No puedo respirar

John Holloway

 

Rabia-Esperanza. Tenemos que comenzar con la explosión de energía que hemos visto en las últimas semanas, la gran protesta en los Estados Unidos, y en todo el mundo, contra el brutal asesinato de George Floyd. Un enorme NO al racismo, tan profundamente arraigado en la sociedad estadounidense y también en todo el mundo.
«No puedo respirar». Las terribles últimas palabras de George Floyd. Probablemente también las últimas palabras de muchas de las víctimas del COVID-19 en estos meses. Y más que eso: palabras también repetidas, millones de veces, por personas encerradas en los confinamientos en todo el mundo y que anhelan salir. Palabras que nos acompañarán en los próximos años a medida que crezca la frustración por estar encerrados en trabajos que no queremos, o en el desempleo, en la pobreza o, quizás lo peor de todo, en la evaporación de nuestros sueños, encerrados en el mundo tal como es, el mundo de la injusticia, la opresión, el sexismo, el racismo, este mundo de una realidad que parece imposible de cambiar. El poder de las palabras «no puedo respirar» está en que toda nuestra ira, toda nuestra frustración fluye en ellas, contra una fuerza policial que no permitió que George Floyd respirara, contra una sociedad que no nos deja respirar. Toda nuestra ira fluye en ellas y toda nuestra ira también fluye desde ellas hacia la brutalidad policial, hacia el desprecio de Trump por la humanidad, hacia Johnson, hacia López Obrador, hacia la violencia de todos los Estados, hacia la destrucción de la naturaleza que causó la pandemia, hacia el sistema que infligirá aún más privaciones a millones y millones de personas en los años venideros.
Tantas discusiones en los últimos meses. Tantas predicciones sobre que no habría posibilidades de protestar en un mundo altamente controlado. Y ahora esta explosión de ira que puede seguir desbordándose, que debe seguir desbordándose porque se nos ha emitido una advertencia aterradora. La advertencia que el coronavirus anuncia muy claramente es que si continuamos con la misma forma de organización social que tenemos ahora, si persistimos en mantener una sociedad en la que la búsqueda de ganancias es la fuerza determinante, entonces probablemente estamos camino a la extinción. En esta situación, nuestra rabia tiene que seguir fluyendo en cascada de una rabia a otra. Cada rabia es una indignación que debe ser apreciada, cada rabia agrega después: «no es suficiente»; y desborda hacia otras rabias hasta llegar al mismo enunciado: «No podemos respirar, el capitalismo nos está matando”.
La pandemia y la crisis económica se nos venden como “mala suerte”. ¡Qué mala suerte que haya surgido este virus desconocido que podría matar fácilmente a millones de personas si no tomamos las precauciones adecuadas! ¡Qué mala suerte que la interrupción generada por el virus esté causando un desastre económico y que habrá millones de desempleados, millones de personas en la pobreza, millones muriendo de hambre! ¡Qué mala suerte que si eres joven no puedas disfrutar el tipo de vida que disfrutaron tus padres!
Pero, por supuesto, no se trata de mala suerte. El virus no salió de la nada. Surgió de la destrucción de la relación entre los humanos y otras formas de vida, y esa destrucción es una destrucción social. La búsqueda de ganancias está detrás de la industrialización de la agricultura, la expulsión masiva de campesinos de la tierra en todo el mundo, los megaproyectos, que están destruyendo el campo en tantos lugares. Esto es lo que está cambiando los hábitats de los animales salvajes y produciendo condiciones en las que su nueva proximidad con los humanos facilita la transferencia de los virus en ambas direcciones. Los gobiernos habían sido advertidos del peligro inminente de esta pandemia mucho antes de que realmente ocurriera. La pandemia es una pandemia capitalista y hay muchos indicios de que, a menos que haya un cambio radical en la organización de la sociedad, es probable que otras pandemias la sigan. No podemos respirar, el capitalismo nos está matando.
La pandemia no es una cuestión de mala suerte, ni tampoco lo es la crisis económica que apenas está comenzando. Todo indica que estamos entrando en la que será la peor crisis económica desde la década de 1930, y que es probable que cualquier recuperación sea de corta duración y superficial. Una predicción realizada por el Banco Mundial de hace solo unos días atrás sugiere que hasta 100 millones de personas caerán en la pobreza extrema, otros informes hablan de 420 millones de personas (la pobreza extrema se define como un ingreso de menos de u$s 1,90 por día). La crisis se presenta como consecuencia del virus (¡mala suerte!) pero, de hecho, es una crisis que se ha predicho durante largo tiempo. El COVID-19 ha desencadenado la crisis y la ha exacerbado, pero ciertamente no la ha causado. Martin Wolf, principal comentarista de economía del Financial Times, un economista muy respetado, tituló «Fire Next Time» el último capítulo de su libro publicado en 2014, donde reflexiona sobre la crisis financiera de 2008 (1). La frase proviene de la canción tradicional «María, no llores»: “God gave Noah the rainbow sign, no more water but fire next time” («Dios le dio a Noé el signo del arco iris, no más agua, el fuego la próxima vez»). La frase fue utilizada por James Baldwin en 1963 para el título de su influyente libro sobre el racismo en los Estados Unidos (2) y la canción fue adoptada por el movimiento de derechos negros en la década de 1960. El libro de Baldwin y el movimiento de los derechos de los negros decían «Cuidado, si las cosas no cambian, será el fuego la próxima vez«. Wolf dice algo similar en un contexto diferente: la crisis de 2008 fue algo malo, como la inundación de Noé, pero la próxima será mucho peor, será el incendio.
Ahora es el fuego la próxima vez. En ambos sentidos. Como una explosión de ira contra la opresión racial y también contra la crisis capitalista que, como se predijo, ya es mucho peor que la crisis de 2008. Lo que necesitamos es que ambas se unan, que el fuego de la rabia fluya en cascada de la cuestión del racismo a la cuestión de la desigualdad, al impacto social y racial enormemente diferenciado causado por el virus, a la obscenidad de las enormes cantidades de dinero que ganan los que se benefician del virus, a la destrucción capitalista de la naturaleza, a la conclusión simple y mortal: «no podemos respirar, el capitalismo nos está matando”.
El fuego la próxima vez: se acerca una imagen de catástrofe y también una imagen de furia en aumento. Probablemente todos tengamos alguna imagen de la década de 1930 como una época de terrible miseria humana, una imagen que viene con algún tipo de apéndice subliminal: «pero eso no puede volver a suceder». Ahora está sucediendo nuevamente, y no solo se trata del desempleo y de la pobreza, sino también del surgimiento del nacionalismo de derecha y de la amenaza de guerra. ¿Cómo cambiamos la imagen del incendio, de la catástrofe, a la determinación furiosa de que no permitiremos que vuelva a suceder, de que no permitiremos que esta estúpida forma de organización social nos empuje a la extinción?
Las últimas dos semanas han demostrado la fuerza increíble del movimiento. Ha salido del encierro con un gran silbido de energía liberada. Claramente no ha aparecido de la nada: es la expresión de la rabia acumulada, y también de la organización acumulada, el trabajo de grupos locales, a menudo pequeños, que se reúnen y discuten y toman medidas sobre las demandas locales y hacen conexiones entre el racismo y otras manifestaciones de opresión. A menudo, antes de que la gente salga a la calle hay un desbordamiento de la rabia contra el racismo hacia otras formas de rabia que surgen de todas las heridas de la opresión. Esta rabia se enfoca en el asesinato de George Floyd, pero es importante que el enfoque no se convierta en una limitación, sino en una cascada de una rabia a otra.
Quizás lo bueno de Trump (si se puede imaginar algo así) es que es un símbolo que concentra muchas rabias diferentes: un símbolo del racismo, del sexismo, del militarismo, de la desigualdad social, del imperialismo, de la hipocresía, de la destrucción ambiental. La sorprendente fuerza del movimiento de las últimas dos semanas también ha revelado una sorprendente debilidad en el otro lado. Trump ha quedado expuesto como un matón típico, sin sustancia. Su exhibición es una bravuconería machista vacía. Una demostración de fuerza basada en una ficción. Y no solo Trump: también Bolsonaro, Orban, Duterte, Johnson, Erdogan. ¿Podría ser que el surgimiento de los “hombres fuertes de la política” en tantas partes del mundo se entienda no solo como la crisis de la democracia, tal como a menudo se comenta, sino como el surgimiento de una tribu de bufones, un aumento de la bravuconería machista con poca sustancia? Uno recuerda la caricatura de Hitler hecha por Chaplin en El gran dictador. ¿Y podría ser que este despliegue de bufonería señale no solo un aumento de la brutalidad capitalista (lo que indudablemente hace) sino también una ficción? Durante los últimos treinta años más o menos, el capitalismo se ha caracterizado no solo por una violencia creciente, justificada por ideas neoliberales, sino también por su carácter cada vez más ficticio. La expansión de la riqueza, que se ha dirigido casi por completo a los ricos, está basada en la expansión del crédito, mucho más que en la expansión del valor. En otras palabras, es una anticipación de la riqueza que aún no se ha producido, de una explotación que aún no ha tenido lugar. La expansión del crédito, reflejada en el aumento de los mercados bursátiles, incluso cuando la economía colapsa como en las últimas semanas, es una expansión de la fragilidad. Quizás la ficción y la fragilidad del líder de los “hombres fuertes” que han sido evidenciadas por las luchas de los últimos días sean un reflejo de la ficción y la fragilidad de un sistema aparentemente invencible. Quizás, entonces, no sea tan ridículo pensar en derribar todo el sistema. Quizás. O tal vez estoy siendo demasiado optimista.
El mundo después del coronavirus continúa siendo una pregunta enorme. Pero algo está claro: se nos advirtió que si no cambiamos la forma en que la que se organiza el mundo, probablemente estemos en vías de extinción. Y otra cosa más también está clara: se nos ha demostrado en las últimas semanas que el poder de la lucha es mucho mayor de lo que pensábamos de antemano.
No podemos respirar, el capitalismo nos está matando.

 

Este texto corresponde a una charla que se presentará virtualmente en la Universidad de Strike, con sede en la Universidad de California en Santa Cruz, el 16 de junio de 2020 si las condiciones políticas lo permiten. Agradezco a Edith González y Panagiotis Doulos por su apoyo.

 

Referencias:

1 The Shifts and the Shocks, Penguin Press, New York
2 The Fire Next Time, Dial Press, New York, 1963

Original en inglés, versión en castellano: Catrina Jaramillo.

 

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