En 1936, en el punto más alto de la revolución española, cientos de aldeas, pueblos, barrios y fábricas de España se organizaron en colectivos, en los que los residentes locales tomaban las decisiones sobre el trabajo y la distribución de los recursos.

Durante algunos meses maravillosos, estas asambleas de trabajadores y campesinos y sus comités se hicieron cargo de casi un tercio de España. Ayudaron a organizar todos los aspectos de la vida política y social: la producción agrícola, la administración local, las municiones y cómo alimentar a su gente.

Si bien cada comunidad tenía un alto grado de autonomía, también cooperaron informalmente, a veces celebrando asambleas generales que cubrían a más de mil familias en unos quince mil kilómetros cuadrados.

Tal como los revolucionarios franceses de las asambleas seccionales de 1793 y la Comuna de París de 1871, que pedían una Comuna de Comunas a nivel nacional, los anarquistas democráticos de España entendieron que, para sostener su autonomía, cualquier cuerpo de toma de decisiones tenía que rendir cuentas directamente a las comunidades de las cuales provenía su poder.

Estas asambleas populares y el empoderamiento de la gente común se coordinaron a través de un proceso importante: la Confederación, también conocida como confederalismo. Al coordinar la voluntad colectiva a través de un consejo confederal, la confederación permite la organización de la vida política en un territorio grande y con alta población, de manera directamente democrática.

La Confederación (a veces llamada co-federación o federación para evitar cualquier asociación con el proyecto racista de la Confederación del Sur de los Estados Unidos) también presenta una lógica radicalmente diferente de la del Estado-nación. Como estructura para organizar la sociedad que permite la coexistencia no sectaria de diferentes orígenes, etnias y religiones, la confederación se coloca en oposición directa al proyecto de “unidad” y homogeneidad de las personas del Estado-nación.

La capacidad de organizar la democracia directa a gran escala, al mismo tiempo que conserva los principios fundamentales de igualdad política y la acumulación del poder popular para cada miembro de la sociedad, son las razones por la que podemos recurrir al confederalismo como nuestra estrategia revolucionaria.

 

La importancia del Confederalismo para la democracia de base

A lo largo de la historia moderna, las organizaciones y comunidades revolucionarias y autónomas se han unido contra las fuerzas que las oprimen utilizando el modelo de confederación. Ya fueran las asambleas seccionales revolucionarias que formaron el antepasado de la Comuna de París de 1871 durante la Revolución Francesa, el Congreso de los Soviets durante los primeros días de la Revolución Rusa de 1917 o el Confederalismo democrático actual en la región de Rojava del norte de Siria liderada por los kurdos, los movimientos revolucionarios han encontrado en la confederación, tanto el vehículo estratégico para su emancipación, como la capacidad de llevar adelante instituciones liberadas de autogobierno al que aspiran a gran escala.

Bajo el confederalismo, se elige una red de delegados de las asambleas populares, reuniones cara a cara en las que cada miembro de una comunidad puede hablar, proponer, debatir y deliberar sobre los problemas que enfrentan su vecindario y su región. Permite que estas asambleas populares se conecten entre sí a través de un sistema de delegados que tienen el mandato estricto de comunicar los deseos de la asamblea por la que hablan y no tomar decisiones por sí mismos. Esta es una distinción crítica entre la organización confederalista y la organización tradicional, es decir, el estilo representativo de gobierno que ha dominado las democracias liberales durante los últimos dos siglos.

Operando sobre la base la revocación, los mandatos, la rendición de cuentas, la supervisión constante de la circunscripción y la autonomía local, la estructura confederal ofrece una forma de organizar asambleas directamente democráticas a gran escala. La ampliación de estas asambleas a través de la confederación es necesaria para crear un poder capaz de desafiar y eventualmente reemplazar al Estado.

Contra el Estado-nación centralizado, y su compinche, la democracia representativa, como el único horizonte de organización social, la Confederación de comunas, o Comuna de comunas, constituye tanto el medio como el fin para construir una sociedad democrática e igualitaria.

 

La confederación como medio: establecer el poder dual

Para comprender de qué manera la confederación puede ser una amenaza real para la clase dominante, primero se necesita comprender la estrategia de cambio social en la que está incrustada: el esfuerzo por crear una situación de doble poder. El poder dual tiene una larga historia que se remonta a 1917, cuando los revolucionarios rusos usaron el término para describir cómo el soviet de Petrogrado y el gobierno provisional compartieron el poder, una relación que desafortunadamente terminó en la revolución de octubre de 1917.

El poder dual propone la estrategia de sostener la lucha por la legitimidad popular entre, por un lado, el capital y el estado, es decir, las instituciones de la clase dominante, y por otro, la confederación de contrainstituciones de base democráticas y autónomas. construyendo poder popular.

Al analizar la política de lo que denominó “municipalismo libertario” o “comunalismo”, Murray Bookchin afirma que el doble poder “tiene la intención de crear una situación en la que los dos poderes, las confederaciones municipales y el estado-nación, no puedan coexistir, y tarde o temprano uno debe desplazar al otro. Además, es una confluencia de los medios para lograr una sociedad racional con la estructura de esa sociedad, una vez que se logra“. Ya sea que se trate del vecindario, el lugar de trabajo, la vivienda, la alimentación, el cuidado de los niños o la energía, el comunalismo considera que “la creación de estas instituciones de doble poder debe surgir de la experiencia cotidiana de las personas y de sus necesidades inmediatas: nuestras necesidades de libertad de dominación, así como de bienes y servicios esenciales“.

Para llegar a una situación en la que los municipios puedan desafiar efectivamente al estado, una de las estrategias del comunalismo, en ciertos momentos y lugares, consiste en ganar poder político sobre el municipio mediante la presentación de candidatos para los consejos municipales. Estos candidatos están dotados de un mandato de las instituciones democráticas que se materializan en forma de asambleas populares, lo que le devuelve el poder institucional ganado electoralmente directamente al pueblo reunido. Las elecciones se ven, en este caso, como un medio para que la asamblea popular gane poder y logre el autogobierno comunal, pero nunca como un fin en sí mismo.

Por sí mismas, estas asambleas populares democráticas no serán lo suficientemente fuertes como para construir un contrapoder capaz de confrontar el poder del capitalismo y el estado, o eventualmente reemplazarlos. Para acumular poder y desafiar a la clase dominante, estas instituciones democráticas necesitan conectarse entre sí a través de un vehículo directamente democrático. De esta manera pueden compartir recursos, practicar la solidaridad, desarrollar una estrategia común y reforzarse mutuamente.

La confederación se convierte en la contrainstitución democrática que reúne las fuerzas de la multitud de asambleas democráticas al unir recursos y conocimientos, participar en luchas compartidas, desarrollar nuevas y crear un poder dual formidable que podría constituir el punto de inflexión para una nueva democracia y sociedad igualitaria.

 

La confederación como fin: hacer posible la democracia directa

En su manifestación más radical, la democracia directa representa el ejercicio directo del poder público por parte de las personas que se reúnen, deliberan y deciden en las asambleas populares. Pero, ¿cómo garantizar que las personas sigan siendo la fuente de decisiones políticas y económicas cuando ya no puedan reunirse físicamente como una sola masa para tomar colectivamente tales decisiones?

Debido a la imposibilidad física de mantener a la totalidad de la gente en una habitación para tomar decisiones que afectarían a un territorio más grande, la democracia representativa ha concluido que la gente común debe dejar toda la tarea de formulación de políticas a una clase de políticos profesionales elegidos cada pocos años. Contra esta elección política elitista, el confederalismo se presenta como una forma de organizar la vida política de un territorio, asegurando que las decisiones sigan siendo el resultado de la voluntad de las asambleas populares locales, incluso cuando estas decisiones deben coordinarse en una región grande.

En su ensayo “El significado del confederalismo“, Bookchin ubica el confederalismo como una parte importante de la política comunalista, una política que abarca la organización a nivel municipal como parte de la ecología social. Bookchin define a la confederación como “una red de consejos administrativos cuyos miembros o delegados son elegidos en asambleas democráticas populares, cara a cara, en las diferentes aldeas, pueblos e incluso barrios de grandes ciudades. Los miembros de estos consejos confederales son revocables y responsables ante las asambleas que los eligen con el fin de coordinar y administrar las políticas formuladas por las propias asambleas“.

 

Delegados versus representantes

Esta proposición de confederalismo en el marco del comunalismo difiere de la comprensión clásica de la representación. Definida genéricamente por Hannah Pitkin como hacer presente lo que está ausente, la representación ha sido interpretada por las revoluciones modernas como permitiendo a los representantes elegidos hacer presente lo que interpretan como los intereses de su circunscripción, tradicionalmente: hombres blancos que poseen propiedades.

Al contrario de este modelo en el que los gobernantes profesionales acumulan todo el poder político, el confederalismo comunalista parte del principio de que cuando las asambleas populares locales están físicamente ausentes en el nivel confederal, sus delegaciones “presentarán” sus opiniones ya deliberadas y decididas. A fin de autorizar a los delegados a tomar decisiones en nombre de sus asambleas, y hacerlos responsables, están dotados de mandatos imperativos y revocables.

Esto significa que la asamblea otorga un mandato a una persona elegida facultada para representar decisiones específicas en nombre de la asamblea. Si el delegado no respeta los términos del mandato, será privado de ese poder y se seleccionará a otra persona para esta misión. En antítesis con las democracias representativas tradicionales, bajo el confederalismo, el rol del delegado es administrativo, no político. Se limita a coordinar y ejecutar las políticas adoptadas por las asambleas locales, asegurando que el poder fluya de abajo hacia arriba.

Para evitar que los delegados capturen el poder, se conviertan en políticos de carrera y formen otro tipo de gobierno -un riesgo que atormenta a cualquier movimiento revolucionario que intente devolver el poder a la gente-, el movimiento comunalista necesita empoderar a las personas con la capacidad de tomar determinaciones colectivamente sobre sus vidas a través de una práctica constante de toma de decisiones.

Esto requiere hacer conscientes a las asambleas de que ellas son las únicas que tienen el derecho legítimo a tomar las decisiones, y remover a los delegados si sobrepasan sus mandatos y la voluntad de la asamblea. De esta manera, la estructura de la asamblea elimina la posibilidad de que la clase dominante de políticos profesionales pueda surgir de una formulación de políticas a gran escala que no rinde cuentas a la base.

Las decisiones de las asambleas populares en los territorios más grandes se coordinan y se hacen en colaboración, lo que permite tomar decisiones en toda la región sobre cuestiones económicas, ambientales, de derechos humanos y otras cuestiones dentro de una estructura en la que el delegado siempre debe regresar a la base para recibir instrucciones.

Crear asambleas populares para reunir a las personas para que reafirmen colectivamente su voluntad en torno a asuntos políticos y económicos, y permitir que el delegado represente la voluntad colectiva de la asamblea solo a través de mandatos revocables e imperativos, hace que la formulación de políticas sea una tarea cotidiana para todos, más que la profesión de unos pocos.

Es importante destacar que la confederación también evita que la práctica de la autonomía local se exhiba de manera reaccionaria. Según Bookchin, la interdependencia de los municipios para satisfacer sus necesidades materiales y para la realización de objetivos políticos comunes significa que la confederación también sirve como baluarte contra el parroquialismo y la exclusividad. De hecho, le da a la confederación el poder de controlar a una comunidad que trata de negar a ciertos miembros sus derechos o dañar la ecología de la región.

Como Bookchin explica: “Esto no es una negación de la democracia, sino la afirmación de un acuerdo compartido por todos para reconocer los derechos civiles y mantener la integridad ecológica de una región. Estos derechos y necesidades no son afirmados tanto por un consejo confederal como por la mayoría de las asambleas populares concebidas como una gran comunidad que expresa sus deseos a través de sus diputados confederales. Por lo tanto, la formulación de políticas sigue siendo local, pero su administración corresponde a la red confederal en su conjunto. La confederación en efecto es una Comunidad de comunidades basadas en derechos humanos e imperativos ecológicos distintos.”

 

Las estructuras confederales hoy

Las estructuras confederales existen no solo en el mundo de las ideas. Han surgido a lo largo de la historia de movimientos populares que luchan contra las fuerzas que intentan dominarlos. Dos ejemplos recientes merecen especial atención por las formas en que emplean a la confederación para librar sus luchas: el Confederalismo democrático en Rojava y la Asamblea de Asambleas de los Chalecos Amarillos en Francia. Un tercero, que se encuentra en forma naciente pero que representa una esperanza importante para la expansión del confederalismo en América del Norte, es el proyecto Symbiosis, que celebró su primer congreso en septiembre de 2019 en Detroit, Michigan.

Si bien estos ejemplos de confederación son diferentes en términos de contexto, naturaleza, propósito, práctica, preparación, estrategia y actores, ilustran cómo el modelo confederal es crítico para organizar asambleas populares, ejercer la democracia directa y crear un movimiento de masas.

 

Confederalismo Democrático en Rojava

En 2012, cerca del comienzo de la Guerra Civil siria, la región kurda del norte de Siria declaró su autonomía y comenzó a implementar una serie de cambios políticos revolucionarios que ya se habían practicado en las regiones kurdas del sureste de Turquía. De conformidad con un Contrato social de 96 puntos que sería ratificado dos años después, los kurdos establecieron una sociedad que tenía como objetivo ser gobernada principalmente por las comunas a nivel local de acuerdo con los principios del feminismo, la ecología y la democracia de base.

Esta formación política, conocida como Confederalismo Democrático, inspirada en los escritos del líder kurdo Abdullah Öcalan, quien fue influenciado por Bookchin, exige un sistema de comité en el que, dependiendo del tamaño de la aldea, ciudad o pueblo, cada 30 a 400 hogares forman una “comuna” que decide los problemas dentro de su zona. Esas comunas a su vez envían delegados al consejo de barrio, que envía delegados al consejo de distrito, la ciudad y el consejo de tierras circundante. Finalmente, los delegados se envían al Consejo Popular de Rojava, que contiene delegados de las siete regiones que comprenden Rojava, más formalmente conocida como la Administración Autónoma del Norte y el Este de Siria.

Cada reunión comunitaria está abierta a todos los residentes, incluidos los más jóvenes, que también pueden participar en las discusiones. De acuerdo con su compromiso con el no sectarismo y la etnicidad, existen cuotas para la representación de minorías y mujeres, con mujeres que copresiden cada puesto administrativo, y miembros de las comunidades árabes, asirias, turcomanas, yezidíes y otras minorías.

Este proyecto en Rojava, que es casi el doble del tamaño de Bélgica y comparte una frontera de unos 400 kilómetros con Turquía al norte, está bajo amenaza directa debido a su desafío radical al estado-nación.

En enero de 2018, Turquía atacó a Afrin, en la parte más occidental de Rojava, saqueando, secuestrando y obligando a 350.000 residentes a abandonar sus hogares. A principios de octubre de 2019, tres días después de una conversación telefónica con el presidente estadounidense Donald Trump, Turquía atacó nuevamente a Rojava, matando a cientos de civiles, bombardeando hospitales, destruyendo alimentos, infraestructura y nuevamente expulsando a más de 300.000 kurdos de sus hogares, esta vez al este del Éufrates.

La invasión y la limpieza étnica perpetrada por Turquía es un recordatorio grotesco de lo aterrador que es el sistema confederal kurdo para los regímenes autoritarios debido a su lógica radicalmente diferente de la del estado-nación. La estructura confederal, con su énfasis en la diversidad y su celebración de la heterogeneidad cultural, se opone directamente al proyecto de unidad y homogeneidad de la gente del estado nación. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, lo dejó en claro y, como sus predecesores, ha negado a los kurdos su identidad cultural y ve este modelo democrático kurdo como una amenaza existencial.

Los kurdos enfatizan que el confederalismo democrático no se trata simplemente de hacer que las estructuras locales respondan mejor a las necesidades de la población local, por muy importante que eso sea. Su objetivo es cambiar la naturaleza misma de la política, un proyecto participativo realizado por todos y cada uno para empoderar a las personas en todos los aspectos de sus vidas. Incluye un fuerte componente educativo porque el confederalismo democrático significa, sobre todo, según explican los kurdos, cambiar la “mentalidad” del individuo que lucha por su cuenta en un mundo en el que el capital global abarca todos los rincones de la vida, en un sujeto interdependiente con la comunidad y sus redes para remodelar lo que significa ser una persona libre.

La mentalidad del Estado es que las personas en la sociedad no pueden manejar las cosas por sí mismas. (…) Esa es la mentalidad que el Estado impone constantemente a las personas. Con nuestro sistema en Rojava les mostramos que es posible que la sociedad pueda hacerlo por sí misma”, explica Boze Mella, miembro del consejo de Derik en Rojava. Contra viento y marea: terrorismo, profundos desafíos de infraestructura, escasez de suministros médicos y estragos ecológicos causados ​​por Turquía, el confederalismo democrático en Rojava hizo avances envidiables para empoderar a las personas a nivel local.

Incluso [en el apogeo de la guerra contra el Estado Islámico] cuando no teníamos nada, teníamos esperanza“, agrega Sirin Ali, copresidente de la comuna Derik en la provincia de Qamishli de la región de Cizre. “Lo primero que hicimos fue crear las comunas y luego, los consejos, hacer que la gente volviera a la humanidad.”

Entre los muchos desafíos que enfrenta la región, las personas de Rojava reconocen que continuar fortaleciendo el control local cara a cara confederado es uno de los más importantes. Eso significa priorizar la participación de las mujeres y las minorías, dos grupos que tradicionalmente han sido excluidos del poder político, y resistir cualquier tipo de estructura política que se incline hacia la formación de un estado centralizado.

Pero el futuro de todo el proyecto de Rojava está ahora en grave riesgo. Ayudar a garantizar la supervivencia de esta estructura política y social, una de las expresiones más avanzadas de la democracia confederal radical en la historia, frente a la reciente embestida turca es una tarea central para cualquiera que se considere feminista, progresista o izquierdista.

 

Comuna de Comunas

 

La Asamblea de Asambleas de los Chalecos Amarillos

Desde el 17 de noviembre de 2018, Francia ha sido sacudida por un nuevo movimiento social sin precedentes. Si bien la actividad revolucionaria ha tenido lugar históricamente en París, ya sea durante la Revolución Francesa de 1789 o la Comuna de 1871, hoy las ciudades rurales están a la vanguardia del movimiento.

Para protestar contra los ataques del gobierno hacia la clase trabajadora, cientos de miles de personas se pusieron chalecos amarillos, bloquearon los peajes y las rotondas, y viajaron a París y las principales ciudades francesas todos los sábados para manifestarse. Con una crítica profunda de la democracia representativa y de la élite política, los Gilets Jaunes (Chalecos Amarillos) han impedido rápidamente que nadie hable en su nombre, a pesar de los intentos del gobierno de cooptar el movimiento exigiéndoles designar portavoces para negociar.

Si bien la coordinación nacional del movimiento se produjo en gran medida a través de Internet, los chalecos amarillos de Commercy, un pequeño pueblo rural en el noreste de Francia que ha atraído la atención por su asamblea popular sin líderes, impulsó la organización de los grupos locales de chalecos amarillos en una nueva manera: una Asamblea de Asambleas.

La llamada fue respondida y, a fines de enero de 2019, aproximadamente setenta y cinco delegados, por lo general un hombre y una mujer por cada asamblea local, se reunieron en Commercy durante un fin de semana. Debatieron las demandas, la estrategia y la perspectiva, informaron sobre sus debates locales a otros delegados y discutieron cómo “organizar lo más democráticamente a toda escala”, es decir, cómo estructurar la Asamblea de Asambleas. Prestaron mucha atención al contorno de su autoridad respectiva. De hecho, los delegados le recordaban continuamente a la Asamblea los límites de sus mandatos, o la falta de ellos, cuando surgía algo parecido a una actividad de toma de decisiones.

Esta falta de claridad en los límites del mandato de cada delegado condujo rápidamente a una gran tensión con respecto a los límites de la propia Asamblea de Asambleas. Por un lado, los participantes querían respetar la autonomía de las asambleas locales y abstenerse de hablar en su nombre sin su autorización y, por otro, querían ver los resultados de la coordinación de los delegados de los Chalecos Amarillos.

Fuertemente decididos a no regresar a sus rotondas con las manos vacías, los delegados decidieron que la Asamblea de Asambleas, que consideran como “la estructura más legítima de los Chalecos Amarillos”, debería emitir “algo” para hacer público el trabajo importante realizado en ese espacio. Querían mostrar al público en general lo que estaban haciendo y planeando hacer, para proporcionar a las asambleas locales una base de trabajo coordinado y propuestas a las que recurrir. Sobre todo, querían invitar a todos los Chalecos Amarillos a continuar las acciones y sostener el movimiento.

Como no todos los delegados tenían mandatos de sus asambleas locales para tomar decisiones sobre las demandas basadas en una encuesta en la que los grupos locales participaron antes de la reunión, decidieron emitir un llamado común. Decidieron que solo los delegados obligatorios firmarían conjuntamente el llamado; los no obligatorios lo enviarían a sus respectivos grupos locales para su validación. Además de pedir justicia social y económica y derechos sociales, condenando la represión, afirmando sus compromisos antirracistas, antisexistas y antihomofóbicos, también pidieron participación en las huelgas generales del 5 de febrero y el 5 de diciembre de 2019, y la creación de asambleas populares en todas partes.

Este sistema de suspensión de la toma de decisiones hasta obtener la aprobación de las asambleas locales se adoptó más tarde como votación “consultiva” o “indicativa”, lo que significa que si un delegado piensa que tomar una decisión sobrepasa los límites de su mandato, ya que el tema no ha sido discutido o decidido por su grupo, emite un voto que indica lo que piensa que votará su grupo, y luego presenta la propuesta a su asamblea local para su ratificación.

Como lo resumió un delegado: “El principio es que las rotondas deciden, pero debemos ser capaces de decir cuál es la tendencia de la Asamblea“. Esta regla se usó durante las tres siguientes Asambleas de Asambleas, en abril en Saint -Nazaire, en junio en Montceau-les Mines, y en noviembre en Montpellier. Allí se reunieron unos 200, 650 y 500 participantes respectivamente, incluidos delegados de grupos locales y observadores.

Tanto en los grupos de trabajo más pequeños como en la asamblea general, los delegados discutieron varios temas a lo largo de estas Asambleas, como el referéndum de iniciativa ciudadana (RIC), las asambleas populares locales y las elecciones municipales, el papel y la estructura de la Asamblea, las Casas del Pueblo, la represión, el vínculo con la población, acciones futuras y la estrategia a largo plazo.

Durante estos debates, la Asamblea de Asambleas fue coherente en su deseo de construir un terreno político común mientras, al mismo tiempo, debatía y decidía los problemas democráticamente, evitando la burocratización y la centralización del poder y preservando la autonomía local y la diversidad de los Chalecos Amarillos: una definición y rasgo esencial del movimiento. Sin embargo, luchar contra la tendencia de cada organización hacia la burocratización no significa que no quieran que la Asamblea perdure en el tiempo.

De hecho, no solo intentan crear continuidad expandiéndose sobre los temas de las asambleas anteriores, sino que también se basan en lo que se ha decidido previamente al otorgar autoridad a las decisiones anteriores tomadas por las asambleas. Sin embargo, la ausencia de un documento constitucional fundamental que preservaría algunas reglas ante decisiones caprichosas de una mayoría cambiante sigue siendo, para algunos, un factor de inestabilidad.

Los participantes perciben la Asamblea de Asambleas como una oportunidad para coordinar los diversos esfuerzos de los Chalecos Amarillos, compartir la experiencia de participar en nuevos tipos de organización entre grupos más y menos experimentales y fortalecerse mutuamente. También es un lugar para construir mensajes comunes, para hacer propuestas colectivas a las que las asambleas locales puedan recurrir y para diseñar acciones que puedan llevarse a cabo en forma solidaria.

Sin embargo, las opiniones difieren. Algunos desean crear una estructura de coordinación con fuertes orientaciones políticas; otros prefieren limitarlo a una plataforma de intercambio, discusión, propuesta y acción. La cuestión de la naturaleza exacta de la Asamblea, por lo tanto, sigue abierta.

Cualquiera sea la respuesta a esa pregunta, una cosa está clara: para los Chalecos Amarillos la Asamblea de Asambleas no debe ser un “gobierno”, una “estructura que sobrepase a los grupos locales” o una estandarización de su funcionamiento. La Asamblea debe respetar la autonomía de las asambleas locales. A diferencia de los representantes elegidos cada cinco años y distantes de las personas que los eligen, los delegados de los Chalecos Amarillos conocen a sus grupos locales: cómo piensan, sienten, reaccionan, debaten y, en última instancia, deciden.

Los delegados son parte de la vida social y política cotidiana de su grupo y están inmersos en su praxis. Lo que “hacen presente” en la Asamblea de Asambleas no es la defensa de los “intereses” de su grupo local, sino más bien una forma de pensar, debatir y actuar, y una voluntad común que ha surgido de la práctica continua de la deliberación colectiva y la acción política. Hay mucho en juego: crear un cuerpo coordinador democrático de las asambleas locales al mismo tiempo que defender los principios de la democracia directa derivados de su crítica al sistema representativo.

 

Comuna de Comunas

 

Symbiosis: hacia una confederación de movimientos municipales en América del Norte

Desde Olympia , Washington, hasta Jackson , Mississippi, pasando por Cherán y Oaxaca en México, numerosos movimientos en América del Norte han elegido el nivel municipal como un espacio para construir contrainstituciones populares. Si bien su organización se centra en el trabajo político a nivel local, estos movimientos participan en una estrategia similar para crear un poder dual entre las instituciones del capital y el poder estatal y popular a mayor escala. Es una estrategia que, para tener éxito, necesita unirse a fuerzas locales dispersas. De hecho, a pesar de contextos locales, métodos de organizaciones y acciones, tamaño e historia radicalmente diferentes, “cada una de estas organizaciones miembros de Symbiosis ilustra una política de doble poder en acción“.

Es desde esta perspectiva que el colectivo Symbiosis celebró el “Congreso de Movimientos Municipales en América del Norte” del 18 al 22 de septiembre de 2019, en Detroit, Michigan. El Congreso fue organizado de manera participativa durante dos años por varios organizadores municipales en toda América del Norte. Sin lugar a dudas, los organizadores de Symbiosis han trabajado incansablemente para crear una estructura radical y nueva, de democracia directa, de la manera más directamente democrática.

Con una conferencia preparatoria para el congreso, referéndums mensuales y reuniones periódicas en línea del ayuntamiento, las organizaciones miembros que se integraron en Symbiosis pudieron configurar la naturaleza y la estructura del Congreso que las reuniría.

El plan fue reunir delegados de movimientos que construyan una democracia real en América del Norte para que estos movimientos puedan agruparse entre sí, crear conexiones profundas y compartir lecciones, experiencias y recursos. Más importante aún, el congreso tenía la intención de ser el momento de lanzamiento de una “confederación continental de movimientos locales que construyera un poder dual a través de la democracia radical”, una confederación permanente cuya estructura sería determinada por los movimientos mismos.

Como tal, este congreso solo ha dado el primer paso hacia el objetivo de crear una situación de doble poder. “En última instancia”, afirma la invitación al congreso, “necesitaremos una confederación de este tipo para llevar nuestra lucha más allá del nivel local. El poder de la clase dominante está organizado a nivel mundial, y si la democracia es para ganar, también debemos organizarnos a esa escala.”

Y fue un primer peldaño. Durante tres días, ciento cincuenta personas de toda América del Norte se reunieron, intercambiaron habilidades, conocimientos y compartieron comentarios sobre sus respectivos proyectos. Debatieron y tomaron decisiones sobre su futuro común a través de grupos de trabajo y una asamblea general. Los temas discutidos incluyeron la estructura de la confederación, que decidieron llamar federación, en forma de un consejo de portavoces, un procedimiento de toma de decisiones en dos etapas basado en una elaborada combinación de consenso y toma de decisiones por mayoría, puntos de unidad, un grupo de intercambio de habilidades, la organización de un intercambio anual de organizadores llamado “Symbiosis Summer”, la creación de un grupo de “People of the Global Majority”, un sistema de clasificación para el trabajo administrativo y un equipo organizador para el próximo congreso.

Aunque el resultado final de estas discusiones organizativas en el congreso debe ser desarrollado por varios grupos de trabajo y luego adoptado por las organizaciones miembros locales, su proceso sugiere algunos de los desafíos de construir una confederación.

Si bien la elaboración del procedimiento para establecer la agenda, llevar a cabo los debates y tomar decisiones estaba abierta a la participación en línea de todos los miembros de las organizaciones participantes antes del Congreso, los delegados se sintieron incómodos con el “procedimiento demasiado procesal”. Se encontraron con que no tenían suficiente tiempo para conocerse o para entender por qué estaban allí. En su opinión, estaba demasiado orientado hacia los detalles de una federación que aún no existía.

Lo que los participantes sintieron que necesitaban era conocerse, antes de tomar cualquier decisión. Necesitaban compartir sus experiencias y sus razones para estar allí, descubrir puntos en común y diferencias y, en última instancia, ver si podían generar confianza entre ellos y si valía la pena trabajar por lo que podían construir juntos. En otras palabras, primero necesitaban crear un “nosotros” antes de pensar en las modalidades para perpetuarlo.

Si bien la idea de confederar con otros movimientos locales para formar un contrapoder tenía sentido para las organizaciones miembros (después de todo, era la razón de sus presencias allí), necesitaban un sentido de comunidad para comprometerse a dedicar el tiempo y la energía que es necesaria para el funcionamiento de tal federación.

Esta observación destaca una de las principales tensiones de la democracia directa. Por un lado, la democracia directa se basa en el encuentro cara a cara, la deliberación y la toma de decisiones en las asambleas populares locales. Esto requiere que las personas se conozcan, se reconozcan como iguales y aprendan progresivamente cómo pensar, escuchar y decidir juntos.

Por otro lado, la ampliación de la democracia directa a través de la confederación requiere la delegación de las decisiones de las asambleas locales en ciertos miembros a través de mecanismos que despersonalicen el poder. Esto incluye la revocación, los mandatos imperativos y la rotación, para evitar la captura del poder por parte de representantes profesionales y, en última instancia, el dominio de los gobernantes sobre los gobernados.

Sin embargo, si la despersonalización del poder delegado y la rotación constante entre los delegados son condiciones para obtener una democracia directa, ¿cómo nos aseguramos de que la democracia directa, la creación de una asamblea colectiva que ha desarrollado relaciones personales entre sí, y ha aprendido a tomar decisiones juntos, se reconozca como entre iguales a nivel confederal?

Si bien esta tensión puede ser más aguda durante los momentos constitutivos de la confederación, como fue el caso del Congreso de Simbiosis, sigue siendo una cuestión fundamental para que los movimientos la aborden a medida que adoptan la confederación como vehículo para realizar su estrategia revolucionaria radicalmente democrática.

 

Desafiando la hegemonía del Estado-nación

En un momento en que el término ecocidio ya no expresa adecuadamente la multitud de agresiones humanas irreversibles al ecosistema de la tierra, cuando cada aspecto de las relaciones sociales está tan completamente mediado por las relaciones capitalistas que es casi prosaico comentarlo, y cuando el aislamiento y la desesperación experimentada por grandes sectores de la humanidad ha pasado de la lasitud al fascismo en solo unos años, debemos abordar el tema de cómo empoderar a las personas y ofrecerles un sentido de verdadera comunidad y camaradería.

La historia nos enseña que la ayuda mutua, el parentesco y la solidaridad son más fuertes cuando las personas se encuentran cara a cara en sus comunidades, cuando pueden discutir, debatir y decidir juntas. Florecen cuando la arquitectura que apoya la democracia directa se institucionaliza: ya sea el ágora ateniense, la Comuna de París de 1871, la España anarquista, Rojava o Cherán y Chiapas.

Es hora de que la izquierda dirija su atención a la creación de instituciones que ofrezcan un terreno ético y estructural mediante el cual la gente común -a través de asambleas, inicialmente desarrolladas en torno a cuestiones locales que más tarde se vayan confederando para formar un tipo de redes que logren desafiar la hegemonía del Estado-nación- pueda redimir nuestra relación con la naturaleza y entre nosotros, y construir una política audaz, nueva y significativa.

 

Debbie Bookchin y Sixtine van Outryve

Diciembre de 2019

 

Fte: Roar. Versión en castellano: Catrina Jaramillo para Comunizar.