A mis amigos,

Han pasado más de treinta años desde que el virus del “género” surgió de los tubos de ensayo de los laboratorios universitarios estadounidenses, llegando, según se dice, de Europa, a través de la “teoría francesa”. Hasta entonces, los comportamientos y funciones que una sociedad asignaba al sexo biológico se llamaban sexo social. Esto simplemente significaba que no había nada “natural” en las responsabilidades que ambos debían asumir en un entorno dado y en un momento dado y que era solo una cuestión de equilibrio de poder, a favor de uno de los dos sexos dentro de la división sexual del trabajo.
Para cualquiera que quisiera proyectarse en un futuro colectivo e igualitario, era obvio que tenían que luchar y, si era posible, abolir este sexo social y no cambiarlo, incluso si lo llamáramos de otra manera.
Sin embargo, transformar el «sexo social» en «género» ha permitido un impresionante golpe doble. Erradicar tanto el sexo como lo social no carecía de estilo: hundirse en el molde de un puritanismo renaciente que miraba con desprecio la liberación sexual de los años 70 y, al mismo tiempo, dejar de lado todo lo que podía sugerir la lucha de clases y un impulso proletario. El final de una época, en resumen, donde los termidorianos postmodernos y posteriores al 68 se encuentran.
Pero al cabo de un tiempo el «post» puede llegar a ser arcaico, porque retroceder es como estar inmóvil, como cantaban los anarquistas de antes de la gran carnicería. La división del mundo en partículas elementales no puede extenderse indefinidamente en un mundo finito.
Es hora de no detenerse allí. Se puede elegir entre volver atrás y volver a casarse con un pasado vergonzoso y cursi, o bien seguir adelante ampliando todo lo posible hacia nuevos horizontes y nuevos espacios (sobre todo universitarios) que reconquistar. Esta segunda opción es más rock and roll, y es la que he elegido.
Lo que me llamó la atención fue el renovado interés por los animales al que asistimos. De simples compañeros o alimentos nutricionales, se han convertido en otros nosotros mismos. Un descubrimiento capital que no ha tenido equivalente en la historia, excepto por los jesuitas, que descubrieron el alma de los indios y de las mujeres.
En fin, es un mundo nuevo y he decidido aventurarme en él. Dejar este viejo mundo postmoderno que se limita a lo transgenérico para entrar en el de la trans-especificidad que muy pronto será el último grito de la postmodernidad.
Después de pasar varias tardes crepusculares con algunos gatos alrededor de una copa, decidí convertirme en uno. Si te cruzas conmigo ten en cuenta que ya no soy quien crees que soy. Soy gato, es mi sentimiento y mi voluntad y eso es lo que cuenta. De ahora en adelante, llámeme “gatito”. O “gatita”, dependiendo del género que te agrade ponerme.

¡Miau!

Jean-Pierre Duteuil

 

Quedarse parado es retroceder

 

Verano 2020, JPD, versión en castellano: C.J.

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