Josep Rafanell i Orra

No es posible escribir algo verdaderamente consecuente en torno a los crímenes de masas que está cometiendo Israel en Gaza y, desde hace unos meses, en el Líbano, sin un trabajo genealógico para caracterizar el presente. Pero es indispensable decir de entrada, y sin ambigüedades, considerando el clima de desinformación en el que vivimos, el sentimiento de asombro horrorizado que inspira la política de destrucción del Estado fascista de Israel. Estamos asistiendo no solamente a un genocidio en marcha, sino también a un «urbanicidio», a un «ecocidio» y a un «memoricidio» simultáneamente. Es decir, somos testigos de una empresa metódica de aniquilación de los seres humanos, de otros seres no humanos, de la posibilidad de habitar la tierra, impidiendo incluso la posibilidad de desarrollar auto-subsistencias en el seno de las comunidades durante decenios y, en fin, de la destrucción de la memoria de los lugares.
Dicho esto como preludio, y para contribuir a una reflexión colectiva, propongo unos cuantas pistas de reflexión que se concluirán con las resonancias en Francia del proceso de genocidio en curso. Respecto a estas ultimas, digamos de entrada que se entremezclan de una parte la complicidad del Estado francés y de la mayoría de los partidos políticos, de los medios mainstream, con la barbarie israelí, y de otra parte una reacción identitaria en los espacios de extrema izquierda y antifascistas, acarreando una visión binaria tóxica a partir de una matriz anti-imperialista envejecida, heredada de los años 70.


Para empezar, la barbarie israelí puede subsumirse en lo que podríamos llamar liberal-fascismo. En cierto sentido, quizá Israel sea la punta de lanza de un fascismo caótico de un nuevo tipo en curso de globalización.
El «caso» israelí tiene la particularidad de poner en escena el declive irreversible de la pretendida legitimidad de lo que se ha podido autodenominar “Occidente”. Sus justificaciones históricas, sostenidas por su pretendida superioridad moral asentada en la tradición de las democracias liberales, se están derrumbando con la extensión de formas de tipo fascista de poder, de las cuales la reelección de Trump es el ejemplo canónico.

Si Israel es, en cierto sentido, un apéndice de los Estados Unidos, es porque pretende ser el único ejemplo de democracia formal y de Estado de derecho en medio de las geografías despóticas árabes o persas (se trate de teocracias o de los vestigios del antiguo alineamiento laico que surgió de las luchas de independencia en Oriente Medio). Y esto a pesar —y solo en apariencia, paradójicamente— del régimen de apartheid israelí surgido de su historia colonial. Como ya se sabe, Israel no sería nada sin el apoyo indefectible de todos los estados que se reivindican de valores democráticos, parlamentarios y liberales y de la instituciones formales de derecho. Y es así que puede sobrevivir gracias a la inyección masiva de armamento estadounidense (en este sentido, se debe hablar en Gaza de genocidio americano-israelí). Pero Israel es también un Estado donde la economía actual progresivamente se está convirtiendo en un campo de ruinas, y su sociedad en un magma de descomposición moral que quizá anuncia su implosión en las próximas décadas. En esto también ejemplifica las situaciones de EEUU y de otros países del capitalismo «avanzado».


Entonces, para volver a la cuestión del liberal-fascismo, ¿En qué sentido Israel es un ejemplo particularmente ilustrativo?
En Israel se conjugan, como en otras partes del mundo, una atomización que se constituye en masa, particularmente favorecida por las redes sociales (procesos de des-territorialización), y (como también en otras partes del mundo, pero con una rara intensidad), una re-territorialización identitaria fundada en la arkhé judía religiosa delirante: re-interpretación de la historia del judaísmo, sus raíces en una tierra mítica de los orígenes (el Eretz Israel), inscrita en el linaje de un sionismo del cual habría que trazar las variantes genealógicas.
¿Qué hay de común entre el sionismo denominado «cultural», anarquizante, de Gershom Scholem y de Martin Buber en los años precedentes a la Segunda Guerra Mundial y el proto-fascismo sionista de Vladimir Jabotinsky? Prácticamente nada, a excepción de la experiencia de la singularidad judía arraigada en las persecuciones, pogromos y masacres de los cuales la Shoah, la empresa nazi de aniquilación total, con la participación de otros regímenes colaboracionistas europeos, fue el momento de apoteosis. Pero lo que hay de común, sin embargo, fue el nacimiento, aceptado por todos, de un Estado territorializado en la tierra Palestina, más o menos laico y socializante, más o menos, o furiosamente, religioso.
Como ya es sabido, en el proyecto sionista había al menos dos visiones: una que aspiraba a dar un refugio a los judíos víctimas de una historia secular de segregación y de violencias, a partir de la cohabitación con los árabes palestinos. Y otra que tenía desde el principio una visión colonial de acaparamiento de las tierras y de expulsión de las poblaciones no judías. Fue la segunda que se impuso a partir del nacimiento mismo de un Estado judío fundado en la violencia, y prolongada en una lógica de expulsión, de ocupación y de apartheid.


Pero al mismo tiempo se tendría que hacer un trabajo genealógico del islamismo político en sus diversas variantes, y que en Palestina ha remplazado la resistencia laica «socializante» en su lucha contra la colonización (cuyo último avatar fue la constitución de la llamada Autoridad palestina como supletorio corrupto de las fuerzas de ocupación israelís).
En estas breves notas no es posible llevar a cabo esta arqueología política, inseparable de su parte religiosa, que nos llevaría a examinar la larga historia de concurrencias imperiales en el interior de las geografías del antiguo Islam. Se tendría que mencionar también, la incidencia en nuestra época contemporánea, del «modernismo» árabe autoritario, surgido en el marco de los movimientos de descolonización, inseparables de la guerra fría y de la polarización instrumental operada por la URSS y los EE UU. Tendríamos también que hacer un retorno hacia los diversos proyectos de organizaciones políticas religiosas, concluyéndose en nuevos Estados teocráticos, entremezclada con una larga historia cismática y de conflictos intra-religiosos y a menudo de apocalipsis. Y, en fin, se tendrían que mencionar las formas de colusión de los poderes surgidos de la descolonización formal con los antiguos colonizadores europeos, y más tarde las formas de imperialismo norteamericano1.

No se busca, con lo que precede, crear artificialmente una simetría entre dos fundamentalismos, el del mesianismo judío y el del integrismo musulmán. Pero es imposible no interrogarnos: más allá de la asimetría entre la potencia militar israelí, casi integralmente dependiente de los EEUU, y la del Hamás o del Hezbolá, es difícil no cuestionar el contenido apocalíptico de la resistencia islámica inscrita en una historia plural de la resistencia palestina. ¿Podía el Hamás ignorar el estado de fascistización del gobierno y de la sociedad israelí cuando cometieron las masacres del 7 de octubre? ¿Qué lógica en términos de estrategia política había en este gesto? ¿La camarilla de jefes del Hamas y del Jihad Islámico no eran conscientes de sacrificar al pueblo palestino que pretenden representar? Parece difícil pensar que no supieran de qué atrocidades completamente desinhibidas era capaz el gobierno de Israel, presidido por el corrupto Netanyahou y compuesto de supremacistas fascistas mesiánicos. Podemos hacer la hipótesis de que había, en el proyecto del 7 octubre, una tentativa de destronar la legitimidad de la Autoridad palestina, de afirmarse como la única fuerza de resistencia respecto a la brutalidad de la colonización israelí y de sus prácticas de apartheid2. Pero creo que no se tiene que subestimar el hecho que hay un fondo de culto a la muerte en muchas formaciones y fracciones del islamismo político con un fondo de esencialización del islam.

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Pero retornemos a la cuestión del liberal-fascismo y a su encarnación singular en el Estado de Israel.
Con el liberal-fascismo, como hemos ya dicho, ya no se trata de la masa en fusión del fascismo histórico sometida a la representación de un jefe supremo, sino más bien de masas de atomizados: individualización auto-referencial, sumisión al hipnotismo de la mercancía y a una semiótica que instituye el ser-por-sí y en-sí que tiene como correlato la destrucción del sentimiento de comunidad y sus economías morales, salvo cuando la comunidad se refunda en una producción de identidad que es exclusión de la diferencia. Quiero decir que existe, probablemente, una correlación lógica, un movimiento oscilatorio o de báscula, entre la atomización del mundo del valor (y del valor de sí-mismo en el mercado de las individualidades conectadas) y la reconstitución de la comunidad a partir de una identidad fantasmagórica homogeneizante, desembarazada de toda heterogeneidad, de todo lo que podría hacerla diferir: neutralización y destrucción de la diferencia como principio y fundamento de la existencia social. Entonces, la diferencia se vuelve un peligro existencial. Y la sociedad se convierte en una maquinaria paranoica que rastrea permanentemente todos los signos de extranjería3.

Si nos referimos a la sociedad israelí, podemos subrayar una especie de paradoja: de una parte su hedonismo liberal, con el uso masivo de las redes sociales, toda una lógica de intensificación de la exposición de sí-mismo/a, de reificación de los cuerpos, de cultura festiva de pacotilla estandarizada que ha invadido precozmente sus formas de subjetividad y las relaciones sociales. Como en todas partes, claro. Y al mismo tiempo, como en pocos países liberales hoy en día, estos modos de subjetivación cohabitan con la mistificación de una historia de los orígenes, el arraigamiento a la tierra como fundamento absoluto de la identidad. En este último aspecto, hay aquí elementos que caracterizaron en otras épocas al viejo fascismo o fascismo histórico. Entre la Heimat alemana nazi y el Gran Israel sionista contemporáneo hay, sin duda, muchas resonancias.

Entonces, en este paisaje híbrido, ¿Qué plaza pueden tener los palestinos como «cuerpo radicalmente extranjero» a la sociedad israelita? Un realizador de cine documental judío, Eyal Sivan, decía hace poco, más o menos, en una entrevista a propósito de las masacres cometidas por el Hamás el 7 de octubre4: «antes de esta fecha todo iba bien en la sociedad israelí. Los palestinos ya no existían. Ya no se hablaba de la “cuestión palestina” en un estado de conciencia social narcotizado próximo de un “presentismo totalizante”. Y de repente, ¡pam! Los palestinos vuelven a existir. Hay varios millones de ellos, en efecto, encerrados, hacinados en una cárcel a cielo descubierto que se llama Gaza; hay otros que viven en el territorio organizado en régimen de apartheid en Cisjordania, mano de obra barata controlada a partir de innumerables y humillantes check-points destinada a una economía de plantación y a la construcción en el marco de la expansión urbana. Pero los israelíes los habían olvidado. Todo iba bien. A veces se hablaba de un nuevo episodio de violencia de los colonos ortodoxos fascistas, pero era anecdótico: alguien de la izquierda escribía un artículo de denuncia de la colonización en el periódico progresista Haaretz, que nadie lee en Israel y ya está. Se hablaba de la corrupción de Netanyahou, de los ataques de los fundamentalistas judíos contra el orden jurídico del estado de derecho (para los judíos5), etcétera. Pero los palestinos… Todo iba bien, puesto que ya no existían; habían desaparecido de los radares. ¿Pero qué coño quieren estos palestinos? Si todo iba bien. Los habían olvidado; ya no existían aunque estuvieran al lado. Todo iba bien».

Todo lo que expreso aquí sobre el liberal-fascismo ilustrado por Israel son líneas a desarrollar. Para decir algo que pueda tener un mínimo valor heurístico, se tendría que proceder a un trabajo genealógico de las historias estado-nacionales singulares, mezcla de culturas, de pasados coloniales activos o pasivos, de formas singulares de desarrollo capitalista y de las forma-estado que se movilizan en cada «caso» neo-fascista. No es lo mismo el liberal-fascismo de Netanyahu que el de Milei, el de Macron o el de Meloni y Orbán, ni el de Bolsonaro o el de Trump. Si no, me parece que calcamos esquemas generales y abstractos sin ver la singularidad de las diferentes versiones monstruosas de los nuevos fascismos que están invadiendo el planeta liberal.

La resistencia contra su avance puede residir en la afirmación en acto de formas anti-identitarias de la comunidad, rechazando su fundación social en la idea de un Estado como conclusión de un proceso de afirmación de un «pueblo», y de su emancipación. Respecto a las prácticas históricas de colonización exteriores, inseparables del nacimiento del capitalismo, hace falta también considerar las prácticas de colonización interiores que lo volvieron igualmente posible.

Cualquier analista sensato sabe hoy que no habrá una solución de dos Estados en Palestina. Solo la destrucción del fundamento sionista del Estado israelí, o sea la constitución de un único Estado con una igualdad de derechos de las diversas comunidades históricas que viven en esta tierra, podrá sacarnos de la reproducción de la violencia que es el fundamento mismo de Israel.
Pero para que esto sea posible, correlativamente, hay que decir claramente que ni el Hamas, ni el Hezbollah, ni el «eje de la resistencia» del cual la teocracia iraní es la columna vertebral, serán nunca fuerzas de resistencia y de emancipación contra el neo-fascismo israelita aliado a un «Occidente» en curso de descomposición.
De paso, lo que parece importante de notar es que el esquema anti-imperialista heredado de los años 70 ya no puede movilizarse como eje de la emancipación de los pueblos. Basta por ello en pensar (a pesar de la importancia tomada por la teatralización de una guerra de civilizaciones focalizada en la defensa del «mundo libre», heredero pretendido de los Derechos Humanos universales, contra el arcaísmo despótico del mundo musulmán), en el colonialismo económico «cool» chino (comprometido en un proceso genocidario «local» contra los uigures) que está recubriendo casi toda África, partes de América Latina y del sur y del centro de Europa. Sin hablar de polos imperiales «menores»: del nuevo despotismo ruso, pasando por las monarquías del Golfo Pérsico, con estrategias dispares que se están imponiendo en un paisaje mundial al borde del colapso y con potenciales guerras globalizadas.

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Para acabar, me parece necesario evocar las resonancias, en Francia, en los espacios políticos, particularmente de extrema izquierda, del proceso genocida que está teniendo lugar en Gaza. Me contentaré con mencionar muy sucintamente sus repercusiones en el pensamiento de una parte de la constelación descolonial que está prosperando estos últimos tiempos, y que actúa discursivamente como un cuerpo político parasitario del inmenso sufrimiento de los palestinos.

Como ya se sabe, Francia tiene una larga historia colonial que se prolonga en nuestros días (solo hay que ver la brutal represión de las revueltas actuales en Las Antillas francesas o en Nueva Caledonia) imposible resumir aquí. Digamos solo que en las geografías pos-coloniales metropolitanas se han operado, como en otras geografías de los países del «norte global», procesos de segregación de los descendientes de las inmigraciones de las antiguas colonias que se acompañan de una sobre-exposición a las violencias racistas policiales.

Una larga tradición de luchas a partir de los años 60 puede ser mencionada. Me contentaré, al lado de las luchas sindicales contra las discriminaciones en el mundo del trabajo, en resaltar las revueltas recurrentes en los barrios contra las discriminaciones, las violencias y los asesinatos policiales. El Mouvement de l’Immigration des Banlieues («banlieues» siendo el nombre de las periferias urbanas en Francia) fue el más destacado durante los años 90. Digamos que este movimiento se caracterizó por los fuertes vínculos con el tejido social de los espacios urbanos guetificados.

En 2005 nació el Partido de los Indígenas de la República. Su nombre fue una referencia histórica al «Código de los Indigenas»: estatuto especial nacido en 1834, en plena empresa de colonización, aplicado a los nativos de Argelia, y que traducía una negación de la ciudadanía de los «nativos» (con la excepción de los judíos que obtuvieron en 1870 el estatuto de ciudadanos con plenos derechos jurídicos). Este estatuto especial solo fue abrogado en 1944, diez años antes del comienzo del levantamiento del pueblo argelino que concluyó en 1962 con la independencia de Argelia. Durante ese tiempo hubo, como ya es sabido, prácticas masivas de torturas, violaciones, masacres y bombardeos con napalm en el marco de la contra-insurrección colonial (se estima que esta se saldó con más de 400.000 muertos argelinos).

A diferencia de los movimientos, solidaridades, revueltas, alianzas en los barrios de los cuales el MIB fue un actor notable, ya hace tiempo que con el nuevo pensamiento descolonial representado por el PIR y sus avatares posteriores se ha operado una reificación identitaria a través de la construcción puramente ideológica de un «nosotros» racializado, auto-proclamado y homogéneo, como si no hubiera en su seno una pluralidad de «otros» (herederos de las historias plurales de la migración). Digamos, y esto es esencial, que este nosotros supone simétricamente un vosotros a su turno racializado: los blancos. Sin que se sepa con justeza si Blanco es un fenotipo, asociado a una posición social de privilegio per se, fingiendo ignorar las historias múltiples del proletariado, hoy en día cautivo de un empobrecimiento acelerado, sean las que sean sus afiliaciones culturales y sus geografías, pos-coloniales exteriores o interiores.

Y es que hay algo del orden de un Origen, de un Fundamento, en este nuevo sujeto social racializado que pretende llenar el vacío dejado por el sujeto obrero de clase que se ha vuelto inoperante con la recomposición de los últimos avatares del capitalismo. Y es así que el pensamiento descolonial, con sus panfletos, que recluta en una fracción una parte de la burguesía intelectual de izquierdas, movilizando sus afectos de culpabilidad, se erige en una maquinaria abstracta de representación de una nueva clase sin ningún vínculo con las comunidades de vida en los territorios de los mundos populares castigadas por la brutalidad neoliberal6. Puro trabajo de propaganda que esconde la enésima operación izquierdista en su búsqueda de hegemonía (neo-bolchevique) en su lógica vanguardista, desarrollada a través su convocación de un sujeto social reificado identitariamente.

Como ya fue dicho, este «nosotros», producto de una pura lógica de representación, exigiendo un «vosotros», supuestamente blanco en su homogeneidad simétrica, hace coincidir el cuerpo en sí mismo con una posición social y de subjetivación privilegiada y culpable a priori.

Claro está, esta «blanquitud», se defienden los descoloniales, no reside en una concepción biológica de la raza, sino, según el mantra consagrado, en la raza-socialmente-construida. No obstante, lo que permite identificar al blanco como lugar del privilegio es su cuerpo como significante primero. Y esta operación de doble reificación conduce a obliterar la pluralidad de las historias de un proletariado, su pluralidad aplastada por la organización y la gestión social del Estado del capitalismo, como también conduce a reducir a la nada las historias que pueblan los movimientos migratorios, sus diferentes culturas, sus afiliaciones dispares, sus resistencias contra los colonialismos exteriores pero también «interiores» en los espacios geográficamente subalternos. ¿Cómo olvidar que el Islam, revindicado por los descolonizadores franceses como un signo descolonial, fue y es un potente operador de colonización de las subjetividades?

Se trata, en suma, de la institución de la ficción de un campo pretendidamente político que exige un dispositivo de confesión y de contrición exigido al campo adverso, y que condiciona las posibles alianzas en vista de las luchas comunes por la emancipación: «culpabilidad» y «privilegios blancos» casi teológicos, sea la que sea la clase a la que pertenece el dicho blanco; «falsa inocencia» blanca, sea la que sea la participación de los dichos blancos en las luchas, revueltas, solidaridades… Y al final del proceso (en una especie de parodia judicial), la institución de una lógica de guerra civil y de enemistad, la producción de hostilidad.
Surgen entonces aberraciones tales como la denuncia de las luchas contra la homofobia y la LGBT-fobias, que proclaman la rehabilitación de la virilidad «humillada» de los hombres racializados, que reivindican la lealtad de las mujeres a la comunidad supuestamente de origen en situaciones de violencias de género, y esto en nombre de la lucha contra el «progresismo» que traduce la dominación de un occidentalismo neo-colonial. Homofobia, anti-feminismo, denuncia del filo-semitismo de Estado a la que le cuesta disimular un antisemitismo de fondo, y con el cual los judíos son considerados como supletorios del poder. Y para concluir, un «campismo» que conduce al elogio del Islam como significante anti-imperialista. Pero no olvidemos una última cuestión en esta lógica ad absurdum: quienes son los racializados cuando se tiene en cuenta la ascensión de una clase media árabe, negra, guiada por ideales consumistas, no solidaria, individualista, cuando no se la encuentra en los medios mainstream, en los gobiernos de derecha liberal, e inclusive en la ultraderecha. ¿Se trata entonces de racizados blanqueados? ¿Quién decide decide del grado de blanquitud o de racialización?

Todo este magma está convirtiendo objetos políticos legítimos, indispensables, las luchas contra el racismo, la segregación, en una escena confusa que conduce a lo que podría merecer la caracterización de un dispositivo fascista soft, agazapado en las entrañas de un izquierdismo moribundo que se obstina en resucitar.

Evidentemente, no se trata de negar la violencia colonial y pos-colonial en tanto que fundamento del Estado francés, ni su racismo institucional atávico (cuya una de sus formas es una islamofobia tenaz al mas alto nivel del Estado) que se traduce en violencias policiales recurrentes, en formas de relegación social. Habría que tomar en consideración una cierta pluralidad en el campo descolonial. Por ejemplo, al lado de los inenarrables panfletos de Houria Bouteldja7, una de las fundadoras del PIR, podríamos citar en contraste el interesante trabajo de investigación sobre las ecologías decoloniales de Malcom Ferdinand8.

La guerra contra los palestinos -y ahora contra los libaneses-, ha constituido una oportunidad de oro para hacer prosperar la ideología toxica de las políticas de identidad en Francia. En el nombre de la descolonizacion universal, absurdamente equivalente sea la que sea la singularidad de la historias y las geografías pos-coloniales, el izquierdismo descolonial se ha convertido en un cuerpo puramente ideológico parasitario del horror de la guerra de exterminación conducida por Israel.

Hay que luchar contra esta intoxicación identitaria del campo de la emancipación. Solo formas comunales de composición, de ayudas mutuas en acto, de solidaridad, una cultura renovada de interdependencias, o sea nuevas comunalidades, podrán hacer frente a la atomización liberal-fascista. Y solo una política de desidentificación permitirá crear formas de solidaridad con el pueblo palestino, el mismo plural en su realidad histórica, para no recaer en la edificación de sujetos sociales espectrales.


Niños jugando y participando en actividades organizadas en un campamento para palestinos desplazados en Rafah.

Notas:

1 A propósito de una « historia larga » del Oriente Medio y de sus formas políticas inseparables de las tradiciones religiosas, sus procesos imperiales endógenos y las historias de la colonización europea y más tarde del imperialismo americano, se puede consultar (en francés) el excelente libro de Jean-Pierre Filiu, Histoire du Moyen Orient. De 395 a los días. Editions du Seuil, 2021.

2 Para tener un punto de vista desde el interior de las lógicas políticas palestinas, ver la entrevista de Catherine Hass, Montassir Sakhi et Hamza Esmili a Khalil Sayegh, un palestino de confesión cristiana. Conditions. Sociétés et culturas musulmanes, septiembre 2024 (https://revue-conditions.com/entretienkhalilsayegh).

3 Respecto al estado de la sociedad israelita, su régimen jurídico, inseparable del estatuto étnico-religioso del estado de Israel, pero también sobre la historia del sionismo y de la fundación del estado-nación judío, ver la luminosa entrevista de Catherine Hass et Hamza Esmili con Omer Bartov, Chronique de una radicalización. Ce que l’occupation fait à Israël? Conditions. Sociétés et cultures musulmanes, octubre 2024 (https://revue-conditions.com/entretienbartov).

4 Eyal Sivan : « Le sort des Palestiniens n’intéresse pas les Israéliens ». Médiapart, 2 setiembre 2024 (https://www.mediapart.fr/journal/international/020924/eyal-sivan-le-sorte-des-palestiniens-n-interesse-pas-les-israeliens)

5 No es solo una anécdota; en Israel, jurídicamente, los casamientos civiles entre judíos y árabes están prohibidos por la ley.

6 Sobre estas cuestiones, situadas en el contexto del pensamiento descolonial en América Latina, ver el excelente libro dirigido por Enrique de la Garza Toledo, Crítica de la razón neocolonial. Buenos Aires, Clasco/Ceil-Conicet/Universidad Autónoma Metropolitana/Universidad Autónoma de Querétaro, 2021.

7 Houria Boutedja, Les Blancs, les Juifs et nous, Editions La Fabrique 2016.

8 Malcom Ferdinand, Une écologie décoloniale, Editions Seuil, 2019.

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