(A diez años del colapso financiero)
Una vez Alan Freeman definió a los economistas burgueses como sastres del emperador. Y tenía razón. Hace diez años estos economistas volvieron a lucirse como sastres, no sólo del cuerpo de su Isabel II del Reino Unido que, aún cuando bastante desnudo, no parece requerir más conservante que el formol de la inexplicable paciencia del pueblo británico, sino también del imperio que encabeza. O al menos, a esta altura, de la city financiera remanente de ese imperio.
En efecto, el 5 de noviembre de 2008, en medio del colapso financiero y en ocasión de la inauguración de un nuevo edificio de la prestigiosa London School of Economics, la reina preguntó a los economistas presentes: “¿por qué nadie lo advirtió?”. Su majestad estaba indignada. Y no era para menos: se le habían esfumado unos 25 millones de libras de su propia fortuna en el colapso (The Telegraph 5/11/08). Por cierto, la reina no había quedado desnuda como un homeless, pues semejante cifra representaba menos del 8% de la fortuna real (estimada por Forbes en unos 320 millones de libras), pero alcanzaba para indignarla. Vieja avara al fin y al cabo como todo el que vive de rentas, suerte de parásito potenciado que no vive de su trabajo y ni siquiera de parasitar en persona el trabajo ajeno, sino de parasitar a otros parásitos. En cualquier caso, los economistas acudieron inmediatamente a vestir su desnudez.
Se tomaron medio año para reflexionar en privado y finalmente se reunieron en un forum, realizado en la British Academy el 17 de junio de 2009, para coser a su reina un taparrabos de tres páginas. ¿Tres páginas? Sí, porque tres páginas son suficientes para tres cosas: para que los matemáticos demuestren un teorema, para que los economistas burgueses expliquen la peor crisis financiera registrada en las economías capitalistas centrales desde los años treinta, y para que nosotros nos riamos de estos últimos. Veamos pues el taparrabos diseñado por estos economistas.
“Mucha gente previó la crisis –se excusaban los economistas. Sin embargo, la forma exacta que tomaría y el momento en que se iniciaría y su ferocidad no fueron previstos por nadie”. Según parece, muchos de nuestros economistas habían formulado enunciados del estilo “alguna vez va a suceder alguna crisis”, enunciados que tratándose de la economía capitalista no son demasiado informativos, pero por algo se empieza.
También parece que numerosos y avezados analistas de riesgos e incluso instituciones enteras como el Bank of England habían advertido acerca de la existencia de “desequilibrios en los mercados financieros”. Pero “la dificultad estaba en ver el riesgo para el sistema en su conjunto antes que para un instrumento o préstamo específico”. Era de esperar que al menos el banco central en cuestión se comportara como un “capitalista colectivo en idea”, para valernos de la expresión del viejo Engels, y velara por los intereses del conjunto, pero parece no haber sido el caso. Y eso que había mentes brillantes involucradas… “La mayoría de las veces, los cálculos de riesgo se limitaban a segmentos de la actividad financiera, utilizando algunas de las mejores mentes matemáticas de nuestro país y del extranjero. Pero con frecuencia perdían de vista el escenario de conjunto”. Resulta sorprendente que mentes tan brillantes, herederas de aquellas galardonadas con tantos premios nobel gracias a sus esclarecedores análisis de Robinson Cruzoe recolectando cocos de su isla, hayan perdido de vista el escenario de conjunto de semejante manera.
Prosigamos pues, porque la afirmación de que “muchos estaban preocupados también por los desequilibrios en la economía global” parece anunciarnos al fin algo así como una explicación. La historia es la siguiente: resulta que hubo un período de expansión global sin precedentes que condujo a un exceso global de ahorros que condujo a su vez a un descenso de los rendimientos de las inversiones de largo plazo más seguras y a una búsqueda de mejores rentabilidades en inversiones mas riesgosas. Y los chinos, como no podía ser de otra manera, están involucrados en este desmadre. Porque parece que estos astutos chinos inundaron los mercados inglés y estadounidense de bienes baratos, de manera que los hogares y las empresas se endeudaron y aumentaron los precios de la vivienda. Basta con meter a un chino en un alambique, como se sabe, para acabar destilando tragos amargos.
Pero una cosa es destilar tragos amargos y otra es bebérselos. En efecto, contra aquellos que advertían estos desequilibrios globales, “la mayoría estaba convencida de que los bancos sabían lo que estaban haciendo. Creían que los magos financieros habían encontrado formas nuevas e inteligentes de gestionar los riesgos. De hecho, algunos afirmaban haberlos diversificado tanto a través de una serie de instrumentos financieros novedosos que virtualmente los habían eliminado. Es difícil recordar un mayor ejemplo de ilusiones combinadas con arrogancia”. Mutis por el foro para las mentes brillantes y los astutos chinos: ahora los protagonistas pasan a ser los magos, con sus ilusiones y su arrogancia. Y esta vez no fue el joven Marx quien los conjuró. Nomás sucede que, como siempre en las “expansiones globales sin precedentes” del capitalismo, los malditos magos acaban acallando a los circunspectos aguafiestas.
Aunque tampoco se trata de creer que estos magos anduvieran por ahí haciendo arcaicas brujerías medievales -esto resultaría ofensivo para los magos escondidos entre estos sastres de la reina. No, no. Había modelos “que eran buenos para medir los riesgos pequeños y a corto plazo, aunque pocos estaban equipados para decir que pasaría cuando las cosas salieran mal, como salieron”. Y también bancos “cuyos directorios y altos ejecutivos estaban repletos de talentos reclutados globalmente y cuyos directores no-ejecutivos incluían a aquellos con comprobados historiales en la vida pública”.
Pero no fue suficiente. Pues nunca hay que perder de vista los vericuetos de la psicología colectiva. “Los hogares se beneficiaron de un bajo desempleo, bienes de consumo baratos y crédito fácil. Las empresas se beneficiaron de menores costos de endeudamiento. Los banqueros ganaban bonos extraordinarios y expandían sus negocios por todo el mundo, el gobierno se benefició de altos ingresos fiscales que le permitieron aumentar el gasto público en escuelas y hospitales. Esto estaba destinado a crear una psicología de la negación. Fue un ciclo alimentado, en una significativa medida, no por la virtud sino por el engaño”. “También hubo dificultades entre las autoridades encargadas de gestionar estos riesgos. Algunos dicen que su trabajo debería haber sido ´quitar el ponche cuando la fiesta estaba en auge´. Pero eso supone que tenían los instrumentos necesarios para hacerlo. La presión general fue por una regulación más laxa –un toque ligero. La City of London (y la Financial Services Authority) fueron elogiadas como modelo de regulación financiera global por este motivo”. Estábamos todos, explican estos economistas, como en pedo en el Titanic…
Y así, a través de una maraña de problemas de coordinación, inflaciones que no alertan, psicologías gregarias, mantras de gurúes y otras yerbas, arribamos a la contundente conclusión de nuestros economistas. “Entonces, en resumen, Su Majestad, el hecho de no prever el momento, el alcance y la gravedad de la crisis y de evitarla, aunque tuvo muchas causas, fue principalmente una falla de la imaginación colectiva de mucha gente brillante, tanto de este país como del exterior, para entender los riesgos para el sistema en su conjunto.” Fortuna la de estos poco imaginativos sastres de no servir como “humildes y obedientes servidores” en una monarquía a la vieja usanza: por mucho menos que una conclusión semejante, les hubieran cortado sus cabezas.
Nota filológica. Las palabras empleadas por los economistas para referirse a las maldades de sus magos financieros son reveladoras. “Ilusiones” corresponde a wishful thinking, la palabra que mejor designa el espíritu dominante en su economics y en las social sciences burguesas en su conjunto. Y, más interesante aún, “arrogancia” corresponde a hubris (no a arrogance, haughtiness o cualquier otra palabra más corriente). Los antiguos griegos empleaban esta palabra, hybris, para referirse a la desmesura de quienes desafiaban a los dioses. Y el castigo divino a esta desmesura, la némesis, solía adoptar la forma de un rayo fulminante. Nuestros economistas parecen sugerir, de esta manera, que las fuerzas cuasi-naturales desencadenadas por la desmesura de sus magos financieros son comparables a las fuerzas naturales hipostasiadas por los antiguos griegos en sus dioses. Adorno seguramente hubiera suscripto la comparación. Las leyes de la segunda naturaleza, es decir, del mercado, se imponen a espaldas de los hombres como si fueran leyes de la naturaleza a secas. Y un día sobre estos hombres, que a través de sus actividades cotidianas reprodujeron aquellas leyes del mercado, se desencadena el colapso financiero como un rayo fulminante. La combinación entre aquel wishful thinking y esta hubris, mientras tanto, convierte a las prendas de estos sastres, una y otra vez, en miserables taparrabos.
Autor: Alberto Bonnet
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