Stavros Stavrides

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La libertad es un lema que circula por todo el mundo para indicar lo que se presenta como un ideal indiscutible. Sin embargo, lo que generalmente se da a entender –o incluso se afirma directamente en la retórica dominante– es que la libertad es una tarea individual, una necesidad individual y, por lo tanto, un logro individual. Libertad para elegir en lugar de libertad para ser, libertad para comprar en lugar de libertad para criticar. La libertad individual e individualizada es la libertad de construir una identidad individual siempre que esta construcción utilice lo que se ajusta al mercado capitalista. De este modo, la libertad se reduce al gusto tal y como está determinado por las tendencias predominantes (tanto en las opiniones como en la ropa o la comida).

Sin embargo, la libertad siempre ha sido una demanda colectiva de los oprimidos. La demanda de vivir en común de acuerdo a las decisiones determinadas por las comunidades en lucha. Las comunidades indígenas han estado exigiendo la libertad de percibir el mundo y vivir en él de maneras diferentes al canon occidental. Los colectivos del movimiento de personas sin techo han estado exigiendo la libertad de vivir en casas decentes dentro de barrios solidarios. Las comunidades de fábricas recuperadas vienen practicando la libertad de autogestión colectiva en la producción de bienes, la cultura y la ayuda mutua.

Como nos han hecho comprender los zapatistas, trabajamos por la libertad no simplemente para que la disfrutemos nosotros sino para que las generaciones venideras puedan reconocerla. En un comunicado de noviembre de 2023, el Subcomandante Insurgente Moisés nos pide luchar por la libertad de una niña que nacerá dentro de ciento veinte años: se le debe dar la oportunidad de decidir libremente y ser responsable de sus elecciones. Pero esta niña no es retratada como un actor individual, sino que representa la figura ética emblemática de una futura sociedad de iguales: libre albedrío pero con un sentimiento de responsabilidad hacia la sociedad y la naturaleza. Y este sentimiento sólo puede desarrollarse en común. Por lo tanto, ejercer la libertad significa configurarse como un coproductor activo de la sociedad emancipadora. No olvidemos que la palabra emancipación tiene sus raíces etimológicas en una acción: significa que un joven se libera de la autoridad y la custodia de sus padres. Por tanto, la emancipación no es simplemente la liberación es, sobre todo, correr el riesgo de salir de la seguridad que proporciona la protección de una determinada autoridad. Sabemos muy bien que este tipo de protección es a menudo ilusoria y, en la mayoría de los casos, resultado de un chantaje. Las autoridades predominantes pretenden que creamos que no podemos vivir sin aceptar sus términos y estos términos nos someten a las decisiones de algunos pocos y poderosos. Nuestra libertad es sacrificada por su libertad.

Probablemente hoy, más que nunca, las luchas colectivas por la emancipación social necesiten visualizar el futuro de manera no abstracta. La niña que nacerá dentro de ciento veinte años es la concreción de la humanidad venidera. Viva, real, llena de sueños y aspiraciones, ¡hasta tiene nombre! Por ella y por todos los de su generación es necesario luchar por la libertad colectiva aquí y ahora. Porque las potencialidades futuras están siendo elaboradas por personas que viven en el presente. Exactamente de la misma manera que los agricultores plantan olivos en mi país, Grecia, sabiendo que esos árboles producirán aceitunas sólo después de muchos años, para la próxima generación. Sólo si somos libres para poder imaginar una niña, cualquier niña, que nazca libre dentro de más de un siglo,  podremos vivir el futuro en nuestro tiempo. Para ser libres necesitamos trascender lo que nos impide liberar el futuro, lo que nos impide vernos libres de los cercos identitarios que atrapan el futuro en la eterna repetición del presente capitalista. Para ser libres necesitamos hacer de la libertad colectiva una experiencia, un sueño, una posibilidad.

Original en inglés. Traducción: María Florencia Mazzocchi