa no es del todo incorrecta. La vuelta a fase 1 en julio demostró (siguiendo la curva de contagios) q efectivamente muchos no la cumplieron y que insistir por el camino de la prohibición no permitiría resultados positivos sin una inviable e inadmisible represión.
5) Pero sin querer ponerme muy técnico, podríamos decir q lo q suponen los médicos sobre el comportamiento social en pandemia es lo que Weber llama “acción racional con arreglo a fines”: q calculan que el riesgo de contagiarse es preferible al de quedarse sin otras actividades.
6) Aunque eso podría sonar plausible (no sensato) para quien necesita trabajar porque podría verse sometido al hambre o a la pérdida de bienes, en modo alguno explica el caso de quien sale a tomar una birra, hace el asadito con los amigos o visita a la tía, foco de los contagios.
7) El problema de fondo no es ese sino que la población en una catástrofe NO actúa según esa racionalidad ajustada a fines sino que se ve atravesada por acciones afectivas (tercer tipo en Weber) vinculadas a mecanismos de defensa psíquica como la negación y la proyección.
8) Antes de iniciar la cuarentena, escribí esto en @pagina12 donde advertía que el principal desafío para las ciencias sociales en pandemia era cómo enfrentar la negación y la proyección.
9) Pero iniciado septiembre (6 meses después!) seguimos pensando que los médicos pueden pronosticar comportamientos sociales y decidir las acciones políticas a partir de ello (como si nos hubiesen encargado a los sociólogos tratar de elaborar la vacuna).
10) Al cambiar la hipótesis de explicación del comportamiento, podemos entonces aventurar por qué lo que se hace sale mal. Para alguien en estado de negación, decirle que vamos mejor, q abrimos actividades y q no habrá colapso es el mejor modo de lograr que ratifiquen la negación.
11) Y aquí retomo la pregunta que me hacen muchos: ¿por qué un especialista en el estudio de los genocidios y otras violencias estatales masivas y no en salud o epidemiología tiene algo para decir en una pandemia?
12) Porque después de 30 años de estudiar las respuestas ante la catástrofe, lo más regular q se puede encontrar es precisamente que la acción humana en esos casos tiende a la negación y a la proyección. Nadie quiere aceptar la posibilidad de su muerte o la de sus seres queridos.
13) Eso explica también el odio en las respuestas anticuarentena. Por ejemplo: en casos en que sobrevivientes del genocidio nazi lograron escapar de la deportación fueron golpeados y acusados de mentirosos en los pueblos donde intentaban contar lo q sabían o habían vivido.
14) Es desgarrador leer los testimonios pero con una mirada más humana resulta comprensible: ¿quién podía aceptar que el destino de toda su aldea sería ser deportado y aniquilado en cámaras de gas? El enojo y el terror se proyectaban en el emisario porq la verdad era inaceptable.
15) Del mismo modo podemos entender cómo fue que en nuestro país, en 1978, muchos argentinos respondieran a las denuncias de desapariciones forzadas sumándose a la propaganda oficial que las catalogaba como “campana antiargentina” y “mentiras internacionales”.
16) Los dirigentes políticos se encuentran así en un dilema: deben decirle a la población lo que no quiere escuchar y se arriesgan a ser el foco de odio y proyección, con lo que implica en pérdida de imagen y votos, ya que puede tener su costo político.
17) Psicópatas como Trump o Bolsonaro directamente se transforman en la fuente del proceso de negación (“es una mentira demócrata”, “es una gripecinha”, entre otros tantos delirios).
18) Si los intensivistas nos gritan (como los sobrevivientes) q ya no pueden más, que no tienen cómo contener el nivel de casos diarios, pero les responden con el R de 1,0x, con la creencia mágica en q “ya llega el pico” o con la desesperanza de que “no podemos hacer otra cosa”.
19) Nada aporta suponer mala intención. No creo q nadie quiera que mueran argentinos. No sirve echarle la culpa a un político, al otro o a la población. Simplemente no estamos comprendiendo lo que pasa, cuanto menos a nivel de los comportamientos sociales.
20) ¿Por qué bajó el pico en Italia o España? R. Etchenique lo identificó con precisión: por la “inmunidad de cagazo”. El miedo de la gente pudo vencer al mecanismo de negación. Pero eso tampoco es permanente ni automático y los rebrotes lo demuestran. La negación es persistente.
21) Y una forma de negación actual es pensar “tranquis, como en España bajó pero tienen un x% de infectados debe ser que el x% es la inmunidad de rebaño, apenas lleguemos a ese número va a bajar”. Pero ni aquí ni allí funciona así…
22) Les pido q vean los mensajes oficiales y los medios en esos países en ese tiempo. Alcaldes gritándole a la población que ya no sabían qué más hacer y que si no se quedaban de una buena vez en sus casas perderían a sus seres queridos.
23) Contrasten eso con los mensajes oficiales argentinos: “estamos bien, la situación está controlada, ya pasamos lo peor, la semana q viene baja, el sistema de salud va a resistir, no habrá colapso, esto nos permite dar un nuevo paso”, ratificaciones de los sistemas de negación.
24) Agregar “no dejemos de cuidarnos” produce cero efecto ante lo previo. Esa parte ya no se escucha. Quienes saben nos informan q las cosas están mejor y abren actividades, por lo tanto incluso quienes no sucumbían a la negación lo hacen: “el intensivista debe ser un exagerado”.
25) No estoy llamando a reproducir los gritos españoles e italianos, pero sí a comprender que nuestros principales enemigos son la negación y la proyección, como en toda catástrofe. Y que eso no se resuelve ni con camas ni con respiradores.”
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¿Cómo influyen las imágenes de los bares y marchas anticuarentena?
Hilo en cuenta de Twitter de Daniel Feierstein, 15 de setiembre de 2020
1) Otra de las cuestiones que quizás estamos subestimando y nos podría servir para comprender lo que nos ocurre es el modo en que los comportamientos sociales se ven determinados por lo que hacen los demás, su carácter propiamente social. Abro hilo al respecto.
2) Numerosos estudios de psicología social se han encargado de demostrar que nuestra acción se encuentra fuertemente determinada por la acción de los demás. Dos de los más provocativos son los de Stanley Milgram y John Darley & Bibb Latane.
3) En el caso de Milgram, 63% de los sujetos estaban dispuestos a aplicar descargas eléctricas a un desconocido con la excusa de un experimento en Yale University para memorizar sustantivos y adjetivos, constatación tremenda de nuestra obediencia a órdenes incluso criminales.
4) Sin embargo, si otro sujeto q participaba del mismo experimento se rebelaba, dicha obediencia bajaba al 12%. Por el contrario, si ese otro sujeto continuaba obedeciendo, la obediencia del primero aumentaba a más del 90%.
5) La experiencia de Darley y Latane llega a conclusiones similares. El 80% de los sujetos suele socorrer inmediatamente a alguien que grita en otro cuarto. Pero, si se encuentran en un cuarto con otras personas y nadie más interviene, dicho porcentaje baja a menos del 30%.
6) Nuestras acciones, por lo tanto, se encuentran profundamente afectadas por las acciones de los demás. Incluso mucho más que por los llamados ideológicos a hacer una u otra cosa, a implementar cuidados o a descuidarnos.
7) Este es quizás uno de los motivos más preocupantes de la decisión de abrir bares y restaurantes con mesas al aire libre en el medio del pico de contagios, a diferencia de la gran mayoría de las otras actividades.
8) En casi todas las actividades, la relación costo-beneficio se calcula entre el riesgo sanitario concreto de la actividad (cantidad de gente que se expone, tipo de exposición, protocolos posibles) y el beneficio económico de la actividad o el costo de sostenerla cerrada.
9) Pero en el caso de la apertura de actividades recreativas existe un costo sanitario adicional, que se vincula no solo a lo que ocurre en el propio lugar (donde además se dificulta la aplicación y cumplimiento de protocolos) sino en el efecto social que genera en el conjunto.
10) La observación de gente apiñada en mesas de un bar, por lo general sin tapabocas ni distancia y compartiendo los alimentos y bebidas genera una sensación de relajación general que hace sentir fuera de lugar a quien hasta ese momento respetaba distancias y cuidados.
11) Lo mismo puede decirse de la exagerada visibilidad mediática de quienes hacen gala de la falta de cuidados, desde su participación en marchas anticuarentena, quema de barbijos, declaraciones públicas negacionistas, etc.
12) Por mucho que se critiquen esas imágenes, observar a quienes hacen fiestas o se burlan de los cuidados al tiempo que no existen imágenes de quienes sí respetan los cuidados (que no son pocos, pero parecen invisibles) tiende a incidir de modo negativo sobre el conjunto.
13) Al aparecer el descuido como más importante de lo que es y el cuidado como menos importante, aquellos que se cuidan tienden a sentir que su práctica es innecesaria y minoritaria y pueden sentirse empujados a relajarse y descuidarse o a minimizar o abandonar los cuidados.
14) Aquel que ya se descuidaba siente que de todos modos su cuidado es superior al de quienes aparecen en los medios con formas muy extremas de descuido y tiene problemas para identificar sus propios descuidos como tales o para comprender la gravedad de los mismos.
15) Por último, se suma un discurso de algunas autoridades q, en simultáneo con la difusión de las imágenes de descuido, felicita a la población por el cuidado y respeto de protocolos. Esto genera la sensación de que las imágenes que se observan son “el respeto de los protocolos”.
16) A la ratificación de la negación y naturalización se suma entonces la incertidumbre con respecto a cuáles son los cuidados necesarios y cierta percepción errónea acerca de que eso que estamos haciendo cada vez peor estaría “más o menos bien”.
17) Y todo ello suma a la desesperanza y al enojo con las autoridades o con la situación de por qué si estamos haciendo las cosas bien, los contagios siguen subiendo, el pico nunca llega y las muertes se siguen acumulando.
18) Aun los Estados que no implementaron restricciones más severas a la actividad económica (el caso de Suecia, más allá del debate sobre su eficacia) lograron instalar cuidados básicos en relación al distanciamiento social para disminuir las tasas de circulación del virus.
19) Sea cual sea la dirección que se decida seguir en cada jurisdicción nacional, necesitamos reinstalar normas básicas de cuidado (uso correcto del tapabocas, respeto de la distancia social, higiene, restricción de la movilidad innecesaria de carácter social) y, sobre todo,
20)… reconstruir la percepción de que no somos pocos quienes queremos cuidarnos y que la copia de comportamientos no vaya en desmedro del cuidado sino, por el contrario, nos permita generalizar la posibilidad y necesidad de cuidarnos y cuidar a quienes nos rodean.