Eve Ottenberg

 

El capitalismo contra la humanidad

 

Desde la perspectiva actual de la muerte en masa de Covid-19, las virtudes de las políticas de izquierda como Medicare para Todos parecen claras. Especialmente en el núcleo capitalista, donde, como en los Estados Unidos, queda demostrado que un sistema de atención de salud neoliberal empobrecido, con fines de lucro, privatizado, desproporcionado, ha sido totalmente inadecuado y se ha sobrepasado rápidamente. Decenas de millones de personas no pueden pagar un seguro de salud. Se enferman con Covid-19 y tienen la opción entre sufrir y propagar la enfermedad o ir a un hospital, recibir tratamiento y declararse en bancarrota. M4A (“Medicare for All”) corregiría eso. De hecho, cualquier otra consigna de la campaña de Sanders corregiría abusos similares. En un mundo sano, un gobierno de izquierda implementaría el M4A, la condonación de préstamos estudiantiles, impuestos progresivos y más. Pero este no es un mundo sano. Y no todos los gobiernos izquierdistas recientes se han cubierto de gloria a sí mismos.

Por ejemplo, veamos a Grecia. Si alguna vez existió un partido político que traicionó sus principios al llegar al poder, es el partido izquierdista Syriza. Elegido durante una ola de rebeldía griega contra los planes de austeridad de la UE, Syriza celebró un referéndum sobre si los griegos deberían someterse a esos planes. El pueblo votó rotundamente que no, incluso a riesgo de que Grecia fuera expulsada de la UE. Pero Syriza no respetó la votación e ignoró el referéndum. No es sorprendente que, en julio del año pasado, un partido conservador venciera a Syriza en las urnas.

¿Fue este un impresionante caso de traición por parte de Syriza o fue algo más? En la colección de ensayos recientemente publicada, “Beyond Crisis“, uno de los autores, John Holloway, argumenta que fue otra cosa, que durante los últimos treinta años los gobiernos han adoptado políticas neoliberales “no porque los líderes sean traidores, sino porque ése es el mundo en el que los gobiernos se ven obligados a operar”. Una economía basada en la deuda, desplegada para aplastar la austeridad en los cuellos de los trabajadores y la clase media, eso es el capitalismo contemporáneo, globalizado, financiero y aparentemente ineludible. Los Estados con gobiernos llamados de izquierda -Grecia, Venezuela, Bolivia- “no han podido (o no han querido) romper la dinámica del desarrollo capitalista”.

Según el ensayo de Theodoros Karyotis, en Grecia “la crisis de deuda soberana se ha utilizado como pretexto para una operación masiva de transferencia de riqueza de las clases populares a la clase capitalista local e internacional”. ¿Suena familiar? Debería. Es la normalidad en los Estados Unidos, donde cada vez que el mercado de valores se estremece, los líderes políticos se ponen histéricos y exigen que la Fed arroje miles de millones por el inodoro para rescatar a los ricos. Por supuesto, lo que también se elimina es el bienestar social. Los ingresos fiscales que podrían disminuir la matrícula universitaria o subsidiar la atención médica se destinan a directores ejecutivos, corporaciones ricas y sus dividendos. Como argumenta Holloway, “es capitalismo versus humanidad”.

Esto ya estaba claro en otra esfera: la crisis climática. Allí, el capitalismo nos condena a un planeta inestable, para que, a corto plazo, las corporaciones de combustibles fósiles pueden obtener sus ganancias. Tanto con el Covid-19, como con el clima, el capitalismo revela su naturaleza antihumana. “El capitalismo se ha convertido en nuestro destino”, escribe Holloway. “Y cada vez más parece que este destino es la muerte (…). Sin embargo, resistimos (…) porque la resistencia es la defensa de lo que entendemos como nuestra humanidad, como nuestra dignidad (…). El capital huye de nosotros (…). Puede huir geográficamente en busca de un lugar más dócil o en busca de mano de obra maleable. También huye a la tecnología, reemplazándonos con máquinas”. Holloway argumenta que estamos en un punto muerto “donde el capitalismo no puede domarnos lo suficiente”, y no hemos creado una alternativa a él. Esto fue escrito antes de que apareciera el Covid-19. Por lo tanto, no trata la posibilidad de que el capitalismo pueda destruirse a sí mismo: la negativa a retornar al estado de bienestar, la negativa a condonar la deuda, puede destruirlo.

La crisis financiera de 2020 podría convertirse en una gran depresión. Si es así, no estaremos en aguas desconocidas. Sabemos de qué va eso. Podemos referirnos a la década de 1930 o echar un vistazo al cadáver de la sociedad griega después de que los bancos la desangraron y la arrojaron al contenedor de basura. Miseria para casi todos y lujo inimaginable para muy pocos. Ahora tenemos el desastre adicional del Covid-19. Una plaga que asola a una población que no puede pagarse la atención médica. Hospitales abrumados donde los cuerpos se apilan en los pasillos. Podemos estar seguros de que no habrá escasez de respiradores para los plutócratas. Y aun así, puede que no se salven.

 

Eve Ottenberg es novelista y periodista. El texto original en inglés publicado en Counterpunch fue traducido para Comunizar por Catrina Jaramillo.