John Holloway
No tiene que ser así el mundo. No tiene que ser un mundo de desaparecidos, de narcos, de genocidio, de violencia, de migración forzada, de hambre, de pobreza, de cárceles, de calentamiento global. Desde el 7 de octubre de 2023, el Estado israelí ha matado a 45,000 personas en Gaza, 17,000 de ellas niños. En este momento, hay al menos 117,000 personas desaparecidas en México. Hay miles de personas dirigiéndose a Estados Unidos porque no existen las condiciones de vivir en sus hogares en México o Centroamérica. Las guardias en la frontera estadunidense deportan a más de mil migrantes cada día y el Presidente electo está diciendo que va a deportar a 11 millones. El planeta se está calentando y los gobiernos del mundo son incapaces de pararlo. Pero no tiene que ser así el mundo.
Podría ser otro el mundo. Podría ser bello. Aquí en este momento, en este lugar, es bello. Sentimos nuestra riqueza, nuestro compañerismo, nuestra creatividad, nuestra determinación de crear un mundo diferente, nuestra memoria de dolores y luchas. Estamos celebrando, celebrando nuestra resistencia y rebeldía, estamos celebrando el hecho de estar entre amigos. Vemos alrededor de nosotros y pensamos “el mundo es bello, aquí tenemos un espacio de belleza, una grieta en el mundo de terror”.
No es solamente en estos días especiales, también en la cotidianidad, en el campo o en la ciudad, convivimos con otras personas que no necesariamente son nuestros amigos, pero sí tenemos cierta relación de respeto, de aceptación mutua. El mundo entero puede ser así, un mundo de creatividades, de amistades, de riquezas, de dignidades, de cuidados recíprocos, de reconocimiento mutuo, de tolerancias. El mundo no tiene que ser de terror, podría ser bello el mundo.
¿Cómo explicar este contraste entre lo malo del mundo y lo bueno de la gente normal? La respuesta común es que así es, que hay gente buena y gente mala, siempre ha sido así, siempre ha habido guerras y violencia, que no hay nada que hacer. Pero no es así. Si el mundo es malo, no es porque nosotros somos malos, sino porque la manera de relacionarnos, de conectarnos, es mala. Es decir, la cuestión de cómo es la gente no se puede separar de la conexión entre ellas. La conexión que predomina en este mundo es el dinero. Nos relacionamos con otra gente a través del dinero. En las ciudades y, cada vez más, en las comunidades.
El dinero es como una niebla, una niebla que penetra todos los aspectos de la vida pero que no lo vemos porque está ahí todo el tiempo. Es una niebla venenosa. Me dicen que en las comunidades se habla del dinero como Pukuj, el diablo en tseltal, y tienen razón. El dinero nos seduce porque hace la vida más fácil, pero al mismo tiempo crea el mundo de terror. El dinero rompe las comunidades, los amores, las amistades, el dinero fluye todo el tiempo a los lugares donde puede crecer a través de la ganancia. El dinero crece volviéndose capital, obligando a la gente a convertir sus vidas en trabajo, un trabajo que tiene como objetivo crear más dinero.
El dinero tiene como sirviente al Estado. El Estado pretende ser lo contrario del dinero, pero no es así. El Estado depende del dinero y hace todo lo posible para mantener el dominio del dinero, es decir, la acumulación del capital: el Estado con sus policías y militares y con su división territorial del mundo, su separación entre mexicanos y guatemaltecos o alemanes, su separación entre ciudadanos y migrantes que está causando tanta violencia y tanta miseria. El dinero, el capital y el Estado son tres caras de la misma hidra.
Es el predominio del dinero, esta manera terrible de conectarnos, que explica lo terrible del mundo. No estoy diciendo que estaría perfecto el mundo sin el dinero, tendríamos otros problemas, pero el dinero es la principal causa de la violencia y la miseria del mundo.
El dinero no se queda quieto. Tiene que ir expandiéndose todo el tiempo. Tiene que ir intensificando la explotación, tiene que ir imponiendo su lógica en cada lugar del mundo y en cada aspecto de la vida humana y también no humana. A todo lo que toca le impone una dinámica de destrucción. Construye pero destruye. Nos impone un progreso definido por la ganancia, no por lo que nosotros queremos. Nos ataca.
Nosotros decimos que No. Resistimos y nos rebelamos. Abiertamente, pero también de manera escondida. Nuestra resistencia lo desquicia. Lo desquicia porque reduce su ganancia, que es lo único que le importa. Entonces, los capitales y sus estados empiezan a pelearse entre sí y nos atacan a nosotros de forma feroz, reduciendo sueldos, derechos, dando más poderes a los militares, etc. El capital tiene miedo. Tiene miedo porque depende de nosotros. Depende de nuestra subordinación, depende de la plusvalía que producimos, pero que no estamos produciendo suficientemente. Trata de escapar creando una ficción a través de la expansión de la deuda. Trata de escapar compitiendo y peleando entre ellos, es decir matándonos a nosotros. Tratan de escapar sacrificando a pueblos, a tierras. Es decir, tratan de asegurar que la tormenta se dirija a ciertas partes del mundo y ciertas partes de la población mundial, con la ambición de defender sus islas de privilegio. El dinero amenazado se vuelve una tormenta que amenaza a todxs.
Hay muchas indicaciones de que la catástrofe se está intensificando. El capitalismo siempre ha sido un sistema de creación y destrucción, pero ahora es la destrucción que domina. Si no logramos romper el sistema actual, es muy posible que nos lleve a la extinción de la humanidad. El calentamiento del planeta, guerras y la posibilidad de una guerra nuclear, la destrucción de la biodiversidad, el agotamiento del agua, las olas de migración que son resultado de la destrucción de ciertas partes del mundo, la inestabilidad financiera del sistema mundo que va creciendo: todo eso sugiere que la catástrofe va a ir creciendo y creciendo.
El capitalismo de hoy no es necesariamente peor que hace cien años, pero tiene un potencial de destrucción que nunca ha tenido antes. El dos veces finado Galeano, en uno de los comunicados anunciando la travesía por la vida, habla de la confrontación actual en todo el mundo: dinero versus vida. Y en ese enfrentamiento, en esa guerra, ninguna persona honesta debería ser neutral: o con el dinero, o con la vida. Me parece que no estaba exagerando, que ahora, como nunca antes, tenemos que escoger entre vida y dinero, es decir escoger la vida contra el dinero. Nosotros decimos sí a la vida, no al dinero.
La tormenta nos da miedo, pero seguimos diciendo No, es el No de la esperanza. Muchas veces pensamos que no hay salida, que ya no hay manera de parar la catástrofe, que lo máximo que podemos hacer es escondernos en la selva. Pero sabemos que no es así, que la selva también se puede aniquilar en la tormenta.
Sabemos que detrás de la furia de la tormenta está el miedo del dinero, del capital a nosotrxs, su miedo ante nuestra riqueza, ante nuestra capacidad de crear otro mundo, un mundo de muchos mundos. Sabemos que de alguna manera tenemos que construir sobre nuestra riqueza.
A veces parece imposible, Si vas a una ciudad grande, la fuerza del dinero es tan dominante que parece impensable abolirlo, pero claudicar no es opción porque estamos hablando del futuro de la humanidad.
Estamos como atrapados en la locura, en la idea y práctica loca de abolir el dinero antes de que nos destruya a nosotros. No se puede hacer por decreto porque abolir una manera de relacionarnos necesariamente implica desarrollar otra manera de relacionarnos. Sólo podemos abolir el dinero creando el común. Un común que compartamos y un común que supere divisiones. Tiene que ser un proceso progresivo, sacando el Dinero-Capital-Estado de ciertas territorios o de ciertas actividades, el cultivo por supuesto, pero también la educación, salud, agua, vivienda, software, música, comida, creando comunes en todas estas áreas, en todas las áreas de la vida. Un movimiento progresivo donde luchas particulares siempre desbordan hacia lo general, lo universal, como las luchas zapatistas siempre han hecho.
Somos muchos, estamos empujando cuesta arriba, de muchas maneras diferentes, pero queremos llegar a un punto de inflexión, a la cumbre para que, a partir de ahí, se acelere nuestro No, nuestra lucha para crear un mundo de muchos mundos. Primero pensamos tal vez que es un cerro chico, pero nos vamos dando cuenta que es una montaña grande. No vemos dónde está la cumbre, pero sí sabemos que cada montaña tiene su cumbre, su punto más alto, y a partir de ahí vamos a ir corriendo hacia abajo y las luchas se van a ir acumulando y creciendo.
No tiene que ser así el mundo. No queremos llegar al último suspiro de la humanidad diciendo que “no tenía que ser así”. No queremos que el epitafio de la humanidad sea “no tenía que ser así, hubiera podido ser diferente el mundo”. Estamos atrapados en el desafío loco y maravilloso de crear otro mundo, un mundo de muchos mundos. ¡Qué bailen los corazones!