Nunca estuviste tan viva como ahora”, apunta la voz en off del filósofo convertido en cineasta Paul B. Preciado. Se trata de una apelación a la figura de Virginia Woolf, quien, en su novela Orlando, imaginó a un personaje que atravesaba el tiempo y el género, invocando la idea de la transición de sexo mucho antes de que los feminismos pusieran en cuestión el binarismo y de que el movimiento trans tuviera lugar. Que Preciado haya hecho una película a partir del texto de Woolf es una de esas armonías que a veces se producen en el universo. En Un apartamento en Urano. Crónicas del cruce (2019), Preciado escribía: “Leo el diario que Virginia Woolf escribió entre 1927 y 1928, mientras trabajaba en la redacción de Orlando. Entender cómo construye narrativamente a Orlando me ayuda a pensar en la fabricación de Paul. ¿Qué ocurre con el relato de una vida cuando es posible modificar el sexo del personaje principal?”.

El texto de Woolf está intrínsecamente ligado a la biografía de Preciado, pero en su película, el director va más allá: Preciado es Orlando, y Orlando es también el nombre de una veintena de personas trans que elaboran sus discursos y hacen suyo el texto de Woolf. En manos del filósofo y cineasta, Orlando ya no solo atraviesa el tiempo y el género, sino también las historias de diversas personas trans. En este sentido, Orlando, ma biographie politique retoma la representación del yo como fenómeno plural, un gesto que atraviesa el cine feminista desde las obras primerizas de Chantal Akerman hasta las creaciones de Miranda July. Al mostrar el propio cuerpo, la propia voz e incluso la propia experiencia, Preciado se desmarca de la concepción del hecho biográfico como algo puramente individual, y se decanta por dar forma a una idea de lo colectivo.

 

 

Orlando, ma biographie politique no es únicamente la biografía de Preciado. Este debut en la dirección fílmica es exactamente lo que una podía imaginar al pensar en la reunión entre los universos de Woolf y Preciado. Recuerdo aquellas palabras de Un viaje en Urano y también las que venían a continuación, en las que el filósofo mostraba su desencuentro con la Virginia Woolf de los Diarios, a la que acusaba de mostrarse por momentos más preocupada por sus sombreros que por las desigualdades sociales que había a su alrededor. En Orlando…, Preciado pone en su justo lugar la novela de Woolf, una genialidad tremendamente avanzada a su tiempo. No rehúye, sin embargo, ciertas discrepancias: Woolf, viene a decir Preciado, hace que su Orlando sea un aristócrata inglés. Nada que ver, dice Preciado, con el hijo de una costurera en un pequeño lugar de España.

Resulta especialmente fascinante escuchar a Preciado advertir cómo Woolf “olvidó” la confrontación con la psiquiatría. En uno de los episodios centrales de la película, los distintos personajes acuden a la consulta de un médico, son sometidos a tratamientos de testosterona y acaban en la mesa de operaciones. Así es como Preciado trasciende a Woolf. En Testo yonqui (2008), el filósofo narraba su experiencia con la testosterona sintética y desarrollaba una teoría a caballo entre el capitalismo contemporáneo y lo que él definía como un régimen “farmacopornográfico”. En este libro, Preciado se movía con habilidad entre el discurso político y social, entre el análisis de la composición química de la testosterona y su historia personal. Esta multiplicidad de enfoques vuelve a aflorar en Orlando, ma biographie politique, una película inspirada en Woolf, pero plenamente gobernada por Preciado. Es el propio director quien firma la letra de Pharmacoliberation, una canción de ritmo frenético que desata estéticamente la parte del film dedicada a las hormonas. Y es que Orlando… no se limita a construir discurso teórico a través de palabras e ideas, sino que también busca un rozamiento lúdico con los cuerpos, un tema central en la obra de Preciado.

 

 

Que, en un momento de la película, uno de los personajes llore la muerte de Godard no es fruto únicamente de la coincidencia histórica. Orlando, ma biographie politique bebe de Woolf, es muy Preciado, y tiene algo de Godard, desde que al comienzo de la película se juega con las letras del título. No es algo frecuente ver reconocido el vínculo entre el radicalismo de Godard y el cine transfeminista. La puesta en escena de Preciado deconstruye los códigos propios del cine, desde el personaje al decorado. Además, de fondo, suena de forma constante otra nota godardiana: la de la poesía. Hay una idea muy bella: la del encuentro entre la poesía y la concepción trans del género. La poesía le da continuamente al lenguaje un uso que no es el habitual. En Machado, por ejemplo, el sol de verano es “una trompeta gigante”, los limones son “frutos de oro”. Por su parte, en una concepción no binaria del género, los términos “hombre” o “mujer” perderían el valor definido que la sociedad insiste en otorgarles.

En el Orlando de Sally Potter, quizá lo más interesante era la presencia de una actriz profundamente contemporánea. Era 1992 y Tilda Swinton encarnaba a aquel noble que vivía a lo largo de siglos, y que despertaba un día y era una mujer. Si Swinton es una de las actrices más importantes de nuestro tiempo es porque encarna como pocas la fluidez de género. Si, en el Orlando de Potter, la figura de Swinton era central, en el de Preciado, los rostros y las presencias son muchas y variadas. Las palabras del filósofo y de la veintena de otras personas que exponen sus testimonios (y encarnan a Orlando) se entremezclan con pasajes de la novela. Toda voz es la congregación de tantas otras: he aquí uno de los gestos políticos de la película. El otro está en los testimonios que explican su voluntad de situarse en un lugar intermedio, que no sea ni el de hombre ni el de mujer. “No soy un chico, soy un chico trans”, o “no soy una mujer, soy una mujer trans”, afirman.

En el pasaje central de la novela, Woolf escribe: “Orlando se había convertido en mujer, no es posible negarlo. Pero en todos los demás aspectos Orlando seguía siendo exactamente el mismo. El cambio de sexo, aunque alteraba su futuro, no alteraba en nada su identidad”. No hace falta realzar ni la vigencia ni la radicalidad de una obra como esta. Es por estas palabras, grabadas en nuestra memoria, que Orlando, la novela, atraviesa también el tiempo, anticipando en 1928 una de las cuestiones centrales de nuestra época.