Fragmentos de Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones, Raoul Vaneigem, 1967
Donde la ilusión de un cambio real es denunciada, el simple cambio de ilusión se convierte en insoportable. Ahora bien, éstas son las condiciones actuales: la economía no cesa de empujarnos más y más a consumir sin tregua; el cambio de ilusión a un ritmo acelerado disuelve poco a poco la ilusión del cambio. (Págs. 27/28)
En cualquier caso, el error -¿excusable en un primer momento?, qué más da- reviste proporciones delirantes desde el momento en que, menos de un siglo más tarde –al absorber la economía de consumo a la economía de producción-, la explotación de la fuerza de trabajo está englobada en la explotación de la creatividad cotidiana. Una misma energía, arrancada al trabajador durante sus horas de fábrica o sus horas de ocio, hace girar las turbinas del poder, turbinas que los detentores de la vieja teoría lubrifican beatamente con su contestación formal. Los que hablan de revolución y de lucha de clases sin referirse explícitamente a la vida cotidiana, sin comprender lo que hay de subversivo en el amor y de positivo en el rechazo de las obligaciones, tienen un cadáver en la boca. (Pág. 29)
Los psicosociólogos gobernarán sin golpes de culata, y a veces sin matar a nadie. La violencia opresiva prepara su conversión en una multitud de pinchazos razonablemente distribuidos. Los que denuncian desde lo alto de sus grandes sentimientos el desprecio policíaco exhortan a vivir ya en el desprecio civilizado.
El humanismo endulza la máquina descrita por Kafka en La colonia penitenciaria. Menos gemidos, menos gritos. ¿La sangre se exalta? Solución: los hombres vivirán exangües. El reino de la supervivencia prometida será el de la muerte dulce; por esta dulzura de morir luchan los humanistas. Basta ya de Guernica, basta ya de Auschwitz, basta ya de Hiroshima, basta ya de Sétif. ¡Bravo! Pero ¿y la vida imposible, la mediocridad que nos ahoga, la ausencia de pasiones? ¿Y esta cólera envidiosa en la que el rencor de no ser jamás uno mismo inventa la felicidad de los demás? ¿Y este no sentirse jamás en el propio pellejo? Que nadie hable aquí de detalles ni de puntos secundarios. No existen vejaciones pequeñas, ni pequeñas carencias. Por el más pequeño rasguño se desliza la gangrena. Las crisis que sacuden el mundo no se diferencian fundamentalmente de los conflictos donde mis gestos y mis pensamientos se enfrentan a las fuerzas hostiles que los frenan y desvían. (¿Cómo es posible que lo que vale para mi vida cotidiana dejar de valer para la historia cuando la historia sólo adquiere importancia en el punto de incidencia en que encuentra mi existencia individual?) A fuerza de desintegran las vejaciones y de multiplicarlas, tarde o temprano van a meterse con el átomo de la realidad invivible, liberando rápidamente una energía nuclear que nadie sospecharía bajo una capa tan grande de pasividad y de mediocre resignación. Lo que produce el bien general es siempre terrible. (Pág. 41)
En la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, Marx escribe: “La teoría se convierte en fuerza material desde que penetra en las masas. La teoría es capaza de penetrar en las masas desde que hace demostración ad hominem y hace demostración ad hominem desde que se convierte en radical. Ser radical es tomar las cosas por la raíz. Y la raíz del hombre es el hombre mismo.”
En suma, la teoría radical penetra en las masas porque primero ha emanado de ellas. Depositaria de una creatividad espontánea, tiene por misión asegurar la fuerza de ataque. Es la técnica revolucionaria al servicio de la poesía. Un análisis de las insurrecciones pasadas y presentes, que se exprese al margen de la voluntad de reanudar la lucha con más coherencia y eficacia, favorece fatalmente al enemigo, y se situará en la cultura dominante. No se puede hablar oportunamente de los momentos revolucionarios sin darles vida en breve plazo. Simple criterio para señalar a los pensadores errantes y titiriteros de la izquierda proletaria.
Quienes saben terminar una revolución, siempre aparecen en primer plano para explicarla a los que la han hecho. Disponen de razones tan excelentes para explicarla como para terminarla; es lo mínimo que se puede decir. Cuando la teoría escapa a los artesanos de la revolución, acaba por alzarse contra ellos. Ya no los penetra sino que los domina, los condiciona. Lo que el pueblo ya no acrecienta por la fuerza de sus armas, acrecienta la fuerza de los que le desarman. El leninismo también es la revolución explicada a tiros a los marinos de Kronstad y a los partisanos de Makhno. Una ideología.
Cuando los dirigentes se apoderan de la teoría, en sus manos se convierte en ideología, en una argumentación ad hominem contra el mismo hombre. La teoría radical emana del individuo, del ser en cuanto sujeto; penetra en las masas por lo que hay de más creativo en cada individuo, por la subjetividad, por la voluntad de realización. Al contrario, el condicionamiento ideológico es el manejo técnico de lo inhumano, del peso de las cosas. Convierte a los hombres en objetos que no tienen otro sentido que el Orden en el que se colocan. Los reúne para aislarlos, hace de la multitud una multiplicación de solitarios.
La ideología es la mentira del lenguaje; la teoría radical, la verdad del lenguaje; su conflicto, que es el del hombre y de la parte de inhumano que segrega, preside tanto la transformación del hombre en realidades humanas como su transformación en realidades metafísicas. Todo lo que los hombres hacen y deshacen para por la mediación del lenguaje. El campo semántico es uno de los principales campos de batalla donde se enfrentan la voluntad de vivir y el espíritu de sumisión.
El conflicto es desigual. Las palabras sirven al poder más y mejor de lo que los hombres se sirve de ellas; las palabras le sirven con más fidelidad que la mayoría de los hombres, más escrupulosamente que las otras mediaciones (espacio, tiempo, técnica…). Toda trascendencia nace del lenguaje, se elabora en un sistema de signos y de símbolos (palabras, danza, rito, música, escultura, construcción…). En el instante en que el gesto a menudo suspendido, inacabado, intenta prolongarse bajo una forma que tarde o temprano le haga acabarse, realizarse –lo mismo que un generador transforma su energía mecánica en energía eléctrica dirigida a muchos kilómetros de distancia hasta otro motor en el que de nuevo se convierte en energía mecánica-, el lenguaje se apodera de lo vivido, lo aprisiona, lo vacía de sus sustancia, lo abstrae.
[…] De una manera general, el combate por el lenguaje es el combate por la libertad de vivir. Por la inversión de perspectiva. En él se enfrentan los hechos metafísicos y la realidad de los hechos; quiero decir: los hechos captados de manera estática en un sistema de interpretación del mundo y los hechos captados en su devenir, en la praxis que los transforma.
No se derribará el poder como se derriba un gobierno. El frente unido contra la autoridad cubre toda la extensión de la vida cotidiana y compromete a la inmensa mayoría de los hombres. Saber vivir es saber no retroceder ni una pulgada en la lucha contra la renuncia. Nadie debe subestimar la habilidad del poder para saciar a sus esclavos con palabras hasta hacer de ellos unos esclavos de las palabras.
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Existe una comunicación silenciosa. Es muy conocida por los amantes. En este estadio, parece ser que el lenguaje pierde su importancia de mediación esencial; el pensamiento deja de distraer (en el sentido de dejar de alejar de sí); las palabras y los signos se dan por añadidura, como un lujo, una exuberancia. Pensemos si no en esas carantoñas, en ese barroquismo de gritos y de caricias tan terriblemente ridículos para quien no comparta la ebriedad de los amantes. Pero es también a este lenguaje silencioso al que se refería la respuesta de Léhautier, a quien el juez preguntaba a qué compañeros anarquistas conocía en París: “Los anarquistas no tienen necesidad de conocerse para pensar lo mismo”. Para los grupos radicales que sepan llegar a la más alta coherencia teórica y vivida, las palabras en algunas ocasiones alcanzarán este privilegio de jugar y de hacer el amor. Identidad de lo erótico de la comunicación. […]
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El lenguaje del hombre total será el lenguaje total; quizás el fin del viejo lenguaje de las palabras. Inventar este lenguaje es reconstruir el hombre hasta en su inconsciente. En el matrimonio roto de los pensamientos, de las palabras y de los gestos, la totalidad se busca a través de la no totalidad. Todavía habrá que seguir hablando hasta el momento en que los hechos nos permitan guardar silencio. (Págs. 119/125)
La revolución termina desde el instante en que hay que sacrificarse por ella. Perderse y fetichizarla. Los momentos revolucionarios son las fiestas en las que la vida individual celebra su unión con la sociedad regenerada. La llamada al sacrificio suena como campanadas de duelo. Cuando Vallès escribe: “Si la vida de los resignados no dura más que la de los rebeldes, es mejor ser rebelde en nombre de una idea”, traiciona su intensión. Un militante sólo es un revolucionario en contra de las ideas que acepta servir. Vallès combatiente de la Comuna es en primer lugar este niño, y más tarde este bachiller que recupera en un largo domingo las eternas semanas del pasado. La ideología es la losa sobre la tumba del insurrecto. Quiere impedir que resucite.
Cuando el insurrecto comienza a creer que lucha por un bien superior, el principio autoritario deja de vacilar. La humanidad nunca ha carecido de razones para hacer renunciar a lo humano. Y eso hasta el punto de que existe en ciertos hombres un auténtico reflejo de sumisión, un temor irreflexivo a la libertad, un masoquismo presente en todos los momentos de la vida cotidiana. Con qué amarga facilidad se abandona un deseo, una pasión, la parte esencial de uno mismo. Con qué pasividad, con qué inercia se acepta vivir por cualquier cosa, actuar por cualquier cosa, mientras que la palabra “cosa” se lo lleva con su peso muerto. Puesto que no es nada fácil ser uno mismo, abdicamos alegremente; al primer pretexto que surja, el amor de los niños, de la lectura, de las alcachofas. El deseo del remedio se borra bajo la generalidad abstracta del mal.
No obstante, el reflejo de libertad también sabe abrirse paso a través de los pretextos. En una huelga reivindicativa, en un motín ¿no es el espíritu de fiesta lo que se despierta y toma consistencia? Mientras escribo estas líneas millares de trabajadores están en huelga o toman las armas, obedecen consignas o a un principio y, en el fondo, se dedican apasionadamente a cambiar el empleo de su vida. Transformar el mundo y reinventar la vida es la consigna efectiva de los movimientos insurreccionales. La reivindicación que ningún teórico ha creado puesto que es la única que fundamenta la creación política. La revolución se realiza todos los días en contra de los revolucionarios especializados, una revolución sin nombre, como todo lo que brota de lo vivido, preparando, en la clandestinidad cotidiana de los gestos y los sueños, su coherencia explosiva.
Ningún problema más importante para mí como el que plantea a lo largo del día la dificultad de inventar una pasión, de realizar un deseo, de construir un sueño como se construye en mi espíritu, por la noche. Mis gestos inacabados me obsesionan y no el porvenir de la raza humana, ni el estado del mundo en el año 2000, ni el futuro condicional, ni los mapaches de lo abstracto. ¡Si escribo, no es como se suele decir, “para los demás”, ni para exorcizarme de sus fantasmas! Enlazo una palabra con otra para salir del pozo del aislamiento, del que será preciso que los otros me saquen. Escribo por impaciencia y con impaciencia. Para vivir sin tiempo muerto. Sólo quiero saber de los demás lo que me concierne. Tienen que cuidarse de mí como yo me cuido de ellos. Nuestro proyecto es común. Está fuera de cuestión que el proyecto común se base en una reducción del individuo. No hay ninguna castración más o menos válida. La violencia apolítica de las jóvenes generaciones, su desprecio por la estanterías a precio único de la cultura, del arte, de la ideología, está confirmada por los hechos: la realización individual será obra del “cada uno para sí” entendido colectivamente. Y de manera radical.
En la fase de la escritura donde antes se buscaba la explicación, quiero que, en adelante, aparezca el ajuste de cuentas. (Págs. 133/134)
El Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones completo en PDF se encuentra aquí.