Vamos al baile y verás

Hay una mujer que espera. No se resigna a morir. Es tan dura como la piedra contenida en su apellido.

Las empleadas del asilo la trasladan en silla de ruedas hasta el comedor y le sirven una papilla salada o dulce, según la hora del día. Esta hecha piel, huesos y arrugas.

Las encías ya no sostienen dientes. La boca, aspirada hacia adentro. Su cuerpo empequeñece, se repliega.

Pero ella vive en una ensoñación; el pasado la distrae, imágenes tras imágenes que se dan de comer en la mano.

La acuestan, la levantan, la bañan, la visten. El futuro es un escamparse de nubes que se deshacen hacia el azul.

De cuando en cuando, como ella solía decir, recibe visita de una casi familiar, casi hija.

Entonces, hace alguna pregunta, mezcla los vivos con los muertos, a los adultos los llama como niños.

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Vamos al baile y verás

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