Marina Garcés es doctora en Filosofía y profesora de la Universitat Oberta de Catalunya. Es autora de libros como “Un mundo común”, “Filosofía inacabada”, “Fuera de clase” y “Nueva Ilustración Radical”. Participa en diversos proyectos colectivos de experimentación pedagógica, cultural y social.
¿Cree que la crisis de la Covid-19 ha mostrado la fragilidad del sistema?
Lo que nos muestra de manera muy cruda la crisis de la Covid-19 es que el capitalismo global, que parece un sistema muy poderoso, se basa en grandes capas de precariedad económica, social, material, sanitaria… Es una precariedad individual y estructural, porque también afecta el estado en que se encuentran los servicios de atención pública en diferentes países del mundo. Es un sistema basado en la actividad y el crecimiento, pero cuando tiene una patología no puede detenerse, cuidarse ni cuidar de las vidas que cotidianamente expolia y explota. Tampoco las de aquellos que ha dejado al margen, como las personas mayores. Más que la fragilidad del sistema, lo que nos muestra es la desigualdad y la violencia social sobre la que funciona nuestra normalidad.
¿La alerta sanitaria ha puesto de manifiesto la vulnerabilidad humana?
A mí me sorprende que haya tanta gente repitiendo esta frase, desde filósofos hasta Antonio Banderas. Me pregunto qué vidas tenían y qué realidades conocen quienes lo afirman. ¿No tienen personas mayores dependientes en sus familias? ¿No conviven con discapacidades o trastornos mentales? ¿No conocen la realidad altamente vulnerable de muchos barrios y territorios de nuestras ciudades? ¿No sufren el impacto de los cánceres y otras patologías debidas a factores ambientales y sociales? La vulnerabilidad y la interdependencia ya estaban, cada día, como realidad cotidiana para la mayoría. ¿Qué nos impedía verlas y pensarnos desde ellas?
¿Seres sociales como los humanos, podemos vivir en esta situación de confinamiento mucho tiempo?
Los humanos nos adaptamos a todo, si tenemos miedo, y hemos vivido cosas mucho peores. Guerras, asedios, cierres masivos. Hay sectores de la población mundial que las sufren cada día, desde campos de refugiados, desde los países en guerra, guetos, colectivos encarcelados… y la historia nos da también ejemplos constantes. La sociabilidad confinada no es ninguna novedad. Lo que lo es, es su dimensión global y generalizada y el hecho de que afecte a aquellos que normalmente tenemos más derecho y acceso a la movilidad.
Durante los últimos días, hemos visto que se han creado muchos movimientos de cooperación colectiva entre vecinos. Pero, por otra parte, ¿este distanciamiento social podría hacer que nos volviéramos más individualistas?
Estamos viendo las dos cosas: redes de apoyo mutuo y policías de balcón.
Vecinos que ayudan y vecinos que se delatan. Las actuales condiciones de vida sacan lo mejor y lo peor que podemos llegar a ser. No sólo hay que cuidar, pues, de cada uno de nosotros y de la salud de los nuestros. Pienso que es muy importante que cuidemos el ambiente general en que estamos haciendo esta experiencia, las representaciones que damos, los imaginarios que saldrán del hecho de haber sido confinados. Si gana el miedo y la sospecha entre vecinos, habremos dado un paso más hacia una sociedad autoritaria.
Y a los niños, ¿cómo les puede afectar el confinamiento? ¿Cómo volverán a la normalidad?
Lo diré claramente: no entiendo que puedan salir los perros pero no los niños. Entiendo que los padres y madres son los primeros interesados en su cuidado y, por tanto, a no exponerlos a riesgos innecesarios. Pienso que el confinamiento sobre los niños es demasiado drástico, teniendo en cuenta que será largo y que muchos niños y niñas viven en infraviviendas, en lugares oscuros y muy estrechos, sin acceso a recursos culturales, ni siquiera a un rayo de sol. Me alegro de que haya voces cuestionando esta situación, que puede tener un impacto emocional y físico sobre muchos de ellos. Los hay que están viviendo unas pequeñas «vacaciones» con sus padres… Los hay que están metidos en verdaderos infiernos. ¿Cómo se reencontrarán? Pienso que antes hay que preguntarse cómo hacer de la experiencia del confinamiento una experiencia compartida ya desde ahora.
¿Cree que saldrán reforzados los gobiernos populistas, que cierran fronteras y predican la idea de ‘primero los de casa’?
Yo, por desgracia, pienso que sí saldrán reforzados los populismos y también las respuestas clasistas y excluyentes de todo tipo. Esta crisis se añade a las anteriores, como la terrorista y económica, y a las posteriores, como la climática. Son crisis que van debilitando el tejido social y alejando los grupos humanos y las clases sociales en su relación con las expectativas y los futuros compartidos. Ante esta crisis de los futuros compartidos, es fácil que cada uno se proteja detrás de sus privilegios y perciba a los demás como una amenaza. No basta, pues, un plan de choque social para paliar los daños de esta crisis, sino un trabajo crítico que nos ayude a percibir colectivamente cómo hemos llegado hasta aquí y cómo queremos salir como sociedad.
¿Cree que tendremos confianza en las instituciones para protegernos o ya no confiaremos?
Esto debe ir por países, pero me parece que, en el nuestro, la confianza con las instituciones siempre ha sido relativa, lo que no me parece mal, porque no siempre están en las mejores manos. También depende de qué llamamos instituciones. Una cosa son los servicios públicos como la sanidad y la educación, la asistencia social… que, en general están bien valorados, y son muy apreciados por el conjunto de la sociedad, excepto para aquellos que no los necesitan y se ocupan de menospreciarlos. Otra cosa son lo que llamamos instituciones políticas y que ya hace tiempo que muestran su insuficiencia a la hora de dar respuestas a la altura de los problemas de nuestro tiempo.
¿Puede ser que esta crisis haga aumentar el control social sobre la población? Que después de todo esto normalizamos determinadas formas de control social con «la excusa» del virus.
Sí, pienso que el control social será uno de los grandes ganadores de esta pandemia. Si a cambio de una geolocalización, o de un QR o de los datos que sea nos dejan volver a salir de casa, ¿quién no estará dispuesto? La libertad de movimientos, aunque sea de movimientos vigilados, está más valorada en nuestra percepción que muchas otras libertades.
¿Los controles telemáticos del teléfono, por ejemplo, de las movilidades, con la excusa de la seguridad frente a las enfermedades, aumentarán hasta extremos peligrosos?
Ya hace tiempo que estamos regalando datos sin control. Cuesta mucho saber cómo y cuándo lo hacemos, porque no es directamente perceptible. Al revés. Pasa a través de dispositivos y aplicaciones de uso individual, que parecen multiplicar nuestra independencia, nuestras comunicaciones, nuestros mundos privados. Incluso nuestros secretos. Pero lo que hacen es contribuir a privatizar nuestras experiencias comunes y su rendimiento económico, político e ideológico… en manos de unos cuantos.
El confinamiento no es igual para todos y esta crisis ha hecho aflorar también la diferencia de clases.
El clasismo del confinamiento me parece una realidad sangrante. Lo dije en un programa de televisión y recibí todo tipo de insultos, como si estuviera negando que el virus puede matar gente influyente o de clases altas. Claro que lo puede hacer y lo hace. Pero hablamos del confinamiento, de la gestión de la crisis, de las consecuencias laborales y sociales, de los metros cuadrados de la habitación de la reina Letizia o de las de sus súbditos… hablamos de quién tiene que salir a realizar determinados trabajos de limpieza y de cuidados, por ejemplo. Hablamos de los autónomos más precarios, hablamos de los pequeños negocios, hablamos de la cultura que parece muy glamurosa, pero hace años que acumula deudas y precariedad… Hablamos de migrantes que se han quedado en la frontera o con los trámites a medio camino…Hablamos de todo esto. Me pregunto qué pasará, cuando la crisis del coronavirus cae sobre una realidad social ya tan maltratada.
¿Qué mundo podemos imaginar más allá de uno apocalíptico?
Los relatos apocalípticos son ideológicos, estén en manos de la religión, de la política o de los medios de comunicación. Quien pueda poner un punto final a nuestras existencias es que está ejerciendo su poder. Por lo tanto, los relatos apocalípticos deben ser desenmascarados y contestados: ¿a quién le interesan? ¿Quién sale beneficiado? Para contestarles, pero, no hay que autoengañarse y decir que ahora sí que con esta crisis aprenderemos el verdadero valor de la vida. Si fuera así, ya lo habríamos aprendido en guerras o crisis anteriores. El valor de la vida es luchar cada día, y son las personas anónimas más castigadas las que no han dejado de hacerlo nunca.
¿Cómo podremos recuperarnos como individuos y como sociedad de todo esto?
Recuperarnos es seguir viviendo sin reproducir lo que nos ha llevado hasta aquí. ¿Sabremos? ¿O queremos olvidar de golpe todo lo que hemos sufrido? No debemos dramatizar, pero tampoco olvidar. Si no, no habremos aprendido nada.
Entrevista: Èlia Pons, El diario de la educación, 2 de abril de 2020
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