Néstor López
Salvador Lavado, más conocido como Quino, ocho años antes de crear su personaje Mafalda, publicó en la revista Dibujantes núm. 15, de julio/agosto de 1955 la tira de dibujos de asombrosa actualidad con la que abrimos este artículo.
En el primer cuadro nuestro hombre tiene traje de presidiario, está encadenado a un enorme grillo, hay un policía armado con fusil que lo controla y la piedra que martilla es enorme. En el último, se ha transformado en un obrero corriente, con el mameluco azul de aquellos años, está libre, ya no tiene puesto ni el grillo ni aparece el agente penitenciario, la piedra es ahora más reducida, su rostro de tristeza y enojo es el mismo que tenía en prisión, y el autor le ha agregado sordos insultos. La expresión de esplendorosa alegría que lo hacía ingenuamente feliz al dejar la cárcel y regresar a la libertad ya no existe, tampoco la actitud decidida del tercer cuadro cuando se dirige a las instituciones del empleo. Trabajando ha vuelto a sentir sufrimiento, dolor, y angustia. Está nuevamente dominado, ahora sin cadenas de hierro y sin guardia armado.
Antes su dolor tenía una explicación, había cometido un delito, había violado la ley, fue detenido por la policía, condenado por la justicia, encarcelado en el sistema carcelario, y la pena tenía una fecha de finalización: cuando se cumpliera la condena que le dictaminaron los jueces del Estado. Ahora no ha cometido delito, ni violado ley alguna, y las instituciones de dominio no tienen aparentemente función alguna. Es un honesto trabajador, y sin embargo se siente dominado, sin fecha de finalización, está condenado sin condena, encarcelado sin rejas y, entonces, blasfema. Esto nos sugiere inquietantes preguntas.
¿Por qué maldice? ¿Por qué no huye? ¿Qué es lo que lo mantiene prisionero? ¿Qué lo domina? ¿De dónde proviene ese dominio? ¿En qué se diferencia del dominio en sociedades anteriores precapitalistas? ¿Siempre hubo dominio?
“Gente sin fe, sin ley, sin rey” y el dominio en el capitalismo
No siempre hubo dominio y bregamos para que en una futura humanidad no lo haya. Es más, si consideramos que las primeras manifestaciones de la especie humana datan aproximadamente de unos setecientos mil años podríamos decir que durante centenares de miles de años el hombre ignoraba el dominio, la coerción, el poder que vemos hoy surge en menos de la última décima parte de ese período.
Hace quinientos años América fue colonizada por los europeos, que se sorprendían de encontrar “Gente sin fe, sin ley, sin rey”. En América, exceptuando a las grandes sociedades, inca y azteca:
Todas [las sociedades indígenas] o casi todas son dirigidas por líderes, jefes y, como característica decisiva, digna de observarse, ninguno de estos caciques posee poder. Uno se encuentra confrontando con un enorme conjunto de sociedades donde los depositarios de lo que en otra parte se llamaría poder, de hecho carecen de poder, donde lo político se determina como campo fuera de toda coerción y de toda violencia, fuera de toda subordinación jerárquica, donde en una palabra no se da ninguna relación de orden-poder (Clastres, 1978: 10)
Esto no ocurre solamente en América:
El abanico de las sociedades consideradas es impresionante; en todo caso, lo suficientemente abierto como para disipar cualquier duda eventual al lector más exigente en cuanto al carácter exhaustivo de las muestras presentadas, porque el análisis se efectúa con ejemplos tomados en África, en las tres Américas, en Oceanía, en Siberia, etcétera. (Clastres, 1978: 9)
Debemos decir, sin embargo, que en sociedades precapitalistas como las asiáticas, el esclavismo, el feudalismo, sí hubo poder, dominio y explotación que consistían en la extracción de los excedentes económicos, a diferencia de la explotación bajo el capitalismo que consiste en la extracción de plusvalía.
Diferentes estudiosos de la Edad Media como Jaques Le Goff, Henri Pirenne, Perry Anderson, etcétera coinciden en que, en el feudalismo, el mando, el dominio, aunque fue adoptando diversas formas, siempre fue, personal, explícito, manifiesto. Esta dominación personal, de vasallaje, se mantenía aun cuando la monarquía hubiera logrado un cierto grado de complejidad. Anderson (1999: 147) señala que la dominación era extraeconómica señalando una diferencia sustancial con el dominio en el capitalismo.
El cambio de forma en el capitalismo
Con el advenimiento del capitalismo la dominación sufrió un cambio cualitativo.
Cuando la relación de hegemonía y de subordinación [capitalista] reemplaza a la esclavitud, la servidumbre, el vasallaje, las formas patriarcales etcétera, etcétera, tan solo se opera una mudanza de forma. La forma se vuelve más libre porque es ahora de naturaleza meramente material, formalmente voluntaria, puramente económica (Marx, 1990: 64).
El ejército, la policía, la justicia, la iglesia, la escuela, los partidos políticos, los sindicatos, la industria cultural, los medios de comunicación, etcétera, conforman una articulación de instituciones que giran alrededor del Estado constituyendo el andamiaje institucional del dominio del capital. En todas ellas se reproduce el dominio mediante reglas y una estructura jerárquica. Su verdadero rol, el de garantizar el dominio social, es velado ya que se presentan como si fueran instituciones para la reproducción de la vida o el ordenamiento de la sociedad.
Cuando Quino, en el último cuadro, no visibiliza estas instituciones posiblemente esté indicando que la fuerza que retiene al trabajador, que lo domina, que le impide ser libre, no emana directamente de ellas, ni es ejercida personalmente por la patronal, sino que proviene de la forma que adquiere la producción y la explotación en el capitalismo. El obrero mismo ha debido vender libremente su fuerza de trabajo al patrón, es el único camino para alimentarse y alimentar a sus hijos sin caer nuevamente en prisión o morirse de hambre. Paradójicamente, su trabajo asalariado va creando una cárcel sin rejas, ni grillos.
Marx explicó que en el capitalismo (además de las instituciones de control social), hay un dominio económico que lleva a que nuestro obrero lo asuma como natural y se presenta como producto de una decisiónformalmente voluntaria. Esto constituye una característica central de la nueva forma del dominio capitalista, de aceptación del dominio formalmente voluntaria, o sea un autodominio. Quino también lo refleja en el rostro enjuto y en los insultos de su obrero.
El modo de producción capitalista ha desplazado las relaciones sociales personales, característica del precapitalismo, de origen extraeconómico, por relaciones sociales casiobjetivas (véase Postone, 2006, en especial el capítulo Trabajo abstracto) que surgen desde las entrañas del modo de producción capitalistas:
Relaciones de dependencia materiales, en oposición a las personales (la relación de dependencia material no es sino [el conjunto de los] vínculos sociales que contraponen automáticamente a los individuos aparentemente independientes, vale decir, [al conjunto de 1os] vínculos de producción recíprocos convertidos en autónomos respecto de los individuos) se presentan también de manera tal que los individuos son ahora dominados por abstracciones, mientras que antes dependían unos de otros (Marx, 1988: 91).
Y también nos dice:
El motivo que incita a un hombre libre a trabajar es mucho más violento que el que incita a un esclavo: un hombre libre tiene que optar entre trabajar duro o morirse de hambre […] un esclavo entre […] o un buena tunda (Marx, 1990: 63).
¿Será por eso que Quino hace que el trabajador acabe con la piedra más rápidamente que el presidiario encadenado?
A ese trabajo asalariado, en donde el trabajador no tiene posibilidad de discutir cómo, ni para qué hace lo que hace, es decir, no tiene libertad, ni posibilidad de realizarse, como productor porque no es dueño del producto, Marx (2004: 118) lo llamó trabajo alienado y afirmó que “es la causa inmediata de la propiedad privada”. Es decir, produce propiedad privada, la propiedad privada que nos obliga hoy a volver a trabajar mañana alienadamente para producir más propiedad privada, un círculo infernal donde los individuos no son dominados directamente ni por el amo, ni por el rey, sino por el modo de producción capitalista, por abstracciones que nacen del trabajo asalariado. Un dominio que se nos presenta naturalizado en el modo de producción.
Esta dominación por el trabajo alienado no es percibida claramente, como la dominación directa, institucional, sin embargo es un concepto central del trabajo en el capitalismo y está en el rostro y en la blasfemia del trabajador. Es común olvidar el autodominio inducido por el engranaje de producción que nos obliga a trabajar por un salario y a aceptar como natural que la única forma de producir es mediante el trabajo asalariado. Holloway (2002: 157) afirma que la alienación y la fetichización no son un hecho cerrado, sino un proceso de lucha donde el capitalista lucha todo el tiempo por alienar, por dominar y el trabajador le opone su rebeldía, su blasfemia, su rabia, su resistencia lucha contra ese proceso de dominio. Es una lucha por desprenderse de esa cárcel sin grillos, es una lucha por la autoemancipación. Podríamos preguntarnos si no hay otra forma de producir que no sea esta.
Marx (2004: 118) nos decía:
Una violenta alza de los salarios (dejando de lado todas las otras dificultades; dejando de lado que, como una anomalía, solo podría sostenerse por medios violentos), no sería, pues, un mejor salario para los esclavos, y no habría conquistado ni para el trabajador ni para el trabajo la [auto] determinación y la dignidad humanas.
Una violenta alza de salarios disminuye la tasa de explotación, pero si no acaba con el trabajo asalariado, con el trabajo alienado, no significa trabajo digno alguno.
¿Qué sería, entonces, trabajo digno? Sería un no trabajo, una actividad laborativa humana diferente, sin dominio, una actividad consensuada entre los productores, no para obtener ganancias, sino para satisfacer necesidades sociales, en armonía con la naturaleza y el medio ambiente. Un hacer comunitario autodeterminado, un hacer en libre cooperación, un hace en libertad, en donde todos nos sintamos satisfechos y sujetos de lo que hagamos Esto es otra forma de producción que la basada en el trabajo asalariado, y en esta otra forma seguramente la satisfacción y la alegría reemplazarán los insultos del obrero que dibujó Quino. Entonces sí parafraseando a Marx habremos construido “para el trabajador y para el trabajo la [auto] determinación y la dignidad humana”.
La digna rabia
No se trata, entonces, sólo de una lucha por reducir la explotación, no es sólo cuantitativo el problema sino más bien cualitativo, es una lucha como proceso de desalienación, como lucha por la dignidad, por la autodeterminación, es una lucha que dice no al trabajo asalariado el que incluso el mejor pago sigue siendo siempre una cárcel con grillos. La rabia del obrero en el cuarto cuadro es también por la dignidad, por la autodeterminación social en libertad que comporta otra forma de producir.
No se trata tampoco de pensar en la dignidad en el futuro. En cada momento de trabajo, en el proceso mismo de trabajo la bronca y la resistencia, el boicot, o el absentismo, los retrasos y falta de puntualidad, el ritmo lento, la indisciplina, el sabotaje, la indiferencia, son formas de resistencia cotidiana que muestran una aversión al trabajo y constituye una insumisión a la llamada cultura del trabajo o disciplina social. Y esto, según Seidman, ocurrió aun en medio de la Revolución Española (1936-1939) y en los países del llamado socialismo real, según lo retrata Andrzej Wajda en la película “El hombre de mármol” y es conocida la critica que recorría la URSS: “nosotros hacíamos como que trabajábamos y ellos hacían como que nos pagaban un salario”.
En momentos más álgidos en las propias luchas por aumento salarial y por condiciones de trabajo existen desbordes o hay momentos de insumisión que cuestionan el trabajo asalariado cuestionando la propiedad privada, es decir, van más allá de lo funcional al sistema. En las luchas del subterráneo en Buenos Aires muchas veces los trabajadores levantan los molinetes y dejan pasar gratis a los pasajeros. ¡Qué alegría, no pagar! Es un momento de tensión ya que cuestiona la propiedad privada en un todo.
A veces la bronca da origen a un movimiento más extenso y la dignidad se despliega masivamente. El año pasado en junio del 2009, en Puebla, México ,tuve la suerte de presenciar actividades de un masivo movimiento de docentes que más que cuestionar el salario estaba centrado en la autodeterminación educativa, o sea en la dignidad. Y partían de la digna rabia, o sea de los insultos de nuestro obrero. Los maestros poblanos se preguntaban: ¿qué escuela queremos nosotros, qué escuela quieren los padres y los estudiantes? ¿Es aquella que nos viene de una nueva ley, por mandato del gobierno y la burocracia docente o una que formulemos nosotros? Nació así un extenso movimiento que se cuestionó a sí mismo como trabajadores de la educación. No queremos ser buenos y obedientes trabajadores del patrón y del Estado, no queremos educar en la obediencia debida a los jóvenes. Queremos hacer sujetos cuestionadores que se pregunten ¿por qué debo creer esto yo? En pocos meses hicieron sesenta mil consultas a padres y estudiantes y más del 95 por ciento respondió que no querían la actual educación y entonces se abrió un abanico de preguntas, y se hicieron asambleas y debates y hasta organizaron una maestría que se llama “Pedagogía del sujeto de la digna rabia”. Lo curioso es que los docentes ya antes de formalizar este movimiento, cuando cerraban la puerta del aula, no hacían lo que les dictaba el ministerio de educación, ni las autoridades educativas porque sus órdenes siempre chocaban con la realidad de la vida de sus estudiantes, o sea que trabajar, lo que se conoce como trabajar en el sentido clásico, no trabajaban, pero sí multiplicaban su esfuerzo, su hacer, construyendo lo que consideraban válido, justo y digno. Entonces, con el movimiento lo que se logra es validar esa resistencia cotidiana, generalizarla, extenderla la comunidad educativa toda, ponerla sobre la mesa, visibilizarla.
Sí, la rabia del obrero del cuarto cuadrito, es una fuerza potencial que en determinado momento es el motor que despliega la dignidad masivamente, entonces la insumisión se vuelve visible. Es la digna rabia la que habilita el camino de la lucha por la dignidad y apunta en este caso a formar un sujeto crítico, que una su hacer y su pensar de desplieguen en toda libertad e iniciativa, en la lucha social por alcanzar la autodeterminación y la dignidad humana.
Una dignidad que está en nuestra rebeldía contra el capital en nuestra praxis diaria, una dignidad que a veces se generaliza y no solo va contra sino también más allá de lo que nos ordena el capital y hasta guiado por el grito insumiso del ¡Que se vayan todos!, voltea gobiernos como en la Argentina en el 2001 y no busca reemplazarlos por otro poder, sino que persigue un antipoder, que no espera la revolución como espectáculo hecha en un día en el futuro, sino que indaga en cada momento cómo desplegar la tensión de la lucha de nuestro hacer contra el trabajo.
Abrimos este artículo con el hombrecito que habiendo recuperado su libertad seguía preso, que siendo parte de una tira muda nos grita y nos interroga sobre su rebelión, contra la prisión primero y contra el dominio por el trabajo después. Tal vez su imagen sea tan fuerte porque nos habla a cada uno de nosotros, en lugar del obrero, bien podría estar un oficinista, o un médico de una prepaga, o un estudiante obligado a repetir una lección que repudia, etcétera, porque en ella se reproduce una contradicción donde nos encontramos nosotros mismos. El trabajo como prisión, como negación del propio ser humano, como reproducción del sistema capitalista. Y el insulto como una de las infinitas formas de protesta, como rebelión, también como presente, como hoy, como un aquí y ahora que nos convoca con la fuerza de una digna rabia a la insumisión con nuestros gritos, con nuestra rabia, con nuestras piedras.