Banksy

 

Como todas las personas, tengo la fantasía de que todos los pequeños perdedores impotentes se unirán; que todas las alimañas tendrán un buen equipo y desde lo subterráneo subirán y desgarrarán la ciudad en pedazos.

 

Existencilism

“Stop and Search”, 2007, Bethlehem, Palestina

 

Podría sentarme en un bar y decirte todas las cosas que están escritas en este libro, pero no escucharías ni mierda. Es mejor para los dos si paso el tiempo escondiéndome y esperando tras arbustos para hacer pequeñas pinturas en las propiedades de otras personas. Nadie me escuchó alguna vez, por lo que solía pensar que la culpa era de ellos. Con el tiempo empecé a darme cuenta que, tal vez, el problema estaba en que yo era aburridor y paranoico. Pero te das cuenta que las personas que te conocen rara vez escuchan una palabra de lo que dices, incluso a pesar que ellos tomarían alegremente como evangelio la palabra de un hombre al que nunca han conocido si está en un documento o en un libro. Si quieres decir algo y que la gente te escuche, entonces deberás usar una máscara. Si quieres ser honesto, tendrás que vivir una mentira. Ser tú mismo está sobrevalorado de todos modos, no ayuda. La gente dice “sólo estoy siendo yo mismo”, como si fuera algún puto logro. Eso no es un logro, eso no es honestidad, es falta de imaginación y cobardía. El año pasado vi una historia en las noticias que decía: “Un hombre arrestado hoy en el centro de Londres fue encontrado portando casi cien pasaportes británicos, veinte certificados de nacimiento y más de trescientas licencias de conducir. La policía dice que no han sido capaces de identificarlo…”

 

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“Shop until You Drop”, Londres, 2011

 

Había una vez un rey que gobernaba una gran y gloriosa nación. Favorito entre sus súbditos era el pintor de la corte, de quien él estaba muy orgulloso. Todos estaban de acuerdo en que este viejo y arrugado hombre pintaba las pinturas más grandiosas en todo el reino y el rey gastaría horas cada día contemplándolas con asombro. Sin embargo, un día un sucio y desaliñado extraño se presentó a sí mismo en la corte afirmando que de hecho él era el pintor más grandioso en aquella tierra. El Rey, indignado, decretó una competencia entre los dos artistas, seguro que le enseñaría al vagabundo una embarazosa lección. Al cabo de un mes los dos producirían una pintura tan gloriosa que haría que los hombres lloraran. Después de treinta días de trabajar febrilmente, día y noche, ambos artistas estaban listos. Colocaron sus pinturas, escondidas tras una tela, sobre caballetes en el centro de la gran galería del castillo. Mientras la gran multitud se esforzaba por ver, el Rey ordenó que quitaran la tela que cubría la obra del artista de la corte. Todos quedaron boquiabiertos como si ante ellos fuese revelada una escena asombrosa: un set de mesa con un festín digno de un rey, en cuyo centro había un tazón elaborado en plata lleno de frutas exóticas con un brillo húmedo bajo la luz del amanecer. Mientras la multitud contemplaba admirada, un gorrión se posó en las vigas del techo de la galería, descendió en picada y ávidamente trató de arrebatar una de las uvas del tazón de la pintura sólo para golpear el lienzo y caer muerto a los pies del rey.
“¡Aja!” exclamó el Rey. “Mi artista ha producido una pintura tan increíble que ha engañado a la Naturaleza misma. Seguramente tienes que aceptar que él es el pintor más grandioso que ha vivido”. Pero el vagabundo no dijo nada y se quedó a sus pies mirándole fijamente. “Ahora, mueve la sábana de tu pintura y déjanos ver lo que tienes para nosotros”, gritó el rey. Pero el vagabundo permaneció inmóvil y no dijo nada. Más impaciente, el rey dio un paso adelante para alcanzar la sábana, solamente para horrorizarse en el último momento. “Ves”, susurró el vagabundo quedamente. “Allí no hay ninguna sábana cubriendo la pintura. Esta es en realidad sólo una pintura de una tela cubriendo una pintura. Y mientras tu famoso artista está meramente contento por engañar a la Naturaleza, yo he hecho ver al rey de toda una nación como un pequeño cabrón despistado”.

 

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“Thinker”, 2014, Gaza, Palestina

 

Los policías y los guardias de seguridad siempre visten sombreros con una visera que termina sobre sus ojos. Aparentemente esta es una técnica psicológica, ya que las cejas son muy expresivas, te defraudan si estás mintiendo o intimidando a alguien. Tienes mucha más autoridad si las mantienes cubiertas. La ventaja de esto es que le dificulta al policía promedio ver cualquier cosa a dos metros del suelo. Por lo que pintar tejados y puentes es tan fácil.

 

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“Kissing Coppers”, Brighton, Inglaterra

 

Era una cálida noche de Octubre cuando salté la valla del Parque Central en Barcelona a las tres de la mañana. De lo que no me había dado cuenta, hasta ese momento, era que el zoológico hacía parte de un parque donde se encontraba también el Parlamento Catalán. Es excepcionalmente iluminado, vigilado con cámaras de seguridad y patrullado por la Guardia Civil en jeeps de gran poder. Iba arrastrándome a través de los arbustos por el borde del parque, cuando la primera patrulla me tomó por sorpresa y me escondí tras los arbustos demasiado tarde. El jeep redujo la velocidad hasta parar a 30 metros de mí, y me agaché tratando de respirar silenciosamente, con mi espalda contra la valla del zoológico. Después de unos momentos nadie salió. Nada pasó. Me preguntaba si estaban esperando por ayuda o si me habían perdido totalmente de vista. Los zoológicos son lugares extraños de noche, los animales hacen muchos ruidos dementes. Algunos parecen bebés llorando y otros parecen que intentaran sacudir sus jaulas fuera de las bisagras. Mientras me agachaba, escuché el sonido de unos pasos aproximándose por detrás. No estaba seguro si los policías españoles usaban sus armas cuando la gente corre. Los pasos del otro lado de la valla llegaron muy cerca y ahora podía escuchar una pesada respiración. Me volteé para ver a través de la valla pero estaba cubierta con tanta hiedra que no pude ver nada. El miedo se apoderó de mí. Mentalmente estaba formando una historia de cómo yo era un mísero viajero sin habitación de hotel que dormía en el parque y que siempre cargaba conmigo 12 latas de pintura en spray, una cuerda para escalar y stencils. Sostuve mi respiración, separé la hiedra y me vi cara a cara con un gran y maldito canguro. Casi me cago en los pantalones. Después de unos minutos el jeep de la Guardia aceleró y se fue a través del parque. Me arrastré lejos de la valla y me recosté contra un árbol, fumando un cigarrillo y riendo por mi estupidez. Pero un rato después un siseo fuerte me sorprendió. Miré hacia la cerca y escuché otro siseo y luego vi un chorro de agua disparado desde atrás de un arbusto. Antes de tener una oportunidad para moverme, un rociador metálico estalló a mis pies y regó agua sobre mí.
Me quité los pantalones y traté de escurrir el agua de ellos pensando que era tiempo de ir a casa. Pero mientras secaba mi entrepierna con una gran hoja, recordé una historia que había leído en un avión en mi libreta guía de la Revolución Cubana. Describía como Jesús Suarez Gayol había entrado apurado a una estación de radio en Pinar del Río, a plena luz del día, cargando un cartucho de dinamita con fusible en una mano y una pistola en la otra. Después de retirar el fusible, de alguna forma se prendió fuego a sí mismo. Reducido a su ropa interior, con quemaduras severas en sus piernas, salió apresurado a la calle, mientras el edificio explotaba, encontrándose cara a cara con un policía. Afortunadamente para él, el policía corrió asustado. Luego, sacudiendo su pistola todavía, corrió por la calle y saltó dentro de la casa de una abuela. Ella era partidaria de los rebeldes y lo escondió, tratando sus heridas hasta que pudiera salir a escondidas de la provincia. Había leído esta historia y me había preguntado por qué la vida siempre parecía sucederle a alguien más. Pero me enseñó lo que podías llegar a lograr sin tus pantalones puestos. En menos de cinco minutos había escalado ambas cercas y entrado al zoológico.

 

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“Sweep It under the Carpet”, 2007, Hoxton, East London

 

Una vez cometí el error de pintar una rata en la fachada de una pequeña joyería. Resultó que el tipo era un comerciante en apogeo de todo tipo de mierda. Les dijo a los vecinos que había sido marcado como un soplón por una familia de la que él jamás había escuchado y que sus dos hijos estaban tratando de encontrarlos para aclarar las cosas. A todos les pareció muy gracioso.

 

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“Toxic Rat”, Camden, Londres

 


 

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