Inés Durán Matute

Les quiero compartir que últimamente me he sentido como una manzana; no sé si les ha pasado a ustedes. Quizás ya lo sepan, pero es que si sembramos una semilla de una manzana nacerá un árbol de una variedad distinta de manzanas. ¡Qué cosa tan más fantástica! Las manzanas tienen algo especial que los científicos nombran heterocigosidad extrema, lo que implica que al sembrar una semilla no se obtiene un clon. Ningún árbol puede ser igual a menos de que injertemos un esqueje del árbol original. Digamos que podría pensarse como algo similar a los seres humanos, solo que si sembramos un brazo nuestro no tendremos un clon; por lo menos, no todavía.

Aunque puede haber una variedad infinita de manzanas, son tan solo unas cinco variedades quienes han logrado el estatus para estar en los mercados y supermercados alrededor del mundo. Estas manzanas están ahí no por ser las más sabrosas o con mejor textura, sino por ser las más resilientes en la producción capitalista.

Aquí podríamos preguntarnos:

¿Qué pasó con el resto de las manzanas? ¿A caso fue una tormenta quien dañó los frutos, partió las ramas y arrancó los troncos?

La Tormenta que vivimos no es solo capaz de estropear nuestra cosecha, sino de desterrar las posibilidades de vidas distintas. Bajo el chubasco, solo unas manzanas sobreviven, pero su diversidad, el mundo que cada una es, desaparece. Esto es, justamente, por lo que me siento como una manzana.

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Mi preocupación por las manzanas surgió después de un par de visitas al mercado y ver cómo predominaban la sección de frutas. Me gustan las manzanas, pero me empecé a cuestionar por qué están ellas aquí y no otras. Pero, sobre todo, me pregunté ¿qué les pasó a las ciruelas amarillas, los arrayanes, los nísperos y los capulines?

Las manzanas, digamos “elite”, tienen un lugar privilegiado en el sistema. Y así sucede con varios de nuestros alimentos; por ejemplo, el 66% de nuestros cultivos provienen de tan solo nueve plantas.1 Aunque el maíz es uno de ellos, no podemos ignorar el desplazamiento de los maíces criollos por lo que llaman el “maíz mejorado”, es decir, el modificado para ajustarse al sistema. Un puñado de empresas multinacionales han buscado controlar el abasto de semillas, modificándolas, patentándolas y privatizándolas. Esto ha afectado la agrodiversidad del planeta y la posibilidad de que nazcan nuevas variedades que se adapten a las condiciones actuales, y a la par se ha creado dependencia a las semillas híbridas y a los agrotóxicos en el campesinado.

Son precisamente los monocultivos junto con distintos procesos de industrialización, comercialización y urbanización quienes han afectado los bosques naturales. En los últimos 20 años, en el país ha disminuido el 9.2% de la cobertura arbórea; Jalisco, por ejemplo, ha perdido en los últimos 15 años 8 mil hectáreas de bosque natural.2 Mientras tanto se ha dado paso a las famosas berries, al agave y al aguacate. Analizando los datos del Instituto de Información Estadística y Geográfica de Jalisco vemos que, desde 1983, las hectáreas sembradas de maíz han disminuido casi un 40%, pero las de agave —aunque con altibajos— han crecido 1169%, y más recientemente, desde el 2008, las de aguacate han subido 1228% y las de frambuesa 1849%. Éstos se posicionan como los productos agrícolas con mayor valor,3 cuando las vidas de sus trabajadores son reducidas a unos cuantos pesos.

Los paisajes así se han pintado de blanco con lonas de invernadero cuando no se han marchitado y desertificado los ecosistemas. Estos productos de exportación han ido eliminando bosques nativos, expulsando a animales no humanos, intoxicando las tierras y escaseando el agua. Esto se ha conseguido con talas clandestinas, incendios provocados, control de carteles y colusión de autoridades; situaciones no ajenas a Chiapas ni a esta región, menos aún con el mal-llamado Tren Maya. De hecho, es en los estados de la Península donde se concentra más de la mitad de la pérdida de bosques del país.4

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Volvamos a las manzanas; la Tormenta ha sido quien ha regado sus cultivos. ¿Qué clase de agua utiliza y cómo impacta a los frutos? Han crecido manzanas rojas y brillantes que se distinguen por su valor comercial, pero que por dentro son bofas e insípidas. La calidad y cantidad de agua ha afectado los frutos que hoy nacen de la tierra, a veces regados con aguas negras, otras soportando largas sequías; absurdamente, es la misma agricultura industrial quien agota y contamina el agua. En el país, de hecho, tres cuartas partes del agua van al sector agrícola, pero gran parte es acaparada por 1% de los usuarios, un conjunto de empresas, mineras, hoteles y agroexportadoras.5 A la par, la alta quema de combustibles fósiles —a veces provocada por estas mismas— ha transformado el agua en lluvia ácida, cuando no han contaminado directamente mares, ríos y pozos.

No sorprende así que hoy se trace una estrecha conexión entre cuerpo y territorio, entre los problemas socioambientales y la salud. ¿Se han preguntado con que agua nos bañamos? Santiago, Atoyac o Tula se han convertido en ríos tóxicos que enferman nuestros cuerpos con cáncer, problemas renales o enfermedades de la piel mientras destruyen sus propios ecosistemas —habría que asomarse tan solo a ver lo que sucede en la comunidad Coca de Mezcala (Jalisco). Los gobiernos pretenden paliar esto con plantas de tratamiento inadecuadas e insuficientes en lugar de atacar la raíz del problema: la contaminación industrial desenfrenada. No se insta a las industrias a que traten sus propias aguas, menos aún se les prohíbe verter sus desechos en los caudales. Dicen que los seres humanos somos 60% de agua, y parece que cada vez más somos aguas residuales.

Acumular, consumir, desechar; acumular, consumir, desechar; y otra vez. El sistema nos instruye al derroche sin mirar las consecuencias ni para nosotrxs ni para lxs otrxs. Sin embargo, nos vamos quedando sin espacio en donde tirar nuestros desperdicios. En los océanos ya flotan miles de residuos plásticos atrapando y matando animales marinos. En el país, la basura no se trata como debería, dejando que corran sus contaminantes por los subsuelos y las aguas. Se pone en riesgo así la salud de comunidades, ecosistemas y cultivos. No sorprende entonces que surjan resistencias de Puebla a Jalisco exigiendo el cierre de basureros y la transformación de la política de gestión de residuos.

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Cultivar manzanas tiene varios efectos ambientales positivos; los árboles de manzanas nos dan oxígeno, absorben dióxido de carbono y ayudan en la evaporación de agua y la regulación de la temperatura. Sin embargo, la producción de manzanas en el capitalismo también implica la toxicidad y degradación ambiental por el uso de pesticidas, por ejemplo, y un alto uso de energía fósil para su producción, traslado y almacenamiento. Habrá quiénes pensarán que esto se arregla fácilmente con energías “limpias”, pero en el Istmo de Tehuantepec ya nos han demostrado que esto no es tan sencillo. Las energías fósiles y verdes están interconectadas más de lo que se cree.

Así, hoy se pretende explorar la profundidad de los océanos en busca de minerales esenciales para la transición energética. Mientras se quiere atenuar el daño irreversible a los ecosistemas marinos, nos empujan a una falsa dicotomía “¿minería terrestre o de aguas profundas?”, sin cuestionar “¿producir energía por qué, para qué y para quién?”. De manera paralela, para nada contradictoria, en el Golfo de México se construye un gasoducto Puerta al Sureste de 715 kilómetros para conectar Texas con Yucatán; como si en 2010 no se hubiera vivido ahí el peor derrame de petróleo de la historia. Claro, todo se justifica para que el país se vuelva una pieza clave en el mercado mundial y sus conexiones energéticas, nos dicen.

En ese sentido, se anuncian nuevos megaproyectos, pues parece que los del sexenio anterior no fueron suficientes. Claro, tienen una etiqueta que los certifica como “verdes e incluyentes”. Ahora, en Sonora, se promueve el megaproyecto “Saguaro Energía” ligado al Plan Sonora para exportar el gas “limpio” de Texas a Asia, por lo que incluye un puerto y una gigante terminal de licuefacción (dicen que 70 veces el estadio Azteca). Activistas y organizaciones están preocupadas por los daños que puedan ocasionar al Golfo de California, hogar de una diversidad de especies, entre ellas la vaquita marina, la cual está al borde de la extinción (se tienen registradas menos de 20). Así, cuestionan “¿ballenas o gas?”

Para unirse en esta sintonía, la presidenta recientemente dio el banderazo de inicio a las obras del Nuevo Puerto Manzanillo-Cuyutlán, el cual prometen será gracias a la Marina uno de los más modernos y ecológicos del mundo. Ya con la ampliación del puerto que inició en 2007, se destruyeron vastas hectáreas de manglares, la protección natural contra las tormentas y hábitat de una diversidad de especies. Hoy, mapaches deambulan buscando comida en los basureros y cocodrilos asustan a nadadores y transeúntes. ¿Cuáles serán los efectos una vez que destruyan la Laguna de Cuyutlán, uno de los humedales costeros más grandes del país?

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¿Qué implicación tiene que algo deje de existir? ¿Cómo afecta nuestras vidas y nuestros sueños? Es difícil saber con precisión qué existía y que ya no existe. Por ejemplo, se piensa que más de 10 mil variedades de manzanas se han extinto tan solo en Norteamérica. Pero ¿cómo saberlo con precisión si de cada semilla crece algo distinto? Los científicos estiman que existen 8.7 millones de especies en el mundo, pero la riqueza del planeta todavía se sigue descubriendo. Lo que sí podemos saber es que la tasa de extinción es por lo menos 1000 veces mayor gracias al humano capitalista que prioriza el saqueo de “recursos”; por ejemplo, en América Latina y el Caribe tan solo se ha visto un declive en los últimos 50 años del 94% de la fauna salvaje6 mientras se pronostica que en la próxima década en el planeta podrían desaparecer 1 millón de especies.7

Sin embargo, a veces es difícil mirar el daño más allá de lo humano cuando somos azotados por guerras y múltiples violencias. ¿Cómo pensar en la contaminación atmosférica y el daño ecológico causados por la guerra en Palestina cuando se vive un genocidio? ¿Cómo movilizarse contra un megaproyecto cuando desaparecen 16 personas al día en el país? ¿Cómo proteger al jaguar cuando se pone un arma en la cabeza de un defensor del territorio? ¿Por qué preocuparse por el calentamiento global cuando se les arrebata la vida a miles de mujeres? ¿Por qué en este mundo pensar en esas manzanas extintas?

Mientras líderes persisten negando el cambio climático y otros fomentando tendencias autoritarias “verdes”, algunos científicos señalan que la Sexta Extinción ya inició. Se trata de un ciclo más del planeta, pero el que esta vez los humanos hemos acelerado con mayor violencia, crueldad y sufrimiento. ¿Será este otro nombre para la Tormenta? ¿Cuántas formas de vida extinguirá y cómo podremos construir mañanas sin ellas? ¿Cómo habitar un mundo sin el canto de los pájaros, el color de las flores y el aroma de los bosques? ¿Cómo vivirá una orangutana ser la última de su especie mientras observa su casa siendo destruida por la producción de palma de aceite? ¿Cómo sentirá un manzano la ausencia de las abejas?

Los seres humanos no somos los únicos en sentir la pérdida y vivir el duelo. Sin embargo, este aniquilamiento masivo está afectando no solo nuestra interconexión e interacción con otras formas de vida, sino también nuestra salud física y emocional. Angustia, miedo, impotencia, ansiedad e indiferencia es lo que ha producido nuestra desvinculación; estamos perdiendo nuestra capacidad de empatía y de responder al desastre. Una vida mediada por el capital nos ha separado de nuestro ser natural, ha convertido la tierra en propiedad y la vida en mercancía. ¿De qué otra forma nos explicaríamos que la respuesta del Fondo Monetario Internacional al calentamiento global fuera calcular el valor de una ballena por sus servicios al capturar carbono de la atmósfera? Por si tienen duda, cada ballena calculan vale más de 2 millones de dólares; así nos dicen que habría que balancear el costo-beneficio de dejarlas vivir.8

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El capitalismo junto con la modernidad nos ha impuesto una mirada que no solo tiene signo de dinero, sino que interpreta al mundo en nuestra misma condición de competencia y barbarie. Así, no solo aceptamos que solo unas manzanas vivan, sino que incluso esas que predominan nos gustan; “fue un juego justo”, nos decimos. Sin embargo, podríamos cuestionar esto y tratar de ver que están haciendo las otras manzanas. ¿Cómo están asegurando su supervivencia y resistiendo al capitalismo? No les extrañará entonces saber que existen buscadores de las manzanas perdidas que han encontrado decenas de variedades pensadas extintas. Esos horrorosos cuadros renacentistas, algunos incluso titulados “naturaleza muerta”, parecen dar pistas de la vida que desapareció.

Ver la vida como una víctima es restarle importancia a las formas en cómo se adapta y resiste. Hay estrategias que no nos son ajenas como la migración o los cambios de rutina, pero también las distintas especies se transforman anatómica y fisiológicamente. Muchas por eso se hacen más bonitas; otras desarrollan habilidades fantásticas. Por ejemplo, frente a la adversidad del clima hay ranas que pueden congelarse siete meses, medusas que pueden rejuvenecerse o plantas que floren antes ¿Qué decir de la resistencia? Quizá la forma más obvia podría verse en cómo animales no humanos protegen y liberan a amigxs y familiares y se desquitan frente aquellxs que destruyen sus ecosistemas. No es instinto, hay algo más que motiva sus acciones. ¿Podríamos decir lo mismo de una maleza que cuartea el cemento? ¿o podríamos pensar un huracán como una forma de la Madre Tierra de resistir la devastación capitalista de sus costas?

Y bueno, ¿qué está pasando con los seres humanos? ¿será que el capitalismo también nos está arrebatando nuestra capacidad de adaptación? No se trata solo de una cuestión biológica, sino de la pérdida de nuestro ser comunitario. Las otras formas de vida nos demuestran la importancia de apoyarse mutuamente y fortalecer nuestras interconexiones y comunidades inter-especie. Si observamos con detenimiento a los animales no humanos veremos que se defienden y protegen, cazan juntos y se comparten alimentos, pero no solo eso. ¿Sabían que las plantas se preguntan unas a otras como están? ¿o que los árboles se comparten nutrientes a través de una red co-creada con hongos para mantenerse sanos?

Entonces, como manzana amenazada, intoxicada y mercantilizada ¿qué puedo hacer? ¿cómo sobrellevar la Tormenta y contemplar un nuevo amanecer?

Dejamos de ver y escuchar a las otras formas de vida, pero en ellas ahora habrá que buscar respuestas antes de que sea demasiado tarde.


Notas:

1 Dato obtenido de: https://openknowledge.fao.org/server/api/core/bitstreams/8ea75736-30e3-4f3a-ab2b-02f28a30935f/content

2 Datos obtenidos de: https://www.globalforestwatch.org/dashboards/country/MEX/14/?location=WyJjb3VudHJ5IiwiTUVYIiwiMTQiXQ%3D%3D&map=eyJjYW5Cb3VuZCI6dHJ1ZX0%3D

3 Datos calculados en base a las cifras de: https://iieg.gob.mx/ns/?page_id=19669

4 Dato obtenido de: https://www.globalforestwatch.org/dashboards/country/MEX/?lang=es_MX

5 Dato obtenido de: https://argumentos.xoc.uam.mx/index.php/argumentos/article/view/1198/1145

6 Dato obtenido de: https://www.theguardian.com/environment/2022/dec/06/the-biodiversity-crisis-in-numbers-a-visual-guide-aoe

7 Dato obtenido de: https://www.reuters.com/graphics/GLOBAL-ENVIRONMENT/EXTINCT/lbvgggdgevq/

8 Véase: https://www.imf.org/Publications/fandd/issues/2019/12/natures-solution-to-climate-change-chami

Categorías: Revista 3