Sobre ciencia, democracia y otras poderosas ficciones
Libro de Emmánuel Lizcano
Reducida al pictograma suizo (con su chimenea rectilínea y su tejado en ángulo), tendremos que volver al adobe y a la paja, resignados a un terreno estriado, para comprender que la arquitectura es aproximación, solapamiento, inclinación, amontonamiento frágil de materiales mal encajados. Vivimos siempre en un allí a punto de desmoronarse: una casa. Una catedral está siempre a punto de desplomarse durante mil años y por eso es bella: porque está en peligro muchos más años que una choza. La arquitectura moderna, al sustituir la piedra por el acero, induce la ilusión de una geometría sin raíces, pero la imprecisión y la irregularidad sólo desaparecen de la mirada: instaladas en la tierra sin decirlo, el peligro de su caída no ha sido conjurado; sencillamente hemos olvidado esa fragilidad original cuyo recuerdo material llamamos belleza (y que ya sólo permanece en las chozas y chabolas, proyectos trágicos de una catedral mutilada).
De la misma manera, reducido a una obra de ingeniería en la que el médico omnipotente siempre puede intervenir para corregir un fallo de mecánica, tendremos que esperar un improbable relámpago de la imaginación para experimentar la vulnerabilidad de nuestro cuerpo y su inexorable clinamen de destrucción: “cuando caminamos”, decía Kafka, “olvidamos que en realidad estamos cayendo”. Esta cenestesia geométrica de la tribu occidental compromete nuestra relación con la historia, con el tiempo y con la vida, naturalizando de algún modo la evidencia de un “progreso lineal” y la ilusión de la propia inmortalidad, dos ideas que, bajo un régimen de producción capitalista de mercancías, se han revelado extraordinariamente catastróficas, especialmente para las otras tribus y pueblos de la tierra. Si nuestra geometría es imaginaria (e ideológica), nuestro imaginario y nuestra ideología son geométricos. Lo malo no es la universalidad de la ciencia sino la de las creencias; lo malo no es la objetividad de la ciencia sino la “cientificación” de la subjetividad. Cuando liberemos los ángulos y las hipotenusas, prisioneras de los cálculos del Pentágono, aún habrá que reprimirlas para que no nos escamoteen la ondulación; es decir, la independencia ontológica de las montañas, los cuerpos y las casas.
(Del “Prólogo” a Metáforas que nos piensan, de Emmánuel Lizcano)
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Entrevista a Emmánuel Lizcano
Vivimos rodeados de metáforas, Emmánuel. ¿Qué es eso que dices tú de que las metáforas nos piensan? ¿Nos engañan con ellas en estos momentos, quizá?
No es tan simple. La idea del engaño, de la ideología como engaño (que viene fundamentalmente del marxismo), parte de una premisa que yo no comparto: que la gente es más o menos tonta y se deja engañar. No creo que las metáforas nos engañen en este sentido. Las metáforas juegan con uno de los mecanismos del lenguaje más potentes que hay, que es el de crear ficciones. Julián Marías tenía un libro muy bonito sobre la palabra “ilusión”. Él decía que el castellano es la única lengua en la que “ilusión” tiene ese doble sentido, de “ilusionarse”, lo que nos ilusiona, y también, de una mera ficción, de un fantasma, un engaño. Y a la metáfora le pasa un poco eso: crea ficciones, ilusiones. Creo que quien pilló muy bien la cuestión es Bakunin cuando compara a Marx con el positivismo de Comte (que era un reaccionario de libro). Los dos hablaban de una realidad y de una ficción que, como no representa bien la realidad, nos engaña. Y ahí hay una metáfora de fondo que es lo que Rorty llamaba la metáfora del espejo: tenemos la realidad y tenemos el espejo, que sería el lenguaje que refleja la realidad. Si la refleja bien, lo que dice el lenguaje es verdad, y si la refleja mal o la deforma, entonces nos está engañando. Pero ¿por qué el lenguaje va a ser un espejo donde se representa una realidad que se supone que ya estaba antes del lenguaje?
El famoso espejo…
Hoy la metáfora del espejo ha estallado por todos lados. Hoy hay una conciencia muy generalizada de que el mundo en que vivimos es una pura simulación. Recuerda Matrix. Incluso los físicos, en lugar de experimentar con la realidad, hacen simulaciones en ordenador. La realidad es la simulación. Vivimos en un mundo de representaciones. Como decía Borges, lo que llamamos mundo es una magnífica ficción que, como todos creemos en ella, se ha hecho dura, se ha con-solidado.
Ya, nos hablan con metáforas…
Volver a sumergirse en los caudales colectivos es lo que hace falta: poner la oreja, escuchar a los demás y volver a hablar en un lenguaje corriente y moliente
Fíjate en las metáforas con que nos habla la clase política y la clase periodística (porque yo creo que hay una simbiosis entre periodismo y política profesional realmente vergonzante). Nos hablan como si el lenguaje pudiera representar fielmente la realidad, reflejarla fielmente o retorcerla para engañar. Y yo no creo que haya esa división. Lo que llamamos realidad se refleja en el lenguaje y lo que llamamos lenguaje está creando realidad continuamente. Entonces, el problema es si la realidad que se crea en estas ficciones es una realidad consensuada, es decir, hecha sólida conjuntamente al creerla todos en masa. Y creo que hay metáforas muy generalizadas que ya ni nos damos cuenta de que son metáforas, que son las que yo llamo en mi libro metáforas que nos piensan, porque creemos que estamos diciendo algo muy original y resulta que eso está estructurado según una metáfora base que ni nos damos cuenta que lo es.
Está claro. Incluso pasa en los movimientos aparentemente más provocadores o antisistema, aparentemente revolucionarios.
Sí, incluso en movimientos de lucha antisistema pasa. A mí una de las cosas que más me pone de los nervios es cómo nos tragamos las metáforas fundamentales e intentamos hacer variantes, con lo cual reproducimos y reforzamos mucho más el sistema que queremos combatir. El otro día leía una entrevista a alguien de Podemos y me puse a hacer un análisis de las metáforas que utilizaba y eran las mismas que las de “la casta”. Hablaba, por ejemplo, de “graneros de votos” y no nos paramos a pensar qué quiere decir esto, que los votos son el grano que pican y se comen las gallinas, como cuando se dice aquello de “caladeros de votos”. Significa que los votantes somos los peces, el grano que van a pescar y zamparse los políticos, el alimento del que se nutre la clase política. Entonces, si dices eso, es que sigues pensando que el votante es eso de lo que tú te va a alimentar. Es decir, el político es el vampiro, es el parásito de la gente. Entonces, cuando reproduces esto, pues ya estamos en las mismas. Sólo cuando caes en que algo es metáfora y en su significado, es cuando puedes intentar reventar esa metáfora y buscar otras alternativas.
Es que tiene migas que se reproduzcan estas cosas…
También hablaba en esa entrevista de que hay que crear conciencia en la gente. A mí, eso… Cada vez que me quieren concienciar saco la pistola, como decía el otro… (ríe). Te pones a darle vueltas y, ante esas cosas como lo de “tomar conciencia”, piensas: la conciencia no tiene por qué ser una cosa que se pueda tomar, como una caña. Ni algo que se tenga que inyectar a otro como si fuera un fluido. ¿En nombre de quién alguien puede decir si yo –u otro- tengo o no conciencia… o que la conciencia sea algo que se tiene o no se tiene; como lo de la razón, eso de que no tienes razón o la has perdido, o estar cargado de razón o que te la quiten, o si se tiene más o se tiene menos. A lo mejor hay que pensar en otros términos.
Sí, y nadie nos tiene que convencer.
Claro. Heráclito decía que la razón era un río, es algo que corre. Un río no se puede tener o no tener. Como lo intentes tener (y para eso hay que pararlo, ponerle una presa), ya no es un río, con lo cual ya no sería razón.
Es que hay alternativas con mucho discurso conservador que va pensando y metiendo en una dinámica determinada a quienes las usan. Tu libro Metáforas que nos piensan es estupendo para entender estos fenómenos. Ha tenido mucho éxito y lo sigue teniendo.
Yo creo que el relativo “éxito” se debe a que he intentado volver a hablar en castellano, olvidarme de que llevo ya 60 años metido en el aparato escolar (desde que me metieron de pequeñito hasta ahora que soy profesor de universidad), que te crea una jerga especial, gratuita y obligatoria, eso sí. No quiero insistir en ellos pero, por ejemplo, el lenguaje de Podemos (tantos profesores universitarios ahí) es una jerga de casta. A mí una de las cosas que me sigue costando más es volver a escribir como hablaba mi abuela o mi madre. El subcomandante Marcos supo dejar de hablar en político y reaprender a hablar –y, por tanto, pensar y sentir- como la gente…
Hablar pa entendernos…
Claro, volver a hablar en un lenguaje corriente y moliente. En eso insistía mucho Agustín García Calvo. Un lenguaje que corre y se muele en el correr, que va pasando de boca en boca y, al ir pasando, se va moliendo, depurando, matizando como los cantos rodados. Y ahí hay todo un montón de experiencias colectivas, individuales, que se van depositando en ese flujo que es el lenguaje y que para mí es la gran riqueza que tenemos en común. Ahora que ya está privatizado casi todo, si algo queda común, comunal o colectivo, es el lenguaje. Por el momento no nos lo venden aún del todo, aunque sí bastante, por aquello de las escuelas y universidades de pago…¡Pagar por aprender a hablar (y encima, mal)!
Pero estamos vendidos con el lenguaje y los periodistas tenemos mucha culpa. Ya sabes, nos movemos en el lenguaje políticamente correcto y así nos va… Nos dejamos llevar. Pero en tu obra hay algo importante: dices que hay posibilidades de romper estos círculos, o más exactamente, estos cuadrados, estas líneas rectas en las que nos quieren mantener, con las que nos quieren someter. Nos hablas de cambiar el lugar desde el que se mira (un buen consejo) para obtener otras perspectivas, hablas de otras miradas: la matemática china, por ejemplo, que operaba con los números negativos cuando en la cultura occidental eso era impensable. Nos hablas del saber popular, de la oralidad frente a la dictadura de las letras y de la razón, de todo eso que nace con la Ilustración y luego nos encorseta, nos limita. En definitiva, nos das muchas alternativas y nos haces ver que, afortunadamente, se puede cambiar el mundo a través de lo que llamas las “metáforas vivas”. Hay manera, hay salidas…
Sí. Me parece muy importante lo de cambiar de lugar. Una metáfora siempre consiste en ver una cosa como si fuera otra, o desde la perspectiva de otra. Por ejemplo, cuando decimos a alguien: “mira, lo que tu planteas está bien, pero lo que los hechos dicen es esto otro”. Normalmente, ante eso la gente se calla o, todo lo más, se pone a rebatir en términos: “no, no, tú es que has interpretado mal las estadísticas y los hechos dicen…”. Pero la discusión no se establece nunca en términos de si los hechos puedan decir. En esto no nos paramos; aceptamos como la cosa más natural del mundo que los hechos hablen. Nos creemos modernos pero vemos los hechos como los “salvajes”: como agentes dotados de palabra. Una metáfora te impone una perspectiva. Cambiar de metáfora es cambiar de perspectiva. Yo por eso me puse a estudiar el mundo chino antiguo, para cambiar de perspectiva, para intentar ver cómo ven ellos el mundo y, después, poder extrañarme del mío.
Porque ya te habías dado cuenta de la importancia de las metáforas.
No exactamente; aunque suene raro, fueron las matemáticas las que me llevaron a las metáforas. Me di cuenta de que lo de las metáforas era algo muy importante cuando acabé la carrera de matemáticas, que además hice la especialidad de Matemáticas puras. Y me dije: “esto es demasiado bonito para ser verdad; encaja todo demasiado bien para que sea cierto”. Y entonces intenté buscarle los tres pies al gato, ver qué fallaba, cuál era el truco de magia… Y así me puse a mirar cómo otras culturas habían construido las matemáticas y me puse a estudiar textos más antiguos que los de Euclides y los fundadores de nuestra matemática. Estaba interesado en los números imaginarios, que al final se retrotraen a los números negativos. Vi que restaban distinto que los griegos o nuestros niños en las escuelas.
Lo que pone en cuestión los hechos…
Claro, si es que resulta que los hechos están hechos. El lenguaje es un tesoro. Si por eso lo digo. Tenemos ahí una capacidad crítica brutal. Por mucho que te sientes a poner todo patas arriba, no se te ocurre ni la décima parte de las cosas que se te pueden ocurrir analizando el lenguaje, que está a disposición de todos. Hechos, ¿qué son?, el participio del verbo “hacer”. No son algo neutro, los ha hecho alguien, con unos intereses y tal…
Volver al origen
Claro, tienen su miga… Así que te aportaron lo suyo las mates chinas…
Claro, porque Euclides, si tenía que restar tres menos cuatro cogía tres piedras e iba sacando, sustrayendo, pero cuando ya no le quedaban más… pues, claro, gran cortocircuito mental… ¿Cómo quitar otra piedra cuando ya no le quedaba ninguna?
Pues esto es como inventan luego lo de la deuda pública, por ejemplo… Lo que tengo de menos y debo… Y ya está resuelto el lío. Mira como pillaron algunos liberales listillos la idea…
Pero, claro, es que el tema de la deuda para los filósofos, que eran gente muy intelectual, era cosa de los comerciantes, que era gente despreciable, con lo cual…
Pues como ahora, los malditos mercaderes, que nos tienen como nos tienen. Pero vamos, que todo no es así como está y lo vemos y ya está, sino que puede ser de otra forma. Importante esta reflexión ahora que hay este escepticismo tan generalizado. Puede haber otra mirada como la china…
El problema es cómo encuentras otra mirada, otra perspectiva. No todos podemos ser originales. El mismo término “original”… No es casualidad que venga de “origen”. Cuando todos hemos llegado a pensar que ser original es hacer una gran novedad, algo que no tenga nada que ver con lo que se haya hecho hasta ahora, resulta que “original” es “enganchar con el origen”, meterte en la matriz fuera de la cual seguramente no puedes crear nada original. Y eso es lo que permiten las metáforas, entroncar con el origen, de dónde vienen las cosas. ¿Por qué Euclides es incapaz de pensar la operación 3-4 que hoy la sabe hacer cualquier niño de la escuela? Porque estaba dando por sentada una metáfora: la de la sustracción. Él y los mejores matemáticos posteriores estaban encerrados en esa metáfora. Cuando me fui a China mentalmente, me di cuenta de que utilizaban otra metáfora: la de la oposición. Con lo cual, planteado 3-4 como una batalla en la que unos palillos/números se oponen a otros, el superviviente podía ser de cualquiera de ambos bandos: “menos uno” o “más uno”.
Es genial…
Cambiar de metáfora supuso que operaciones imposibles para los mejores matemáticos europeos se resolvieran solas. Si vas al origen donde está el problema (que muchas veces es una metáfora que damos por sentada) y cambiamos de metáfora, de perspectiva, se abren un montón de posibilidades nuevas. Y ése es el doble movimiento que yo le veo de interés a la metáfora. Te permite socavar creencias muy arraigadas, poner una bomba de relojería en cantidad de cosas que damos por sentadas y que, no es que nos engañen, es que nos las estamos creyendo porque somos incapaces de ver la ficción que hay ahí. Y eso permite que las cosas no cambien. Pero cuando has caído en que hay una metáfora y te pones a jugar con otras posibles, se te empiezan a abrir infinitos mundos. Puedes desmontar un montón de cosas y sustituirlas por posibilidades nuevas.
Eso es muy esperanzador, Emmánuel, por eso yo te busco para que esta reflexión llegue…
Perdona, por poner un ejemplo. En lengua wolof la palabra “desarrollo” (que es una metáfora que trasvasa lo orgánico a lo político) la traducen, también metafóricamente, por la voz del jefe; y en lengua eton, hablada en Camerún, el desarrollo se dice –y se piensa y siente- como el sueño del blanco. Ellos, automáticamente, están viendo que lo que les llevamos es el sueño de otros, y no su sueño. Con lo cual, cuando llega una ONGD a desarrollarles, lo que ven es que llegan unos blancos a cumplir su sueño (el de los blancos), no el de ellos. No hace falta ser profesor ni intelectual para ser capaz de captar y subvertir las metáforas. Incluso, mejor no serlo.
Pues en los pueblos nuestros lo que tenemos es menos claras las cosas. Por ejemplo, tenemos la servidumbre voluntaria, de la que también hablas en tu libro, que creo que es lo que caracteriza el momento actual junto con el miedo, por lo menos aquí, en España. La historia, nos habla de la servidumbre a la fuerza: antes te bajabas a la mina o lo que sea, pero odiabas al patrón, por ejemplo. En fin había aquello de que “a la fuerza ahorcan”. Pero ahora hay servidumbre voluntaria y hasta gustosa diría yo… Y miedo.
El miedo se está inyectando de una manera auténticamente novedosa en la historia de la humanidad. Siempre ha sido una de las armas más poderosas de los gobiernos y las clases dominantes para mantener controlada a la gente, pero esta inyección de miedo, de inseguridad a la que estamos sometidos actualmente con todos los medios de comunicación, es un despliegue como no ha habido nunca antes. Hasta en los programas de información meteorológica. Siempre estamos en alerta, amarilla, naranja… Siempre estamos bajo amenaza permanente.
Así es.
Es que nosotros estamos muy orgullosos de la democracia y el Estado de Derecho, pero las constituciones y el Estado de Derecho se fundan en el mito hobbesiano de que el hombre es un lobo para el hombre. Es decir, todos nos destrozaríamos unos a otros si no renunciáramos a nuestra libertad y la enajenáramos, se la diéramos al gobernante. Entonces, se crea el famoso pacto social, que eso es una constitución… Por eso, esos movimientos de renovación de la Constitución, que si monarquía o república, me suenan a cantos de sirena y a seguir mareando la perdiz para mantenernos entretenidos. Lo del pacto social es un mito de origen también: nunca ha habido tal pacto. Y como los mitos solo funcionan cuando se recrean permanentemente, hay que estar recreando sin cesar ese estado de inseguridad original que imaginaba Hobbes, de alerta permanente, de que el vecino es un enemigo potencial, etc. La función fundamental de los aparatos de seguridad es crear inseguridad. Crean esa sensación para que la gente demande protección.
Y con todo eso llegamos al “esclavízame más que no pasa nada…”.
Eso está muy agudizado por la crisis, evidentemente. Es eso de: “me pagan 300 euros, tengo que trabajar doce horas, pero encima tengo que estar contento porque tengo trabajo”. Pero esto ya venía de atrás, estaba muy cuajado en muchas metáforas: se hablaba de los más desfavorecidos, por ejemplo. Y los demás ¿qué pasa?, ¿que vivimos de favor? La misma idea de Estado de Derecho me parece nefasta. Es el vivir de favor, que el Estado reconoce nuestros derechos y nos hace el favor de permitirnos vivir, incluso de estar bien. El término de “Estado de bienestar” surge de la primera Constitución española, en 1812. Define por primera vez que la función principal del Estado es procurar el bien estar de los españoles. Pero, como decía un pensador reaccionario que firmaba como el Filósofo Rancio y que escribía unos panfletos incendiarios en esa época: ¿Qué es eso de bien estar? Si los españoles lo que siempre hemos querido es vivir bien, que es muy distinto… El bien vivir. Estar, lo que se dice estar, está el ganado, en los establos, que es donde se está. El tipo pilló que si la función del Estado es que estemos bien, es en realidad tratarnos como ganado.
Qué lúcido…
Es curioso cómo los pensadores reaccionarios han sido muy lúcidos en nuestra historia. El estar bien -decía este “filósofo”- sí, nos lo podrá dar el Estado, pero a cambio de convertirnos en ganado. Y si te das cuenta, las políticas, tanto socialistas como del PP o de cualquiera, de prohibirnos cantidad de cosas, como fumar, son así. En este caso de fumar, para que la cabaña humana nacional, la población, esté sana. La cruzada antitabaco vista por los infieles, de Susana Rodríguez, desarrolla una tesis que le dirigí. Ahí se señala la primera ciudad del mundo que prohibió fumar incluso por la calle, porque la obligación del gobierno era tener una población sana, tomando medidas incluso para protegerla de sí misma. ¿Sabes cuál fue esa ciudad? Fue Berlín, Alemania, 1939.
En nombre del desarrollo y el progreso técnico se ha destruido la vida política. Los lugares políticos por excelencia son aquellos en que la gente habla y discute
Los nazis. Ya veo. Pero esto de tanto prohibir que hacen los políticos es también para ver hasta dónde aguantamos la represión y la estupidez. Asistí a una escena asquerosa: vi hace poco cómo abroncaban unos polis a una mendiga que tomaba vino barato en Lavapiés, en un banco, a solo un palmo de la terracita de una cervecería, amenazándola con llevársela en la “lechera”. La señora argumentaba, lógicamente, que no tenía pelas para tomar justo ahí, en el bar, donde sí se podía uno poner ciego con el alcohol. Y, en cambio, el día del orgullo gay, en Madrid, sí se podía beber en la calle. Ví a polis haciendo fotos, en plan coleguis, de gente con litronas y litronas en la mano, mientras a dos pasos de ellos, plena Gran Vía, la gente meaba y meaba sin parar, culo al aire. A las diez de la noche, en pleno centro, había miles y miles de meones en plena calle, por todas las calles. Ese día sí se podía beber litronas en la calle y mear, porque mandaba el modelo turismo-pelas, etc. “Vengan todos hoy a beber y mear en el Eurovegas-Madrid”. Y es que es un modelo de arbitrariedad y de reprimir cuando se quiere, a capricho. Que tengamos la sensación de estar en manos del primer mentecato que tiene una idea fascista en la cabeza. Y, de paso, que a losgays se les identifiquen como guarros y culpables de traer el desorden y las meadas a Madrid. Así que todo encaja, fenomenal… Son muy listos al diseñar ciertas “políticas”. Y sobre lo que dices de la Constitución de Cádiz, es curioso porque leyendo este verano a Elías Reclús, creo que en Cádiz por esos tiempos de La Pepa, se retiraba la gente a vivir bien.
La gente sabía vivir bien dentro de las posibilidades. Y vivir bien es algo que sólo podemos darnos nosotros a nosotros mismos; no nos lo puede dar ningún Estado. ¿No se dice en castellano “darnos la buena vida”? Y eso del servilismo voluntario que decías, es porque hemos asumido las premisas del Estado del bienestar, de que alguien nos tiene que dar, de que yo tengo que reivindicar mis derechos (pero no son míos, son suyos, y él es quien me los da). El derecho siempre pasa por el reconocimiento de las leyes, con lo que ya estás poniendo por encima de ti a las leyes y sometiéndote al llamado imperio de la ley, que es un imperio como cualquier otro. Yo creo que el asunto no está en cambiar de emperador, sino en poder vivir sin emperador de una maldita vez y darnos la buena vida a nosotros mismos.
La evolución del pensamiento
Y ¿qué me dices de la ciencia, de la que también hablas en el libro? Porque es otra cosa ya sagrada. Ella y sus inventos, otra manera de distraernos para que no pensemos. Recuerdo El lobo estepario de Hermann Hesse, cómo dice que el hombre ha inventado inventos que nos distraen de lo fundamental y cómo dice que de lo que se trata es de vivir…
La ciencia es una nueva forma de lo sagrado, de lo intocable.
Sí, y todo aquello de la razón y el progreso y la edad de las luces y la Ilustración. Creo que el pensamiento no puede parar ahí. ¿Qué nos puedes contar al respecto?, porque también hablas en el libro de la evolución del pensamiento anarquista…
A mí cualquier cosa que acabe en “ismo” me pone muy nervioso, incluso el anarquismo. Aunque evidentemente mi formación (y mi corazón y sentimientos) van por ahí. Pero ya el “ismo” que lo convierte en una especie de secta, de capilla, con sus principios y tal… Si an-arché es “sin principios”, pues eso, sin principios. El anarquismo pinchó en las formulaciones positivas, no en las negativas. Consiguió su auge en el XIX, principios del XX, con la eclosión del racionalismo cientifista y se impregnó de ello. La creencia en el progreso, la razón, la ciencia… estaba tan extendida o más entre los anarquistas que entre los demás y de todo eso, por fortuna, se ha liberado bastante el anarquismo. Lo más positivo fue el acertar a decir que la razón no es una cosa que tienen algunos, como presuponen siempre las vanguardias y como presuponen ahora los de Podemos, sino que la razón es algo que se hace entre todos. La razón es conversación y, por lo tanto, está en las reuniones y conversaciones de la gente, en las asambleas, discusiones, las charlas de amigos. Ahí es donde se va tejiendo la razón. No es algo que está en algún sitio y hay que conquistar o defender. Y en ese sentido, muchos de los movimientos que está habiendo ahora son profundamente anárquicos.
Pues eso, que hay que evolucionar y no quedarnos anclados en otras modernidades que no son tan modernas como parece y, sin embargo, siguen reivindicándose…
Sí, es que la modernidad del XVI llega hasta ahora. Hoy no hay partido político que no quiera ser más moderno o más progresista que el de al lado. Habría que poner patas arriba tantas cosas… Y una de ellas es la Historia. La racionalidad en el XVI comienza negando todo lo que se ha hecho durante los 15 siglos anteriores, lo que se llama la oscura Edad Media, negándola como si hubieran sido quince siglos de superstición, barbarie, salvajismo, ignorancia… y, así, hay que empezar de cero otra vez; de ahí el Re-nacimiento. Y surgen las grandes metáforas de la historia de la Filosofía, la tabula rasa, la mente como una página en blanco. Con la Revolución Francesa, la modernidad se convierte en fuerza política y se expande por todo el mundo. Alejo Carpentier comienza su novela El siglo de las luces con un galeón que va hacia Las Américas desde Francia a llevar la Ilustración al nuevo mundo y lo que lleva en el mascarón de proa es una guillotina, que es el instrumento de muerte más racional porque corta de una manera muy limpia, igual que las ideas claras y distintas de Descartes cortaban de una manera muy limpia: claridad, separaban unos conceptos de otros. El cortar limpiamente y el empezar a partir de cero. A los indios hay que convertirlos y si no, como pasa con Estados Unidos, se acaba con todos y, como cuando tenemos un solar vacío, empezamos a construir la auténtica democracia, a partir de cero. Y encima nos los ponemos como ejemplo de democracia cuando la confederación iroquesa que ellos arrasaron, por ejemplo, era un sistema democrático muchísimo más potente, de grupos autónomos, con capacidad de control hasta de las decisiones militares, como ni lo podemos soñar nosotros.
No es muy conocido el sistema democrático de los indios…
Entre los “indios”, con frecuencia, el jefe político no tenía posibilidad de obligar al jefe guerrero a ir a la guerra y éste no tenía poder político, por lo que no podía obligar a la comunidad a ir a la guerra. Cuando Gerónimo, el apache, se empeña en ir a la guerra, por honor tiene que acabar yendo casi solo porque sólo dos de la tribu le quisieron seguir. Quiere “hacer de jefe”, como dice Clastres, quiere “hacer de la tribu el instrumento de su deseo”, pero no tiene poder para ello. Imagínate ahora en ésas a nuestro muy democrático ministro de la Guerra, que le llaman ahora ministro de Defensa en plan orwelliano, porque ya no hay guerra, hay defensa.
¿Qué significado real tuvo, entonces, el partir de cero de la Ilustración y la modernidad?
Lo más positivo del anarquismo fue el decir que la razón no es una cosa que tienen algunos, sino algo que se hace entre todos. La razón es día-logos, es conversación
Bueno, pues ese partir de cero, típico de la Ilustración y la modernidad es despreciar por completo todo ese mundo donde la oralidad, la conversación, era la forma política por excelencia: la gente hablaba, discutía… y decidía. Por eso creo que los lugares políticos por excelencia en nuestra sociedad son los bares, las plazas, las colas del mercado, allí donde la gente habla y discute. En nombre del desarrollo y el progreso técnico se ha destruido la vida política en muchos sitios. La modernidad se monta contra la conversación y contra todas las formas comunales, orales, de gestión política, en el único sentido sano que veo a la palabra política, que es la toma de decisiones por nosotros mismos y no por nuestros representantes, que son necesariamente impostores. Impostor es el que se pone en el lugar de otro y quien se pone en mi lugar para decir lo que yo quiero o necesito, es un impostor por definición, no por insultar. La política que no es impostura, sino toma de decisiones colectiva, es la que se cargan, y ésa era en buena medida la política de los hombres y mujeres medievales, que fueron nuestros indígenas, que son los concejos comunales, que es Gargantúa y Pantagruel, Sancho Panza…
Utopizando
¿Y qué movimientos actuales te interesan más?
Por fortuna, hay todo un bullir de formas de auto-organización y de micro-resistencias y desafecciones al sistema que se mueven fuera de la ley. Obviamente, no las voy a identificar (lo del “¡Identifíquese!” siempre me ha sonado a conminación policial). Me parecen especialmente alentadores los pueblos que se mantienen sin aparato estatal y los movimientos indígenas porque plantean otras formas de vida, otras metáforas, otras instituciones. Preparo un libro con Gustavo Esteva sobre Oaxaca y las formas de vida y de resistencia indígenas de allá. Cuando estuve con ellos me contaban que no querían saber nada de cuatro tipos de personajes: los de las ONG para el Desarrollo (“el sueño del jefe”, ¿recuerdas?), los pastores de almas (en especial, los protestantes), los políticos (“¿No te das cuenta, Emmánuel? ¡Si el propio nombre lo dice: partidos, vienen aquí y nos parten las comunidades!”) y los maestros (“encierran a nuestros hijos y acaban con nuestra forma de vida”). Sin otra Constitución que sus usos y costumbres, ahí hay todo un magnífico programa político, es decir, anti-político. Yo creo que la cosa va por ahí, por volverse a sumergir en caudales colectivos, entre los cuales el lenguaje es fundamental, y saber escuchar. El ideograma chino para el sabio es una oreja, el que sabe es el que escucha, no el que habla mucho y bien, y eso es lo que hace falta: poner la oreja, escuchar a los demás y volver a hablar en lenguaje corriente y moliente.
Creo que trabajas también en una colección de libros muy interesante. Háblanos…
Es una colección de libros que se llama Utopizando, en la editorial Ned, que lo que quiere es poner en diálogo alternativas actuales con reflexiones y realizaciones históricas totalmente desconocidas porque no ha habido interés en que salieran a la luz. El libro que ahora vamos a presentar, que en septiembre estará en librerías, trata de Las Comunidades Vitorianas, una experiencia interesantísima actual en el casco viejo vitoriano que intenta poner al día lo que era la organización mancomunada y federada de los vecinos de Vitoria en barrios autónomos que tomaban las decisiones conjuntamente en asambleas.
El libro condensa bastante bien lo que pretende la colección: poner en diálogo el pasado con el presente. Son todos textos con análisis reflexivos de otras formas alternativas de vivir, de manera que se cree un diálogo entre todos los textos de la colección y se vayan conectando teorías, ideas, realizaciones pasadas… con teorías, ideas, realizaciones actuales y, entretejiéndose unos textos con otros, ir presentando todo un elenco de posibilidades.
Se trata de analizar qué hubo, que posibilidades se bloquearon, qué cosas que no parecía que pudieran cambiar, sin embargo, cambiaron. En este sentido la Historia no es reaccionaria sino una disciplina revolucionaria. Nos muestra que lo que parecía más inamovible dejó de existir, como eso del Estado nacional, que es de lo que más daño ha hecho al planeta entero. no tenemos nada más que ver lo que pasa en África desde que les pusieron Estados trazados con tiralíneas impuestos desde Centro Europa. ¿Cuántas cosas se han tenido por definitivas que después han ido cayendo una detrás de la otra?
Eso, pues a contribuir a que caiga lo peor y a darnos buena vida, Emmánuel. Mil gracias por tanta reflexión generosamente compartida. He disfrutado mucho conversando contigo y aprendido un montón poniendo la oreja.
Entrevista: Enriqueta de la Cruz
Fuente: Crónica Popular, setiembre de 2014
Sobre el autor: Emmanuel Lizcano es licenciado en matemáticas, doctor en filosofía, periodista en medios más o menos anárquicos, profesor visitante en diversas universidades españolas e iberoamericanas y actualmente profesor de sociología en la Universidad Española de Educación a Distancia. Es autor de Imaginario colectivo y creación matemática y coautor de Etnomatemática; La culture libertaire; Identity and Difference in the Global Era. Sus centros de interés se dispersan en torno a las lenguas y las culturas populares, y su acorralamiento por los discursos y poderes tecnocientíficos dominantes.