Lettre du Chili (1/11/2019)
Lo que está pasando ha sido tan hermoso. Ya van dos semanas del levantamiento que nos ha permitido sacudirnos el miedo, la indolencia y la frustración de vivir bajo la dictadura del dinero y encontrarnos como seres humanos, más allá de todas las identificaciones que nos habían mantenido separados.
La insurrección y su generalización espontánea desde el comienzo expresó en actos su crítica al modo de vida capitalista expropiando y destruyendo los símbolos del capitalismo y el Estado (supermercados, farmacias, bancos, comisarías, edificios de municipalidades, etcétera). Las demandas son muchísimas, tantas, que todos saben que lo que se necesita aquí es un cambio estructural. En las calles se escucha “ya nada volverá a ser igual”. El deseo de vivir de todos ha renacido en la aventura de la lucha anti-sistémica
La precarización que se vive en este territorio, y contra la que este movimiento se alza, no es producto de medidas de austeridad, aquí nunca hubo tal cosa como un Estado de bienestar, sino que es el resultado del saqueo a manos del Estado-capital. Chile, como seguramente sabes, es una de las cunas del neoliberalismo. El dictador Pinochet vendió todo: el agua, la salud, las jubilaciones, la educación, las carreteras, el mar, etcétera. Y la democracia que vino después consolidó este sistema social y económico.
Pero a costa de haber sufrido continuas humillaciones y abusos a manos de los políticos y empresarios, se ha ido agudizando la conciencia de todos. Uno de los eslóganes de la insurrección es “No son 30 pesos [el incremento del boleto del metro que desató este levantamiento fue de 30 pesos, es decir, de un 4%], son 30 años” en alusión a la época de la “transición a la democracia” [1989 es el año del primer presidente de la democracia luego de la dictadura]. Esta frase -que los mapuche han hecho suya diciendo “No son 30 pesos, son más de 500 años”- expresa la conciencia de que la dictadura de Pinochet y el régimen democrático corresponden a dos caras de la dictadura del capital de la cual el Estado, y los políticos y especialistas que pululan en torno a él, no son más que meros ejecutores.
Por eso, otra de las características de este movimiento es la total ausencia de partidos políticos. Aunque quienes detractan el movimiento, llegan a decir cosas tan ridículas como que Rusia, Venezuela o Cuba nos están dando órdenes a través de la facción izquierdista de acá, lo cierto es que en las protestas solo se ven banderas de Chile, banderas de pueblos indígenas y banderas de equipos de fútbol. Desde el gobierno están desesperados por fabricar a los representantes del movimiento, las voces autorizadas con las que pueda negociar. Están buscando entre las organizaciones sindicales y sociales y también convocando asambleas ciudadanas. Hasta ahora nadie se ha atrevido a ponerse en ese rol. La masividad y diversidad de este movimiento es un antídoto contra cualquier intento de recuperación.
Ya van más de 4000 detenidos (entre ellos más de 400 infantes y adolescentes) y más de 1300 personas heridas por armas de fuego. Hay más de 100 querellas por torturas y una veintena por violencia sexual de parte de la policía. Según las cifras oficiales, hay 23 muertos y más de 140 personas que presentan algún tipo de lesión ocular. 26 de ellos perdieron la visión de un ojo. (Cuando leí en el texto censurado por Le Monde que en Francia también la policía había estado sacando ojos me sorprendió mucho darme cuenta de que comparten técnicas de represión).
Apenas habían pasado algunas horas de la insurrección -que le costó muy caro a los grandes capitalistas, aunque no se compara con el monto de sus robos- el Estado declaró “estado de excepción”, lo que le permitió imponer toques de queda y sacar a los militares a las calles a reprimir junto con la policía. Hace una semana que el estado de excepción se levantó, pero eso no ha hecho decaer la represión. La policía sigue usando armas antidisturbios en las protestas (eso solo fue implementado en estas manifestaciones) y continuan haciendo detenciones masivas y selectivas.
Desde todos los sectores políticos y la televisión nos dicen que podemos manifestarnos “siempre y cuando sea pacífico”. (Algunos buenos ciudadanos se han apropiado de los chalecos amarillos que se usaron en las protestas en Francia para distinguirse como aliados de la policía y tienen sus propias técnicas para mantener el orden). Pero incluso cuando las personas se manifiestan de la manera menos ofensiva y más cultural, la policía reprime con fuerza. Tienen pavor a que pasemos mucho tiempo juntos…
El Estado tiene las manos llenas de sangre y nos dice que lo hace para darnos paz. Son muy pocos quienes le creen y, a pesar de la enorme violencia que ha usado, nadie le tiene miedo. De hecho, han proliferado núcleos que practican de manera extendida la violencia ofensiva y la autodefensa contra las “fuerzas del orden” en las manifestaciones.
Y es que la mayoría sentimos que no tenemos nada que perder. Por todos lados vemos que no hay futuro en esta sociedad. Por una parte, la televisión no deja de inundarnos con noticias sobre la catástrofe ambiental que luego nos quiere hacer olvidar mostrándonos publicidad de cosas que no podemos comprar. Por otra, vemos que ser anciano en este Chile es un infierno. La gente puede trabajar toda su vida y jubilarse con una pensión miserable. De hecho, los ancianos tienen que seguir trabajando hasta morir y no estoy exagerando. Hace 5 años atrás hizo noticia un caso de un jardinero que trabajaba frente al Palacio de La Moneda (sede del presidente) y que murió sentado en una banca en la misma plaza que se había pasado limpiando los últimos años de su vida. Tenía 80 años.
Hay quienes quieren encauzar esta irrupción en la creación de una nueva constitución. La que tenemos viene de la época de Pinochet y es la que avala el saqueo. La demanda de una asamblea constituyente para generar la nueva constitución es algo que resuena cada vez más entre ciertos grupos. A veces temo que si se concediera eso se terminaría secando la potencia de este movimiento. Pero, por otro lado, pienso que tal constitución, si realmente respondiera a las múltiples demandas del pueblo, implicaría tal modificación del orden de cosas que sería otro Chile donde tal vez la propia constitución ya no tendría sentido de existir: esta revuelta está cuestionando intuitivamente los cimientos de la estructura social capitalista.
Este momento parece ser la única tierra fértil. Y por unos días todo ha parecido posible. Han aparecido muchas asambleas autoconvocadas en los vecindarios. Ciertas ciudades golpeadas por la contaminación de las industrias extractivistas han confrontado a los grandes capitales y detenido sus faenas, etcétera. Ver brotar esa organización espontánea ha sido muy apasionante.
Las manifestaciones continuan siendo masivas y parecen una fiesta. La gente se ve más contenta en las calles tomadas, las personas bailan, cantan, comparten ideas, comidas, sonrisas. Nadie sabe cómo irá a seguir esto. Por el momento, seguimos disfrutando de habernos encontrado, apostando por la potencia de vernos y sentirnos.
¿Qué hace falta para avanzar en la destrucción de este orden que parece que se viene a abajo sin nuestra intervención? ¿Solo se trata de vivir nuestras vidas a contracorriente de las demandas del capital? ¿No intentar derrocar el sistema en su conjunto, sino que dedicarnos a construir, entre estas ruinas, nuestra organización, aquí y ahora, con todos los límites y potenciales de las circunstancias?
(Texto circulado por Raoul Vaneigem)