Dos veces

La historia de cierta intelectualidad de izquierda también se repite dos veces, la primera como tragedia, la segunda como farsa. Fue tragedia durante aquellos años oscuros de complicidad con la dictadura stalinista porque en la ex URSS habían existido al menos ciertos intentos serios, ambiciosos, acaso desesperados, de construcción de una sociedad socialista. Es farsa en estos años de complicidad con la dictadura chavista porque en Venezuela hubo cualquier cosa, populismo, nacionalismo, estatismo, salvo socialismo. Por supuesto, entre aquella tragedia del socialismo en un solo país y esta farsa del socialismo del siglo xxi, entre la colectivización forzada y el reparto de conejos, hay una enorme distancia. Afortunadamente, en cierto sentido, porque las hambrunas soviéticas fueron muchísimo más dramáticas que los hambres chavistas. Pero hay también ciertas miserias de los intelectuales de izquierda de nuestros días que repiten miserias de los de entonces.

Si un intelectual de izquierda confunde la adopción de una perspectiva crítica, que quizás le permita un mejor acceso a la verdad, con la renuncia sin más a cualquier aspiración a la verdad, se degrada a sí mismo a un mero agente de propaganda. Es difícil saber si fueron los stalinistas o los fascistas los autores de la doctrina que reduce la verdad a una mentira de signo contrario, pero es seguro que muchos de nuestros intelectuales de izquierda la aplican concienzudamente.

Si un intelectual de izquierda decide ignorar uno de los bandos del sufrimiento, un bando de represión, de hambre y enfermedades, de éxodo forzado, pongamos por caso, se convierte sin más trámite en cómplice de ese sufrimiento. La ignorancia de los campos de concentración y las hambrunas soviéticas era complicidad, la ignorancia de las caravanas de venezolanos miserables huyendo por las fronteras también.

Si un intelectual de izquierda gusta demasiado de codearse con los que mandan y aspira a convertirse en asesor de pasillo o en integrante de una  comparsa apologética, sea a cambio de un sueldo, de prebendas, de pasajes y hoteles de lujo o de honores más baratos, de una burocracia corrupta se pone en venta al mejor postor. Y tanto el oro de Moscú como el petróleo del Orinoco alcanzaron y sobraron para comprar intelectuales de izquierda.

No pueden emplearse palabras más conciliatorias para discutir estas cuestiones porque la camaradería entre los intelectuales de izquierda también tiene ciertos límites. Quienes insisten en pervertir la sentencia de Rosa Luxemburgo y ratificar ante la humanidad entera que socialismo es barbarie, quienes contribuyen a tachar la esperanza en una sociedad emancipada del horizonte de vida de los explotados y oprimidos, para íntimo regocijo de sus explotadores y opresores, dejan de ser nuestros camaradas. Así de simple.

Autor: Alberto Bonnet, febrero de 2019

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