Gianluca Carmosino *
En una Europa agotada, paralizada por su incapacidad para afrontar el colonialismo y obsesionada con la carrera armamentística existen segmentos de la sociedad que están explorando la idea de que el cambio social profundo concierne principalmente a la vida cotidiana de la gente común y recorre caminos muy alejados de los estados y los partidos políticos. Dos ejemplos pueden ayudar a abrir el concepto de lucha de clases.
El primer ejemplo proviene de uno de los movimientos territoriales más importantes que han surgido en Europa en los últimos cuarenta años, el movimiento No Tav. En el valle de Susa, entre Turín y la frontera francesa, para oponerse al paso del tren de alta velocidad (Tav) –un proyecto de gran envergadura que es considerado como costoso, innecesario y ambientalmente devastador–, grupos de personas de diferentes edades y matices culturales han comenzado a alzar su voz, estudiar, confrontarse, promover acciones de protesta, instancias de convivencia y manifestaciones a gran escala: sobre todo, han aprendido a replantear y construir nuevas relaciones sociales. No sabemos si la ruta del tren de alta velocidad, tal como se prevé, alguna vez atravesará por completo las montañas del valle de Susa. Por ahora, sigue siendo un objetivo incierto para quienes están en la cúspide del poder. De todos modos, la misma existencia del movimiento No Tav ya ha transformado profundamente la región en muchos sentidos. La activista del movimiento Chiara Sasso, a menudo, lo ha analizado y se ha referido a él con gran humildad y claridad, nos relata: “Hoy, ir de compras en cualquier localidad del valle nos toma mucho más tiempo que antes, porque uno se detiene a charlar con tanta gente sobre lo que ocurre en nuestra región y sobre la vida cotidiana. Tantos años de movimiento han cambiado y reconstruido el tejido de las relaciones sociales, y también han demostrado que es posible tener una perspectiva diferente del mundo”1.
Las grandes empresas e instituciones jamás imaginaron que una resistencia liderada por la gente común, sin contar con el apoyo de los partidos políticos ni la presencia de los grandes medios de comunicación, a pesar de la creciente represión judicial y la militarización del territorio, pudiera durar tanto. En los últimos años, cientos de veinteañeros e incluso adolescentes, tras aprender a unirse y organizarse en convocatorias como los campamentos del fantástico Festival Alta Felicità2 del verano boreal y en las protestas contra el cambio climático, están ahora al frente del renacimiento incesante del movimiento: una nueva generación está así forjando sugestivas resonancias con las luchas de todo el mundo.
Por otra parte, este valle alpino ya había sido escenario de una amplia participación popular durante el periodo de la Resistencia contra el fascismo y el nazismo. También durante el otoño boreal de los años setenta fue escenario del primer caso de gran trascendencia en Europa de objeción activa y rechazo a la producción bélica. Esta iniciativa, impulsada por los trabajadores de las Officine Moncenisio (una fábrica que producía vagones de ferrocarril, pero también proyectiles, bombas y armas submarinas para las fuerzas armadas italianas), despertó la solidaridad de personalidades y de movimientos de todo el mundo e incentivó a otros trabajadores a afrontar la cuestión de la producción de armas y la reconversión de la industria bélica.
Sin embargo, lo que hace tan significativo a este movimiento no es solo su capacidad para desenmascarar el extractivismo, como la acumulación de capital mediante la expropiación de recursos naturales comunes. Tampoco es la creatividad con la que replantea las formas de lucha. Es su capacidad para evitar quedar confinado al localismo. En el valle de Susa lo saben: incluso la necesidad de crear comunidad y, por lo tanto, de reconstruir vínculos sociales en el seno de los territorios mediante principios y prácticas de solidaridad y mutualismo puede derivar en la construcción de identidades rígidas y cerradas. Sin embargo, la ecuación de tierra y sangre nunca ha aparecido en las palabras ni en las decisiones del movimiento en los últimos años. Como señala el dicho: Te conviertes en ciudadano de Val di Susa, es la adhesión a una idea compuesta de muchas ideas. Toda identidad o pertenencia debe ser el resultado de decisiones y no depender del lugar de nacimiento, como pretenden hacernos creer quienes alardean de la idea de las raíces. Por estas razones, también, la población del valle ha apoyado durante mucho tiempo y de diversas maneras a los innumerables migrantes que intentan atravesar las rutas alpinas al norte de Europa y que son parte de aquellos que cruzan la ruta de los Balcanes o el mar Mediterráneo para llegar a Francia. El albergue Chez JesOulx, ocupado, autogestionado y repetidamente desalojado, junto con el refugio Fraternità Massi-Talita Kum, oficialmente reconocido hace apenas unos pocos años, son dos lugares que acogen a diario a mujeres y hombres invisibles, a veces incluso a niños. En torno a estos lugares, innumerables personas forman redes igualmente invisibles que asisten y acompañan a los migrantes en ciertos tramos del camino, incluso bajo la nieve en invierno, ofreciéndoles información, una ducha, ropa, zapatos y alguna comida caliente.
El segundo ejemplo –en cuanto a identidad y lucha–, no proviene de otro movimiento territorial, sino de los migrantes. “Tal vez todos tengamos que tomar como inspiración a los [sueños locos de] los migrantes”, reflexiona John Holloway en su artículo “Plática sin nombre” (Comunizar 2019, <https://comunizar.com.ar/platica-sin-nombre/>). Así como ellos, en su búsqueda, cruzan mares, atraviesan desiertos, escalan montañas y sortean barreras de seguridad perimetral de cinco metros de altura, nosotros también debemos aprender a rebelarnos contra aquello que condena toda esperanza a convertirse en ilusión. Los migrantes, de maneras limitadas y contradictorias, pueden ayudarnos a reconocer y superar las fronteras que existen entre el orden de las cosas y el mundo que deseamos. No se trata de presentar la resistencia y la tenacidad de los migrantes como modelo para todas las luchas, sino de reconocer la afirmación de su subjetividad en un cambio integral en las relaciones sociales.
Por ejemplo, significa buscar rastros de resistencia y rebelión en la memoria vinculada a la libertad de circulación y desplazamiento: de un aquí a un posible otro lugar, de un territorio a otro. Es la misma memoria de la que habla la filósofa Carolina Meloni González, obligada a sus cinco años de edad a abandonar la Argentina de los militares golpistas. Su relato, “Transterradas”, presenta a tres mujeres obligadas a exiliarse en España por la dictadura argentina que tomó el poder en 1976. La propuesta de Meloni González no es una vía de investigación terapéutica introspectiva, sino un esfuerzo político para transformar el presente que está dirigido también –o sobre todo–, a los protagonistas de las numerosas historias similares que se desarrollan hoy en día en diversas partes del mundo.
Al fin y al cabo, quienes están en la cima del poder lo vienen repitiendo desde hace tiempo: cada vez hay más personas innecesarias, que son superfluas. En enero de 2024 en un debate en el seno del Fondo Monetario Internacional se explicó que el desarrollo de la inteligencia artificial hará redundantes la mitad de los empleos existentes. Otros análisis consideran esta como una estimación conservadora. Desde la perspectiva del sistema de relaciones sociales que domina el planeta, que mide cada paso según la posibilidad de acumular dinero, existe –por lo tanto–, una gran porción de la humanidad, océanos de personas, que son innecesarias, es decir, superfluas. En otras palabras: sería prudente deshacerse de ellas. La guerra contra los migrantes pronto provocará nuevos éxodos masivos: este es uno de los aspectos más atroces de lo que ya en 1999 los zapatistas llamaron la Cuarta Guerra Mundial.
Proteger la libertad de circulación de las personas y los sueños de los migrantes sigue siendo fundamental para oponerse a la violencia del soberanismo: el intento de devolver a los estados los poderes cedidos al mercado y las finanzas internacionales, en resumen, la versión moderna del nacionalismo. Para comprender el auge de la xenofobia y el racismo, tanto en Europa como en los Estados Unidos, tenemos que empezar desde aquí, de esta conciencia: si bien el capital es global, nunca ha dejado de buscar el apoyo de los estados.
Aprender a ver los procesos migratorios no solo como el flujo de personas en busca de fortuna, sino como grupos de mujeres y hombres que, con sus cuerpos, construyen horizontes políticos diferentes y nutren la posibilidad de cambiar el orden de las cosas es, por lo tanto, cada vez más esencial. Uno de los lugares donde esto suele surgir es en las escuelas para adultos migrantes, donde se aprende la lengua de los países de acogida. No en todas las escuelas, sino en aquellas donde la lengua se concibe como un puente para construir vínculos y no solo como una materia de estudio. Donde los cursos de alfabetización son impartidos por personas que donan su tiempo y conocimiento al margen del dinero. Donde el aprendizaje se lleva a cabo mediante métodos de enseñanza activos y cooperativos, donde el cuerpo, la voz, la narrativa autobiográfica e incluso la creatividad manual se convierten en herramientas para aprender juntos. Donde el conocimiento de un nuevo idioma devuelve la dignidad a las lenguas madres sin caer en el exotismo ni el paternalismo. Donde la cultura se concibe como un concepto dinámico en constante transformación. Y donde el aprendizaje se acompaña de servicios de orientación que buscan fomentar la autonomía individual. De hecho, el dioma no es solo una herramienta de comunicación, sino también de creación de mundos.
¿Existe una lección que sea vinculante entre movimientos como el No Tav con las escuelas de alfabetización para migrantes? Quizás sí. Como dijo Raúl Zibechi: “Necesitamos una perspectiva capaz de examinar las pequeñas acciones con el mismo rigor e interés que exigen las más visibles y notables, aquellas que suelen hacer historia”3.
* Comune. Traducción del italiano: Carlos Cuéllar
Notas:
1 Extraído de una entrevista inédita con el autor del artículo.
2 Referencia al encuentro augestionado que ha tomado el nombre de Festival de la Alta Felicidad en contraposición al Tren de Alta Velocidad y que cada año se realiza en alguna localidad del valle de Susa con la participación de artistas y bandas musicales y la organización de debates sobre la situación internacional, por ejemplo, este año sobre la masacre del pueblo palestino. En resumen, “una experiencia colectiva de resistencia y felicidad compartida”, como se autodefinen. Véase <www.altafelicita.org/>.
3 Traducción propia del autor, véase Territori in resistenza. Periferie urbane in America latina, traducción del español al italiano de A. Zanchetta y M. Calabria, Roma, Nova Delphi, 2012. Edición original: Cartografía política de las periferias urbanas latinoamericanas, Buenos Aires, lavaca editora, 2008.

Ad Reinghardt, Untitled, 1940