Releer hoy la correspondencia entre Coetzee y Auster es quizá un modo sobrio pero duradero de rendirle homenaje al autor de la ‘Trilogía de Nueva York’ y ‘Leviatán’, considerado por muchos el más europeo de los escritores norteamericanos en la actualidad

La pregunta ya no es saber quién tiene las manos limpias y quién no. La verdadera pregunta nace al momento de quedar expuesto y a la defensiva, sumergido en la caída, con una fuerte sensación de que el pacto entre el lector y el escritor ha quedado roto o fracturado. Es decir, se ha evaporado el acuerdo que suspendía la incredulidad y la complicidad, sin la cual la lectura pierde su encanto y la escritura deviene una práctica aburrida, no deseada. ¿Qué hacer cuando se llega a este punto de la cuestión? ¿Cuándo los signos compartidos han dejado de serlo y los universales se sostienen solo en la ruina de lo que fueron?

La pregunta, su tono y sinceridad, su puesta en abismo, si cabe decirlo así, no es nueva en la literatura pero es renovada con particular fuerza en la correspondencia que mantuvieron a lo largo de tres años, entre 2008 y 2011, J. M. Coetzee y Paul Auster, fallecido a fines de abril. Entre Adelaida y Brooklyn, los lugares de residencia de uno y otro interlocutor, la pregunta por el sentido y la urgencia (o no) de la literatura hilvana una posible respuesta a lo largo de los muchos temas secundarios que aborda Aquí y ahora, el libro-diálogo entre Coetzee y Auster publicado hace una década. Releer hoy esa correspondencia es quizá un modo sobrio pero duradero de rendirle homenaje al autor de la Trilogía de Nueva York y Leviatán, considerado por muchos el más europeo de los escritores norteamericanos en la actualidad, lector de Kafka y Edmond Jabès, cómplice de Perec y amigo de Vila-Matas. El tema del libro, y no por azar, es justamente el de la amistad. ¿Por qué hay tan pocos libros significativos que hablen de este tema, siendo de la mayor importancia en la vida de cada individuo y del carácter de los personajes de ficción? ¿Cómo es que las personas eligen a sus amigos o amigas en la juventud? ¿Puede un hombre ser amigo de una mujer sin haber compartido la cama previamente, habiendo tantas cosas “no dichas en el aire”, como lo sugiere uno de los primeros intercambios de correo en Aquí y ahora? ¿Por qué motivo la gente se enamora de su amiga o amigo?

El libro arranca con Coetzee levantando este tipo de dudas en un primer mensaje que trae a la memoria al novelista Ford Maddox Ford, quien a través de uno de sus personajes asegura que los hombres se acuestan con las mujeres solo para poder hablar con ellas: el primer paso es convertirse en amantes; el segundo, y el único que importa, es hacerse amigos, ganar la confianza del otro. A lo que Auster contesta haciendo hincapié en la diferencia entre la amistad y el matrimonio con una cita muy apropiada de Joubert: no elijas por esposa a ninguna mujer que no elegirías como amigo si ella fuera un hombre. Lo cual, en las actuales circunstancias de hibridez y bisexualidad, transexualidad, e intersexualidad, debiera leerse con diccionario en mano y un buen abogado. Acentuando las diferencias generacionales, Coetzee declara su asombro ante la práctica de los jóvenes que hoy primero son amantes y luego amigos, al revés de su propia educación sentimental, abriendo paso a un concepto quizá superior de la amistad como algo permanente y alejado del elemento misterioso que supone la demanda erótica.

Georges Bataille dejó un tratado filosófico sobre el tema, pero Aquí y ahora responde con lealtad a su título en una dispersión y distracción permanentes alrededor del tema planteado en el núcleo de la correspondencia: qué hacer con la ruptura del orden simbólico que unía la lectura de un texto con su escritura. Auster ejemplifica el problema con la exigencia que un lector o un editor antojadizo le hacen al autor para que en sus ficciones omita endosar causas políticamente incorrectas. ¿Acaso los escritores de novela negra son asesinos seriales en potencia y los autores que disfrutan con una buena hamburguesa no deberían incorporar personajes veganos en sus creaciones? Lo mismo puede decirse del antisemitismo de los personajes solitarios o de los jóvenes disfrazados con un pañuelo palestino que debieran figurar como héroes para los rectores morales de nuestro tiempo. Para el autor de El Palacio de la Luna, la imaginación no debe ceder un milímetro de su libertad para crear los tipos y patrones verosímiles que el mundo celebra y el escritor parodia. Luego de pasar por Beckett, el deporte, la reacción ante la crítica, Philip Roth, la línea móvil entre la estética y la ética, la correspondencia de Auster-Coetzee centra su interés precisamente en la casa del lenguaje y su familiaridad. “Es posible que uno tenga un primer idioma y, sin embargo, no sentirse en casa dentro de él; es decir, uno puede tener una primera lengua pero no una lengua materna”, escribe Coetzee. “La lengua es siempre la lengua del otro. Visitar una lengua es siempre una intromisión”.

Los escritores Paul Auster y J. M. Coetzee en 2018 en una presentación de su libro “Aquí y ahora”.

El aserto no puede ser más preciso cuando se trata de Coetzee, cuya última novela, El Polaco, se publicó primero en castellano (El Hilo de Ariadna, Buenos Aires 2022) y sólo después vio la luz en su versión en inglés. En ella, el autor sudafricano emigrado en Australia parece dar respuesta al tema planteado con Auster sobre qué hacer una vez roto el pacto que unía la ficción de un autor con el universo cambiante del lector. Escrito en lo que la correspondencia de Aquí y ahora describe como el late style estilo tardío de un autor de edad avanzada, El Polaco es una historia de amor y amistad entre Witoldo, un pianista de cierto renombre que interpreta a Chopin, y su anfitriona española Beatriz que lo recibe para su concierto en la sala Mompu del barrio Gótico de Barcelona. Él tiene 72 años y vive solo, ella poco más de 50 y está perfectamente casada. Ambos tienen sus hijos ya crecidos. La estructura del relato es la de un cuaderno de notas, dividido en seis capítulos cortos con entradas también breves al interior de cada uno de ellos. Como si el lector asistiera a un concierto con asientos numerados al interior de cada pequeña pieza que Witoldo interpreta para una audiencia tan inconmovible como atenta. Si bien el texto se puede leer como un folletín, en rigor se trata de una novela de detectives. Y se disfruta como tal.

El enigma arranca con la primera frase de la primera entrada en el primer capítulo, que se cierra sobre sí mismo: “La mujer es quien primero le provoca un problema, seguida luego por el hombre”. Fin de la primera nota. Y enseguida la segunda: “Al comienzo, él tiene una idea perfectamente clara sobre quién es la mujer”. De inmediato surge la pregunta de quién es ese “otro” que se menciona con el pronombre. ¿A quién le provocan problemas la mujer y luego el hombre? No es a Witoldo, sin duda, aunque la disposición busca ser ambigua. ¿Quién habla detrás de las palabras del narrador y se ocupa de narrarlo a él, al narrador, mientras se enmascara y confunde a lo largo del relato?

En la cuarta entrada, la novela de detectives queda explicitada: ¿de dónde vienen el pianista polaco de gran estatura y la elegante mujer de caminar deslizante?, pregunta el narrador, ese “otro” que encuentra serias dificultades para narrar a sus personajes, de acuerdo con la versión que entrega el narrador del narrador en la primera entrada. Las trampas abundan y se multiplican bajo la apariencia de lo simple. Es un juego, sí. Pero un juego que pregunta por la novela, por su condición actual, por el narrador y su objeto, por el cadáver que emerge de sus silencios y la resistencia que le opone a la impaciencia del cada vez más distraído e hipócrita lector (Flaubert dixit). Y esto es así porque en las manos de Coetzee el narrador está y no está a la vez involucrado con su material, que es Witoldo y Beatriz, dos seres imposibles unidos por el desencuentro, las dudas de una brusca amistad, el ansia física de los cuerpos gastados por la madurez, las confesiones que no conmueven y hasta por los poemas que se corrigen en busca de una perfección perdida. Todo está a la vista, como en La carta robada de Poe, y sin embargo no es posible encontrar un pie de apoyo en medio de la fragilidad que cruza de principio a fin el pathos de los personajes.

En algún momento, ya cerca del fin, y ante el hallazgo de los poemas dejados por Witoldo tras su muerte súbita, Beatriz piensa en el Dante y su amada imaginaria –ella misma– como un gran malentendido: el polaco ha estado usando el mito equivocado, reflexiona. Ella, Beatriz, no es Beatrice; ella no es ninguna santa, se dice a sí misma. “¿Cuál habría sido el mito correcto? ¿Orfeo y Eurídice? ¿La Bella y la Bestia?” El amor es una ficción que abraza y quema, concluye. Una ficción romántica, al igual que los preludios de Chopin, y de los cuales ella se cuida con indisimulable nostalgia al escribirle a su vez un poema a Witoldo en la hora de la despedida.

Para entonces, la presencia fantasmática del narrador del narrador ha desaparecido ya por completo en las vidas reales de los personajes que habitan la ficción, restituyendo así la legitimidad de la narración y su verosimilitud. Ahí donde desfallece y muere la literatura comienza la ficción, parece decir Coetzee en esta nueva vuelta de tuerca que redime a la novela a través de una pasión inconfortable. No se puede pedir más de un cuaderno de notas transformada en una brillante defensa de la ficción una vez roto el romance con el lector. Es también la fe que Auster alimenta en uno de sus últimos mensajes de correo en Aquí y ahora, cuando comenta la buena salud de un puñado de novelistas norteamericanos a propósito de New Hope for the Dead, una pulp-fiction de Charles Willeford con un título muy apropiado para el estilo tardío de Doctorow a los 80 años, de Coover a los 79, de Roth a los 72, y de DeLillo a los 74, todos ellos activos y llenos de apetito ficcional al momento de cerrarse el intercambio de correos con Coetzee. “New hope for the dead” (nueva esperanza para los muertos), repite Auster como un mantra. Es el año 2011, y en una línea de despedida para su amigo, el narrador del narrador acota: “Meaning: New Hope for Us.” O sea, una nueva esperanza para nosotros.

Roberto Brodsky

Junio de 2024, Rialta

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