Sergio Palencia
El zapatismo revolucionario en Chiapas marcó un evento de magnitud global desde que se dio a conocer en 1994. Inició como una rebelión, como una guerra de guerrillas que llamaba al derrocamiento del Estado priísta, así lo leemos en sus primeros comunicados. Con los meses y años el zapatismo fue cambiando, dio muestra de saber leer su presente histórico y de saberse enraizado en las tradiciones de lucha indígena y campesina. El EZLN partió del imaginario de la Revolución Mexicana y, más específicamente, de la Comuna de Morelos, en las luchas dirigidas por Emiliano Zapata entre 1910 y 1919. En algunas ocasiones el Subcomandante Marcos habló de la impronta de las luchas guerrilleras de Nicaragua y El Salvador en 1979-1980 en el EZLN. En su conjunto, el Zapatismo tomó como base la historia nacional-popular mexicana con referencias a eventos cercanos en la Centroamérica revolucionaria de los 1980s.
Llama la atención que durante muchos años las experiencias al vecino país – Guatemala – fueron obviadas. Por momentos parecía que el zapatismo en Chiapas entraba en diálogo con la impronta de Cuba en América Latina, con el Mayo francés de 1968 o con El Salvador más que con las comunidades guatemaltecas. Más allá de los estados-nación recién mencionados, el EZLN y su imagen revolucionaria se construyó sobre el silencio de la población maya al otro lado de la frontera con Chiapas. En este pequeño escrito propongo reflexionar sobre la relación entre el zapatismo chiapaneco y la experiencia revolucionaria – y de genocidio – de las comunidades indígenas mayas de Guatemala. ¿Existe alguna razón política para ignorar al país del cual Chiapas fue parte por dos siglos durante la Colonia? ¿Acaso la experiencia de revolución y genocidio en la Guatemala de 1970 y 1980 tuvo ecos o relaciones con lo que llegaría a ser el complejo fenómeno del zapatismo? ¿En qué nos aporta conocer las experiencias revolucionarias en Chiapas y Guatemala?
1. El peligro de ser asociado a la guerrilla guatemalteca, 1994
Empiezo con un recuerdo personal. Acababa de cumplir nueve años cuando una mañana de enero de 1994 vi la portada de Prensa Libre, un periódico guatemalteco. Como niño recuerdo la imagen de unos soldados guatemaltecos caminando sigilosamente entre los bejucos de la selva. El titular informaba que el Ejército de Guatemala patrullaba la frontera con México para evitar que los guerrilleros conocidos como zapatistas ingresaran al país. Visto desde Centroamérica, el Ejército de Guatemala combatiría a la guerrilla zapatista a sangre y fuego tal como lo había hecho con diversas guerrillas guatemaltecas desde 1960.
Del otro lado de la frontera, el EZLN se identificó desde el inicio como un movimiento armado mexicano. El priísmo buscó inmediatamente culparlo de ser una guerrilla centroamericana, misma que debía ser tratada como invasión extranjera. Por mucho que los gobiernos de los presidentes mexicanos Salinas de Gortari y Zedillo intentaran crear la imagen del enemigo extranjero centroamericano, el EZLN logró romper el cerco informativo y dar a conocer su lucha como parte de la tradición del pueblo pobre indígena y mestizo de la Revolución Mexicana.
Por su parte, la guerrilla guatemalteca negoció el fin de cuatro décadas de guerra entre 1994 y 1996. Las propias comunidades mayas aún en resistencia luchaban por definirse como población civil no beligerante ante los constantes bombardeos del Ejército de Guatemala. Recién condecorada como Premio Nobel de la Paz en 1992, Rigoberta Menchú Tum se convirtió en una figura mundial de la lucha indígena tras cinco siglos de la invasión española. En Guatemala se acallaba el llamado a la revolución – era otro momento histórico – mientras que en Chiapas se motivaba a la lucha de México.
El triunfo mediático del zapatismo como movimiento mexicano e internacionalista tuvo como contraparte el silencio de la profunda relación popular, histórica, desde abajo, de aprendizajes y errores, con respecto a la experiencia revolucionaria guatemalteca. Investigadores como Adolfo Gilly, John Womack y John Early coincidieron en interpretar al EZLN como expresión de un fenómeno más amplio de carácter religioso y de teología india revolucionaria.
El zapatismo chiapaneco trajo consigo un novum histórico, sin duda. Pero la belleza de dicha novedad cobra mayor fuerza cuando se trazan o perciben los vasos comunicantes o lo que podría llamarse las sinapsis de los pueblos desde abajo. Tal vez es necesario pensar que la gran esperanza que abrió el zapatismo para el mundo entero está entrañablemente enraizada con uno de los eventos más trágicos del siglo XX. Me refiero tanto al genocidio guatemalteco (1981-1984) como a la poco conocida historia de las Comunidades de Población en Resistencia en las montañas y selvas de Guatemala (1981-1996). Ahora bien, ¿cómo se traza la experiencia rebelde de las comunidades mayas en Guatemala y Chiapas?
2. Cuando los dos ríos se unen, 1979
La relación entre comunidades indígenas y revolución armada ha estado presente a lo largo de la historia del continente americano. En el caso de México y Centroamérica, algunos de los eventos más conocidos son la Guerra de Castas y rebelión maya en Yucatán en 1847-1890, las comunidades nahual en Morelos y el Ejército del Sur en 1910-1919 en México y la rebelión pipil y comunista en El Salvador en 1932. No es, pues, nueva la relación entre izquierda y comunidades indígenas si bien cada evento ha sido distinto. Llama la atención no obstante cómo los historiadores del zapatismo de Chiapas, o neozapatismo como algunos le dicen, suelen dejar de lado la enorme experiencia de levantamiento indígena maya de Guatemala en los departamentos de Huehuetenango, Quiché, Petén y San Marcos, todos fronterizos con Chiapas.
Impresiona más este silencio cuando se piensa en términos del lugar especial que ocupa Guatemala en la Guerra Fría en América Latina. Tras la intervención estadounidense y Golpe de Estado a Jacobo Árbenz en 1954, las comunidades mayas de Guatemala sufrieron la persecución militar y anticomunista de finqueros y cuerpos policiacos entrenados por Estados Unidos. Tras la Revolución Cubana de 1959, el objetivo del capital y de las élites nacionales fue convertir a Guatemala en modelo anticomunista de América Latina. Contra este Estado especializado en la contrainsurgencia en Saint-Cyr y Panamá se movilizaron las comunidades indígenas entre 1954 y 1979 para recuperar tierras, demandar mejoras salariales en las plantaciones de azúcar, café y algodón, como también para desarrollar modelos cooperativistas y de desarrollo comunitario.
Los sobrevivientes del Golpe de 1954 junto a militares rebeldes fundaron guerrillas revolucionarias que, hacia 1964, establecieron relaciones de militancia con indígenas mayas en las Verapaces. El concepto de revolución de las guerrillas guatemaltecas se inspiró en las experiencias vietnamitas y cubanas, se guió por la lucha de clases y buscó la toma del poder para instaurar el socialismo en el país. El énfasis en la guerrilla como monopolio de la práctica revolucionaria ha tendido a situar la compleja historia de rebeldía, militancia y resistencia indígena guatemalteca en la Guerra Fría como exterior a la guerrilla misma. Pero una vez que se parte de la múltiple experiencia de lucha de las comunidades e individuos mayas en Guatemala el concepto mismo de revolución vanguardista se cuestiona.
Javier Gurriarán – sacerdote español en el pueblo ixil de Nebaj – comparó la alianza entre militantes mayas y la guerrilla como “dos ríos que se unen”. Para 1981, en las aldeas indígenas de Guatemala, dos tradiciones de lucha con experiencias contemporáneas en común entraron en diálogo para combatir a la dictadura militar impuesta por la United Fruit Company y la CIA en 1954. La lucha contra la finca o la plantación cuestionaba parte del orden colonial en Guatemala como, también, la violencia capitalista de compañías fruteras como la United Fruit Company.
3. La lucha contra la plantación como anticapitalismo, 2017
Las comunidades mayas del altiplano guatemalteco, como las mayas chiapanecas, tuvieron en común la lucha contra la plantación o finca, el racismo y el despojo histórico. No es casualidad que en 2017 el subcomandante Moisés escribiera un tremendo texto (“El mundo capitalista es una finca amurallada”) donde compara el capitalismo con la experiencia indígena en las fincas de Chiapas. Tanto en Chiapas como en Guatemala, el recuerdo de los abuelos explotados por las fincas y la recuperación de la tierra se enraizó con la memoria indígena del despojo. Las potencialidades revolucionarias y comunales de las religiones del éxodo – como las llama Ernst Bloch en su libro El ateísmo en el cristianismo – sirvieron de espejo de reflexión con la propia tradición comunal y rebelde indígena.
La teología de la liberación en Guatemala, Centroamérica y Chiapas motivó un cambio no sólo en los sacerdotes del Concilio Vaticano Segundo sino en los catequistas indígenas que leyeron la historia de lucha de su comunidad al son del éxodo, los macabeos o el apocalipsis. El catolicismo rural (Acción Católica), la socialdemocracia y el cooperativismo fueron cauces transformados por la propia reflexión y praxis maya. Es decir, el profundo proceso de subjetividad revolucionaria en estudiantes, aldeanos y trabajadores mayas precedió o entró en consonancia con la llegada de las guerrillas en 1964, 1972 o 1979.
Si bien en muchos lugares la izquierda se presentó a los trabajadores o aldeas indígenas como vanguardia, otros procesos indígenas y mestizos complejizaron la idea del levantamiento y de la centralidad de la comunidad en la revolución. De este encuentro conceptual y vivencial, cultural y experiencial, fue surgiendo la semilla de un concepto de revolución distinto, no-vanguardista. Lamentablemente la práctica de la comunidad revolucionaria anticapitalista fue perseguida a muerte por el Estado finquero guatemalteco en el contexto de la Guerra Fría.
El genocidio de los pueblos mayas en Guatemala entre 1981 y 1984 se realizó en gran parte contra el surgimiento de las comunas mayas anti-plantación y la posibilidad de una revolución guerrillera como la nicaragüense. Del genocidio en Guatemala persistió una forma comunal indígena de la revolución, en mi opinión, elemento presente en la guerrilla indígena Nasa del Quintín Lame en Colombia y, más adelante, en el Zapatismo de Chiapas.
4. Las Comunidades en Resistencia en Ixcán y en las montañas ixiles, 1982-1996
Fue tan central la experiencia de Guatemala en el hemisferio occidental que muchas veces fue usada para comprobar el fracaso de la izquierda y de la revolución en el mundo después de 1989. Guatemala fue transformada en una historia de derrota de la izquierda internacional y de la incongruencia entre pueblos indígenas y revolución. Sin embargo se dejó en el margen las voces y la centralidad de la Resistencia indígena entre 1982 y 1996. Si bien el levantamiento de las comunas indígenas anti-plantación fue en su mayoría exterminado en Guatemala, es cierto también que en las montañas Ixiles, en la selva del Ixcán y de Petén, persistió y se creó algo que hasta el momento permanece desconocido por la reflexión revolucionaria del continente.
Tras las masacres de cooperativas y aldeas indígenas en 1982, las comunidades y sobrevivientes se escondieron en la selva o en montañas de difícil acceso. En un principio los propios sobrevivientes denominaban “aguantar” a la resistencia, a la lucha. Luego, a medida que la vida de las comunidades sobrevivientes tenía por objetivo no abandonar sus territorios, pasaron a llamarse las Comunidades de Población en Resistencia (CPR).
Las CPR fueron comunidades autónomas viviendo bajo la montaña, con producción y propiedad comunal, sistemas de autodefensa y la transformación de la guerrilla de elemento armado de la vanguardia a brazo armado de las comunidades en resistencia. Las CPR resistieron entre por quince años a uno de los Estados latinoamericanos mejor entrenados en contrainsurgencia y, en conjunto con la guerrilla y la pastoral católica de acompañamiento, generaron una de las vivencias de comunas indígenas anticapitalistas más impresionantes de la historia contemporánea de América. En su seno se desarrolló una educación emancipadora autónoma, se interpretó el evangelio en diálogo con el Popol Wuj y viceversa.
La potencia más grande de las CPR, en mi opinión, fue la fuerza, creatividad y amor de la familia indígena maya. Construidas con base en redes de parentesco y etnicidad, las CPR crearon comunas multiétnicas de liberación desde abajo. La dirigencia de las comunas era exclusivamente local, indígena en la mayoría de los casos. La relación con la guerrilla ya no siguió el modelo soberanía nacional-estatal o para-estatal de representación – como el Sandinismo o el Priísmo – sino se basó en la defensa de las comunidades concretas. Ricardo Falla – sacerdote y antropólogo que vivió en las CPR – considera que las comunidades en resistencia en la selva ayudaron a humanizar a la guerrilla, le imprimieron un ritmo comunal en lugar de uno eminentemente guerrerista.
Pensado hoy en día, el énfasis en la comunidad concreta – su vida, debilidad, necesidades y esperanzas – a lo mejor hizo que la guerrilla en las CPR no se convirtiera en voz unidireccional y abstracta del partido – como sí sucedió con Sendero Luminoso en Perú en la segunda mitad de la década de 1980. En las montañas de Guatemala, las Comunidades de Población en Resistencia llevaron a cabo la práctica de la comunidad autónoma frente a un Estado guerrerista, un régimen constituido por una de las compañías de plantación más grandes del mundo en su momento, la UFCO. Sobrevivientes del genocidio, las CPR conjugaron en sí la historia indígena y de la revolución en el siglo XX, no como externos o contrarios, sino como relaciones en tensión y en mutua creación y crítica.
5. Hacia un diálogo de historias vecinas: CPR y EZLN, 2025
Este escrito ha analizado cuatro elementos que relacionan la experiencia indígena guatemalteca en el Zapatismo de Chiapas:
Uno, el levantamiento del EZLN en 1994 se trazó en el marco de la historia nacional-popular de México y se defendió de las acusaciones priístas de ser una guerrilla centroamericana.
Dos, los diversos pueblos mayas de Chiapas y Guatemala – sean tzeltales, ixiles, tojolabales o quichés – sufrieron la violencia de las haciendas y fincas, como una historia de agravios y racismo cotidiano. Desde mediados del siglo XX se incrementó la participación de los pueblos mayas en organizaciones católicas rurales, cooperativas y sindicatos como medios modernos de emancipación desde fuerzas y redes comunales.
Tres, la experiencia de explotación en la finca o plantación estuvo en el centro de la construcción de comunidades autónomas, en resistencia, contra el Estado guatemalteco y mexicano en distintos momentos históricos. No es casualidad que el Zapatismo parta de la crítica a la finca para entender al mundo entero como una plantación o finca.
Cuarto, las Comunidades de Población en Resistencia (CPR) conjugaron la tradición de lucha comunal maya con la forma guerrillera de la lucha de clases. En esta relación el énfasis vanguardista se transformó en novedad comunal de lucha en el contexto de la Guerra Fría global. La autonomía y el trabajo comunal – por comités, dirían en Quiché – dio frutos de producción colectiva, defensa de la comunidad y educación emancipadora bajo el asedio del Ejército de Guatemala.
La relación de mutuo conocimiento de los pueblos de Chiapas y Guatemala puede redundar en verse y recordarse hermanadas pese a las fronteras de los estados-nación. Si la gran enseñanza de las CPR y del EZLN es la necesidad de construir comunas anti-capitalistas, en lucha por su autonomía, luego la historia misma necesita ser construida en común como paralelo de memoria del dolor del genocidio como, también, del valor de atreverse a resistir.
