David Graeber y David Wengrow


A nuestro entender el punto crucial es recordar que no estamos aquí hablando de «libertad» como ideal abstracto o principio formal (como en «¡Libertad, Igualdad, Fraternidad!»). A lo largo de estos capítulos, en cambio, hemos hablado de formas básicas de libertad social que uno puede poner en práctica:

  1. La libertad de trasladarse físicamente, de mudarse del entorno.
  2. La libertad de ignorar o desobedecer órdenes dadas por otros.
  3. La libertad de crear realidades sociales totalmente nuevas, o de alternar entre realidades sociales diferentes.

Lo que podemos ver ahora es que las dos primeras libertades —cambiar de localización y desobedecer— a menudo actuaban como estructura de soporte para la tercera, la más creativa. Aclaremos algunas maneras en que funcionaba este apoyo a la tercera libertad. En tanto las dos primeras libertades se dieran por sentadas, como sucedía en muchas de las sociedades norteamericanas cuando los europeos trabaron contacto con ellas, los únicos reyes que podían existir eran siempre, en última instancia, reyes simbólicos. Si se pasaban de la raya, sus súbditos podían dejar de serlo simplemente ignorándolos o mudándose a otro lugar. Lo mismo valía para cualquier otra jerarquía de cargos o sistema de autoridad. De igual modo, una fuerza de policía que solo funcionaba durante tres meses al año, y cuya composición estaba sometida a rotación anual, era, en cierto modo, una policía simbólica, lo que hace que nos extrañe un poco menos el que muchos de sus miembros procedieran de las filas de los payasos rituales.

Es evidente que algo en las sociedades humanas ha cambiado al respecto, y de un modo muy profundo. Las tres libertades básicas han ido retrocediendo, hasta tal punto que la mayoría de la gente, hoy en día, tiene problemas para comprender cómo sería vivir en un orden social basado en ellas.

¿Cómo sucedió? ¿Cómo nos estancamos? ¿Y cuán estancados estamos en realidad?

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Hemos tenido ocasión de hablar de tres libertades primordiales, aquellas que durante la mayor parte de la historia de la humanidad sencillamente se daban por supuestas: la libertad de movimiento, la libertad de desobedecer y la libertad para crear o transformar relaciones sociales. También hemos señalado cómo la voz inglesa free procede de un término germánico que significa «amigo», dado que, a diferencia de la gente libre, los esclavos no tienen amigos, porque no pueden comprometerse ni hacer promesas. La libertad para hacer promesas es probablemente el elemento más básico y elemental de nuestra tercera libertad, así como nuestra capacidad de alejarnos físicamente de una situación difícil es el elemento más básico de la primera. En realidad, la palabra más antigua con el significado de «libertad» registrado jamás en una lengua humana es el término sumerio ama(r)-gi, que significa literalmente «regresar a la madre», porque los reyes sumerios emitían periódicamente decretos de anulación de deudas, que cancelaban todas las deudas no comerciales y en algunos casos permitían a aquellos mantenidos como peones por deudas en casa de sus acreedores regresar a casa con su familia.

Podríamos preguntarnos cómo es que ese elemento básico de todas las libertades humanas, la libertad para comprometerse y hacer promesas, y, así, crear relaciones, acabó convertido en su opuesto exacto: peonaje, servidumbre o esclavitud permanente. Sucede, sugerimos nosotros, precisamente cuando las promesas se convierten en impersonales, transferibles, en una palabra: burocratizadas. Una de las grandes ironías de la historia es que la idea de madame de Graffigny de que el Estado inca era un ejemplo de benevolente orden burocrático procede de una mala lectura de las fuentes, si bien una muy común: confundir los beneficios sociales de unidades locales autogestionadas (ayllu) por una estructura imperial de mando, las cuales en realidad servían casi exclusivamente para aprovisionar al ejército, a los sacerdotes y a las clases administrativas. Los reyes mesopotámicos y posteriormente los chinos también tendían a representarse a sí mismos, como los monarcas egipcios, como protectores de los débiles, alimentadores de los hambrientos, solaz de viudas y huérfanos.

Lo que el dinero es a las promesas, podríamos decir, es la burocracia estatal al principio de cuidado: en ambos casos hallamos uno de los más fundamentales sillares de la vida social corrompido por una confluencia de matemáticas y violencia.

Fragmentos de “El amanecer de todo. Una nueva historia de la humanidad”, David Graeber y David Wengrow, 2022.

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