Soy anarquista, no soy feminista porque percibo el feminismo como un retroceso sectorial y victimista, nunca he hecho discriminación de género aunque no utilizo convenciones lingüísticas gender-friendly, por el contrario utilizo a menudo un lenguaje grosero y políticamente incorrecto. Considero que en la aspiración a la anarquía, es decir en la práctica de relaciones antiautoritarias, está ya contenida y ha de ser cultivada la anulación de los privilegios y opresión de género. Ah, se me olvidaba, detesto la autoconsciencia en sede pública y asimismo considero las asambleas un instrumento romo. Entiendo y tengo la voluntad de encuentro, pero veo como demasiado a menudo el momento asambleario decae en la autorrepresentación estéril. Ahí lo tenemos, en estos tiempos se arriesga deber abrir con un preámbulo como éste para meterse en el jardín de los lugares comunes sobre género y feminismo, desenmarañándose en la enmarañadísima incapacidad e ineptitud para relacionarse en la nebulosa anarquista, con una variabilidad de comportamientos que va desde la hiperemotividad al burocrático cálculo de la posición a asumir (y del nivel de acuerdo negociable) en una lucha. No creo que comportamientos autoritarios y sexistas se combatan tratando de difundir nuevas convenciones lingüísticas y recalentando en salsa alternativa cachitos de retórica indignada mainstream (entre #niunamenos, contadores de feminicidios en tv, el orgullo, zapatitos rojos y bandas arco iris).
Más bien sería necesario reconocer éstos como indicios de la enésima operación en marcha de deconstrucción de los significados reales y de recuperación. O sea, creyendo oponérseles, de hecho se está adaptando a los mismos códigos comportamentales y normativos concedidos por el dominio como válvulas de escape de la tensión.
No es ninguna novedad que el poder económico y político tiende a fagocitar y redigerirlo todo, cada vez más rápido, véase por ejemplo las perlas de neoconservadurismo y conformismo antisexista, antirracista y todo el resto que a diario son regaladas con generosidad por los medios.
Un malentendido inicial creo que es la incapacidad de situar determinados comportamientos, reduciendo a clave de problemas de género cuanto debería ser proprio de una más amplia crítica en sentido antiautoritario de las relaciones y de la capacidad de comunicación e interacción entre individuos.
Sería necesario dejar las categorizaciones por géneros, tipo LGTBI (XYZ…) a quien siente la necesidad de ser categoría protegida, dentro de encasillamientos dignos más de una clasificación linneana de las variedades de combinaciones entre individuos que de cuerpos y mentes libres. Nos hallamos sin embargo teniéndonos que confrontar con tales encasillamientos en ámbitos antiautoritarios, que deberían haber interiorizado ya el rechazarlos.
Vaya como inciso que estoy bien lejos de pensar que los denominados espacios liberados lo sean realmente siempre, por el contrario a menudo se convierten en aparcamientos de malestares diversos que en lugar de elevar la calidad de vida y de relaciones arriesgan bajarla aún más.
Por ejemplo no es posible leer en clave de sexismo, imposición autoritaria o violencia de género toda incapacidad de interactuar precisamente en el ámbito asambleario: leo en un folleto(1) en circulación el año pasado, para estigmatizar la violencia latente en las relaciones entre compañeros “entonces el más viejo ejercita poder sobre el más joven, quien tiene más experiencia se impone a quien tiene menos, quien es más fuerte a quien lo es menos, recreando en un espejo las relaciones del existente que se dice querer subvertir”.
La crítica pretendía ser a actitudes autoritarias en ambientes antiautoritarios y tendría un sentido, pero así banaliza y lo aplana todo: existe una diferencia fundamental entre imposición de la fuerza y expresión de la experiencia. La incapacidad de expresarse o de hacer no es autoritaria o antiautoritaria y no puede más que resolverse individualmente… si no se llega al idiotismo del elogio a la incapacidad y a la inacción.
El concepto de violencia emotiva o de violación de la integridad emocional es como mínimo lábil, ¿por qué promover semejante análisis de pacotilla entre individuos antiautoritarios que deberían tener armas críticas y capacidad práctica de intervención mucho más punzantes?Además vaciando de significado la violencia súbita y brutal con la que se equipara. ¿Cómo pretendemos comprometernos en una lucha sin cuartel contra la autoridad y disertar sobre violencia revolucionaria y liberadora si no alcanzamos siquiera a reaccionar individualmente a un “comentario no demandado por la calle” (tomándolo por lo que es. Y tratando consecuentemente a quien lo ha proferido) o a sostener una discusión acalorada, en un encuentro, sin recurrir al pretexto de la sensibilidad mancillada? ¿Por qué tenemos que vernos leyendo la desconcertante y palmaria idiotez que aconseja, para evitar un aborto no deseado, hacer el amor con una mujer(2)? ¿Por qué codificar preferiblemente en ámbito de género, para “bandas de mujeres” sólo, como conquista, la autodefensa frente a agresiones y molestias? ¿No es acaso un problema común a los géneros, entre seres liberados?
¿Por qué desempolvar del armario del feminismo de los años 70 sus productos más ajados como el de los encuentros separados… llamándolos incluso work-shop/Taller (feísimo término que conjuga trabajo y negocio, tomado de las convenciones empresariales e indigno de la libre discusión)?
El espectro de un mecanismo reductivista y banalizante similar lo leo en otra publicación reciente, la edición italiana de los textos reivindicados por las Rote Zora(3), o sea el intento de sensibilizar sólo a un público feminista sobre un grupo de mujeres practicantes de la lucha armada en los años 80/90 en Alemania, de fortísimo interés en algunas temáticas feministas, insistiendo en la opción de género como una discriminante privilegiada y para sacarlas del olvido… visto que no se querría “que entre a formar parte de la historia oficial. Aquella escrita por los hombres”(4)…¿Cómooohh?!? ¿No será que la historiografía oficial tiende a no tratarlas por furiosas, no feministas furiosas? ¿Del mismo modo que no trata o tergiversa la historia, las acciones, los escritos de tantos otros furiosos y furiosas? La visión parcial no es de las Rote Zora, que experimentaron un recorrido propio de lucha y liberación individual y colectiva en el ámbito de una más amplia acción antiimperialista y anticapitalista, sino de quien trata de hacer de ellas una bandera para dar mayor credibilidad y peso específico a su propia teorización, encima para reducirse después a buscar “trayectos de autodefensa”.
¿Por qué enrocarse en un discurso “feminista y lésbico”(5), por qué otra jaula protectora, en vez de desarrollar la belleza y los infinitos principios más avanzados de crítica al dominio (no sólo de género) ofrecidos y experimentados?
La”sororidad” me ha parecido siempre una forma de alienación alusiva a alianzas políticas trasversales entre oprimidos y opresores, entre bandos adversos… “interclasistas”, como se ha vuelto de moda llamarlas. En estos días me ha llegado también un librito(6) que recogía las entrevistas efectuadas por una feminista italiana a unas supervivientes de la revolución española de 1936, buscando una discutible “sororidad” entre anarquistas implicadas en el frente (y en la retaguardia con Mujeres Libres), poumistas y estalinistas. Era sin embargo significativo que las revolucionarias anarquistas casi centenarias fuesen mucho más lúcidas y abiertas en la crítica a los límites del feminismo que su entrevistadora, empapada de los lugares comunes de los años 70: con la tranquilidad extrema de una vida vivida plenamente, conseguían explicar con sencillez la relación paritaria entre compañeras y compañeros, cómo consiguieron ridiculizar y neutralizar los machismos que emergían de entre los más retrógados y estúpidos de entre sus compañeros. En definitiva las prácticas y la aportación teórica de estas mujeres son mucho más avanzadas en el camino de liberación del individuo y en la negación de dinámicas autoritarias que las de las feministas que picotean sobre sus experiencias, defendiendo simulacros de lucha en vez de la propia lucha. La necesidad de autos de fe, la “deconstrucción de los privilegios propios del macho”, la búsqueda de espacios de discusión separados, la autoconsciencia y autoanálisis en sede publica parecen un tanto demasiado el signo de estos tiempos de sobreexposición e inconsistencia, abanderar “luchas” por categorías y luchas interiores para acabar por no luchar por nada.
Anna Beniamino, cárcel de mujeres de Rebibbia, octubre 2018
Notas:
(1) Violenza di genere in ambienti antiautoritari ed in spazi liberati. Edición italiana traducida del español en 2017
(2) Critica all’aborto, Jauria, Pubblicazione transfemminista per la liberazione animale, n.º 1, verano/otoño 2015
(3) Rote Zora – guerriglia urbana femminista, Autoproduzione Femminista, 2018
(4) De la introducción del mismo libro
(5) Que entre otras cosas las propias Rote Zora no consideraban caracterizador. De la entrevista a las Rote Zora de 1984: “Algunas de nosotras tienen hijos, muchas otras no. Unas son lesbianas, a otras les gustan los hombres” pág 51, ibídem
(6) Donne contro, Isabella Lorusso, de. CSA editrice, 2013
Recientemente se ha dictado la sentencia por el caso Scripta Manent. A la autora de este texto Anna Beniamino, le han caído 17 años. A Alfredo y Nicola, que ya estaban cumpliendo pena por la acción contra el consejero delegado Adinolfi, 20 y 9 años respectivamente. A Marco y Sandrone 5 años por cabeza. Los otros 18 imputados han sido absueltos. Hay un tenue hilo de esperanza en el recurso presentado a instancias superiores. NdT
Aunque este artículo fue escrito en esa cárcel romana de Rebibbia las noticias más recientes sitúan a Anna (y a Silvia y Agnese, en prisión por otros sumarios) en una sección de máxima seguridad de L’Aquila, sometidas a un régimen especialmente duro. Allí sólo pueden verse una hora al día. NdT
Fuente: VETRIOLO, giornale anarchico.
En castellano: Publicación Refractario