El capitalismo no se puede dar el lujo de parar la máquina. Eso lo tienen claro los gobernantes, economistas y job creators alrededor del mundo: de su continuo funcionamiento depende el orden de cosas que los privilegia. Pero al individuo de a pie también le cuesta pensar, o derechamente teme pensar, que algo así realmente pueda ocurrir: ¿qué clase de mundo sería ese? ¿Cómo es siquiera posible una vida sin salario?

Este es el dilema más punzante que impone la pandemia sobre nuestra vida cotidiana, cual golpe seco sobre la mesa: economía o vida. La contradicción acecha a la humanidad hace siglos pero hoy se nos presenta por primera vez en la historia como un terremoto de escala planetaria. Estamos siendo testigos de un cambio profundo, ¿qué posibilidades hay de que la humanidad se transforme en protagonista de ese cambio poniendo fin a la inercia que nos empujó hasta el límite en primer lugar?[i]

Los expertos apuran los cálculos científicos y afilan sus plumas para el próximo best seller, pero la situación no admite proyecciones simplistas ni especulaciones elaboradas, todo está por verse. Quizá esa es una de las razones por las que esta crisis aparece como la más catastrófica del último siglo: por primera vez la infraestructura del sistema se ve amenazada de manera global y simultánea.

Puede que esta gripe esté matando menos personas alrededor del mundo en tres meses que una campaña militar en Siria en un par de semanas, pero su impacto expone en tiempo real la incapacidad de los gobiernos, incluso lo más ricos y poderosos, para salvaguardar vidas sin poner en riesgo la máquina económica que sostiene al mundo en su lenta agonía. Esa agonía ya no es una realidad ajena para nadie. En una civilización acostumbrada a la guerra en todas sus formas, donde el cambio climático es un problema heredable a las generaciones siguientes, la pandemia llega como un shock que nos recuerda abrupta y violentamente no dejar para mañana lo que podemos hacer hoy.

Es evidente que el verdadero problema no es la cantidad de vidas que pueda cobrar esta crisis, de otra forma no se explica que ninguno de los genocidios del tercer mundo en los últimos 30 años haya causado tanto horror y pánico globalizado como el de hoy. Es más, en China las cuentas son confusas. Primero se observó que era posible que dada la reducción drástica en los niveles de CO2 en el país, la pandemia indirectamente haya salvado más vidas de las que ocasionó directamente. Pero luego se habló también de que la cifra de 250.000 muertes por accidentes de tránsito al año[ii] ya se había visto considerablemente disminuida gracias a la reducción del tráfico. A esto habría que agregar quienes no murieron en accidentes laborales, etc. Entrar en la matemática de los obituarios, en todo caso, es innecesario.

Lo que resulta enigmático de esta repentina pero anunciada crisis mundial es que una forma de vida entera pueda colapsar a pesar de que su base material no haya sido afectada. No deja de sorprender, por ejemplo, el hecho de que, aunque toda la infraestructura de desplazamientos aéreos esté prácticamente intacta —todos los aeropuertos y aviones funcionando, toda la tecnología y logística disponible, etc.— baste con un par de semanas de interrupción de los flujos normales de pasajeros para que todo el sistema esté al borde de la quiebra. Esta es la naturaleza gaseosa y efímera de la existencia bursátil a la que nos condenó Occidente poniendo el dinero al centro de toda la vida; un mundo en el que todo lo sólido se desvanece en el aire[iii].

Con impotencia y un profundo sentimiento de haber sido robados lxs rehenes de las AFP chilenas[iv] hoy están viendo cómo sus ahorros de la vida se evaporan en el aire digital. El verdadero crimen no es robar un banco, sino fundarlo. ¿Qué es la inflación? ¿Cómo se regula la producción de dinero? ¿Qué es el valor? ¿Qué es una mercancía? Este es el tipo de preguntas que funcionan como base para cualquier investigación sobre la volatilidad de los mercados. Pero ninguna explicación va a volver a llenar los fondos de lxs pensionadxs. Y, más importante aún, ninguna riqueza virtual se compara con la riqueza concreta de una vida digna y libre. Como se señaló ya hace rato el asunto no es interpretar el mundo, sino transformarlo.

Los mismos CEOs que hasta hace poco declaraban interdicto al Estado ahora retroceden con la cola entre las piernas: sólo la estructura política y militar que gestionan los gobiernos del mundo puede mantener su barco a flote. En esta escena nos recuerdan que Capital y Estado son dos caras de la misma moneda patriarcal.

Pero la situación ya no da para más. Luego de siglos y siglos de confusión y miseria, de violencia naturalizada y de formas de producción social fundamentalmente auto-destructivas, la tripulación tiene más esperanzas en el naufragio que en cualquiera de las ingeniosas ofertas con las que los capitanes intentan mantener su empresa a flote. La insurrección de la vida cotidiana se vislumbra cada vez en más partes del mundo como la única vía de escape del patíbulo. Transformar lo inconsciente en consciente, dirían los surrealistas junto al psicoanálisis.

La incompatibilidad entre economía y vida hoy es flagrante, sólo la neurosis la mantiene fuera de vista. ¿Pero cómo lidiar con esta neurosis cegadora en el contexto de pánico y terror que generan los medios de comunicación y la sociedad de control? ¿En el contexto de un “aislamiento social” programado para inocular nuevas cepas de TICs y TOCs que brotaran una vez que termine la cuarentena y quizá nos acompañen hasta la muerte? Después de todo, sabemos que la vida desdoblada y proyectada en internet no es más que una forma sofisticada del fetichismo de la mercancía, de nuestra uni-dimensionalidad. Quedarse en casa es una opción saludable para quienes la casa es un lugar seguro, o tienen casa del todo. ¿Quién se cuenta dentro de esta minoría?

Superar el profundo trauma que va a significar la experiencia de esta pandemia no depende de la eficiencia y buena voluntad de los gobernantes, que hoy vemos con impotencia cómo nos sacrifican: para ellos era más conveniente fabricar armas que respiradores mecánicos.

El virus nos obliga a mantener distancia entre los cuerpos para mantenernos con vida. Pero esa misma distancia nos recuerda en la práctica que son las relaciones sociales reales, el apoyo mutuo, la solidaridad y la consciente interacción con nuestro entorno lo que puede salvarnos de la catástrofe. Una vez más tenemos la vida por delante dándonos la oportunidad de ser humildes y empezar de nuevo.

21 de Marzo de 2020

 

Notas:

[i] Así como hay científicos que niegan el calentamiento global y otros que no, mientras algunos científicos se apuraron en indicar a los folidotos y murciélagos como causantes del virus otros aseguran que la verdadera causa es el asalto humano al medio-ambiente y sus efectos sobre estas especies.

[ii] Según la OMS en 2018 se registraron alrededor de 256.000 muertes relacionadas a accidentes de tránsito.

[iii]  La famosa descripción que realizó Marx acerca de la sociedad de la mercancía, y que Marshall Berman transformó en el título de su historia acerca de otro tipo de virus contemporáneo: la gentrificación.

[iv]  Una de las tantas gemas del experimento neoliberal en Chile, un sistema de pensiones cuyos afiliadxs, reclutados a la fuerza por el Estado, ponen sus ahorros a disposición de los mercenarios de la especulación financiera.

 

Enviado desde Chile para su publicación en Comunizar por RB / 2&3Dorm

 

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