Chile: La marcha de las espaldas dobladas

 

Calles luminosas, vidrios empañados. Es la marcha de las espaldas dobladas, es la marcha de los días eternos. Larga vuelta a casa, rostros silenciosos, cuerpos agotados, vidas que se apagan.
(“Marcha y transmisión”, Asamblea Internacional del Fuego)

 

El recuerdo más antiguo que tengo es el de mirar las estrellas a través de una ventanita de un departamento en el que vivía con mi madre cuando era niña. Ese día nadie más podía cuidarme, así que nos levantamos temprano y fuimos juntas a su trabajo en un hospital ubicado en el sector oriente de la capital. La imagen de la ventana enmarcando las estrellas se encuentra sincronizada en mi memoria con la voz de mi madre explicándome que cuando ella se levanta es de noche todavía.

El segundo recuerdo más antiguo que tengo es la larga vuelta al sur de Santiago durante la noche de ese mismo día. Estábamos sentadas en una micro amarilla con luces de neón moradas, en aquellos tiempos en que cada máquina era singular y ajustada al estilo de quién la dirigía. Mi madre iba quedándose dormida y perdía el control de su cabeza en intervalos lentos. Yo iba con la cabeza apoyada en la ventana. Había un fuerte olor a bencina y, desde la radio, la voz de Luz Casal llenaba todos los espacios: “Miro hacia atrás y busco entre mis recuerdos”. Pensé en que la memoria era como una cajita y en la posibilidad de si ese momento se convertiría también en un recuerdo que en el futuro podría buscar.

Mi madre se ha desempeñado por más de 28 años como técnico paramédico. Al igual que muchxs hijxs de trabajadorxs de la salud, mi infancia transcurrió esperando sus “libres”, pequeños destellos de tiempo en el que podía compartir junto a ella, que existían entre la encadenación de los turnos “largos”, que iban de las 8 de la mañana hasta las 8 de la tarde de un día; de las “noches”, que iban de las 8 de la tarde hasta las 8 de la mañana del día siguiente; de los “veinticuatro”, que iban de las 8 de la mañana de un día hasta las 8 de la mañana del día siguiente también; o de los “turnos extra”, comodín al que lxs trabajadorxs de la salud acceden para llevar un poco más de plata a la casa y que actualizan la forma de cualquiera de las jornadas anteriormente mencionadas. Mi infancia tuvo ese ritmo: largo-noche-libre-libre; veinticuatro-noche-libre-libre; largo-veinticuatro-libre-libre; largo-largo-libre-extra; y otras configuraciones afines.

Acostada mirando las maderas cruzadas de la cama de arriba de uno de los camarotes de la pieza de mis primxs, imaginaba a mi madre que estaba despierta cuando la mayoría dormía, caminando por los pasillos de un hospital de baldosas blancas y prístinas en las que se refractaba la luz artificial, también blanca, y constante de los tubos fluorescentes, que le impedían distinguir el día de la noche. Imaginaba a mi madre volviendo en la mañana,  terminando cuando otrxs trabajadorxs comenzaban, desplazándose por la ciudad nadando a contracorriente; con una panorámica visual intermitente: la marcha de las espaldas dobladas se intercalaba con pestañeos largos en los que a veces alcanzaba a soñar que volaba y que ya llegaba a la casa.

Vuelvo a estos recuerdos durante la cuarentena, mientras espero a que mi madre llegue del trabajo, fumando sentada en el balcón viendo pasar camiones repletos de cabros chicos con metralletas por Avenida Grecia, camiones que antes sólo eran parte de archivos audiovisuales de dictadura y que desde octubre comenzaron a volverse dolorosamente cotidianos. El número de contagiados está incrementando en el pabellón en el que trabaja, algunxs de sus compañerxs han dado positivo y temo que llegue el día en el que ella también lo haga. De pronto, mi madre aparece en el campo visual y me saluda con la mano. La mascarilla le cubre la mitad de la cara y sólo se alcanzan a ver sus ojitos, un poco rojos de tanto cloro, enmarcados por sus ojeras. Cada pliegue, cada textura de esas ojeras es escritura: es la inscripción de años de sueño y cansancio. Esas ojeras también escriben mi historia: cada vez que las veo me recuerdan quién soy, de dónde vengo, cuáles son mis razones para luchar. Esas ojeras me posicionan en el mundo.

Pienso en octubre y en como muchxs asistimos a las calles como trabajadorxs precarizadxs pero también, y quizás por sobre todo, como hijxs. Pienso en los trabajos de cuidado, remunerados o no, que son invisibles en un sistema capitalista y patriarcal como este; que sustentan la vida, que sustentan la reproducción de la vida y que son llevados a cabo en su mayoría por mujeres como mi madre. Son como la luz, que no se ve en sí misma, pero que permite la posibilidad de la visibilidad.

A esta hora distintas mujeres transitan por las ciudades sitiadas, volviendo del trabajo o saliendo a tomar la micro para llegar a este, trabajando en las calles solitarias o en sus casas a tiempo completo, sustentando la condición para que la burguesía tenga el privilegio de estar aburrida del encierro, y tres cuartas partes desvinculada, absorta en un proceso de circulación de forma vagamente lateral. Ante la economía política del desentendimiento que arrastra nuestra sociedad como sombra, el trabajo de estas mujeres se inscribe a través de huellas en sus cuerpos, son textos incómodos de leer. Son las tendinitis mal cuidadas, el desgaste de dientes que se aprietan contra otros para no gritarle al jefe déspota porque hay hijos e hijas que dependen de ti, son movimientos involuntarios que se reproducen en la vigilia debido a la ejecución reiterada de una acción determinada, son manos resecas por el lavalozas, pieles expuestas al calor de la cocina, son muelas, son dientes caídos, son ojeras, son espaldas dobladas.

Siento el timbre de la puerta y camino a abrirle. La veo en el marco y quiero abrazarla pero no puedo todavía. Me hago para atrás con un expresión de asco porque sé que eso la hace reír. Le pido que me muestre los zapatos y los rocío con el desinfectante en aerosol.

 

 Constanza Tizzoni Salas

Habitar lo inhabitable: etnografías de la pandemia, Carcaj

22 de mayo de 2020

 

Chile: La marcha de las espaldas dobladas

 

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