J. Zogbe


“Esta barricada, hecha con un ómnibus volcado, retuvo algún tiempo el fuego del Ayuntamiento.  Cuando Cipriani se dirigía a la avenida Victoria con Dussali y Sapia, se le ocurrió parar el reloj del Ayuntamiento, y disparó al cuadrante, que se rompió; era un dia de Enero de 1871” (Louise Michel)

¿Qué pensó Cipriani en ese momento? ¿En congelar el tiempo de la Comuna? ¿en  solo  distraer al enemigo? ¿percibió a los instantes segmentados del cuadrante como una prisión invisible?  No lo sabemos. Si sabemos que La Comuna de París fracturó el tiempo sucesivo, ese tiempo que al decir de Prevert moldea a “los que se mueren de aburrimiento los Domingos por la tarde porque ven llegar el Lunes y el Martes y el Miercoles y el Jueves y el Viernes y el Sabado y la tarde del Domingo”.

El disparo que estalló el reloj del Ayuntamiento fue una clave, una señal, un  mensaje: paremos el tiempo infernal del Capital. Señal que atravesó el resto del Siglo XIX, el siglo XX y lo que va del siglo XXI. Inaudible por momentos, escuchado y descifrado por el soldado ruso que, en 1917, desobedeció el cronograma de Guerra de la Oficialidad; descifrado en los Soviets; señal a la que se aferraron los marineros del Kronstand; advertido por los Obreros de la Construcción que en la mañana de aquel 16 de Junio de 1953 susurraron entre si cuando Berlín amanecía. Sonido traducido en “la imaginación al poder” de 1968. También escuchado por los Obreros que socavaron a fuerza de sabotajes el paradigma fordista. ¿No fue acaso una temporalidad otra el tiempo de las Asambleas y las Empresas Recuperadas en la Argentina de 2001, en Chile de 2019, en Chiapas y en Rojava?

Los jóvenes Zapatistas supieron decir que ellos vivían en tres Tiempos simultaneos: un Tiempo exacto, vale decir el tiempo de reloj del capital, del dinero, el tiempo vertical de la formación militar. El Tiempo justo, tiempo comunitario, de la relación con la naturaleza y tiempo de fiesta. Y un Tiempo necesario, tiempo anticapitalista, el de la revolución. Y también dijeron que la resistencia al tiempo exacto no podría hacerse sin los otros dos tiempos.

De un tal Taylor dentro del taller hasta las células de tiempo, las cadenas invisibles del reloj

“El tiempo es dinero” escuchó decir Marx a alguien. Taylor lo comprendió muy bien cuando se internó en el taller con el cronómetro: El tiempo es dinero, por lo tanto, el dinero es tiempo”.  Es el tiempo del Obrero que por su tercera o cuarta hora de trabajo evalúa tenso la cantidad de piezas solicitadas por hora, de la empleada doméstica que fue a probarse a una casa o a un hotel e intuye  que si limpió dos piezas lo suficientemente rápido tendrá la oportunidad de conseguir ese trabajo, a no ser que otra muchacha a prueba lo realice en un tiempo menor. La Célula de Tiempo ofrecida, el Uber que llega, la moto que pasa casi suicida entre los automóviles para entregar la comida al cliente, la respuesta rápida y eficiente del pibe del Call Center que puntúa salario, los box numerados con  enfermera/os que rápidamente extraen sangre de muestra,  partidos de Futbol iniciados exactamente según el cronograma de las cadenas televisivas y maratón de Netflix. En dicho circulo infernal la mercancía es Tiempo y, expresado por Marx en El capital, el Trabajador es nada más que el tiempo de trabajo personificado. “Mal genio que se ríe burlonamente, en lo sucesivo parece mover los hilos del lazo social. Es la medida mercantil de todas las cosas, comenzando por la actividad humana reducida a una simple armazón del tiempo“ (Bensaid). A ese Tiempo le disparó Cipriani.

Si el capital reduce todo a tiempo abstracto, divisible, equivalente, homogéneo y a unidades constantes que se mueven de una a otra, a tiempo disociado de los propósitos humanos concretos, entonces el tiempo es realmente todo (Bonefeld). Si el tiempo es todo, entonces el ser humano no es, ”en el mejor de los casos, es la carcasa del tiempo” (Marx).

Cuando Cipriani hizo crujir aquel reloj expresando un tiempo-otro, el de la Comuna, intuyó la libertad. Sabemos que desde entonces nos esperaron relojes nuevos, lo presintieron antes el Aymara, el Guaraní, el Mapuche, el Wyandot. Por momentos, y hasta por años inaudible, aquel estampido sin dudas será descifrado por millones. Es nuestra esperanza de libertad.

Aquel disparo de Cipriani en clave libertaria