Sin retorno a la normalidad: por una liberación poscoronavirus

 

Max Haiven

 

Hoy, nuevas maneras de solidaridad, ayuda mutua y lucha común están surgiendo en la pandemia. ¿Cómo darán forma a las luchas de mañana por un mundo poscapitalista?

La llegada de la pandemia de COVID-19 a principios de 2020, que se desarrolla alrededor del mundo mientras escribo estas palabras, probablemente será recordada como un cambio de época. En este largo invierno, a medida que se cierran las fronteras, a medida que se multiplican los aislamientos y las cuarentenas, a medida que las personas sucumben o se recuperan, existe la fuerte sensación de que, cuando finalmente llegue la primavera, despertaremos en un paisaje drásticamente cambiado.

Aquellos que ahora estamos en aislamiento, a pesar de nuestro miedo y frustraciones, a pesar de nuestro dolor ⁠por los que han muerto o pueden morir, por la vida que una vez vivimos, por el futuro que alguna vez esperamos, también tenemos una sensación de que estamos encerrados, transformándonos, esperando, soñando. Es cierto: los horrores acechan el panorama global. Especialmente por la forma en que el virus pondrá en peligro a quienes, como sociedad, ya hemos abandonado o devaluado. Muchos de nosotros ya somos desechables. Muchos de nosotros estamos comprendiendo eso ahora, tal vez demasiado tarde. También está el peligroso desdibujamiento de la línea entre las medidas humanitarias y las medidas autoritarias. Y está la militarización geopolítica de la pandemia.

Pero cuando llegue la primavera, cuando salgamos de la hibernación, podría ser el momento de una profunda lucha global contra el impulso de «volver a la normalidad»⁠, la misma normalidad que preparó el escenario para esta tragedia⁠, y la «nueva normalidad» que podría ser aún peor. Preparémonos lo mejor que podamos, porque tenemos un mundo que ganar.

 

La venganza de la nueva normalidad

 

Me imagino que las luchas por venir se definirán entre el intento desesperado de «volver a la normalidad» y por un gran rechazo a esa normalidad. Este no es un melodrama maniqueo.

Por un lado, habrá quienes busquen devolvernos al orden del capitalismo de venganza global al que nos habíamos acostumbrado, un sistema nihilista de acumulación global y, por otro lado, quienes busquen un orden que engendre el peor tipo de política de la venganza.

Por supuesto, debemos esperar la exigencia de que volvamos a la normalidad vengativa por parte de los beneficiarios de ese sistema ⁠ -los ricos, la élite política- que tienen todo para ganar en los negocios, como siempre. Pero también deberíamos esperarla por parte de millones de oprimidos, explotados y alienados, cuyas vidas, en ese sistema, se han reducido a una muerte lenta.

Después de meses de caos, aislamiento y miedo, el deseo de volver a la normalidad puede ser extremadamente fuerte, incluso si lo normal era un sistema abusivo. El escenario está preparado para que este deseo esté acompañado por un frenético revanchismo. ¿Queremos culpar a alguien, especialmente aquellos de nosotros que perdamos a seres queridos? ¿Debe haber sangre, sea ésta figurada o real? Una prueba de fuego para que el viejo orden, el mismo que creó las condiciones de austeridad y desigualdad que hicieron que esta plaga fuera tan devastadora, pueda renacer en forma purificada.

Por supuesto, las cosas nunca volverán a ser «normales»: los privilegiados y los ricos podrán tener esa ilusión, pero es seguro que esa ilusión se cargará sobre las espaldas de la gran mayoría, que trabajará más duro, durante más tiempo y por menos dinero. Las deudas de la pandemia, literales o figuradas, deberán ser pagadas.

Por otro lado ⁠, o tal vez al mismo tiempo ⁠, también podemos esperar que, entre los poderosos y entre el resto de nosotros, habrá llamados para rechazar el «retorno a la normalidad», y para abrazar algo incluso peor. Es probable que el caos y las muertes de la pandemia se atribuyan a demasiada democracia, a la libertad y a la empatía. Ahora que los Estados están flexionando sus músculos y tomando el control total de la sociedad, habrá muchos que no querrán bajarse del caballo. Todavía podremos ver, en esta crisis, un mayor uso de la fuerza represiva sobre los civiles, como ya se está utilizando con los migrantes y las personas encarceladas⁠, y me temo que muchos lo verán como algo justificado, un sacrificio humano para alimentar a los Dioses del miedo.

A raíz de la pandemia, podemos estar seguros de que los fascistas y los reaccionarios tratarán de movilizar sus metáforas de pureza, purificación, parasitismo y contaminación -racial, nacional, económica- para imponer sus sueños de larga duración sobre la realidad. El romanticismo represivo de las fronteras, ahora más politizado que nunca, nos perseguirá a todos en los próximos años. Los «nuevos» autoritarios, ya sea que enfaticen el Estado totalitario o el mercado totalitario ⁠ -o ambos- insistirán en que todos reconozcamos que ahora vivimos ⁠-aunque siempre hemos vivido- en un mundo despiadado y competitivo y deben tomar medidas para bloquear entradas y expulsar lo indeseable. En otras ocasiones, el autoritarismo puede llegar con sigilo, envuelto en la retórica de la ciencia, el liberalismo y el bien común.

Mientras tanto, es casi seguro que habrá esfuerzos por parte de los más ricos y empoderados en las últimas décadas, especialmente en los sectores tecnológicos y financieros, entrelazados, para aprovechar su influencia y recursos, así como la debilidad y el desorden de las instituciones tradicionales, para liderar la reorganización de la sociedad con políticas neo-tecnocráticas. Continuarán ofreciendo generosamente los servicios de sus poderosos e integrados imperios de vigilancia, logística, finanzas y datos, para «optimizar» la vida social y política.

Esta distopía corporativa puede tener un rostro humano: ingresos básicos, hipervigilancia para nuevas epidemias, medicina personalizada. Ya llega con regalos para ayudarnos en esta emergencia: rastrear vectores de enfermedades, prohibir la desinformación, ofrecer ayuda a los Estados con los datos y el manejo de la población.

Debajo de la máscara estará la reorganización de la sociedad para ajustarse mejor al meta-algoritmo hipercapitalista que, aunque impulsado por contradicciones capitalistas, será esencialmente neofeudal para la mayoría de nosotros: un mundo de datos y gestión de riesgos, donde solo un pequeño puñado disfruta de los beneficios. Nos dirán que es por nuestro propio bien.

 

Nuestra negativa a la venganza

 

Contra todos estos pronósticos fatídicos, habrá quienes rechacen volver a la normalidad o abrazar la «nueva normalidad», aquellos de nosotros que sabemos que «el problema con la normalidad es que empeora».

Ahora mismo, en el estado de emergencia que ha desatado la crisis, estamos viendo surgir medidas extraordinarias que revelan que gran parte de los reclamos de necesidad y austeridad del régimen neoliberal eran mentiras transparentes. El divino mercado ha caído. En diferentes lugares se están introduciendo una variedad de medidas que habrían sido inimaginables incluso hace pocas semanas atrás. Estas medidas incluyen la suspensión de alquileres e hipotecas, la provisión gratuita de transporte público, el despliegue de ingresos básicos, una pausa en el pago de las deudas, la orientación de hospitales privados y otra infraestructura que alguna vez fue pública hacia el bien público, la liberación de personas encarceladas y gobiernos que obligan a las industrias privadas a reorientar la producción hacia las necesidades comunes.

Escuchamos noticias de un número significativo de personas que se niegan a trabajar, que toman medidas laborales salvajes y exigen su derecho a vivir de manera radical. En algunos lugares, los infrautilizados se apoderan de las casas vacías.

Estamos descubriendo, contra el paradigma del valor capitalista que ha enriquecido a unos pocos a expensas de muchos, a personas cuyo trabajo es verdaderamente valioso: cuidados, servicios y trabajadores de la primera línea del sector público. Ha habido una proliferación de demandas radicales de políticas de atención y solidaridad, no solo como medidas de emergencia, sino a perpetuidad.

Los “Think tanks” (“Grupos de expertos”) de derecha y capitalistas están en pánico, temerosos de que medio siglo de cuidadoso trabajo ideológico para convencernos de la necesidad del neoliberalismo⁠, la transformación de nuestras almas⁠, se disipe en las próximas semanas y meses. El dulce sabor de la libertad -la libertad real e interdependiente, no la libertad solitaria del mercado- permanece en el paladar como un recuerdo olvidado hace mucho tiempo, pero rápidamente se vuelve amargo cuando se retira su néctar. Si no defendemos estos logros materiales y espirituales, el capitalismo vendrá por su venganza.

Mientras tanto, los que permanecen en cuarentena y semiaislados están descubriendo y utilizando herramientas digitales, nuevas formas de movilización para brindar atención y ayuda mutua a quienes lo necesitan en nuestras comunidades. Lentamente estamos recuperando nuestros poderes perdidos de la vida en común, escondidos a la vista, nuestra herencia secreta. Estamos aprendiendo otra vez a convertirnos en una especie cooperativa, eliminando la piel claustrofóbica del homo oeconomicus. En la suspensión del orden capitalista de la competencia, la desconfianza y el ajetreo sin fin, nuestro ingenio y compasión resurgen como las aves a un cielo libre de smog.

Cuando llegue la primavera, la lucha será para preservar, mejorar, establecer redes y organizar todo este ingenio y compasión para exigir que no vuelva la normalidad y que no haya una nueva normalidad. En todo el mundo, en los últimos años, ha existido un nivel sin precedentes de movilización y organización de movimientos contra el capitalismo de venganza, a veces en torno a candidatos electorales⁠ ⁠-por ejemplo, Corbyn en el Reino Unido, Sanders en los Estados Unidos-, pero también en torno a luchas desde abajo: huelgas contra el necro-neoliberalismo en Francia, por el antiautoritarismo en Hong Kong, por la anticorrupción en el Líbano e Irak, por antiausteridad en Chile, del feminismo en México, luchas contra la gentrificación y la limpieza urbana en ciudades de todo el mundo, por la solidaridad con los migrantes en Europa, las luchas indígenas en Canadá, la lucha por el clima en todas partes.

Estas luchas anteriores a 2020, importantes por derecho propio, serán recordadas como los campos de entrenamiento para una generación a la que ahora le corresponde el peso de llevar adelante uno de esos puntos de inflexión que suceden cada tanto en la historia. Hemos aprendido a poner de rodillas a una economía capitalista mediante la protesta no violenta frente a una opresión abrumadora y tecnológicamente poderosa. Estamos aprendiendo cómo volvernos ingobernables por los Estados o los mercados.

Otra cosa importante: hemos aprendido nuevas formas de cuidarnos unos a otros sin esperar al Estado o las autoridades. Estamos redescubriendo el poder de la ayuda mutua y la solidaridad. Estamos aprendiendo cómo comunicarnos y cooperar de nuevo entre nosotros. Hemos aprendido cómo organizarnos y responder rápidamente, cómo tomar decisiones colectivas y asumir la responsabilidad de nuestro destino.

Al igual que los héroes de todas las buenas epopeyas, no estamos preparados, nuestro entrenamiento no se completó, pero el destino no esperará. Como todos los verdaderos héroes, debemos conformarnos con lo que tenemos: uno junto al otro y nada más.

A medida que el mundo cierra sus ojos para esta cuarentena extraña y onírica, salvo, por supuesto, para aquellos trabajadores de primera línea de la salud, los servicios y los cuidados que, al servicio de la humanidad, no pueden descansar, o aquellos que no tienen un lugar seguro para soñar, debemos prepararnos para la vigilia. Estamos en la cúspide de un gran rechazo de un retorno a la normalidad y de una nueva normalidad, una normalidad vengativa que nos trajo esta catástrofe y que solo conducirá a una mayor catástrofe. En las próximas semanas, será hora de llorar y de soñar, de prepararse, aprender y conectarse lo mejor que podamos.

Cuando termine el aislamiento, despertaremos en un mundo donde los regímenes competitivos de normalización vengativa estarán en guerra unos con otros, un momento de profundos peligros y también de oportunidades. Será un momento para levantarse y mirarse a los ojos.

History says, Don’t hope
on this side of the grave.
But then, once in a lifetime
the longed for tidal wave
of justice can rise up,
and hope and history rhyme.

So hope for a great sea-change
on the far side of revenge.
Believe that a further shore
is reachable from here.
Believe in miracles
and cures and healing wells.

(Seamus Heaney, “The Doubletake”)

 

En inglés: Pluto Press. Traducción al castellano para Comunizar: Catrina Jaramillo.

Max Haiven es catedrático de investigación en Cultura, Medios y Justicia Social en la Universidad de Lakehead en Anishinaabe Aki (Thunder Bay, Canadá) donde codirige RiVAL: The ReImagining Value Action Lab. El texto es una posdata de su libro: “Revenge Capitalism: The Ghosts of Empire, the Demons of Capital, and the Settling of Unpayable Debts”, que saldrá en mayo publicado por Pluto Press.

 

 

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