Apuntes para una reflexión crítica a propósito de los tres años de la Revuelta de Octubre (2019).
El pasado aniversario del ‘estallido de octubre’ dejó expuestos todos los impasses de tal movimiento, confirmando no sólo su derrota, sino también la afirmación concreta de la deriva hacia la barbarie que acompaña el derrumbe de la erupción revolucionaria del año 2019 —potencialidad que, por cierto, se inscribía en la misma dinámica contradictoria del movimiento—. A estas alturas del desarrollo global del proceso de modernización capitalista, la célebre frase de Karl Marx acerca de la historia que se repite dos veces —primero como tragedia y luego como farsa— parece haber alcanzado el estatus de verdad objetiva. Sin embargo, GWF Hegel observaba con sabiduría que raramente se aprende algo de la historia, por lo que ante la expectativa de un nuevo aniversario del estallido de la revuelta los sectores más aparentemente radicalizados llamaban a “repetir lo de octubre”.
¿Qué significa repetir octubre? Significa, por supuesto, volver al estallido revolucionario de millones de personas en las calles. Pero lo de octubre no puede repetirse, al menos no de la misma forma, porque el desarrollo contradictorio de la revuelta y la contrarrevolución hoy triunfante —y que triunfa, precisamente, merced a la dimensión mítica, conservadora y modernizadora del orden social de la revuelta misma— han culminado en el presente en una restauración del capitalismo en un nivel superior. En efecto, la contrarrevolución en curso que es dirigida con Gabriel Boric a la cabeza del Estado ha instaurado un proceso de modernización del aparato represivo y económico, ha blindado legalmente el dominio del capital, transferido los costos de la crisis actual a las clases subalternas y puesto todo el aparato de propaganda del Estado y el espectáculo, al servicio de una narrativa histórica mistificada de la revuelta. Como consecuencia de este proceso, la dimensión subversiva de la revuelta –la pulsión emancipadora que se manifestó principalmente en las primeras semanas del estallido—, ha quedado oculta e ignorada como objeto de reflexión crítica sistemática, y a ello han contribuido no solo los sectores más activos de la reacción capitalista, sino también la propia izquierda política tanto en su versión hoy en el poder como en sus grupos extraparlamentarios.
Hay muchas razones para esta mistificación social acerca de la revuelta, su significado y su importancia histórica, pero en el campo de los sectores radicales esto se debe, además, a un filtro ideológico que les impide aprehender correctamente el fenómeno a cabalidad.
Esto se manifiesta de manera más evidente en su incapacidad para comprender el carácter contradictorio de la revuelta misma, esto es, como un movimiento histórico en el cual se desarrollaban simultáneamente momentos subversivos de ruptura con el orden existente, que iban de la mano con reivindicaciones profundamente ligadas a un anhelo de restauración del orden capitalista por la vía de una nueva constitución. Por ello es que el pacto del 15N, la Convención Constitucional y el ascenso al ‘poder’ de Boric, suelen ser interpretados por algunos de estos sectores en términos de traición hacia el movimiento de masas, cuando en realidad es precisamente que merced al carácter contradictorio de la revuelta, y a su dimensión conservadora que terminó por prevalecer, la ofensiva de restauración del orden capitalista se articuló en torno a esos pilares. En otras palabras: hay que buscar en el despliegue de la revuelta misma las causas fundamentales de su propia derrota, puesto que, si Boric hoy está en el ‘poder’, mientras cientos de personas que participaron en la insurrección se secan en los campos de concentración del Estado, es debido a que la elite política-empresarial chilena encontró en las contradicciones de ese movimiento la posibilidad de restaurar el orden mediante el Acuerdo por la Paz y la Nueva constitución.
A este respecto, es claro que en la praxis social de las masas insurgentes, particularmente en sus formas violentas, se manifestó de manera simultánea la yuxtaposición de dimensiones negativas y conservadoras del orden capitalista, no constituyendo éstas necesariamente formas opuestas de manera irreconciliable, sino que incluso ambas podían combinarse en la tendencia hacia la constitución de un nuevo orden político que deja intactas las formas de dominación abstractas e impersonales propias del capitalismo avanzado: esto es precisamente lo que ha pasado, y es allí donde hay que buscar la posibilidad de ruptura con la actual reconfiguración del capitalismo chileno en medio de la crisis mundial del sistema de producción mercantil.
En tal sentido, es sintomático el hecho de que hasta ahora sean pocos los grupos o personas que hayan comprendido profundamente el carácter mundial del proceso, el contexto histórico de la crisis capitalista como terreno de las revueltas masivas que han remecido al capitalismo global desde 2019 hasta la actualidad —siendo la actual revuelta en curso en Irán su manifestación más reciente—[1]. Hasta donde conocemos, salvo con las excepción de la serie de investigaciones emprendidas por Julio Cortés Morales con respecto al carácter de las nuevas derechas y el posfascismo en Chile, así como también del curso actual del proceso post-revuelta[2], las investigaciones y análisis que sitúan el proceso de insurrección en Chile dentro del espectro más amplio de una crisis estructural del capitalismo mundial, comprendiendo también las nuevas formas de reacción y contención de la misma dentro de este plano, parecen brillar por una terrible ausencia que contrasta con la importancia de una comprensión crítica de tal proceso[3].
No obstante, pese a que la reflexión crítica suele caminar atrás del movimiento real, no por ello el avance de la crisis detiene su marcha acelerada. El año 2022 se abrió con la revuelta en Kazajistán, y en febrero Rusia invadía Ucrania. Desde entonces, se viene desarrollando un proceso de reconfiguración neoimperialista del capitalismo mundial que amenaza con derivar en una guerra nuclear o, al menos, en el uso de armas nucleares tácticas por parte de alguno de los bandos en conflicto (USA, OTAN y países asiáticos aliados v/s China, Rusia y sus satélites). La crisis socioecológica del capitalismo mundial no ha hecho más que agravarse, y pese a las promesas de cuidado ecológico por parte de Boric, la realidad de la crisis y la presión de los mercados internacionales se imponen para promover el desarrollo de proyectos neoextractivistas, al mismo tiempo que acelera la destrucción de la naturaleza en diversas áreas del país –la rápida aprobación del TPP-11 es una manifestación de tal fenómeno—. Por supuesto, todo este proceso ha ido de la mano con el aumento del costo de la vida en la mayoría de los países integrados en el mercado capitalista global, y este proceso no se detendrá (a lo sumo podría estancarse o retroceder en alguna región de manera temporal) porque sus causas profundas se hunden en el agotamiento de la sustancia del capital a nivel global —la combustión corporal de energía humana medida en tiempo en el proceso de producción de mercancías—, y el actual conflicto global que se libra en las periferias del sistema mundial y, ahora, en Ucrania, responde a un intento desesperado de las potencias capitalistas centrales para salvar sus economías a costas de la destrucción de las periferias y la devastación acelerada de la naturaleza.
Por consiguiente, las causas profundas de la erupción revolucionaria de octubre de 2019 no solo permanecen, sino que además se han agravado a escala local y global.
Sin embargo, si no se desarrolla una visión crítica del proceso, permanece en la incomprensión el hecho de que la revuelta haya sido detonada por el alza de 30 pesos en el pasaje del transporte público y, hoy, que todo ha subido de precio de una manera mucho más drástica, las masas hayan pasado hacia una pasividad que se mezcla con tintes de neofascismo, aporofobia, violencia exacerbada y psicosis colectiva. Y es que en la historia real las cosas son mucho más complejas de lo que creen los marxistas tradicionales –incluidas sus variantes más pretendidamente radicales—; el encarecimiento de los costos de vida, el calentamiento global y la amenaza de una guerra mundial no necesariamente serán los elementos detonantes de un “comunismo de desastres”[4] –aunque no niego el surgimiento de comunidades y proyectos de transformación radical en el marco de este proceso de crisis—, sino que podrían ser, y están siendo, elementos que estructuran nuevas formas de perpetuación y reforzamiento del capitalismo en medio de su crisis fundamental.
En Chile, de hecho, se resumen perfectamente todas las contradicciones de tal proceso. Hace algunos días vi un reel en Instagram que mostraba la evolución de “Plaza Dignidad” desde octubre de 2019 en adelante, una evolución que va desde el vulgar decorado urbano de una urbe capitalista hasta un área casi desértica. Curiosamente, solamente los sectores más reaccionarios –y el público en general— han tomado acta de este suceso, señalando una supuesta naturaleza meramente destructiva de la revuelta. Sin embargo, aunque la reacción ponga lo verdadero al servicio de lo falso –como señaló alguna vez Theodor Adorno—, no deja de ser sintomático el hecho de que, salvo excepciones, la revuelta fue incapaz de pasar hacia un momento afirmativo de construcción activa de nuevas relaciones sociales. El desierto en que se ha convertido el epicentro de la liturgia post-revuelta, simboliza la ausencia de una propuesta concreta más allá de la necesaria destrucción del orden existente —el denominado “Jardín de la Resistencia” es, sin embargo, una excepción que simboliza justamente la posibilidad latente de emancipación en el movimiento de subversión difusa que estalló en 2019—. De alguna manera, hasta la persona más carente de reflexión acerca del proceso puede dar cuenta de esa ausencia, puesto que hoy es común escuchar que después de tres años de la revuelta estamos peor que antes de octubre de 2019. Empero, es porque la dimensión negativa de la revuelta fue incapaz de trascender a un momento afirmativo autónomo, esto es, a la extensión de la gratuidad en actos y un nuevo uso del tiempo, que quedó confinada en una posición reactiva que iba a los ritmos y tiempos fijados por la agenda institucional, es decir, por el programa político de las clases dominantes y, a fortiori, del movimiento de reproducción ampliada del capital al interior de las fronteras chilenas.
La revuelta fue incapaz, y esto es lo que requiere una explicación profunda, de conservar la ruptura con el tiempo abstracto y cosificado de las mercancías que logró durante las primeras semanas de su despliegue –el momento del estallido mismo de la revuelta es el momento paradigmático de esta ruptura en masa con el tiempo del capital[5]—; más bien fue derivando desde una violencia genuinamente revolucionaria que suspendía la socialización mercantil —y esto requiere, entonces, una reconceptualización crítica del concepto mismo de violencia revolucionaria—, hacia una dinámica cada vez más en línea con los tiempos de la producción y el trabajo. Es decir, terminó por prevalecer su dimensión, su mítica restauradora del orden dominante: esa fue su derrota. Por tal razón, el actual gobierno de Boric es la mejor expresión de la debilidad interna de la revuelta, puesto que ayer era escupido en la calle y hoy es el presidente de la nación y la cabeza dirigente del entierro práctico e histórico de la revuelta, puesto que a diferencia de sus incautos e ilusos votantes “antifascistas” él no va a olvidar la humillación sufrida, ni escatimará esfuerzos –esto ya lo ha demostrado en la práctica— para evitar que alguna vez se vuelva a repetir una insurrección similar.
Con respecto a esto último, hoy la restauración capitalista en curso se funda en la absorción del contenido negativo de la revuelta, de la conversión del impulso anticapitalista espontáneo e inconsciente de las masas en impulso procapitalista.
La forma de equivalente general que adquiere, por tanto, dicha conversión del impulso emancipador en impulso funcional al orden capitalista, se articula en torno a la nación como delirio social compartido –expresión de la forma valor en la conciencia— que agrupa en su atomización a los sujetos mercantiles y que aparece como expresión del interés universal. De ahí, entre otros factores, la victoria aplastante del Rechazo sobre la opción Apruebo el pasado 4 de septiembre, en la medida en que las masas optaron por mantener la estructura institucional de la producción capitalista heredada de la dictadura –y modernizada por los gobiernos de su continuidad democrática—, ante la posibilidad sentida de un derrumbe económico y social de la nación producto de la aprobación de una nueva constitución.
En cuanto a esto, el derrumbe del Apruebo en las elecciones no pudo ser sino una fuente de la abundancia para la proliferación de interpretaciones deformadas de la realidad, escritas y voceadas a los cuatros vientos por intelectuales académicos, periodistas de la industria de la cultura, militantes de partidos, entre otros diversos portavoces del Partido del Orden. Paradójicamente, en esta aprehensión deformada de la realidad histórica, tanto la izquierda como la derecha política encuentran en el otro reflejada su verdad esencial: la izquierda progresista, sacando a la luz toda su naturaleza autoritaria y su afinidad con las formas específicamente capitalistas de pensamiento, ve en la victoria del Rechazo el aumento del “fascismo” en las masas empobrecidas y precarizadas que constituyen la población sobrante del capitalismo avanzado tardío. Así, según esta lógica irracional, si estas personas votaron en masa por el Rechazo fue precisamente por merced de su pobreza, ignorancia, estupidez, carencia de pensamiento crítico ante las fake news, egoísmo e, incluso, por una falta de empatía que se debería a su ciego individualismo neoliberal. Por supuesto, esto no constituye más que una proyección de todas las miserias que articulan la cohesión interna del mundo de la izquierda, que ve reflejada en las masas sus propias características fundamentales. Por otro lado, y de manera idéntica, desde el campo político de la derecha realmente existente —no esa que es falsamente proyectada en las masas—, se ha comprendido el triunfo del Rechazo como una expresión de la adhesión de la “mayoría silenciosa” con los postulados ideológicos de este sector de la elite. De este modo, las dos corrientes más grandes de la dominación política y económica actual coinciden en lo esencial, pese a la falsa apariencia de oposición espectacular entre ambas.
Ahora bien, tal hecho define de manera negativa la esfera de la reproducción social y económica como el lugar a partir del cual hoy se estructura el entramado de represión y reestructuración capitalista post-revuelta, así como el terreno desde el cual se puede producir una subversión radical del proceso en su conjunto. Comprender tal proceso desde la perspectiva de un concepto acrítico de lucha de clases[6], en nada aportará a la resolución práctica del problema, puesto que la descomposición empírica del capital global y su reconfiguración en curso está disolviendo con rapidez las antiguas formas de comprensión ya arcaicas del movimiento real de la totalidad social.
En efecto, la composición social del capitalismo de crisis en el Chile actual implica un cambio en las condiciones históricas que requiere ser comprendido crítica y radicalmente, puesto que quienes evaden esa tarea terminarán peleando con fantasmas, agitando ilusiones y sirviendo, en la práctica, al fortalecimiento de la dominación capitalista.
En tal sentido, la primera tarea que se impone a las fuerzas emancipadoras que anidan en el seno de este proceso, es comprender profundamente el contenido negativo, superador y tendiente hacia la emancipación, realmente existente en la revuelta, aprehendiendo su forma de manifestación concreta como una tensión contradictoria en actos entre el agravamiento de la barbarie y la posibilidad de hacer emerger desde la praxis social misma de las masas una otra forma de vida y reproducción de la sociedad. Quienes no funden su praxis en el hecho de que la revuelta fue derrotada porque en su propio movimiento contradictorio estaba planteado el suelo nutricio para su derrota por la contrarrevolución hoy triunfante, no harán otra cosa que servir a la represión del impulso emancipador surgido en octubre de 2019, incluso si con ello creen que están sirviendo a la expansión de la insurrección social.
La revuelta ha sido derrotada, es cierto, pero su gran victoria fue su existencia misma en actos, y las formas de subversión radical que surgieron en su despliegue contradictorio, podrían ser en el futuro el arma más poderosa al servicio de la emancipación social. De acuerdo con esta determinación, mientras el anticapitalismo se articule en torno a consignas reactivas como “No al TPP-11”, etc., esto es, mientras sea incapaz de proponer una alternativa de superación concreta del modo de producción capitalista, permanecerá en el terreno del enemigo. En cuanto a Boric, que hoy agita los reclamos desilusionados de nuestros antifascistas nacionales, a él no habría que reprocharle ser un traidor de la revuelta, porque siempre asumió consciente y explícitamente el papel de ser su sepulturero. Por el contrario, a la renovación socialdemócrata que su persona representa a cabalidad, habría que reprocharle lo siguiente: ustedes traicionaron a la humanidad.
Pablo Jiménez Cea *
[1] A este respecto, hemos escrito anteriormente La revuelta social en Chile y la crisis de valorización del capitalismo mundial en Actuel Marx N°29 (2021).
[2] Con respecto a su análisis acerca del movimiento de la revuelta a tres años del 18 de octubre, véase: “La dialéctica en suspenso. Revolución y contrarrevolución en Chile, a tres años del «Estallido Social»”. Pueden leerse libremente en estos enlaces: Parte 1 – Parte2
Acerca de su análisis sobre la nueva derecha y el posfascismo en Chile, véase ¿Patria o Caos? El archipiélago del posfascismo y la nueva derecha en Chile” (Editorial Tempestades, 2021)
[3] En la primera parte de su texto “La dialéctica en suspenso…” Julio Cortés realiza una aguda revisión acerca de la revuelta en la literatura, destacando una serie de textos que abordan –desde la ultraizquierda a la ultraderecha del espectro político— el proceso de insurrección social en Chile.
[4] Véase: https://frenodeemergencia.org/2022/10/27/comunismo-de-desastre-out-of-the-woods/
[5] Para una profundización de este argumento, véase Revuelta en la región chilena: un balance histórico-crítico.
[6] Acerca de un concepto crítico de lucha de clases, véase Tiempo, trabajo y dominación social: una reinterpretación de la teoría crítica de Marx de Moishe Postone (Marcial Pons: 2006). No se trata de que la lucha de clases no exista, más bien el problema reside en que está estructurada por, e integrada en, la reproducción social capitalista. Romper con tal entramado de dominación, implica una crítica práctica de sus estructuras fundamentales y, por tanto, de las formas fetichistas de praxis social que permiten su perpetuación histórica.
* El ciudadano, 5 de noviembre de 2022.