La interpelación de Kafka

¿Por qué Kafka vuelve y nos interpela? Kafka será siempre el espejo delator de la literatura. No tenía nada que ver con lo que hoy se conoce como escritor.  No estaba desesperado por publicar sus textos ni, mucho menos, en realizar esfuerzos para mantenerse en equilibrio sobre la palestra de las editoriales y el mundillo de la literatura de su época. No daba entrevistas, y a ningún periodista se le hubiera ocurrido hacérselas. Los suplementos culturales de los periódicos no le interesaban, ni él a ellos. No andaba detrás de los medios de comunicación para ilustrarlos con su opinión acerca de la política aburrida del Imperio de los Habsburgo o el sexo incomprensible de los escarabajos. No ganaba premios literarios, ni participaba en ellos. Tampoco era convocado para ser jurado o asesor editorial.  No coordinaba talleres de lectura o escritura. No participaba en las presentaciones  de libros de otros escritores por cuenta de las editoriales. No le interesaba en lo más mínimo ganarse la vida haciendo un sinfín de actividades destiladas de la literatura: cursos, talleres, cátedras, presentaciones, artículos periodísticos, reseñas, coloquios, relatos asequibles para leer durante el verano o en las escuelas secundarias. Kafka trabajaba empleado en una oficina paraestatal de seguros para accidentes de trabajo y todos los días se subía a una motocicleta para ir a su trabajo y, cada tanto, a la pileta de natación o los prostíbulos. Eso lo cuenta Reiner Stach y hay que esforzarse un poco para hacerse la idea de Franz Kafka encorvado  sobre la moto, conduciendo por las calles de la vieja Praga a todo ruido y velocidad. No quería casarse (a veces quería, pero siempre no quería), ni tener hijos, ni sirvienta, ni siquiera perro. Era un tipo que medía un metro ochenta y dos, para nada somáticamente desvalido, que se pasaba toda la noche escribiendo interminables borradores provisorios, cartas personales borrascosas y un diario profundamente turbador. Se divertía con sus manuscritos. Se reía también en los sanatorios para tísicos en los que pasó una parte de su vida durante los últimos años. Hay fotos, aquí una: Kafka sonríe, rodeado de pacientes y enfermeras en el sanatorio Tatranské Matliary, donde estuvo internado entre diciembre 1920 y agosto de 1921.

Kafka escribía, no era escritor. Era un literato con toda la cifra contenida en la  palabra. Por eso seguiría siendo el escritor más interesante del siglo XX aunque no hubiera publicado una línea. Aunque ahora sólo pudiéramos leer muy poco de sus escritos si Brod le hubiera incinerado, con diligencia, sus páginas en borrador. A Kafka, sabemos, lo que más le interesaba en la vida era la literatura, lo único que no terminaba por abrumarlo. “Yo soy la literatura”, escribió. “Todo mi ser se centra en la literatura y hasta los treinta años he mantenido ese rumbo a rajatabla, si alguna vez lo abandono dejaré de vivir”. Es muy fácil creerle a Kafka: sólo hay que dejarse atrapar, línea a línea, por sus escritos fragmentados.

L. M. Bardamu, abril/2019

 

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