Sergio Palencia[1]
Cuanta palabra se pueda escribir sobre Gaza y lo que está sufriendo el pueblo palestino se queda corta. Tras la cortina de imágenes de lugares lejanos, nunca visitados por la mayoría, nos separa la distancia, la impotencia, un dolor que no sabe si es eco suficiente de lo innombrable que se está viviendo en Gaza y Líbano actualmente. En un párrafo titulado “Estado de Israel”, Max Horkheimer[2] ya lamentaba cómo la causa del dolor innombrable del genocidio nazi ahora servía como motor para formar un Estado con sus mismas capacidades destructivas. La tragedia de construir la maquinaria que permitió y llevó a cabo la matanza de judíos, comunistas, homosexuales y personas discapacitadas en Europa se repite, se reconstituye, se consolida y avanza en este Estado.
Con suma razón, Sergio Tischler[3] llama a pensar Gaza como expresión del barbárico sistema del capital, de esa totalidad avasallante de violencia y aniquilamiento. Perderse en los deberes del Estado de derecho y la idea de la democracia partidista a sí asociada es olvidar, dejar de lado, su sello como terror capitalista. Para quienes hemos admirado la lucha de las comunas kurdas en el norte de Siria y sur de Turquía resuena el dolor palestino como eco de una región dividida arbitrariamente por los Estados europeos y norteamericanos desde inicios del siglo XX. Pueblos sin Estado, sí, pero más que eso, cuando los kurdos o los palestinos trataban de jugar dentro de la lógica del sistema internacional de Estados, el poder del Estado turco e israelita junto a sus aliados franceses, ingleses o estadounidenses luchaba por dejarlos aislados.
Las aldeas y ciudades palestinas viven literalmente encarceladas o constantemente desplazadas en un pequeño territorio. La experiencia de los muros es una realidad constante para millones de palestinos, una indignación histórica que se hereda de generación en generación. Las respuestas rebeldes en Medio Oriente también han sido muy variadas y merecen un detallado estudio en sus contextos, como, también, una mirada crítica. ¿Es posible siquiera comparar la transformación de la guerrilla kurda en comunas con la guerrilla palestina? ¿Es Irán un aliado de la causa cuando tortura mujeres bajo un férreo sistema patriarcal? ¿Cómo se expresa la reivindicación del pueblo y de la comunidad bajo constantes guerras en los territorios del Medio Oriente?
En el caso de Rojava, desde 1990 se conjugó la posibilidad de repensar la comunidad kurda y multiétnica como horizonte de liberación[4]. Si bien las circunstancias son distintas para el pueblo kurdo y el palestino, es cierto que la transformación del horizonte de liberación en Rojava posibilitó una nueva idea de lo político donde la dirigencia patriarcal se cuestionó profundamente. El anticapitalismo pasó a pensarse no en términos de autodeterminación nacional sino de comunas y ejército antipatriarcal. En esta revista nos preguntamos por el anticapitalismo y su significado urgente hoy en día en lugares como Medio Oriente. Tal vez muchos nos sentimos inspirados por una tradición que pasa por la Comuna de París, el Mayo de 1968 y los levantamientos indígenas de América en el siglo XX. ¿Qué significa una denuncia, una crítica, un grito anticapitalista? ¿Cómo nos pensamos con relación al dolor innombrable en Gaza y ahora Líbano? Adorno[5] llama a situar nuestra crítica desde dicho dolor, a no eludirlo pensando que escribimos sobre la sociedad.
Yo escribo como guatemalteco, esa nacionalidad que es fruto en sí misma del arrebato, la confrontación racial y el genocidio. Como hijo de este pueblo variado, golpeado, invadido en 1954 por Estados Unidos en apoyo a la United Fruit Company, miro a Gaza y a Rojava con dolor y esperanza, como grito, como puño que se cierra y a la vez mano tierna que acaricia. Para mí el anticapitalismo se reforzó al haber vivido en las aldeas ixiles o kaqchikeles de Guatemala. En 1960-1980, el pueblo indígena maya se movilizó de distintas maneras para criticar al régimen finquero de Guatemala. Esta experiencia de levantamiento comunal que precedió al zapatismo en Chiapas fue duramente golpeada por el Ejército anticomunista guatemalteco. A dónde voy, veo y leo los lugares desde la experiencia que he tenido de escuchar las historias de lucha, guerra y resistencia de indígenas mayas, mestizos o ladinos pobres, estudiantes católicos inspirados por el Che, sacerdotes que llevaban en sus morrales tanto al Popol Wuj como al Cristo redentor.
En Guatemala, he estado en San Francisco Nentón y Cuarto Pueblo, dos de las aldeas arrasadas y masacradas por el Estado guatemalteco en 1982. En San Francisco, he visto las rocas contra las cuales los soldados del Ejército guatemalteco estrellaban las cabezas de los niños chuj. También vi el árbol que se llenó de cuervos o zopilotes tras la masacre. En una ocasión asistí a una conmemoración indígena de la masacre de Cuarto Pueblo. En el cementerio ingresé a un pequeño mausoleo donde guardaban los restos de huesos quemados recuperados por equipos de antropología forense. Un indígena mam se acercó y me dijo: “aquí está la gente”. Abrió una de las cajas y colocó en mis manos cenizas y huesos de las personas masacradas. Tuve en mis manos las cenizas del pueblo al que amo. Siguen en mí, aquí están como eco que me golpea en la Gaza bombardeada y en aquellos niños palestinos que mueren con balas de francotiradores en sus sienes.
¿Qué es el anticapitalismo? ¿Cómo en el vértice de este abismo vienen a mí los communards de Paris, la resistencia del Ixcán en Guatemala, la palabra de dignidad de los zapatistas, el llanto del padre palestino con su hijito en brazos? ¿Qué tan innombrable es esto que nos habita y que no vivimos en la magnitud de los palestinos hoy en día? No todo ha sido silencio cómplice, también ha habido valor de denuncia. En Estados Unidos, miles de jóvenes estudiantes dejaron todo para unirse a las protestas en universidades. Supieron leer la enorme herida del mundo y, al acercarse, al vivirla del otro lado del océano, se encontraron con el misterio de una luz contra la penumbra. La policía arremetió contra ellos, la ocupación estatal se les hizo presente.
¿Qué es renovar la experiencia anticapitalista a la cual llamó aquel intelectual errante, consecuente, de nombre Walter Benjamin[6] en su ensayo sobre el Surrealismo? En ese remolino que es la historia, ¿cómo enraizamos nuestra existencia en ese grito de urgencia por la humanidad? ¿Acaso nuestras propias experiencias en América Latina aprenden a abrirse al dolor de esa herida que nos hace partícipes de historias únicas y a la vez comunes en todo el mundo? Algo está claro en medio de esta insoportable liminalidad del presente momento histórico mientras aguardamos el nacimiento de algo nuevo: todo anticapitalista sabe que en Gaza se decide el futuro de la humanidad. Sin el pueblo palestino de Gaza y de esa región de Medio Oriente, no hay futuro posible ni digno que pueda imaginarse.
[1] Profesor-investigador de la Universidad de William and Mary, Virginia, Estados Unidos. Se dedica a la reconstrucción de la lucha indígena maya contra el sistema de plantaciones, al genocidio perpetrado por el Estado guatemalteco en 1982 y a la historia de las Comunidades de Población en Resistencia entre 1982-1996.
[2] Max Horkheimer, Anhelo de justicia: Teoría crítica y religión (Madrid: Editorial Trotta., 2000).
[3] Sergio Tischler, “Gaza y El Espíritu Del Capitalismo,” Prensa Comunitaria, September 30, 2024, https://prensacomunitaria.org/2024/09/gaza-y-el-espiritu-del-capitalismo/.
[4] Handan Çağlayan, “4. Kurdish Women in Political Organizations: The Kurdish Organizations: The Kurdish Movement and Pro-Kurdish Political Parties,” in Women in the Kurdish Movement: Mothers, Comrades, Goddesses, trans. Simten Coşar (Palgrave Macmillan, 2019), 95–136.
[5] Gilles Moutot, Adorno: Langage et réification (Paris: Presses Universitaires de France, 2004); Theodor W. Adorno, Minima moralia: reflexiones desde la vida dañada: 64, trans. Joaquín Chamorro Mielke, (Akal, 2004).
[6] Walter Benjamin, “Surrealism. The Last Snapshot of the European Intelligentsia,” in Selected Writings, 1927-1930, vol. 2 (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 2005), 207–21.