¿Hay una crisis?

 

Richard Gunn

 

Para la mayoría de nosotros, la pandemia del coronavirus ha sido una crisis de proporciones épicas. También lo fue la crisis del cambio climático que llamó la atención a millones de jóvenes y los llevó a las calles antes de que se proclamara la política de «bloqueo» de Boris Johnson. Para el capital, sin embargo, no hubo crisis -nunca la hay-. Lo que hay es un hambre voraz por la plusvalía, un hambre que nunca disminuye y que está presente en las buenas y en las malas. Los economistas del libre mercado a veces proclaman el hambre: siempre existe un mercado. ¿Cómo puede suceder esto? El hambre de hombre lobo que anima al capital es completamente abstracto, como lo es el trabajo que busca. Un capitalista abriría su libro de contabilidad en un mundo donde los humanos estuvieran ausentes. En un mundo así, podría existir un problema de servicios, pero no habría problemas económicos. Filosóficamente, el valor que el capital busca acumular es comparable a la idea platónica que hizo su aparición en el reino visible y cambiante.

Por esto el capital es mortal. No alberga deseos. Al contrario de lo que dice Max Weber, no tiene «espíritu». Es una “tierra acorazada” [The Land Ironclads] -si me permiten utilizar el título de una historia corta de H. G. Wells- que, con indiferencia, aplasta todo a su paso. John Maynard Keynes vislumbró el capital cuando, en su Teoría General, remarcó que las salidas del mercado pueden no implicar el pleno empleo. En términos ecológicos, el capital puede existir en un bosque verde, o en un reino de asfalto u hormigón y nada más.

En El Capital, Marx se propuso comprender qué podría suponer tal hambre de hombre lobo. Lo que describe es un mundo de horror que no es una mera pesadilla. Es un mundo en el que, según Marx, existimos. Su observación central es que el platonismo del capital debe tomarse con una pizca de sal. El capital es abstracto, pero subsiste sólo cuando se cumplen condiciones sociales específicas. Estas condiciones se hacen explícitas en los capítulos donde se discute la acumulación “primitiva” (u “original”). La condición crucial es que el trabajador esté separado de sus medios de producción y se conforme un proletariado sin propiedades.

«En la historia real», nos dice Marx, «es un hecho notorio que la conquista, la esclavitud, el robo, el asesinato, en resumen, la fuerza [Gewalt], juegan el papel más importante» (K. Marx, Capital, Vol. 1, Penguin Books 1976, p. 874). La abstracción del capital se lleva a cabo principalmente a través de la «fuerza»-por ejemplo, en forma de encierros- y se trata como un hecho consumado cuando el economista apologista o el economista político aparecen en escena. Existe una controversia entre los marxistas, sobre la cual no comento ahora, acerca de si Marx entiende la «acumulación primitiva» como una fase temprana en la historia del capitalismo o si la considera una práctica continua que coexiste con el capitalismo en sí. Mis simpatías están con la última posición.  Aquí, mi punto es que, aunque la abstracción tiende a ser vista como un proceso conceptual, es un costo que pagan innumerables personas. El punto de Marx es que un orden social basado en lo que se puede llamar “abstracción ciega” es destructivo en un grado ilimitado.

La línea de pensamiento esbozada en el presente documento puede desarrollarse en varias direcciones. No menos importante es que la izquierda anticapitalista y los apologistas del capitalismo tienen propósitos cruzados. Para la izquierda, el costo humano de la abstracción (junto con lo que la abstracción no puede ver) es el tema que vale la pena considerar. Para el economista apologista, lo interesante es cómo puede verse la abstracción (una vez que se ha logrado). La cuestión de cómo se deciden los precios relativos de los productos básicos está en el centro de la «economía» como disciplina; es algo que Marx, por su parte, consideraba con desdén.

Crisis es un término adicional en el que ocurre un desencuentro de pensamientos. Sin duda, es un término que la izquierda a veces utiliza en exceso, pero la opinión de que, per se, no es científica, indica una comprensión fallida del mundo. Una «economía» que carece de una noción de crisis recuerda a la fantasía satírica de John Ruskin de «una ciencia de la gimnasia que suponía que los hombres no tenían esqueletos»[i]. Observa Ruskin: «No niego la verdad de esta teoría: simplemente niego su relevancia para la fase actual del mundo» (ibídem).

Existe, por supuesto, una pregunta legítima sobre cómo deben entenderse la crisis del coronavirus y la crisis del cambio climático. En ambos casos, propongo, la crisis es doble. En ambos casos, existe crisis al nivel de lo que Marx llama “valor de uso”. La crisis del coronavirus plantea preguntas sobre la propagación de enfermedades infecciosas sobre las cuales los epidemiólogos tienen algo que decir. Del mismo modo, los científicos del cambio climático tienen algo aleccionador que decir acerca de los niveles del Océano y las emisiones de CO2. Al mismo tiempo, sin embargo, las crisis tienen implicaciones sociales y políticas. En el caso de la crisis del coronavirus, los problemas sociales y políticos se refieren al uso que se hace de la crisis una vez que ha estallado. Por «uso», aquí, lo que tengo en mente es el valor para el orden social que implican las disposiciones de salud[ii]. En el caso del cambio climático, los problemas relacionados con la propiedad son vitales para comprender cómo se ve la crisis[iii]. Richard Gunn y Adrian Wilding, en su artículo de sobre la pandemia[iv], intentan mantener en juego ambas dimensiones de la crisis.

A mis comentarios sobre el coronavirus y el cambio climático como crisis dobles, me gustaría agregar un punto más. Es un punto de tipo social y político. Si el pensamiento de uno avanza en términos de abstracción, los aspectos sociales y políticos de las crisis en cuestión son difíciles de ver. Si se soslaya la noción de crisis, las perspectivas marxistas o marxianas se desvanecen; o su fuerza se vuelve difícil de evaluar. Hay, por supuesto, opiniones neoderechistas e incluso trumpistas de la pandemia y el cambio climático. No hace falta decir que ni aquí ni en “La pandemia, la precariedad y las demandas de la izquierda” de Gunn y Wilding se da cabida a las opiniones derechistas o neoderechistas.

Se puede enfatizar un punto adicional con respecto al coronavirus. En el presente breve documento, he esbozado dos líneas de pensamiento drásticamente opuestas. Una está expresada en términos de abstracción y da por sentado la abstracción que, para Marx, es el capital. ¿Cómo, según este tipo de pensamiento, termina la crisis del coronavirus? Termina, presumiblemente, con los negocios igual que siempre. Si se han aprendido lecciones, son matices llevados por una marea de continuidad. ¿Podemos ser más específicos que esto? Si vivimos en un mundo neoliberal, y si el neoliberalismo puede verse como el capitalismo reducido a su esencia no calificada, la forma de negocio habitual en la que termina la crisis, es aquella en la que la acumulación de plusvalía es lo más humanamente posible cercana a lo ideal. ¿Es este tipo de matiz lo que Johnson y sus Tories esperan durante los días de duración de la cuarentena?

La segunda línea de pensamiento es más abierta. Las posibles salidas son determinadas por los agentes y la presión de los reclamos. Es cierto que Johnson y sus Tories se encuentran bien posicionados para influir en los eventos.  Pero, si la izquierda se niega a desanimarse por la pandemia, puede entrar en un territorio donde la sabiduría convencional no existe. Las afirmaciones de Blairite como «¡Juega por el terreno central!» son tan vacías como su opuesto. En el mejor de los mundos, los jóvenes ocuparán las calles (nuevamente) y los conservadores habrán aprendido a respetar los servicios de salud que, como neoliberales, desprecian. Air Force One habrá encontrado su timón, pero a Trump ya no se le permitirá volar. Si existe un peligro, es permitir que el pensamiento abstracto infecte las ideas de izquierda.

Mayo de 2020

Enviado a Comunizar por el autor, original en inglés, versión en castellano: Nina Contartese

 

Notas:

[i] J. Ruskin, Unto This Last (London, Blackfriars Publishing, n.d.) p. 3. Hay traducción al castellano, El bienestar de todos, Universidad Católica de Chile, Santiago de Chile, 2015.

[ii] Ver, para una presentación más completa de la línea de pensamiento que me influye, N. Klein The Shock Doctrine (London, Allen Lane 2007). Hay traducción al castellano, La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre, Paidós, Buenos Aires, 2008.

[iii] Aquí, agradezco la discusión con los miembros del grupo de lectura sobre S. Weintrobe, ed., Engaging wih Climate Change que tuvo lugar en Edimburgo en 2020.

[iv] R. Gunn y A. Wilding, “La pandemia, la precariedad y las demandas de la izquierda”, disponible online aquí.

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