Rafael Barrett: la vida como arma

Alberto Bonnet

A la militancia de un colectivo de compañeros reunidos en torno a la Biblioteca y Archivo Alberto Ghiraldo de Rosario debo el gusto de haber conocido a Rafael Barrett. Este grupo fue el responsable de la publicación de La vida es un arma (Rosario, 2021), a través de una editorial independiente pequeña aunque ya consolidada (Lazo Negro Ediciones) que ya cumplió diez años entregándonos a razón de dos o tres volúmenes por año.1 Antes de comenzar a reseñar este libro -o más bien, para empezar a reseñarlo- tengo que agradecer a estos compañeros rosarinos el que me hayan presentado a este paraguayo con quien, desde entonces, mantuve una gran amistad. Amistad que fue la culpable de la demora de esta reseña.

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La vida es un arma es una antología que contiene, en unas pocas páginas, una muestra representativa de los escritos de Barrett. En esto consiste su primer mérito, habida cuenta de la diversidad de géneros y temáticas en la que incurrió. Sus escritos reúnen artículos periodísticos aparecidos en diversos diarios, reunidos más tarde en libros, algunos ensayos un poco más extensos, cuentos cortos, reseñas sobre libros y otros productos culturales, conferencias. Y versan sobre las más variadas cuestiones sociales y políticas, sobre noticias de coyuntura, costumbres, ciudades e incluso asuntos científicos. Sin embargo, en medio de este aparente caos, creo que hay una palabra que puede definir al autor que se encuentra detrás de esta obra diversa y a la vez otorgarle coherencia: leo a Barrett como un publicista, en el viejo sentido de un intelectual comprometido con la labor de divulgar ideas. Todos sus escritos, incluyendo los literarios, desnudan sin medias tintas su intención de difundir un ideario revolucionario. ¡Pero no te equivoques! Este juicio no rebaja, sino que más bien enaltece sus méritos, aun cuando “divulgador” y “vulgar” compartan una misma raíz lingüística. Porque Barrett tuvo el mérito (entre otros, por cierto) de ser un publicista extraordinario, es decir, precisamente, un divulgador no-vulgar de ideas. Los revolucionarios extrañamos, en estos días, a semejantes divulgadores.

Agreguemos, ya que estamos, algo más sobre el autor. Rafael Barrett nació en España en 1876, hijo de una familia adinerada y aristocrática, y vivió su juventud temprana acorde con su origen. Las dos cosas más relevantes de aquellos años parecen ser sus estudios de ingeniería (que reaparecen en las preocupaciones y los saberes científicos presupuestos en varios de sus escritos) y, especialmente, su contacto con los escritores de la generación del 98 (porque esto marca en buena parte su estilo e incluso sus ideas). La etapa dandy de su vida se acabó en 1903 cuando, a raíz de un escándalo, y se vio forzado a emigrar a la Argentina. Pero más que sus estadías aquí y luego en Uruguay, importan los años en que vivió en Paraguay, es decir, entre 1904 y 1909. Porque Paraguay fue su verdadera patria adoptiva y en esa patria desgraciada, diezmada por la guerra, sometida al trabajo semi-esclavo, hundida en la extrema miseria y sacudida por interminables disputas entre bestiales caudillos, escribió la mayor parte de su obra. En esos pocos años, sí, porque murió de turberculosis en Francia, en 1910, a los 34 años. Cuando la vida es un arma, suele ser breve. Igual que sus escritos.

Apenas pudo publicar en vida un solo libro, Moralidades actuales, en 1909, una colección de artículos de donde provienen los que abren esta antología.2 El resto de sus escritos sólo apareció en periódicos o permaneció inédito hasta su muerte, pero ya durante la década siguiente se publicaron en Montevideo varios volúmenes que los reunieron: Lo que son los yerbales en 1910, El dolor paraguayo y Cuentos breves en 1911, Mirando vivir, Estudios literarios, Ideas y críticas y Al margen en 1912, Diálogos, conversaciones y otros escritos en 1918 y finalmente Páginas dispersas (escritos póstumos) en 1923.3 En 1943 apareció la primera recopilación de sus Obras Completas en Buenos Aires y Montevideo, edición de la que provienen los textos incluidos en esta antología, y una nueva en 1988-90 en Asunción. La antología que tenemos entre manos incluye Lo que son los yerbales, El terror argentino, una selección de El dolor paraguayo, algunos de sus Cuentos breves, un ensayo algo más extenso sobre La cuestión social, una de sus conferencias a los obreros paraguayos, la que versa sobre la huelga general, y sendas selecciones de Al margen y de Ideas y críticas.

Ahora pasemos a su escritura. ¿Cómo escribía Rafael Barrett? Blandiendo la pluma como una espada. “¡Pluma mía, no tiembles, clávate hasta el mango! Pero los miserables que ejecuto no tienen sangre en las venas, sino pus, y el cirujano se llena de inmundicia. (…) Yo acuso de expoliadores, atormentadores de esclavos, y homicidas a los administradores de la Industrial Paraguaya y de las demás empresas yerbateras. Yo maldigo su dinero manchado en sangre”.4 ¿Blandiendo su espada como un héroe? No. Barrett no veía en su pluma la espada milagrosa del héroe, sino una herramienta más, fabricada por el trabajo manual e intelectual de la humanidad entera. “Para crear la pluma, los mineros enterrados vivos penan en las trágicas galerías, al resplandor tembloroso de sus lámparas. Por ella perecen, asfixiados o quemados por el grisú, aplastados por los desprendimientos, ahogados por las inundaciones subterráneas, o lentamente destruidos por la enfermedad. Y para llegar hasta mí, la pluma ha viajado a través de los continentes y de los mares, ha utilizado todos los recursos de la ingeniería civil y naval; para traérmela, el maquinista, colgado de su locomotora, ha pasado las noches, bajo el látigo de la lluvia, con la mirada fija en el vacilante fulgor que la linterna arroja sobre los rieles, y el maquinista del steamer, en la atmósfera febril de las calderas, ha espiado durante un mes la aguja de los manómetros, mientras el piloto consultaba la brújula y el marino interrogaba los astros. Los pueblos y los siglos, las ciencias y las artes, las estrellas y los hombres han colaborado para engendrar la oscura plumita de acero…”.5 Pero ¿puede un hombre sólo blandir esa espada, aunque sólo fuera una plumita de acero? Barrett pudo, hasta dónde pudo. “¡Me siento a la vez tan fuerte, tan lleno de ideas, y tan débil, tan colgado de un hilo sobre el abismo negro! ¡Sé que mi pluma es un mundo, sí, y que mi mano apenas puede sostenerla!”.6

¿Qué escribía Rafael Barrett? Análisis, comentarios y relatos muy breves y cada vez más radicalizados, en particular desde 1908, sobre las sociedades paraguaya y rioplatenses en las que vivió.7 Y acompañó esa escritura además con el dictado de conferencias, la edición de periódicos y otras intervenciones que le acarrearon detenciones y deportaciones. El lector no debería olvidar, por caso, que publicar la serie de artículos periodísticos que hoy integran Lo que son los yerbales, a mediados de 1908 y en un diario paraguayo, era poco menos que jugarse la vida. Y Jugársela tanto de aquel como de este lado de la frontera, porque nunca importaron mucho las fronteras cuando están en juego crímenes como los denunciados por Barrett… La oligarquía argentina aprovechaba activamente la explotación esclavista de los mensú paraguayos. Y no aguardaba a los inmigrantes sospechosos, como Barrett, con los brazos abiertos, sino con su ley de residencia. Esa misma ley que Barrett tampoco se privó de denunciar, después de la “semana roja”, en El terror argentino.

Esta condición, esta insalvable desventaja de su “vida breve” (un tópico noventayochista) ante la eterna muerte que administran los poderosos, explica una de las principales virtudes de su escritura: su capacidad de síntesis. Barrett incurrió en diversos géneros, como decíamos, pero sólo empleó formas breves. Y la elección de formas breves siempre responde a alguna urgencia. En el formato periodístico, esta urgencia parece ir de suyo -aunque no siempre y, en todo caso, esto no agota el asunto. Algunos grandes escritores, por ejemplo, prefirieron las formas breves porque consideraron que su vida entera no les alcanzaría para escribir, siendo fieles a los estándares que se habían impuesto a sí mismos, dentro de formas más extensas. Borges (quien parece haber apreciado bastante a Barrett en sus años mozos, dicho sea de paso) es un caso típico. Otros grandes escritores, en cambio, se aventuraron una y otra vez en formas más extensas, obligándonos a nosotros, sus lectores, a determinar cuáles de sus novelas, o incluso de las páginas de sus novelas, valen realmente la pena. Vargas Llosa, por ejemplo. El empleo de la forma breve responde en Barrett, en cambio, a la urgencia de una intervención política que ya no puede seguir postergándose.

¿Cómo pensaba Rafael Barrett? Esta pregunta es un poco más difícil de responder porque su pensamiento es complejo. Tomemos apenas un párrafo, entre muchos otros, para intentar acercarnos a una respuesta. Barrett escribe que es “poco importante la trascendencia del marxismo en la ´acción´ humana”. Y a continuación se explica. “El razonamiento no crea energía, la razón será lo que se quiera, menos un motor. ¿En qué puede vigorizar al proletariado la idea del determinismo económico? ¿Obedecerían mejor los astros a la ley de Newton, si tuviesen conciencia de ella? ¿Caería de otro modo el guijarro, si supiera que tiene que caer? De aquí la evolución del marxismo de combate. El proletariado, después de adquirir, según la bella frase de Pelloutier, ´la ciencia de su desgracia´, se inclina a cultivar los elementos que le prometen el triunfo, que se lo prometerían y tal vez se lo procurarían, aunque se tratara de un triunfo ilógico: la disciplina y la fe. (…) De aquí el sindicalismo, invasión reciente y formidable de algo que no es ya teoría, sino una táctica austera. El carácter del movimiento es religioso; las grandes transformaciones sociales no se llevan a cabo sin estas magníficas epidemias de fe y de esperanza”.8

Revisemos este párrafo, que entrelaza varios tópicos de su pensamiento. En primer lugar, naturalmente, la adhesión al anarquismo, porque el “sindicalismo” en cuestión es el sindicalismo revolucionario de orientación anarquista. En segundo lugar, el rescate del marxismo -sin importar mucho su asimilación al determinismo económico y a las ciencias naturales, concepciones generalizadas en aquella época, que no son distintivas de su pensamiento. En tercer lugar, la manera en que articula marxismo y anarquismo, con el marxismo en la posición de la teoría científica y el anarquismo en la posición de la táctica y la acción políticas. Su cita de Fernand Pelloutier ratifica esa idea del anarquismo como un “marxismo de combate” ya que el sindicalista revolucionario francés tenía una concepción semejante: la divulgación de esa “ciencia de su desgracia” es condición necesaria, aunque no suficiente, para la emancipación del proletariado.9 En cuarto lugar, la relación entre teoría y práctica que presupone. Barrett constata, correctamente, que entre la teoría y la práctica existe un pasaje a la acción, hiato que no puede resolverse exclusivamente en el terreno teórico. E intenta resolverlo mediante tres nociones: la “energía”, la “disciplina” y la “fe”. La invocación de la disciplina se explica sin resto por el hecho de que Barrett es un sindicalista revolucionario que confía en la organización del proletariado, no un anarquista individualista. La invocación de la fe y la esperanza, en cambio, es más específica. Rinde cuenta de un ingrediente espiritualista en el pensamiento de Barrett. Marx y Bakunin conviven así con Jesús en sus páginas. Y, detrás de la disciplina y la fe, una energía, un impulso vital que añade otro ingrediente más a su pensamiento: una suerte de vitalismo. Esas nociones de disciplina y de fe (así como esta de energía) son “motores” de la acción revolucionaria que pueden parecer peligrosos. Y lo son: recordemos el caso de Sorel. Pero Barrett no se hunde en el irracionalismo, sino que es consciente de ese peligro y duda: ¿un “triunfo ilógico”? Todos estos motivos, entre otros, se entrelazan en su pensamiento. Dejo en el lector la apasionante aventura de descubrir cómo se relacionan, sin sintetizarse nunca, en cada escrito, en cada página suya

Ya es suficiente. Esto no es ni pretende ser un ensayo sobre Barrett, sino una reseña de una antología que presenta de una manera adecuada su pensamiento. La finalidad de una reseña de un buen libro es persuadir al lector a que lo lea -justamente: tanto editar como reseñar son actos de divulgación. Dejo pues en las palabras de Roa Bastos, que sin dudas persuaden más que las mías, el cierre de esta reseña. Barrett “alumbró en las tinieblas de una noche demasiado larga la memoria o el presentimiento no demasiado utópico, en el que el sol de todos los días alumbrara por fin para todos esa pobre, esa inerme, esa inextinguible posesión de la dignidad humana cuya plenitud no adviene más que cuando se la comparte en la comunión y en la solidaridad”.10 Barrett sigue acompañándonos así como el viejo carretero de Hijo de hombre acompaña a los exilados.


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Notas:

1 Este colectivo es responsable además del boletín de la biblioteca (La oveja negra), de una revista (Cuadernos de negación) y de un programa de radio (Temperamento radio) que también llevan más de una década de existencia. Todas estas iniciativas se encuentran comunizadas aquí.
2 La edición íntegra más reciente es Moralidades actuales, Logroño, Pepitas de calabaza, 2010.
3 Algunas ediciones más accesibles son El dolor paraguayo, Buenos Aires, Capital Intelectual, 2010 (que incluye también Lo que son los yerbales); Cuentos breves (Mil botellas, La Plata, 2008, con introducción de David Viñas); Mirando vivir (Buenos Aires, Alejandro Peña, 2014); Ideas y críticas (edición digital) y Al margen, Madrid, Malpaso, 2021.
4 R. Barrett: “Lo que son los yerbales”, en La vida es un arma, ed. cit., pp. 48 y 53.
5 R. Barrett: “La pluma”, en A partir de ahora el combate será libre, Buenos Aires, Madreselva, 2008, p. 78.
6 R. Barrett: Carta a su esposa, Francisca López Maíz, del 1/3/1909; en Cartas íntimas, Montevideo, 1967, p. 73. Barrett escribió esta carta en Montevideo, después de recibir tratamiento médico contra su tuberculosis, y antes de regresar al Paraguay por última vez.
7 Acerca de esta referencia a una inflexión en 1908 y para entender su trayectoria de conjunto, en base a documentos, puede consultarse V. Muñoz: Barrett, Montevideo, Germinal, 1994.
8 R. Barrett: “La cuestión social”, en La vida es un arma, ed. cit., p. 113-4.
9 La expresión proviene de “La musée du travail”, un artículo de Pelloutier publicado en L´ouvrier des deux mondes (periódico de sus Bolsas de Trabajo entre 1897 y 1899) el 1/4/1898. Pelloutier escribe: “Lo que le falta (al obrero) es la ciencia de su desgracia; es conocer las causas de su servidumbre; es poder discernir contra qué deben dirigirse sus golpes”.
10 A. Roa Bastos: “Rafael Barrett, descubridor de la realidad social del Paraguay”, introducción a R. Barrett: El dolor paraguayo, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1978, p. X.

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